Cumbres Mayores · Voces de la Sierra

VOCES DE LA SIERRA
Capítulo 1º · Cumbres Mayores
Biblioteca de la Huebra · Fuenteheridos
Manuel Garrido Palacios

Lo primero que sale al paso en Cumbres Mayores es su aire de cristal: un lujo que parece quedar atrás en la mal llamada calidad de vida. Envuelto en él se observa entonces que lo mismo que en los pueblos costeros las calles van a dar a la mar, en los serranos te llevan al castillo, testigo de ese ir y venir del miedo y de las ambiciones humanas.
Un hombre que tiene su casa pegada a la muralla apoya una escalera para subir al tejado y le digo que parece que lo va a asaltar.
-Ya lo hicieron muchas veces los antiepasados -contesta-; yo sólo voy a arreglar una gotera porque esta noche ha caído la toñá, que es la primera lluvia de otoño.
Repito para mí: otoñada, otoñá, toñá. El hombre añade:
-La toñá verdadera, por San Mateo la primera; es el primer verdor que sale.
Le pregunto si no estaría mejor la muralla libre de casas adosadas.
-Hubo un tiempo que Europa lo dijo también -responde-; a mí y a los pocos que las habitamos poco nos importaría trasladarnos a una barriada con comodidades, pero Europa no dio un duro y aquí siguen; y eso que hay ya casas descorrompías.
Me ve que anoto en mi libreta la palabra 'descorrompías', que también sentí decir en Alosno, y como si se asomara a un postigo, deja a un lado la escalera y echa un ojo a lo que hago. No sé con quién me confunde, porque me dice a renglón seguido:
-¿Usted no será por casualidad...?
No dejo que termine. Le aclaro que no soy quien se figura ni por casualidad ni por nada, no sea que me tome por el que tiene que venir de Europa con los cuartos para arreglar lo de las casas en la muralla, y yo sólo vengo de mí mismo con un macuto a cuestas. Medita:
-Aunque, caso de venir el que yo digo, vendría en helicóptero para ver el pueblo desde el aire; usted viene a pie.
-Pues eso.
Dobla una campana:
-¿Sabe cómo se le dice aquí al toque de muertos?. Dar la agonía -y sin darme ocasión de hablar o de escribir, sigue-: Al que echan de una casa se le dice defuciado.
Le digo que el maestro Correas trae en su Vocabulario: ‘A buena defucia, mala desierta. Cuando uno desahució con tiempo, y después, sin más cuenta, desampara las posesiones, como si dijésemos una casa o bodega, sin entregar las llaves y cubas con sus aderezos y regalos’
Él apoya la escalera en otro punto de la muralla y ya mediada la subida vuelve la cabeza hacia mí, como despidiéndose, y con las mismas sube al tejado y se pone a arreglar la gotera que le trajo la toñá.
Para entrar en el castillo me indican que pida la llave en un bar, pero por el camino encuentro a un municipal que la trae. Le habrán dicho que había alguien interesado y el hombre ha facilitado el trámite. No sé cuántos siglos dicen unos y otros que tienen las piedras gigantescas que le dan forma a la fortaleza. Los que tengan. Hoy se ve como una cáscara hueca cuyo centro utilizan como campo de fútbol.
-Bueno, mire usted -me dicen-, es como meter una chiva en un garaje o ir a la playa vestido de penitente.
Pero ahí está el monumento, símbolo del pueblo, con su embarazo deportivo, todo un terrero acotado con sus dos porterías y sus tenderetes para refrescos y papas fritas.
Si se sube a las almenas se ve a lo lejos )Segura de León?, ayer tan vigilante, hoy mota blanca pegada al paisaje. Si se camina por los adarves y se para uno en los torreones o baja a lo que queda del patio de armas, cae en que vale la pena el viaje por poder disfrutar de esa sensación tan esquiva que es contactar con la belleza. Y además, el aire.
Me hablan de la longevidad que alcanzan algunas personas de Cumbres Mayores (la mayor de las Cumbres: las otras son la de Enmedio y la de San Bartolomé); como ejemplo nombran a una señora que acaba de cumplir cien años:
-Se han conocido casos de hasta ciento treinta. Es el aire -añaden; yo creo también que es el aire.
Unos hombres andan atareados en remover a azada una suerte de tierra. Van a sembrar ajos:
-Como ha caído la toñá estamos trabajando desde las tres de la mañana porque este primer agua es la que saca los ajos mejores. Y eso que yo acabo de salir de un culebro.
Culebro, culebrín, culebrina. Le pregunto cómo se suele curar por aquí.
-Hombre, lo mejor es ir al médico. Antes había en Cumbres de San Bartolomé una señora que escribía una oración sobre la misma piel, hoy del hombro a la mano y mañana de la mano al hombro. A un tío mío se lo curó así. Aquí en Cumbres Mayores se ponía el curandero a cortar una mata de jara y a rezar:

Por las tres caídas que dio Jesucristo
vamos a cortar y a matar este bicho.

-Dicen que si junta la cabeza y el rabo -interviene otro- la persona muere. Ese rezo del culebro viene a ser como el de la erisipela. Se curaba cortando un palo de higuera silvestre, mientras decían por tres veces el curandero y el enfermo:

Por la callejita del Tajo pasé
culebritas y sapos corté.

Retoma la palabra el primero:
-Cosas antiguas. Y el esguince se quitaba con una palangana con agua caliente y un puchero encima puesto al revés; o untando la parte mala con aceite de oliva, como en Fuenteheridos. En otros pueblos se simulaba que se cosía con aguja e hilo mientras se decía:

Coso que coso
no sé qué coso
si cuerdas torcidas
o miembro miembroso...

-En Los Molares -entra un tercero- estaba una muchacha, Angelita, no sé ya, que arreglaba los huesos estropeados así, con un puchero en la candela y haciendo como que cosía mientras rezaba sus cosas.
Camino de la residencia de ancianos en dirección a la ermita veo que hay más gente dándole al zacho en la tierra recién mojada. Huele a húmedo y la tierra que levantan oscurece su tono como si se ruborizara de saber que en su seno está la vida. Han brotado de la noche a la mañana flores malvas en la vereda, por lo que prefiero ir por el centro, pisando barro, por no turbar este despertar después de tan largo letargo. Hace tiempo que las flores esperaban este momento.
A alguien que me pinta con palabras una reliquia folklórica: la Danza de la Esperanza, que bailan niños vestidos de pajecillos (danza que dejo para un estudio posterior y que ahora me gusta que me la cuenten), le pregunto a ver si sabe tal o cual canción. No recuerda ninguna de las que digo, pero entona:

I
Pom pon.
¿Quién es?.
El señor del Redondel.
Mi señora, que ha llegado
el señor del Redondel.
Mi criada, ábrele la puerta
al señor del Redondel;
saca el chocolate y el rapé
para el señor del Redondel.
Cuando venga el señorito,
se lo contaré.
Calla, calla, replicaora,
te compraré un traje
de todas las modas.
¡Huy!, mejor quiero estar
con el culo al aire
que ser alcahueta de nadie.
II
Un pájaro con cien plumas
no se puede mantener,
y un escribiente con una
mantiene casa y mujer
y moza, si tiene alguna.

Carmen se arrima y aporta un recitado:

Hartos estamos,
gracias a nuestros amos,
ellos se vean
como nosotros estamos,
ellos de criados
nosotros de amos.
Ellos metidos en un zarzal,
nosotros sin poder huir,
y ellos sin poder entrar.
Vaya la boya
y toma la cena.
Amén.

Manuela sabe dos coplas de cuando era chica. Asegura que son muy anti¬guas, sin precisar fecha:
-Aunque no hace tanto porque yo todavía soy muy joven.

Dos niñas que paseaban
por la calle con paraguas,
se le acerca un zapatero,
que es lo que ellas esperaban.
Y del campo no lo quiere
porque le parece bruto,
que lo quiere de la villa,
aunque le parezca mudo.
La mamá se duerme,
el papá se va,
se queda solito,
¿qué resultará?

Ya puesta a revolver su memoria, señala:
-Son coplas que se hacen en el pueblo para contar lo que le pasa a algunos vecinos.
Otra mujer se une al corrillo. Carmen me advierte:
-Esa señora no es de aquí, pero, vaya...
Nativa o forastera, suelta su son: 
I
Una niña que trabaja
en la fábrica Sotero,
llegando por la mañana
va derecha al cagadero.
Una mañana temprano
se vio en un gran apuro,
empezó a pedir un papel
para limpiarse el culo.
Las mujeres de la artesa,
que son más finas que el sape,
refregaron el papel
con una bola picante.
Hay que ver el efecto
que le hizo la bola,
que le puso el culo
como una amapola.
II
Era un mudo que aquí había,
que cinco duros que tenía
los invirtió en la lotería,
por casolidad, le llegó a tocar,
y en lugar de estar
siempre follando,
se está paseando
en un nuevo aulá (coche).

Hace una pausa, se lleva la mano a la frente forzándola a recordar y al fin consigue retomar la historia para ponerle punto:

Esta niña se llegó a casar
con viudo de buen pagará,
¿de dónde sacarían
tanto instrumental,
que hasta un palio con vela
sacaron para ir de noche
a los novios a alumbrar?.

Manuela llega con su sofoco puesto y vuelca su memoria en mi cuaderno:

Bebían en un piporro
y el piporro se rompió;
todos beben en el tiesto
de bruza como un cochino,
y a esa mujer sin conciencia
debe de darle el castigo,
levantarse de la artesa,
chorizos por amarrar,
que sus hijos se bebieran
en ese piporro
sin pitos ni na.

Pregunto a los que me encuentro si conocen a... pero no pillan norte:
-No me suena; se iría de aquí de niño y no ha vuelto. Se dan casos.
Una mujer se interesa:
-No diga cómo se llama, sino cómo le dicen, el mote.
-No lo sé.
Dar la vuelta al castillo, ir a la ermita después de beber en la fuente, volver al casino en el que reza un cartel: ‘Ser bético es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en España’, y acodarse de regreso en una barra ante un tinto y unas lonchas veteadas de jamón, es lo que haría cualquier caminante. Una vez leí un párrafo de letra y puño en el Ayuntamiento de Garganta la Olla, Cáceres, que decía: ‘Soy extremeño y me avergüenzo de no haber conocido antes este pueblo’. Se me ocurre lo mismo aquí. Pero no voy a ir ahora al Ayuntamiento a que me abran el libro de visita (sabe Dios dónde andará ahora el encargado para pedirle el favor). Así que lo digo bajito para que no se note mucho y quede escrito en el aire, este aire limpio, único, de Cumbres Mayores.

© Manuel Garrido Palacios

Julio Caro Baroja

Los últimos días de Don Julio 

Agosto de 1995; jueves por más señas. Cenaba con Odón Betanzos en su casa de Mazagón y se nos vino a la palabra la figura de Don Julio Caro Baroja. Le dije que la última noticia la había tenido por teléfono desde Madrid y no era esperanzadora: «Apenas conoce a nadie». Se interesó Odón por saber más de Don Julio y en el ambiente distendido de la sobremesa le conté algunas cosas de primera mano. En 1972 rodaba yo en Lesaka, Navarra, y supe que Don Julio acababa de llegar a Vera. Acostumbrados como estamos a tanto estúpido parapetado tras secretarias, horarios, agendas apretadas y otras lindezas para darse fuste, la primera lección que recibí directamente de quien tanto he aprendido fue que llamé a la puerta de Itzea y la abrió él mismo. Aquella tarde plácida en la biblioteca del piso alto, el paseo por el monte y el rosario de visitas posteriores me mostraron el camino a seguir en el gustoso trabajo de hacer documentales etnográficos; fue el punto de partida de toda investigación en este campo, usara luego la técnica cinematográfica o la plasmara en libros y artículos. Me quedó claro que lo que no suma, resta; que no hay que temer a la anécdota, sino elevarla a categoría, y que el recopilador debe evitar el protagonismo, sacrificar el 'yo' en favor del 'todo'. Debo a Don Julio lo mejor de mi formación, el criterio preciso para sacar adelante los casi 400 títulos entre Raíces, La Duna Móvil, El Bosque Sagrado, Rasgos y cuanto haya hecho o me quede por hacer; su sello está impreso en mi manera de asomarme a cada tema, en mi modo de mostrar el mundo que quiero contar. Lo recuerdo en otra tarde de febrero en Vera, rodando los Carnavales de Lanz y de Zubieta-Ituren. No ponía el gesto solemne para hablar. Solía perder la mirada mientras soltaba su sabiduría como un regalo, generoso regalo... y otras tardes en Madrid, y otras, y tantas. Cuando he asistido a cursos en los que he coincidido con su hermano Pío (Huesca, Logroño...), todo mi afán ha estado, más que en el desarrollo de los actos o en mi intervención, en indagar sobre Don Julio y su tío, Pío Baroja -Ortega dijo de él que era una encrucijada-, cuya personalidad me fascinó de niño y que, sin abandonar la sensación, parece que trasladé al sobrino. Don Julio era el orientador perfecto, sin tonteras ni mandangas; el que proponía siempre que se llamaba: «¿Qué día le conviene?»; el que jamás negó la visita: «Estaré en casa; venga a la hora que quiera». Había quien lo tachaba de «cascarrabias». No. Nunca. Era que no le gustaban los imbéciles puestos a culturizar. No los quería. Su humilde grandeza no los aceptaba. Era tan exigente para el que iba a preguntarle como para él mismo. Al tiempo de dejar un poco los trastos de rodar para ponerme a sacar en libros el fruto de tantos años de correteo, también acudí a él. Fui a verlo con el manuscrito de «Alosno, palabra cantada», y no sólo me lo orientó, sino que le puso subtítulo y le hizo el prólogo. Lo publicó Fondo de Cultura Económica, de México, en 1992 en 1ª edición, y en 2ª en 2007, Los libros que le han seguido, y los que salgan, responden a un proyecto trazado en aquellas conversaciones. Lo que hago es sumar mis palabras a las de cuantos lo quisimos, lo respetamos y escuchamos. Un amplio alumnado. Meses antes me escribió Antonio Cea; en su carta venía una frase definitiva para saber el estado de Don Julio: «Ya no pinta». Más acá, Joaquín Díaz, en Valladolid, me añadió: «Ya no escribe». Todas estas cosas y más, muchas más, se las contaba el jueves de madrugada a Odón Betanzos en su casa de Mazagón. Era la una. La una y diez, para ser exactos, cuando miré el reloj. A las dos moría Don Julio tal como pasó por la vida, sin hacer ruido.

© Manuel Garrido Palacios.

Peter Lely

Peter Lely (1618-80)
THE CONCERT (around 1650)
Qil on canvas
The Courtauld Gallery
(Somerset House. London)

El Concierto al aire libre es uno de los más complejos y ambiciosos cuadros de Lely. En primer plano un hombre, probablemente él, toca un violonchelo mientras los niños y jóvenes siguen la música, todo observado por una mujer sentada y su asistente. Se pensaba que podía representar al pintor con su familia, y también que era una alegoría de la música, el amor y la belleza: su reinvención de la Arcadia de los pintores venecianos Ticiano y Giorgione, cuyo trabajo Lely vio en Londres.

mgp

Praga · Calleja del Oro

Calleja del Oro
Praga  

Parece ser que Franz Kafka escribió páginas de su obre en el 22 de esta calle praguense en 1917. Si las casas pegadas a la muralla hablaran, dirían que conocieron el siglo XVI, que fueron hábitat de los fusileros del Castillo, que una sirvió de cárcel, que en la época de Rodolfo II vivían en ellas alquimistas que buscaban el oro (de ahí su nombre), el secreto de la juventud imperecedera o la entraña de la piedra filosofal, que luego las ocuparon artesanos, músicos e indigentes y que en torno al barrio se tejió un halo romántico, un encanto que quedó quieto y que les dura.

mgp.

NILO ARRIBA, NILO ABAJO

NILO ARRIBA, NILO ABAJO
El Cairo-Luxor 

Desde el alba dos egipcios sin edad juegan a la taula, mezcla de ajedrez, tres en raya, damas y swami. Al fondo se yerguen las crestas de Selsela, cantera de piedra arenisca, que convierten en monumentos. El buque llega desde Luxor a esperar turno para cruzar la esclusa de Isna. El sagrado Nilo impone su ritmo a cuanto vive en su ámbito. Es inútil sacar la prisa a oreo. Mejor es guardarla en el arca de lo inútil y sentirse fuera del tiempo, cosa que los jugadores de taula saben desde hace milenios, convencidos de que el tiempo pasará irremediablemente así pierdan o ganen esa partida. Desde ambas orillas se acercan al buque docenas de falucas cargadas con prendas de vestir.
Los vendedores ofrecen a los pasajeros en mitad de la mañana luminosa chilabas, velos, babuchas, túnicas y manteles de tela fina. No venden a la primera y menos por lo que piden. Si el comprador no regatea le pierden interés porque creen que ignora la esencia del comercio. Vienen tres en cada faluca: uno organiza las existencias, otro las vocea de pie en la proa y otro mantiene a golpe de remo la distancia justa desde la que puedan ser lanzadas hasta la cubierta del buque. Así que el vendedor muestra el género en alto y grita en un amasijo de idiomas: «¡Eh, amico, amico! ¡Sólo para ver!», tras cuyo aviso, al mínimo gesto de un viajero, relía el artículo, lo mete en una bolsa y lo dispara a la cubierta en la que llueven cientos de envoltorios como un maná de texturas. Si alguien se interesa por uno y desde la barandilla pregunta: «¿Cuánto?», empieza en ese instante un tira y afloja para algo que, de cuarenta euros de salida, o su par en libras egipcias, puede quedar en cinco.
Lo cabal es que, tarde o temprano, comprar, se compra. Al principio hay venta gruesa, pero con las horas decae el impulso, fondea el negocio y de cinco se baja a tres, a dos, hasta que el vendedor intenta un ultimátum dicho en un italiano adaptado: «¡Aspeta!», para barajar las últimas cifras rozando el agotamiento. Las bolsas sobrantes son devueltas a las falucas arrojándolas por la borda. No todas se salvan; alguna cae al Nilo y el vendedor lo pierde todo. Para cobrar utilizan idéntico juego; y si se enseña el dinero, ya sube el cambio detrás de la prenda antes de ser pagada. Estos tenderos ambulantes conocen en sus carnes que la noche es peligrosa, por el trasiego de los gigantescos buques, para regresar a las orillas con las falucas cargadas de género que nadie quiso. Cuando tras la madrugada asoma la luz de nuevo y se abren las compuertas de la esclusa para que el buque pase, surgen en tierra los rezos de los almuédanos mientras unos pescadores palean el agua en la orilla fangosa haciendo huir a carpas y barbos hacia las nasas ocultas que los esperan. Ajenos a tanto portento, al toma y daca, a las bolsas voladoras y a las aves que pugnan por la presa que flota, los dos egipcios sin edad permanecen en el mismo sitio. En un cielo que luce entonces su gama de azules únicos para adornar la bóveda que cubre la escena, sobrevuela un halcón. Horus no pierde norte de cada suceso, incluida la infinita partida de taula que empezó ayer al alba.

Manuel Garrido Palacios
© Foto MGP

Pablo d’Ors

Pablo d’Ors
ANDANZAS DEL IMPRESOR ZOLLINGER
Introducción de Andrés Ibáñez
Editorial Impedimenta

“Una trama llena de encanto y aparente  implicidad, de episodios ocurrentes e ingeniosos incidentes”.
Pilar Castro

Benito Arias Montano

Benito Arias Montano
Discursos sobre el Eclesiastés de Salomón declarado según la verdad del sentido literal 
Biblioteca Montaniana
Universidad de Huelva
Ed. Valentín Núñez Rivera

En esta edición se presenta un texto que ha sido atribuido por unos manuscritos a Arias Montano, mientras que en otros aparece a nombre de su discípulo, fray José de Sigüenza. Sea como fuere, los Discursos sobre el Eclesiatés constituyen un alarde de conocimiento bíblico y de las consecuentes armas retóricas para ahormarlo y darle forma literaria, a la hora de enfrentarse con uno de los libros más complejos y enigmáticos de las Escrituras. Recóndito y difícil, así se nos muestra el huidizo sentido del Eclesiastés, que el autor traduce a la letra, refundiendo en castellano la esencialidad del hebreo bíblico, y luego explana con comentarios explicativos. Todas estas estrategias exegéticas se desentrañan en una introducción al texto, que ha sido editado críticamente, es decir, anotando las variantes que presentan los distintos testimonios e intentando ofrecer el máximo orden y concierto en los pasajes en hebreo.

© Servicio de Publicaciones UHU
Benito Arias Montano
Cierta luz que me alumbraba (Antología)
Biblioteca de la Huebra
Ed. Carlos Sánchez Rodríguez

Un río literario es una lieva de palabras en vez de agua. Metidas en la corriente -dichas, escritas- no quieren retorno. Partieron de su origen -necesaria expresión- y avanzan sin pausa hasta desembocar en el mar de la comunicación.
En este marco, ya alimentado, entre otras obras, por la biografía que le hizo José Andrés Vázquez para Biblioteca de la Huebra, o de Anatomía del Humanismo, en edición de Luis Gómez Canseco para la Universidad de Huelva, abro el que da nombre a este trabajo: Cierta luz que me alumbraba, una Antología hecha por Carlos Sánchez Rodríguez de textos de Benito Arias Montano, humanista, teólogo, polígrafo, nacido en Fregenal en 1527: “cuando en mi niñez me educaba en aquella parte extrema de la Bética, que en la actualidad se llama Extremadura”; muerto en Sevilla en 1598, figura clave en el tiempo de Felipe II, de quien fue hombre de confianza: “haberme mi amo [el Rey] dado tanta priessa para que dejase mi rinconcillo [la Peña]”. 
Dedicado a sus estudios en Alcalá de Henares, “por la fuerza irracional de la bilis negra, o por alguna otra alteración espiritual o física, caí en un tormento de angustia y tristeza”; viajó a Flandes para mediar en su afán secesionista, publicó la Biblia políglota, se refugió en la Peña de Alájar, hoy con su nombre tallado en la memoria, al ser señalado por la Inquisición: “este sitio está en término de Aracena, que es lugar de mil vecinos”; participó en el Concilio de Trento, fue embajador en Portugal en época tormentosa, dominó lenguas: “en lo que toca a instituir Cátedra o lección de lengua española [en Lovaina]”; fue experto en numismática, música: “imitando [los niños] los cantos y ritmos de los mayores, los repiten”; medicina: “Hame hecho Dios merced de darme mejoría de ictericia con la cura que aquí he hecho“; entendió de nigromancia, fue párroco en Castaño del Robledo, abrió Cátedra de Latinidad en Aracena, rozó el centenar de libros escritos y se creyó que platicaba con las aves.

En esta personalidad tan compleja se centra el libro, cuya pretensión ha sido acercarse a la figura de Montano sin intermediarios, mediante el acceso directo a su palabra, no ocultando la dificultad por lo inabarcable de su obra: “miles de páginas parió su pluma con letra-pulga, pesadilla de los censores”. El año antes de morir escribía: “sin espejuelos hago y leo muy menuda letra; al tiempo que ésta escribo, que es de noche, mirando a lumbre de aceite, que hace mejor y más uniforme sombra”.
Otro muro que señala Carlos Sánchez es el de “lo especializado de sus libros”, tan ajenos muchos de ellos al común de la calle, a lo que añade “el escollo de la lengua, pues a partir de 1568 escribe casi toda su obra en latín”, para lo que el editor ha recurrido al trabajo de un grupo de traductores, que han sido “como el pintor que copia del natural y nos reproduce fielmente la realidad”. 

Cierta luz que me alumbraba ha salido con vocación de divulgar una muestra breve de sus escritos para que no queden en un círculo restringido de especialistas, sino al alcance de todos. Se divide la obra en tres partes: la primera, nutrida de recuerdos, de sensaciones personales; un Montano hablando de sí mismo: “Santiago Vázquez, por segundo apellido Matamoros, fue quien me inició y me enseñó el trazado de líneas en el dibujo”. La segunda, con varias poesías, forma favorita de Montano en todo momento, no en balde se le valora como el mejor poeta latino del renacimiento español, tan mejor como desconocido: “el hueso y armadura de este mi cuerpo no te fue escondida; / tuya es su compostura”. Y la tercera, en prosa: “En Ramatha nació Samuel. Allí le daban cada año sus padres el vestido que se vestía”.
La obra quiere señalar el empeño de Montano “en abrir nuevos caminos en la anquilosada ciencia medieval, basada en el autoritarismo del magister dixit. Penetra en las modernas sendas de libertad que propiciaba el acceso a las fuentes de la antigüedad gracias a su conocimiento de las lenguas, lo que lo lleva a buscar caminos de encuentro y a ser tolerante en una sociedad que no lo era. Sopesó el riesgo y la prudencia y dijo lo que tuvo que decir; vivió situaciones apuradas, pero también supo usar su inteligencia para salir airoso en cada lance”.

© Manuel Garrido Palacios

La Casa del Coro · Praga

La Casa del Coro (detalles) Praga

La construye Josef Fanta en 1904-5 para la Asociación de Canto Hlahol. Las esculturas de la fachada son de Josef Pekárek y los ornamentos de Karel Mottl. El Coro conoció directores como Smetana, Bendl y Knittl. 

VIAJE AL PAÍS DE LAS LEYENDAS

VIAJE AL PAÍS DE LAS LEYENDAS
Manuel Garrido Palacios
Ed. Castilla. Valladolid

Leyenda: Narración tradicional que no se ajusta a la verdad histórica; de legenda, cosas que deben leerse, que se leen. 

© Joan Corominas

La leyenda es una especie de memoria lejana, como el mito; un relato de algo que pudo ocurrir, un hecho impreciso que derramó sobre los tiempos su eco y que a pesar de los siglos devoradores y de las burocracias aplastantes, sigue tan vivo en nuestras conversaciones que no desaparecerá jamás.

© Julio Caro Baroja


Unos se afanan en pegar al pasado el concepto de Historia, juego de causa/efecto que pretende dar norte de todo con pelos y señales. Otros lo emparejan al mito, punto de vista desde el cual los hechos no se suceden en un rígido desfile de fechas, ni esto es causa de lo otro; nada tiene por qué ser después de nada. Son aquellos cuyas memorias retienen la esencia (arquetipos), agarran lo que les conviene de los hechos históricos y, ya puestos, no les importa serle 'un poquito' infiel a lo que pudiera estar recomprobado con el Carbono 14. Entonces todo asume su propia lógica y nace el encanto y el milagro del encantamiento, con el que se quiebran las siempre quebradizas leyes que rigen a los humanos. Los primeros suelen identificarse con el ámbito urbano; los segundos, con el rural, aunque tampoco esto debe ser un frío dos por dos son cuatro.
Dice Feijoo en su Teatro Crítico que *el vulgo no cuida de examinar qué origen tiene la noticia; bástale saber que es algo antigua para venerarla, a manera de los egipcios, que adoraban el Nilo, ignorando dónde y cómo nacía y sin otro conocimiento que el que venía de lejos+. Y se pregunta *si no produce risa+ oír no sólo a rústicos y niños, sino a venerados sacerdotes, que hay una mora encantada que se ha aparecido varias veces, cosa que oyeron a padres y abuelos. 
Al hilo de esto me gustaría añadir que, más que risa de suficiencia de erudito, al participar del encanto colectivo, de la convivencia con los antepasados en la más perdida aldea, uno sólo tiene capacidad para abrir una sonrisa, pero de ternura, de una gran ternura hacia esa gente cuya imaginación está viva y no seca, a pesar de la agresión constante que reciben estas flores de lo imaginario que, en último extremo, no se conoce que hagan daño a nadie. 
Por esos vericuetos andan las leyendas, reliquias populares transmitidas oralmente durante siglos, viajeras a lomos de voces quedas y de latidos. Cierto que se escriben y se recogen en colecciones, transmisión que no les resta su carácter acuñado de literatura de tradición oral.
Ya que han sido contadas antes que escritas y siguen contándose, podrían confundirse con los cuentos; pero tienen su distingo. Mientras que los cuentos tienden a ser intemporales, a no fijar espacio, a carecer de patria, y bien pueden servir en tantos casos de puro entretenimiento, las leyendas, por contra, hacen referencia a fechas y a sitios concretos, llevan una carga emocional de hechos que trascienden, saltan la linde de lo natural, y, como intento de explicación de un mito, lo expresan como lo entienden y hasta donde pueden; sacian la curiosidad del grupo, le dan cohesión, diría, y cierran con ello el ciclo mítico del que son parte. La historia contada en la leyenda ocurre en un lugar y afecta a los de dicho lugar. El cuento puede ser contado aquí o allá con los mismos o diferentes nombres.
Estas que aquí aparecen no son las que he considerado mejores ni peores de todas las que he venido recogiendo a lo largo de estos años, sino, simplemente, las diecisiete primeras que doy a la imprenta como colección. Sea en ellas o en las que vengan, no faltará la que hurgue en los rincones de algún alma lectora y le sugiera mucho más de lo que las palabras dicen. Esa es, quizá, la fuerza que oculta la leyenda, superior a lo que se ve a simple vista, y que no es otra cosa que ese misterio del pasado que no entra en los conceptos que buscan definir lo exacto, sino en los que abren el campo de la imaginación a escalas no medibles. Sucede lo mismo que con la guitarra del mesón machadiana: cualquiera de estas leyendas le hará soñar con un aire de un tiempo remoto, de un recuerdo lejano no identificado, pero sentido en lo más hondo.

© Manuel Garrido Palacios


ÍNDICE

1 . LA MORA ENCANTADA
(Cabeza del Buey | Badajoz)

2 . LA PROCESIÓN DE LAS MORTAJAS

(Puebla del Caramiñal | Coruña)

3 . EL NIÑO GUISADO

(Milagro de San Vicente) (Morella | Castellón)

4 . EL TORO ENMAROMADO

(Benavente | Zamora)

5 . LA LEYENDA DE LA PRINCESA MIRA

(En el camino de Vitoria a Miranda)

6 . LOS GIGANTES PICUEZO Y PICUEZA

(Autol | Rioja)

7 . EL AMOR DE ALMALINDA
(Covadonga | Asturias)

8 . LA CRUZ DEL PUERTO TRIGUEROS
(Alosno | Huelva)

9 . LA BELLA CAUTIVA
(Montánchez | Cáceres)

10 . LA CRUZ DE CARAVACA
(Caravaca de la Cruz | Murcia)

11 . LA ENCAMISÁ

(Torrejoncillo | Cáceres)

12 . EL LATIR DE LOS BOLILLOS

(Camariñas | Coruña)

13 . LA GALLINA Y EL AHORCADO

(Santo Domingo de la Calzada | Rioja)

14 . AQUÍ FINCO MI RODILLA. AQUÍ FINCO MI BASTÓN

(Lago de Sanabria | Zamora)

15 . TRES LEYENDAS SERRANAS:

LA JULIANITA. EL CRISTO DE LA PLAZA. LA FUENTE DE LA ZULEMA
(Aracena | Huelva)

Pezinok (parada y fonda)

En Pezinok (Eslovaquia, capital Bratislava) te topas con el delicioso Malokarpatské Múzeum, o Museo de los Pequeños Cárpatos. Es un edificio del siglo XVII en el que a través de sus fondos es posible conocer su historia vitivinícola, valiosos instrumentos para el laboreo de la uva: tesoro etnográfico, sin duda, entre cuyas piezas luce una excepcional colección de prensas, dicen que la mayor de Europa Central. Aparte de esto, se puede sellar de propia mano una botella y probar la fragancia de los vinos en su mostrador de aromas, donde te ofrecen libar los ricos caldos de la zona. Toda una experiencia para anotar antes de irse a dormir.

© MGP.

URUEÑA · SIMPOSIO SOBRE EL VINO


A URUEÑA VINO EL SIMPOSIO SOBRE EL VINO
M. Garrido Palacios



Obras de Juan Coloma

Próximo tomo de la colección documenta, dedicado al estudio de las Obras de Juan Coloma, conde de Elda,  que mereció la consideración de sus contemporáneos engrosando los parnasos españoles del Siglo de Oro, incluyendo el de Cervantes. Es un volumen de 532 páginas, impreso a dos tintas sobre papel verjurado crema, encuadernado a la rústica con cubiertas. La tirada es de menos de 150 ejemplares: 25 para a gestiones y reseñas, 25 para la venta en librerías y el resto para suscriptores.

Publicaciones del Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas (SEMYR) · Universidad de Salamanca · Instituto de Estudios Medievales y Renacentistas · Casa Dorado Montero · eco@usal.es

ALOSNO Y GERINELDO

 
La última memoria que conservaba el romance en Alosno

Aparte de programas de radio y televisión, de discos, de libros dedicados al pueblo y de su presencia en foros de Etnografía, Alosno tiene asiento fijo, ganado por su saber estar y guardar, en las recopilaciones que surgen sobre estas disciplinas. La última que conozco es la Antología sonora del romancero tradicional panhispánico, donde se citan como fuentes el disco La voz antigua (Guimbarda 1981) y el libro Alosno palabra cantada (FCE 1992), obras bien conocidas por las voces que narran el amor de Gerineldo y la infanta, tema que se mezcla con el de La boda estorbada, sin que uno tape al otro. El romance me lo dictó Rosario Correa ‘Tiralé’ (en la imagen), que lo cantaba con la pasión como si hubiera sido testigo del lance. Era de las pocas personas que lo sabían, quizás la única, por lo que un día retomó la música y le aplicó letras de seguidillas alosneras, con lo que la belleza creció hasta salirse de lindes. Después la han cantado las mozas de los escaños de las Cruces de Mayo, lo que significa que la siembra no cayó en baldío. Nunca pierde Alosno lo valioso; siempre distingue entre la paja y el grano, pueblo que, por si era poco, parió la voz de Paco Toronjo para dar un rasgo al fandango, tan bello como copiado. 
Hoy traigo aquí el romance tal como me lo cantó Rosario, dedicado A quien pudiera interesar . Dice así: 

 Gerineldo, Gerineldo
 mi camarero pulido
 quién te cogiera esta noche
 tres horas a mi albedrío.
 Como soy vuestro criado
 os queréis burlar conmigo.
 No me burlo, Gerineldo,
 que de veras te lo digo.
 A las diez se acuesta el rey,
 a las once está dormido,
 a eso de la media noche
 oye la niña un ruido:
 ¡Oh! ¿Quién ronda mi palacio?
 ¡Oh! ¿Quién ronda mi castillo?
 Soy el Conde Gerineldo,
 que vengo a lo prometido;
 traigo zapatos de seda
 para no formar ruido.
 Le ha cogido de la mano
 y lo ha metido en su nicho,
 con palabras amorosas
 se han quedado dormiditos.
 Levántate, Gerineldo,
 mira que estamos perdidos
 que la espada de mi padre
 ha servido de testigo.
 Se levantó Gerineldo
 más muertecito que vivo:
 ¿Por dónde me iré ahora
 para no formar ruido?
 Tú te vas por el jardín
 cogiendo rosas y lirios.
 ¿De do vienes, Gerineldo,
 tan triste y tan abatido?
 Vengo del jardín, buen rey,
 de coger rosas y lirios,
 la fragancia de una flor
 me ha puesto tan amarillo.
 No lo niegues, Gerineldo,
 tú con la infanta has dormido.
 Dame la muerte, buen rey,
 que bien me la he merecido.
 No te mato, Gerineldo,
 que te crié desde niño.
 Se ha formado una gran guerra
 entre España y Portugal
 y nombran a Gerineldo
 de Capitán General.
 Si a los tres años no vengo,
 niña, te puedes casar.
 Pasa uno, pasan dos
 y han pasado los tres ya.
 Se vistió de peregrina
 y lo ha salido a buscar.
 En los medios del camino
 se ha encontrado una vacá:
 Vaquerito, vaquerito,
 por la Santa Trinidad,
 que me niegues la mentira
 y me digas la verdad,
 ¿de quién son estas vaquitas
 de tal hierro y tal señal?
 Son del Conde Gerineldo,
 que hoy está para casar.
 Un niño de oro te doy
 si me llevas al lugar.
 La ha cogido por la mano
 y la ha puesto en el umbral.
 Ha pedido una limosna
 y él se la ha salido a dar:
 ¡Oh! ¿Qué limosnas son éstas
 para las que solías dar?
 Eres el demonio humano
 que me vienes a tentar.
 No soy demonio ninguno,
 soy tu esposa natural.
 Que dispense todo el mundo,
 la boda queda pará,
 que los amorillos viejos
 son muy malos de olvidar .

En la versión de Pidal dice ella:

 Rey y señor, no me mates
 y dámelo por marido,
 y si lo quieres matar,
 la muerte será conmigo .

La de Dámaso Alonso cierra con la certeza de

 Que la espada de mi padre
 yo me la he bien conocido .

En la de Cossío, el rey ordena a Gerineldo que se case para borrar la falta, a lo que él se niega:

Al pícaro Gerineldo
le cortaron la cabeza.

La tía Petra, de Miranda del Castañar, mezcla a Gerineldo y al Conde Flores. no así Carolina Geigo, de Val de San Lorenzo. A Rosario Correa, de Alosno, le parece bien que, después del susto que sufrió, el muchacho haga carrera. 

© Manuel Garrido Palacios