Pablo Neruda

VEINTE POEMAS DE AMOR
CIEN SONETOS DE AMOR
Pablo Neruda

A mis diecitantos años conocí a alguien que me leía despacito poemas de un tal Pablo Neruda en su “sentina de besos”. Nunca tuve el libro. Ni nadie. Al abrir un poemario, y más si guarda veinte poemas de amor que arropan “una canción desesperada”, sufrimos un espejismo que el autor deja suelto para que creamos que poseemos su poesía, que vivimos el cosmopoema de su vida, cuando lo que tenemos delante es sólo un mazo de papeles cosidos y con pastas donde aparecen un título y un nombre. Mi afán no era leer poesía, sino hacerla a, ante, bajo, cabe, contra, con quien me leía al poeta (“amada, amarra tu corazón al mío”) del que empecé a tener celos, porque ella disfrutaba tanto con la lectura que se debatía en orgasmos espirituales traspuesta por la belleza, aunque confieso que me emocionaba lo de: “Aquí está el pan, el vino, la mesa, la morada, el menester del hombre, la mujer y la vida”.Al final, rompimos. “De pena en pena cruza sus islas el amor”. A esa edad se rompe, se destruye, se lija el tiempo con pliegos del cero, se tiene prisa por escribir sin escribir mil poemas de amor y desesperarse en una última canción, aunque también se atreve uno y “establece raíces que luego riega el llanto”. La semilla poética trabajada por ella no cayó en tierra yerma: “desde entonces soy porque tú eres”. La mies me arraigó en lo hondo diciéndome que las palabras son la sombra del sentimiento: “Dos amantes dichosos no tienen fin ni muerte, / nacen y mueren muchas veces mientras viven”.Los versos de Neruda pasaron a ocupar un lugar en mi vida hasta el punto de entender de golpe, a través de su transparencia, al amor que tanto amé (“No sé quién eres. Te amo”) y que me hizo sentir en su ausencia “los versos más tristes” muchas noches: “Ausente, por los sueños tu corazón navega / es tu corazón el que reparte en mi pecho / los dones de la aurora / te amo como se aman ciertas cosas oscuras, / secretamente, entre la sombra y el alma”.Años después vi en un festival la película “El cartero”, de Antonio Skármeta y a la salida del cine le expresé al autor mi admiración por su obra, cabal y precisa, en especial, en dos sutiles momentos. Uno es el de querer leer la poesía de aquel que no sabía que era poeta: “Es el que dirá algo nuevo”. Otro, cuando la policía va a buscar a Neruda a “la magna espuma de Isla Negra”, con la tragedia de su país de fondo, y le repiten voces que no son de nadie y que son de todos: “No tema, don Pablo, es un trámite, un trámite, un trámite”. Skármeta hizo poesía visual sobre la escrita al rescatar de la crudeza el eco traducido de aquella insistencia: “un trámite, un trámite, un trámite”, como si quisiera decir: “Supe que fui herido”. Reflejó el terrible “trámite” burocrático por el que te cortan las alas de la expresión, te taponan las salidas del sentir. Te matan. Es el “trámite” que habita en el instante lindero entre la vida y la muerte. “Brasa negra del sueño / fundaremos un traje que resista la eternidad de un beso victorioso” “Trámite” de todo cuanto existe, siempre a tiro del poder, de la ambición, con el dedo dictador a toda hora palpando el frío del gatillo. “Trámite” para tomar el camino de lo hermoso o quizás para ir “allí donde respiran los claveles”.No sé si aquel verso: “Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos”, lo quiso como epitafio, ni si “El mes de marzo vuelve con su luz escondida” fue un esperanzado latido con vocación de eterno. Sí sé que ya sabe el alma que “somos un solo espacio oscuro, una copa en que cae la ceniza celeste, una gota en el pulso de un lento y largo río”.“Hoy es hoy con el peso de todo el tiempo ido”. Un hoy de entonces supe por la moza nerudiana el nombre del hombre Neftalí. Otro hoy pero de 1945, dijo Gabriela Mistral tras recibir el Nobel: “Si el Premio era para honrar a mi país, tendría que haberse otorgado a Pablo Neruda”. Hubo que esperar hasta un hoy del otoño de 1971 para que los concededores de premios comprendieran la “simplicidad sin fin de la ternura”.Lo mismo que al leerlo sólo poseemos un papel impreso, al premiarlo no hacían otra cosa que vocear algo que estaba tallado en el paisaje en el que Neruda había crecido como poeta: “Amo el trozo de tierra que tú eres / y así recorro el fuego de tu forma besándote / todo vive para que yo viva / sin ir tan lejos puedo verlo todo”.

© Manuel Garrido Palacios