Miguel Á. Núñez Beltrán






EL MAGISTRAL HEREJE
Miguel A. Núñez Beltrán





Miguel Ángel Núñez Beltrán nace en Tórtoles de Esgueva, Burgos, en 1955, se doctora en Historia en la Universidad hispalense con La Oratoria Sagrada, y, según confiesa, es andaluz de adopción. En dos trazos corrige un viejo refrán y lo deja en “Con quien naces y con quien paces”, sin exclusiones. Aparte de su tarea investigadora en la Historia de las Mentalidades y en la Edad Moderna, tras publicar varios libros dentro de este ámbito, escribe su primera novela: El magistral hereje. 
Sus páginas retratan la vida de un personaje caído en desgracia por la intolerancia. Una vez más, es la síntesis de una triste historia. Se trata de Constantino Ponce de la Fuente, de San Clemente de la Mancha, formado en la Universidad de Alcalá, que aparece en “la Sevilla esplendorosa del siglo XVI: uno de los focos del humanismo erasmista”, con tanta fama de buen predicador, que Felipe II hace que lo acompañe en su viaje a los Países Bajos; tiempo también en el que sobrevuela estas latitudes la larga mano de la Inquisición parando todo latido de renovación religiosa y cultural, cuya mirada represiva no pierde de vista ninguno de sus brillos. Fruto de tan agudo mirar es su decisión de cortar las alas de su palabra y, de paso, de su existencia, por lo que recluye a Ponce en la cárcel del Castillo de San Jorge en Triana.
La novela de Núñez Beltrán no se queda en narrar literariamente los avatares de su personaje, sino que apunta a una escenificación en la que el temor se transforma en terror y la sorpresa en temblor de muerte. En el capítulo de inicio, tras datar la escena en 1558, dice: “Las huestes del santo oficio irrumpieron en la calle de la Cerrajería y asaltaron, en medio de un gran alboroto, la casa del doctor Constantino Ponce. El magistral, con un libro en las manos, no opuso resistencia. Se levantó del sillón y con paso solemne quiso dirigirse a la puerta de una habitación contigua. Un soldado se lo impidió. Constantino se acerco a una estantería de libros para coger algunos, pero la justicia inquisitorial se lo prohibió. Los ojos del doctor Ponce escudriñaron el rostro ruborizado del alguacil, conocido suyo. En ese instante dos de la soldadesca lo sacaron a la calle. La algarabía del público y el silencio impotente del magistral recrudecían la tensión del momento. La severa y pacífica mirada del maestro recordaba a los discípulos los augurios que les había anunciado: el acecho de la Inquisición llevaba al aprisionamiento. En la marcha hacia el Castillo de Triana, su figura mayestática, flanqueada por guardia armada, caminaba delante de un gentío que profería gritos contra la Inquisición En la Puerta de Triana, una segunda guardia frenaba el paso de los adeptos al magistral. La comitiva atravesó el puente de barcas. Trescientos pasos de despedida para los discípulos y de incertidumbre para el maestro. Al entrar en el Castillo se adueñó de él un tormento interior. Sabía que comenzaba un tiempo de interrogatorios sin sentido, de acusaciones veladas, de tortura espiritual, de soledad. Le confortaban su fe y la confianza en sus amigos del cabildo, que conocían su honradez y su rectitud. Pero esto no le ocultaba nubarrones de dudas. Tiempo al tiempo, entre las gentes de Sevilla el espíritu de Constantino comenzaba a abatirse; el entusiasmo se hizo miedo, confusión, aún habiendo promovido antes algaradas ante los muros de Triana. Y no tardó mucho la masa en ponerse de parte de la Inquisición hasta con coplas como esta: “Viva la fe de Cristo / y la Santa Inquisición, / y quemen a Constantino / por perro engañador”.
Es el primero de una serie de días, bien contados en la novela, en los que se suceden torturas, juicios, condena y final: “El veintidós de diciembre de mil quinientos sesenta hubo un nuevo auto de fe. Por las calles de Sevilla los reos fueron objeto de improperios y pedradas lanzadas por los fanáticos. No se libraron las efigies que se erguían junto a los restos de las personas que representaban. Cristóbal Bernáldez conducía el pollino que cargaba con los despojos de Constantino. En la plaza de San Francisco se escuchó la sentencia: ‘…declaramos haber perpetrado y cometido el dicho Constantino Ponce los delitos de herejía y apostasía, de que fue acusado, y haber .sido muerto hereje apóstata, excomulgado, y por tal pronunciamos y dañamos su memoria y su fama. Y mandamos que sea sacada al cadalso una estatua que represente su persona, con coraza de condenado y con un sambenito que por una parte tenga sus insignias y por la otra un letrero con su nombre. Después de ser leída esta sentencia, sus huesos sean desenterrados y quemados públicamente en detestación de tan graves delitos, y quitar y raer cualquier título, si lo tuviese sobre su sepultura, de manera que no quede memoria de Constantino sobre la faz de la tierra, salvo de nuestra sentencia y de la ejecución”.
Como broche, exhumaron el cuerpo, aún en corrupción, lo metieron en una caja asfaltada para evitar olores, lo quemaron y arrojaron sus cenizas a la cloaca de la ciudad.
En el campo de honor del progreso y la renovación, estos varales siguen tirando del carro de la sociedad, salvando baches, pero sin dejar de avanzar; lo exige la naturaleza humana. Detrás queda el eco de una persecución ideológica más: “Tú piensas así, o creo, o me han dicho, o me conviene que sea así para tener motivos; pues ahora yo te anulo, te destruyo”.
Si; quedan el eco y las huellas en forma de recreaciones literarias, como El magistral hereje, dando testimonio de que tan duro es el camino de la libertad de pensamiento, que un hilo de sangre y otro de infamias se han convertido, a lo largo de la historia, en sus propias lindes.

© Manuel Garrido Palacios

Juan A. de Mora Negro y Garrocho





Huelva ilustrada.

Breve historia de la antigua y noble villa de Huelva.
(Imprenta del Dr. Don Gerónymo de Castilla.
Impressor mayor de la Ciudad. 1762)



La Magestad de señor Felipe IV hizo a Huelva la merced y gracia de ser libre y exenta de la leva y saca de gente para la milicia, expresando deberselo este privilegio por estar esta villa a la legua de un brazo de mar y a una legua de ella, por lo que necesitaba su gente para la defensa de Navíos Corsarios y particularmente de moros, que se entraban hasta aquella parte captivando a sus vecinos y pescadores, y que había sufrido muchas hostilidades en la guerra con los ingleses, y por esta razón había hecho un fortín a la boca de la mar, guarnecido con siete cañones y una compañía de cien infantes, que cada día se remudaban montando la guardia. Y que atendiendo a lo referido y a los privilegios que tienen los Lugares Marítimos, y a lo arriesgada que se hallaba dicha villa si se le sacase su gente para otra defense, siendo primero la propia que la agena; y que por la misma razón se le había reservado de no concurrir con gente para Cathaluña ni Portugal, para que la tuviese prompta para acudir a las invasiones marítimas. Por todo lo que su Magestad libertó a esta villa de concurrir con gente para cualquier otra parte, por su Real Cédula, despachada en Aranjuez en 6 de mayo de 1658, de la que se tomó razón en la Contaduría de Guerra a 5 de junio de dicho año.
[...] A 26 de Octubre de 1722, passó por Huelva hacia Portugal una ráfaga de huracán, que asoló cuanto topó. Derribó el Campanario de la Iglesia [...] con tres Campanas bien grandes, una de las cuales dio fuerte golpe sobre la Bóbeda de la Capilla mayor; mas esta ni se quebrantó con el golpe, ni cedió a el violento peso. Reparose este Campanario con las cuartas partes de los Diezmos el año 1723, quedando más fuerte y hermosos que antes. Volvió a caer sobre la misma Bobeda con el Terremoto del año pasado 1755, peró quedó la Bobeda ilesa. Por Octubre de 1758, se lastimó tercera vez a la violencia de un huracán deshecho, que causó grandes estragos en toda la Costa, quedando cuarteada la bobeda y desplomado el testero de la Capilla mayor, sobre que se levantaba el Campanario.

© Juan Agustín de Mora Negro y Garrocho

Jacobo del Barco


Antonio Jacobo del Barco
Dissertación histórico-geográphica
sobre reducir la antigua Onuba
a la villa de Huelva
(1755)


...nos dolemos sin consuelo de las injurias del tiempo y de la incuria de nuestros mayores, pues no hallamos en Huelva algún pedestal, o mármol, que nos diga algo de su antigüedad, si fue Colonia, o Municipio, o theatro de alguna memorable hazaña. No obstante, tiene Huelva algunos mudos testigos de su antigüedad, que dan señas de que es heredada de la célebre Onuba. El primero es un Acueducto subterráneo, que celebra Caro, que lo registró por muy antiguo y que en su tiempo daba abundante agua; pero hoy, habiendo hecho vicio la obra, ha lastimado la cañería, que contiene la bóveda, y en especial en años secos padece el pueblo mucha escasez. Es obra muy perfecta y da indicios de ser de romanos, pues sabemos la habilidad que tuvieron en minar los montes, y la cañería es una grande y espaciosa mina, que taladra muy altos cerros, sin saberse el manantial de donde se conduce el agua. Igualmente se encuentra en este campo multitud de monedas del tiempo de los Augustos. Pero lo más singular fue haber hallado, cavando la tierra para hacer plantío de viñas, unos antiguos sepulchros que contenían dos o tres como candiles de barro muy cocidos y unos grandes botijones llenos de cenizas. Y si estos candiles aluden a las lámparas sepulchrales llamadas inestingibles, y las cenizas a la costumbre romana de quemar los cadáveres de las personas ilustres, arguyen mucha antigüedad estos inventos. Ultimamente se ha encontrado en estos días una medalla con characteres desconocidos, que conserva el mencionado Archde Kin, y que según los alpharetos que en su ensayo ha publicado don Luis Joseph Velázquez, erudito andaluz, parece que conviene el epígrafe a la Deidad que se veneraba en Cádiz. No insistimos en estas antigüedades sino para inferir en común hallarse en Huelva rastros de pueblo muy antiguo.

© A. Jacobo del Barco

Uberto Stabile (2 libros)



MALDITA SEA LA POESÍA
Uberto Stabile


Me gustaría ser un recién llegado a Huelva, un viajero que se asoma a ella y ensancha su admiración descubriendo la poesía que oculta este sur de sures, y saborearla más allá de los rancios tópicos con los que la perfilan los encargados del ramo, más acá de las manidas frases que alguna mente preclara –o postclara, vaya a saber– reinventa sin pudor. Abelardo Rodríguez versificaba esta pasión con elegancia: «¿Quién pudiera como tú / ver por vez primera esta playa?»; versos que encierran un deseo compartido de ver con ojos nuevos este paisaje con sus figuras, unas con brillo propio y otras rodeadas de luces a pilas para hacerse notar. «Maldita sea la poesía» responde al nombre de un libro de Uberto Stabile, al que un día habrá que reconocerle cuanto hace por la cultura en esta tierra. Se trata de una Antología hecha por el autor y por Ignacio Escuín, prologada por Ángel Petisme y publicada por Editorial Eclipsados. Se puede leer en la página 79 por qué llama Stabile «maldita» a la poesía: «Yo he visto / los mejores poetas de mi generación / desterrados, desheredados / ocultos en el fondo de los bares / y he visto sus miradas / como versos trepidantes / cabalgar hacia el final de la noche / y he visto su ternura descuartizada / por la abundancia de quienes les temen / y en su miedo los hacen grandes. / He visto la bondad en sus gestos / la rebeldía de un mundo / que no necesita ni ley ni orden para ser justo, / la testaruda razón de quienes a la vida / responden con la vida misma. / Yo he visto / una canción que no tenía letra ni remite / y ellos la entendieron. / Les he visto levantarse / contra los versos exquisitos y subalternos, / les he visto encadenarse a las excavadoras / para frenar la destrucción de su tierra / de su conciencia / y nadie los invitó a los palacios de Doñana / y mucho menos a editar poemas / bajo el sello hipócrita / de quienes lavándose la cara / ensucian el mundo. / He visto cómo se engañaban para seguir / perdiendo en un círculo de ganadores / como alacranes en mitad de un fuego / que desintegra y reduce / la inteligencia y el miedo. / Y por todo ello han sido procesados, / sentenciados, condenados / abocados a la indigencia laboral / y clandestinidad de la palabra. / Yo he visto / los mejores poetas de mi generación / romper versos a conciencia / "porque bien ya otros lo hacen / y no ha ocurrido nada". / En su profunda voluntad de cambio / en sus humanas contradicciones, / en su maldita y genial resistencia / frente al pensamiento único, / he visto los mejores poetas de mi generación / perder sus mejores oportunidades / y no ha pasado nada, / pues nada hay más digno / que ser coherente y efímero / en todo momento y verso, / esa maldita poesía que nos hace libres / frente a la tradición.»
Cierra el editor: «Sólo alguien que dedica cuerpo y alma a la poesía puede titular un libro que recoge la esencia de toda su carrera poética con una afirmación tan cargada de sentido».
Sí, me gustaría ser un recién llegado a Huelva, un viajero capaz de descubrir la poesía que oculta.
HABITACIÓN DESNUDA
Uberto Stabile 

Stabile, “fiel a sus orígenes, poeta de la transición y en transición permanente”, según Fernando Beltrán, es el polo opuesto a los brillos de neón y al alzavoz de tómbola de feria. Él se entrega “a la poesía sin miedo, sin pudor; con la gratitud y el respeto de quien se entrega, en la misma medida de sus sueños utópicos, a los demás”, dice Antonio Orihuela. Promueve cultura, reúne a escritores y él, que lo hace posible, apenas aparece; se le ve perdido entre bastidores, atento al mínimo detalle, pero sin dar resbalones por los pasillos del poder efímero con la puta pancarta del “yo, yo y mi yo”. Para Uberto –así lo he visto siempre-, el eje son los demás. No se dan casos así todos los días, hartos como estamos de tanto bobo de diseño, de tanto autobombo vacío, de tanto amiguismo, de tanta nadería revestida de estupidez y de plagio –repito- inmisericorde, vergonzante. De Stabile, en el que “la irreverencia, el humor, la ironía, la rabia y la permanente sugerencia son sus herramientas más efectivas”, según José Eugenio Sánchez, hablamos los demás porque es merecedor de miles de palabra por el cúmulo de cualidades que lo tienen por centro, porque, como dice Ángel Petisme: “Cuando uno conoce a Uberto Stabile entiende por qué a los soñadores de mapas nunca les tiembla el pulso bajo el crepitar de las velas”. Hoy se habla de él con la alegría añadida de haberse publicado en Ediciones Baile del Sol, de Tenerife, su libro de versos Habitación desnuda, una antología que abarca desde 1977 a 2007, de la que, por ejemplo, dice Alfons Cervera: “He leído estos poemas como los leí siempre: con la seguridad de que siempre hay un cuchillo dispuesto a agrandar con su filo las dimensiones de la belleza: desgarrándola. Es la poesía que me gusta”. Uberto Stabile “es poeta, pero le hubiera gustado ser la lengua de Mick Jagger o el mod de Quadrophenia”, escribe Juan José Téllez. El poeta, ya queda dicho, no habla de sí mismo. Aparte de otras voces, es su poesía la que habla por él y en la que entraremos en la 2ª entrega de esta breve reseña de su libro. De momento, cerremos esta primera con la cita que lo abre, escrita por Antonio Escohotado, y que nos da un norte de su pensamiento: "De la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción, elijo yo aquello que pueda o no cruzar esa frontera, soy un estado soberano y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país".

© Manuel Garrido Palacios

José Sarria





INVENTARIO DELLE SCONFITTE
José Sarria






“Le dije que se equivocaba, / que yo no tengo pedigrí / ni sangre azul, / que mi visa no da / para más de cien euros / y que nunca podré asentar la cabeza. / Le seguí detallando mi currículum / de perdedor, las credenciales de exilado / perpetuo. Le mostré los documentos / que me validan / como un desheredado de larga duración. / Le expliqué, sin titubear, / mi teoría sobre el largo plazo / y el día de mañana. / Intenté convencerla / de que a mi lado no tendría / más patrimonio / que un incierto futuro, / y a pesar de ello, / prefirió apostar por la aventura / de acompañarme. Desde entonces / ya no he necesitado a nadie más / para compartir este / inventario de mis derrotas”.
Este libro de Poesía trae el latido entre los versos. Digo Poesía con mayúscula para apartarla del ripio subvencionado, del insufrible “¡Oigo, PatrIa, tu aflicción!”, de las odas al descubridor y de la efímera moda, “Sé que no estaré muerto / mientras pueda vivir en tu memoria; / por eso estos poemas”. Un lector de Poesía que ponga empeño en entender un lenguaje que va desde la cima excelsa hasta el envilecimiento de la palabra, sabe que el Poeta cabal no requiere anuncios, ni pastar a la sombra de trapicheos con los que alimentar su historia, ni vestir galas que tanto marcan lo que no es por dentro. A José Sarria, Poeta, le basta con decir: “Escucho mi silencio y descubro / derrotas de una vida que han servido / para ir tejiendo / con paciencia infinita, con la firme / esperanza de las causas perdidas / esta tristeza que tanto me gusta: / la esencia de mis actos, lo mejor de mí mismo”.
Viene todo esto al hilo porque ando metido en un trabajo sobre el tema y he retomado varios libros, entre ellos, el de José Sarria: “Tratado de amores imposibles” (Ed. Libertarias) en el que las posturas banales citadas se colocan al fondo de baúl de lo inútil para compartir con quien lo lea, aún en los tiempos que corren, algo tan complicadamente sencillo como es la Poesía. Uno, que no es más que un viajero que se embarca en unas páginas abiertas, disfruta del íntimo paisaje que ofrecen a ver si alcanza la isla que el libro propone.
José Sarria se interna en el mar del amor desde el primer respiro, a sabiendas de que “ninguna pasión perdura / el número de cada noche”. Y con ello se asiste a una travesía por las formas de amar o desamar que, no por eternamente arcaicas, dejan de sorprender. Página a página, como un paseante por cubierta, ve que “un amante novicio pide a la amada que le muestre su corazón, y ella se abrió una brecha en el pecho con puñal de plata”. Luego le ocurrió -a ella o a otra- que “no pudo detener su herida y el alma se le quebró en mil pedazos”. Al fin, “se ahogaba con la última tempestad”, porque “no hubo terapias, remedios ni pócimas con que calmar su dolencia”, aún con las manos aferradas “a unas viejas cartas de navegación”. A pesar de la mortal singladura “nadie dio crédito a su historia”, y menos cuando ya fue sólo espíritu para “transitar entre los caballetes de los jóvenes pintores”.
Conoce el Poeta que todos los amores son el amor, por lo que su libro, que parece contener muchos amores, deja ver que sólo un amor lo habita. Veamos el árbol del poema XV, en cuyo viejo “tronco se pueden leer inscripciones de amores eternos”, a pesar de los otoños, de las podas, de los nidos o del resurgir de su propia muerte cada primavera, porque “el amor, como todo lo imposible, es lo único real”.
Tan real es esta entrega poética de Sarria que ha hecho que un escéptico en activo navegue por ella hasta la isla donde “el hombre había estado tan cerca del amor que su corazón estuvo a punto de acabar carbonizado. // He vivido, he amado a mil mujeres. Las hubo transparentes, gráciles, esbeltas o graves y sombrías como los abismos. Mujeres de caderas infinitas, de pechos adíanos y cabellos dorados. Mujeres que me llevaron en sus brazos a otros mundos y otras que me hicieron descender a los infiernos. Mujeres de fina porcelana, dúctiles, asequibles para el amor. Mujeres convexas, atrevidas, de palabras ligeras, mirada franca y hermosa piel. Mujeres que se deshacían con el aire y se evaporaban al salir el sol. Mujeres de una noche o de una vida. De todas ellas aprendí que una mujer desnuda es capaz de desbaratar, aunque sólo sea por un instante, el rostro de la muerte”.

© Manuel Garrido Palacios

José María Cumbreño






RETÓRICA PARA ZURDOS
José María Cumbreño




PREGUNTA: “Dicen que a quien le han amputado un brazo o una pierna le sigue doliendo de vez en cuando el miembro perdido. Lo mismo les ocurre a los poetas inéditos con los libros que no han escrito”. El párrafo sale de Retórica para zurdos, obra reciente de José María Cumbreño (Cáceres, 1972) autor que la perfila como…
RESPUESTA: …un repaso de todos los textos metaliterarios que han aparecido en otros libros míos, lo que la convierte en un conjunto misceláneo en el que la poesía, la narrativa condensada y el ensayo se confunden. Además incluye una serie de inéditos en los que escribir con la mano izquierda constituye un ejercicio subversivo.

P: “Escribir ocultando más de lo que se muestra”.
R: En la literatura lo que se cuenta no es que no sea la verdad, sino que ni siquiera es una parte de la verdad. El escritor sensato sabe que si, por casualidad, lo que escribe se correspondiese alguna vez con lo que realmente quería haber escrito, en ese preciso instante (y para siempre) tendría que dejar de escribir.
P: ¿Podría tomarse también como incapacidad para expresarse o por un no querer darlo todo?
R: Prefiero pensar que se trata de una manera de ocultarme para intentar saber quién soy. Sólo detrás de una máscara se puede ser realmente sincero.
P: En este marco en el que nos movemos, ¿para qué sirve la poesía?
R: Hay quien dice que para nada. Hay también quien asegura que es imprescindible. Probablemente ambas afirmaciones sean verdaderas y falsas al mismo tiempo.
P: Otros añaden que es para sacar fuera algo que duele dentro; que es como una catarsis. Digamos que cada cual cuenta la fiesta según le va.
R: No me gusta la idea de la poesía como desahogo. En mi opinión, más que sacar la basura, la poesía construye una casa en la que se vive protegido de la intemperie.
P: Publicar poesía, ¿no es presentar en cierto modo el alma desnuda?
R: Era una manera de entender la poesía en el Romanticismo. Sin embargo, la poesía es también (y sobre todo) un género de ficción.
P: Hay días que no se está para nada, ni siquiera para la poesía.
R: Incluso en esos días la poesía está ahí si uno la necesita.
P: Ya que la poesía es capaz de mover el mundo, si te dieran una palabra como punto de apoyo…
R: …es probable que me cayera.
P: Escribir y escribir y el viento lamiendo las pisadas. Pasa el tiempo, se lleva las palabras, deja el eco de lo que se dijo, de lo que se escribió. Es como sembrar esperanzas en qué.
R: Esperanzas tengo pocas, la verdad.
P: Leyendo tus poemas tenía puesto un concierto para piano de Haydn, especie de cortina sonora que te aisla para centrarte más. ¿A la hora de escribir te planteas también esta necesidad?
R: Con dos niños en casa resulta imposible. Antes era un maniático para escribir: siempre a la misma hora, siempre en el mismo sitio, siempre en silencio absoluto. Ahora no me queda otro remedio que leer y escribir en medio de una casa llena de ruido, a saltos, con dibujos animados permanentemente de fondo.
P: Uno de tus versos describe al poeta como prestidigitador, cuya varita mágica… ¿acierta o confunde?
R: Prueba, ensaya, tantea.
P: La poesía puede estar dentro y fuera del verso.
R: En muchas ocasiones, nada tiene que ver con el verso.
P: Cada poeta tiene su ámbito, su mundo interior, del que parte.
R: El ser humano tiene de sí mismo un concepto demasiado elevado, porque, en cuanto se descuida, piensa que es distinto a los demás.
P: ¿Se nace o se hace el poeta? ¿Cómo sucede?
R: La poesía surge en el momento en que aprendemos a ver cuando miramos.
P: En realidad, ¿para quién se escribe poesía?
R: Como diría el cartero de Pablo Neruda: "La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita".
P: Si tuvieras que entresacar un texto de “Retórica para zurdos” para compartirlo y así cerrar esta página…
R: Sería el libro entero, pero ciñéndome a uno, puede ser el que titulo Amor cortés, que dice: “A pesar de todo, era preferible amar (aunque a uno no lo amasen) a no amar (aunque hubiera alguien que estuviese loco por nosotros). Una vez que esto había quedado claro, el enamorado adquiría categorías distintas en función de lo que iba consiguiendo. Si bien, literariamente, hay que admitir que resultaba mucho menos interesante la fortuna del tímido vencedor que el infortunio del audaz vencido”.


DICCIONARIO DE DUDAS

“Apuntar las dudas en un cuaderno, / colocarlas una detrás de otra / me ayuda a dormir, / aunque sé que me tranquilizo / con un engaño, / porque, cuando se ha estado cierto tiempo / inventándole límites / a la incertidumbre, / se acaba no distinguiendo / la verdad de la retórica. / También hay quien camina / tratando de no pisar / las junturas de las baldosas / o quien no cruza la calle / hasta que no pasa un coche rojo”. Vale decir que hoy trazamos poemas, entre otras expresiones, igual que “los ejemplares de homo sapiens peor adaptados se pasaban el invierno inventando símbolos que amansasen su miedo”.

El poema no es el límite. El lenguaje lo es. El poema intenta, consigue, a veces, rasgar la marca del límite, decir más de lo que se pretendía. Es el lenguaje el que se para si no hay horizonte que alcanzar, duda que abrir. “La partitura se explica por oposición al silencio”. Bendita la duda que acelera el latido, que crea un paisaje de niebla, que pinta el aire de lo inesperado, que define el escribir como “enhebrar una aguja con los ojos cerrados”. Si sumamos a esto la dificultad que entraña al tratarse de Poesía, la duda hace que te sientas por dentro, que extrañes tu presencia en mitad del misterio de la vida, que te sitúes junto a “una señal donde se leen los nombres de varias ciudades y las distancias que hay que recorrer para llegar a ellas. Dividirse, bifurcarse, ramificarse. Un lugar que es ningún lugar y es todos los lugares a la vez”.
A José María Cumbreño le ha editado Calambur su poemario Diccionario de Dudas: “El lado hacia el que miro delante del espejo no es el lado hacia el que mira mí imagen reflejada”. La duda habita en sus páginas, y el poeta, que sabe que “es posible irse de un lugar y no abandonarlo”, une duda y diccionario porque “una y otro intentan lo mismo: descarnar la palabra hasta llegar a su esencia”, aunque la más simple duda pueda eternizar un instante. Todo esto dicho en verso convierte el lenguaje en traducción simultánea del sentimiento, algo así como “oírse a uno mismo, hablar en otra lengua con la sensación de estar oyendo a otra persona”.
La duda habita en el papel con “la tensión del arco y el arquero, / el blanco y la flecha”, con el temblor último, decisivo. De la tensión de la duda nace este hermoso libro: “el cuaderno abierto como una llanura sobre la que llevase años sin llover. Miro mi lápiz afilado entre el índice y el pulgar esperando que en algún momento tiemble”. El autor lo plantea entero sin que la gran sombra abandone una página, despejando la duda de que “estudiando las relaciones entre una consecuencia (si la hay) y sus causas (si existen) se puede llegar a una conclusión determinada y también a la opuesta”, señalando el ámbito de la indeterminación al decir que si “la forma más perfecta [resulta] ser la del cero probablemente no signifique nada y sea mi imperfección la que le otorgue un significado”.
José María Cumbreño (Cáceres, 1972) Filólogo, ha sacado antes Las ciudades de la llanura (2000), Árbol sin sombra (2003), De los espacios cerrados (2006), Estrategias y métodos para la composición de rompecabezas (2008) y Teorías da ordem (Antología bilingüe española-portuguesa), aparte de colaboraciones en varias revistas especializadas: Turia, El Extramundi, Reloj de arena, Müsu, Diversos o Espacio / Espaço Escrito. Es Premio de Poesía Ciudad de Badajoz y de Narrativa Breve Generación del 27. Es profesor y dirige la colección Litteratos en Llttera Libros. Pero sobre los fríos datos, José María Cumbreño emerge como poeta, claro poeta a flote en el mar de la duda, de las dudas… esos imperceptibles puntos suspensivos que “según las gramáticas […] sienten temor, se asombran. Dejan frases a medio terminar. Son nerviosos, inseguros. Se colocan al final de las listas, enumeraciones e inventarios donde hacer recuento de lo que se tuvo o se ha sido, donde añorar lo que no se tiene o no se es”.
“Al narrador, por si acaso, no conviene tomárselo demasiado en serio. Porque no siempre resulta fácil descubrir cuándo es él mismo y cuándo un personaje”. Lo cierto es que el lector comparte sus dudas convencido de que “mientras se traza un círculo se conoce la calma”, que viene a ser la sensación de que tanto somos lo que hemos hecho como lo que hemos dudado. ¿O no?

© Manuel Garrido Palacios