UN MOMENTO MÁGICO

A PIE DE OBRA

En ciertos actos humanos hay un momento mágico que permite conectar con 'lo divino’ aunque sea 'la efímera eternidad de un instante’, según el verso de José Manuel de Lara. De no ser así, los habitantes de ese Olimpo idílico protestarían ante la invasión que se les vendría encima al grito de ‘¡Esto es mío! ¡Viva no sé qué!’. Estos seres misteriosos –quizás representados en los ídolos del yacimiento Orden/Seminario/Torrejón– no se mezclarían así como así con los que ocupamos este laberinto nuestro; no nos iban a consentir pasar su umbral con la desorganización que hemos creado y padecemos, cargados con lastres como el ‘¡Y tú, más!’ de turno, peroratas de púlpito o tribuna o consignas sobre el camino de la verdad y eso.
          Pero a veces en ese ámbito se abre un postigo para otear el panorama y, sin avisar, se produce un momento mágico en el que intuimos que no todo está perdido. El miedo y la esperanza juegan su partida, hacen tablas durante la breve eternidad, los humanos nos estremecemos y después, a sensación gastada, cada mochuelo busca su alcaparra.
          Hoy se ha producido este fenómeno y lo reseño. A la hora prevista llegó la gente a la concentración, se repartieron pegatinas, se caminó hacia la excavación del expolio y todo se desarrolló según guión: sonaron los megáfonos, se movieron los grupos, se dijo el motivo de estar allí y, cuando el acto abocaba a su final, surgió la feliz idea de rodear con una cadena humana los yacimientos arqueológicos atormentados por las excavadoras. Fue ahí, ante el escenario en el que estaban –ya no todos– los viejos ídolos, cuando se hizo un silencio que parió un grito unánime, a coro limpio, para decir que se honraba una memoria propia, unas creencias propias, unas raíces propias, no venidas ni impuestas, sino propias, tan propias, que ese gesto colectivo propició el gran momento mágico capaz de unir voluntades para proteger todo un sentimiento común, que parece poco. Fue una pacífica ‘toma’ por parte de los que rodeaban aquella tierra, del contenido espiritual guardado durante milenios para un día señalado. Lo que quedó luego fue la fragancia del suceso tallada en la memoria, la misma que intento traducir a palabras a pie de obra.

© Manuel Garrido Palacios