Julio Alvar

CANCIONERO POPULAR ARAGONÉS
Julio Alvar
Col. La espiga dorada


PRÓLOGO 
(En memoria de Janine)

Dice Juan Ramón Jiménez en El viaje definitivo: 

Y yo me iré.
Y se quedarán los pájaros cantando. 

La esencia de uno de los poemas más bellos que se hayan escrito, impregna lo que dicen, sin decirlo, las voces que sacan de sus memorias lo que conocemos como canciones populares: «Y yo me iré», pero los nuevos vendrán a recoger este testigo sonoro de una época para que otra generación sepa que, a pesar de todo, cantábamos. Cada canción es un nexo, una seña de identidad, un eslabón que une el pasado con el futuro a través de este presente que responde a otro verso: 'Pero lo nuestro es pasar'. Hasta es posible que alguien, aunque no entone ninguna de las canciones, pase por el pueblo, ponga oído, las recoja, las siembre sabe Dios o las fije en el papel, evitando que algo tan indefenso como un eco ayer ande a saltos por la Historia en manos que no aciertan a darle el sitio que merece. ¡Cuánta riqueza de este tipo se perdió por ignorancia o por ese desinterés que es puerta del olvido! La tradición oral es herencia común que pasa por nosotros camino de los que asoman por la esquina del tiempo, y los Cancioneros son colecciones en verso de los sentimientos expresados sobre los hechos que componían la vida, sin que fuera necesaria la rúbrica del autor. El pueblo suele firmar como «Anónimo», que es el nombre más repetido en las obras que nos han llegado. Mayor honor no cabe para un humilde canto que el de ser no-firmado por ese «Anónimo» que representa al ingenio popular y queda marcado como patrimonio de todos. Y aunque lo nuestro sea pasar, es bueno que usemos nasas menudas y sensibles para retener lo que podamos de toda esa herencia, según el Maestro Correas: «Trabajosa en ganar, medrosa en poseer, llorosa en dejar», en vez de dejarla ir, como los ríos de Manrique: 'A la mar, que es el morir'. Para unos, lo que se canta afecta al ámbito social, a las lindes geográficas, une al clan, define al grupo, es parte del ritual colectivo y responde al verso machadiano dedicado a la guitarra: 

Siempre que te escucha el caminante
sueña escuchar un aire de su tierra. 

Para otros es un material virgen, una fuente que no deja de manar, en la que suelen mojar la pluma para activar su inspiración literaria; hay que decirlo: no siempre con ese «respeto imponente» exigido por José Carlos de Luna, ni con el tacto necesario para asumir que «Así es la rosa». Al hablar de tradición me extiendo a lo que es artesanía, música, juegos, costumbres: formas insertas en el ciclo vital de los pueblos. Al centrarme en los Cancioneros, aparte de los ejemplos puntuales que ofrecen obras maravillosas como el Thesoro... de Covarrubias, Autoridades..., y tantos libros que los traen diluidos en sus páginas, podría citar los dedicados en exclusiva a recoger canciones, como los de Amberes, Upsala, París, Palacio, Baena, Reales, Salamanca..., hermosos manuscritos que descansan en los anaqueles de las grandes bibliotecas, con su pátina de polvo de Historia posado en sus cubiertas, además de los temáticos, regionales y locales, que abarcan un repertorio de versos que son regalo para el paladar expresivo por transmitirnos con garbo sentimientos y emociones básicas como el asombro de estar en mitad del misterio de la vida, dichas en un sitio concreto, pero con valor universal. Es fácil que al registrar un documento oral en un pueblo aseguren los informantes: «Esa canción es de aquí porque la cantaba la tatarabuela de mi abuela». Es suficiente. Un periodo de tiempo así de claro hay que interpretarlo como significante de «siempre», aunque cualquier siempre sólo sea un arañazo en la Historia, y ésta, a su vez, con todos sus siglos a cuestas, no pase de ser la visión cantada por el poeta Lara: 'La breve eternidad de un instante'. En este paisaje general se encuadra este Cancionero, uno de los muchos y excelentes trabajos de Julio Alvar, hecho a la vez que dibujaba las rutas del ALEA, junto a su hermano Manuel, o ensanchaba su saber en pueblos primitivos, o detectaba mil formas de latir por la misma cosa en otros mundos que, por lejanos que parecieran, no dejaban de estar en éste. Por eso él prefiere ser llamado Etnólogo, no Antropólogo, aunque desde el afecto, quien le escribe estas líneas lo llamaría sabio a secas. Sabio de campo más que de gabinete. Sabio de todas las técnicas que lleven a retener pálpitos, modos de entender la vida. Resulta una delicia leer sus trabajos sobre El cine como instrumento de la antropología en su mirar hacia otras culturas, o Los purépechas, o La Cultura Popular y el dibujo etnográfico, etc. Este Cancionero popular aragonés, libro que bien podría llamarse Cancionero de Alvar, contiene cancioncillas que arraigaron en pueblos de Zaragoza (su cuna) Teruel y Huesca (San Juan de Plan, Híjar. Abizanda, Almudévar, Caspe, Berbegal, Torla, Aniño, Cañada de Vench, Tramacastiel, Monreal, Jorcas, Huesa, Blancas, Calanda...) y otras ya más extendidas por la geografía española, a las que suma textos que hablan de santos: Antón, Bartolomé, Blas, Valero, Águeda, Pilar, de milagros y misterios dolorosos, o de temas como el suceso de Agustinica, la descripción del arado, El piojo y la pulga, el romance de La loba parda, que en Terriente es colorada, La Matilde, El reloj, La infanta cautiva de Valdeoliva, cuyo raptor resulta ser el hermano, o el lance de la dama apoyada en el antepecho del balcón que recibe proposiciones del caballero que la mira. De todo esto trae sus versiones locales, aparte pastorelas navideñas, letras carnavaleras, de la matanza, de juegos infantiles de comba o rueda, incluso copia un epitafio en verso de 1840 que ve en el cementerio de Teruel, sin olvidar algún conjuro contra el granizo y seguidillas como la que recoge en Ballobar:

Cuando mi madre cierne,
yo me enfarino
para que diga la gente
que yo he cernido'. 

Las canciones han estado ahí todo ese «siempre» al que aludí , y los Cancioneros las han reunido para que no se perdiera algo valioso que no existía mientras no se cantaba, cosa que ha ocurrido en tiempos buenos y en tiempos malos, o sea, cuando se podía cantar libremente o cuando para sobrevivir a los lobos del poder y de la censura había que ahogar ciertas expresiones genuinas: no más que simples canciones oreadas en la plaza, en la posada o en la intimidad; el pecado estaba en que eran fruto de labios dispuestos a ser espita por la que el alma popular expresaba algo que el poderoso, con toda su carga externa, no tenía. «Y yo me iré». Cuando se apague la luz y no quede nadie de hoy, ni los que cantaban o gastaban su tiempo en recoger los cantos, ni los que prohibían cantar, o los que los imponían, o los que aprovechaban lo secularmente cantado en beneficio propio, bien podrían entonarse en honor del de Alvar y de todos los Cancioneros lo que trae en Antología Rota el zamorano León Felipe, que tanto sabía de pueblos, dedicado a quien persiguió toda canción no apta para oídos de dictadores. Versos tan vigentes ayer como hoy: 

Hermano... tuya es la hacienda... 
la casa, el caballo y la pistola... 
Mía es la voz antigua de la tierra. 
Tú te quedas con todo 
y me dejas desnudo y errante por el mundo... 
mas yo te dejo mudo... ¡mudo!... 
¿Y cómo vas a recoger el trigo 
y a alimentar el fuego 
si yo me llevo la canción? 

© Manuel Garrido Palacios

Raquel Rico

RESPLANDOR
Raquel Rico
Ed. Renacimiento
Sevilla

“Nada tengo que hacer / mientras tú no me llames. / Me esfuerzo cada día / y cumplo diligente / horarios y tareas, / mas ese hacer es nada. / Cuando al fin tenga un nombre / que salga de tus labios / y sepa que me esperas, / cada paso del viaje / será por fin camino / y destino / y certeza, / pues sólo a ti me debo”.
Raquel Rico, Profesora de Historia del Derecho de la Universidad de Sevilla, obtuvo el Premio Nacional María Espinosa con poemas de su obra Conciencia del instante y el Luis Cernuda con Miradas. Luego publicó De par en par, en Pre-textos. y Miscelánea italiana, en Signum Edicioni d’Arte.
Resplandor es un poemario dividido en tres partes: 1, A dos voces, 2, Dos amores me habitan y 3, Lugares. En el propio enunciado de estos capítulos se encuentra la esencia de toda la obra: paisajes con el amor de fondo. En cuanto a la forma, la autora cuenta que en 1999 tuvo acceso a una edición de los Sonetos de Shakespeare en la versión de Carlos Pujol, publicada por La Veleta de Granada. Conocía otras traducciones que la habían acompañado en el viaje de su vida, pero fue esa la que despertó en ella la emoción iluminada, inexplicable, que se produce cuando palabras ajenas enseñan a identificar con precisión los sentimientos:
“Las palabras que escojo, / las que buscan nombrarte, / me tiemblan en la pluma, / no quieren escribirse. / Se retuercen dramáticas, / temen ser desmedidas, / excesivas, inútiles, / mi amor las avergüenza. / Y yo, también cobarde, / trivializo la hoguera / que me reconcilia con el mundo, / renuncio a describir cupidos / que enrojecen mi corazón / con la inocencia de la felicidad, / a la aventura / de nombrar un instante / que es tempestad y puerto, / delirio y armonía”.
Todos los poemas incluidos en el primer tramo: A dos voces, son, además, el resultado del reto de utilizar versos de Shakespeare como temática y punto de partida de sus propios poemas; versos, palabras que se integran en el texto o aparecen como cita que lo justifica. Se advierte, por tanto, ecos de los sonetos 10, 17, 52. 57, 58, 65, 71, 92, 97 y 147.
El poema ‘Oscuro, herido, insomne y memorioso’ tiene su historia aparte. Escribe Felipe Benítez Reyes en su libro Vidas improbables que “al endecasilabita Servando Meana, su ambición por concebir una obra memorable le impedía terminar unos poemas que, en el mejor de los casos, se agotaban en un par de versos”. Raquel Rico propuso a los alumnos de un Taller de Poesía que intentaran continuar algunos, y ella escogió éste:
“Oscuro, insomne, herido y memorioso... / vaga el amor que tuve y ya no tengo. / Oscuro porque es negro el laberinto / en el que busca hallar la luz de entonces. / Insomne porque el sueño ya no logra / que mis ojos descansen en los suyos / y herido el corazón late despacio / aguardando que el día por fin llegue. / Memorioso, el recuerdo no abandona / a quien tuvo la dicha de tenerle, / a quien vivió con él en la esperanza”.
Una cita de Natalia Ginzburg: “La única verdadera riqueza del hombre es una vocación”, late a lo largo del libro en el sentido de amar y de expresarlo con la más bella herramienta humana: la palabra. Raquel Rico escribe:
“Porque es tuya mi vida / y tuyo este presente / sin ti, sin mí, sin nada, / te espero cada día. / La ciudad es la misma. / Tiene calles sagradas / que demoran mis pasos, / renacen los jazmines / y la luna suaviza / la noche y la distancia. / Cada rostro es el tuyo. / Hay quien dice palabras / que un día me dijiste, / misteriosas sonrisas / que me enseñan tus dientes / y otros ojos me miran / como tú me mirabas. / Porque sé, porque creo, / porque viví contigo / la certeza más alta, / esperar es lo mío / y en ti mi confianza”.
En suma, “nombradas las palabras”, convencida de que “como un cofre es el tiempo / en que tú estas ausente”, Raquel Rico ofrece en su libro esa porción de misterio poético que hace visible el amor dentro de cada alma, ese no sé qué tan único que contiene la poesía y que ella comparte quizás para “que esta tinta tan negra / pueda hacer que mi amor resplandezca por siempre”.

© Manuel Garrido Palacios

Luis Delgado

AS-SIRR
Luis Delgado


El disco As-Sirr, de Luís Delgado, se abre como si lo hiciera en la tela El cielo protector, de Bernardo Bertolucci, o en la letra impresa The Sheltering Sky, de Paul Bowles. La magia de su música sabe a pregón, rezo, mantra, latido, pulso, canto antiguo que da la vuelta al tiempo y renace. Suena hoy en el estudio mientras escribo y deja desfilar por la mente llanuras infinitas, coincidencias de memoria, lejanías que quedaron flotando en los siglos para venir a fijarse en esta obra con vocación de ser compartidas. Es música, es aire, es imagen de palmera proyectada en las murallas de una ciudad árabe. Luis Delgado reúne a Mohamed Serguini el Arabí, María Luisa García Sánchez, Yammal Eddine ben Allal, Jaime Muñoz, César Carazo, Cuco Pérez, Javier Bergia más los que trabajan en la sombra, y talla esta pura sensación sonora dividida en diez temas: El jazminero, sobre un texto de Abu Utman ibn Luyun, del siglo XIII, que dice:

Tiene esta dulce gacela
dos jardines en su cara
y en su talle floreciente
brillan redondas granadas.

Albo Diya, sobre un texto del siglo XI, de Abul Abbas al-Ama al-Tutili, cuyos versos cantan:
Lo que ese talle de palma
carga sobre mí, me abruma.
Que yo vele y ella duerma
me conduce a la locura.

Asa Sanarey, siglo XI, de Abu Bakr Muhammad ibn Arfa Ra-so: ‘¿Qué le hice a esos ojos rasgados / y a ese pelo, di, / que quieren mi sangre y se empeñan / en verme morir?’. ¡Ya, corazón!, sobre un poema de Isa ibn al-Labbana al-Dani, siglo XI:
Su amante una moza fuese a despedir
y, al alba, llorando por verlo partir
del mar, a la orilla se puso a plañir.

El Tesoro de Fustat, canción en memoria de Ahmed Abdul Malik (1927-1993). Bilaya, con música y texto de la tradición andalusí:
Por Dios, brisa de los enamorados
te ruego que soples hacia allí
donde residen las más hermosas.

As-Sirr, que da nombre al disco. Gaybatuk, también tradicional:
Tu distancia me entristeció
y vi cómo mis ilusiones se alejaban.

Duna luminosa, sobre un texto de Muhammad ibn Ubada al Qazzaz al-Malaquí, poeta del siglo XI:
Vino son sus ojos,
su mejilla huerto,
rojo oro su boca
arrayán su cuerpo,
magia sus palabras,
su unión, el contento.

Y la última, El increíble viaje de Muqadaam Mwafá. Parece ser que la forma ‘muwaxaha’ surge en el siglo IX merced a un poeta llamado El ciego de Cabra. Tantos años después, tras hallazgos casuales, rebuscas e investigaciones de eminentes arabistas, van recuperándose muestras para leerlas o ser musicadas, como ha hecho Luis Delgado en este excelente As-Sirr, que se puede escuchar durante horas mientras se trazan palabras, o se inventan cuentos, o se pregunta a los sabios o se sueña despierto. Tanta recuperación no queda sólo en una paleta de colores sonoros, sino que retrotrae al ámbito de un viaje maravilloso por un campo sembrado de sensaciones tan viejas, que parece que siempre estuvieron ahí, esperándonos, como voces herrumbrosas que resbalaban hacia el olvido y que, gracias al laboreo de artistas como Luis Delgado y su gente, vuelven con nosotros como parte de un común patrimonio inmaterial.


© Manuel Garrido Palacios

George Martin

George Martin with William Pearson
SUMMER OF LOVE
(THE MAKING OF SGT. PEPPER)
First published 1994 by Macmillan London

JOAQUÍN SOROLLA

JOAQUÍN SOROLLA
Fragmentos de las cartas que Joaquín Sorolla (1863-1923) escribe desde Ayamonte cuando pinta La pesca del atún (1919) para la Hispanic Society of America, Nueva York. Ref. La vida y la obra de Joaquín Sorolla, de Bernardino de Pantorba. Ed. Extensa, Madrid 1970.
"... este viaje es un calvario. Estoy cansadísimo. Confieso que ya no tengo edad para aguantar estas cosas. En Ayamonte podré pintar el límite de España, con algún elemento portugués... He estado buscando local. Un vía crucis que me ha dejado fatigado. Ayamonte es igual a Tetuán; tiene el mismo color; sólo faltan los moros. No sé si lo que voy a hacer quedará bien o mal, porque no tengo gran entusiasmo por nada; sólo tengo cansancio, vejez y tristeza; Pídele a Dios por mí. [...] Ayamonte, con Portugal al fondo y las pesquerías del Océano, creo que explicarán sobradamente el haberlo pintado... Me he quedado a vivir en el Hotel Márquez, posada con honores de casa de huéspedes [...] Estoy satisfecho, porque el cuadro puede ser hermoso y de gran vigor. Además, no me mareo casi nada; tenía por esto gran preocupación. [...] Esta obra es difícil, pero, más que nada, yo no tengo la fortaleza de movimientos que antes tenía. Es la vejez, y no debo enfadarme. [...] Hoy quedó definitivamente [el] cuadro compuesto; tiene fuerza emocionante. [...] Ayer trabajé mucho, y así se le dio un avance al cuadro..., pero necesita muchos todavía. La obra va bien. No hay sino tener paciencia, y que Dios cuide de mi salud, porque mi espíritu flojea mucho y el descorazonamiento me produce temor [...] Cuando me doy un atracón fuerte y pinto con intensidad, el cansancio me produce una alegría celestial y una satisfacción inmensa: la del hombre que cumple con su deber, y los sacrificios que hago los tengo ultracompensados. [...] Se nota ya lo que va a ser el cuadro; da gusto y estoy contento. Es difícil; es enojoso [...] pero el coscorrón lo vale; además, yo no puedo pintar de otro modo, aunque me devane los sesos... No llegas nunca a la copia de la verdad... pero la tienes delante... y sin querer, algo coges. [...] Ayer no solté la paleta en tres horas seguidas, y estaba muy excitado y cansadísimo, por la lucha, el calor y el ruido, porque el cuadro lo pinto dentro de la fábrica de Feu, que tiene una puerta sobre el río, y puedo pintar todo directamente del natural: barcos, río, personas y atunes... Como me habían dejado para pintar cuatro atunes muy grandes, y el calor se siente, tenía prisa por terminarlos antes que se estropeasen. [...] Espero que todas las figuras quedarán mañana tapadas de color. El cuadro es hermoso de composición, y quizás el más valiente de la serie. [...] Todo va marchando bien; el cuadro, adelantado, y más lo estaría, si no fuese por el deseo de hacer un arte que es siempre difícil [...] en fin, ya que es el último, no hay para qué lamentarse ahora; seguiremos y, Dios mediante, saldremos victoriosos. Ayer estuve nervioso, porque cuando vino el modelo, algo tarde, el sol daba ya en el agua, y me cegaba, y no podía saber cómo tenía el modelo la cara; como la cabeza es grande, no podía dejar una simple mancha violeta; quise enterarme y vino el disgusto; perdí el verdadero tono y empecé a tantear y cansarme, para que, al final, comprendiese que había perdido una tarde. Pero ¡he aprovechando tantas en esta obra! ¡Me he dado tantas alegrías... de resistencia! [...] Hoy, día de San Pedro, he dado la última pincelada del cuadro..."
© Joaquín Sorolla
Joaquín Sorolla
Paseo del faro. Biarritz (1906)
Exposición:
Sorolla y Estados Unidos
Salas Recoletos · Fundación Mapfre

Museum of Fine Arts. Boston. Colección Peter Chardon Brooks Memorial. Donación de la Sra. de Richard M. Saltonstall. Photograph © 2014 Museum of Fine Arts. Boston. La exposición ha sido organizada por el Meadows Museum, SMU, The San Diego Museum of Art y FUNDACIÓN MAPFRE. La contribución de The Hispanic Society of América ha sido crucial para el éxito de la muestra. El proyecto ha podido llevarse a cabo gracias a la generosa donación de The Meadows Foundation. 

Ricardo Baroja

Ricardo Baroja
Minas de Río Tinto, 1871-Bera de Bidasoa, 1953
La meta de Porthu, 1928

Toulouse-Lautrec

Sketch for a Portrait of a Lady
Henri De Toulouse-Lautrec
(1864-1901)
The Courtauld Gallery. London

Pateros

ROCÍO 
(Crónica intemporal)
Manuel Garrido Palacios

Sabe más que la experiencia
y es su cabeza un granero
de sentencias atinadas
en caza de pato y ciervos.
Es yegüerizo de oficio, 
pero aun es mejor patero.
(El cabestreo. A. C. Bocanegra)


A Luis García siempre le debo una cerveza, o tres, sabe Dios. Nunca le saldo la deuda porque su riqueza humana es tan grande que con lo único que se le puede corresponder es con el aprecio. Igual lo encuentro haciendo esculturas en su casa (aves en vuelo o al borde del nido), que anillando zampullines en la marisma, que censando aves desde la avioneta, que a pie del Toruño, bajo el gran acebuche, intercambiando datos con Héctor y otros ornitólogos. Hoy me va a contar cómo era la vida de los pateros: ‘O lo que es lo mismo: los que matábamos patos antes de ser conservacionistas’. Luis es el quinto de una familia de diez hijos. Sus her¬manos mayores aún matan patos, como su padre; sus menores ya no matan, como él. Antes de proteger al pato iba para patero, pero le cogió amor a la marisma y se distanció de sus mayores: ‘...ellos ya disparaban con escopetas chicas a los seis años, muy abiertas las piernas, con la culata apretada como si fuera parte del cuerpo. En casa había ocho, diez escopetas; se cargaban por la boca con pólvora negra, estropajo y una soga de pita; todo se apañaba a base de mortero y maja. La munición eran hierros, tachuelas, puntas, aunque podía reventar el cañón: más de un patero hay manco. Se le echaba perdigón del calibre tres para el ganso, del seis para el pato real, del ocho para la cerceta’. Era el tipo de escopeta que se usaba en los años 40. ‘...estaba hecha por un maestro de la fábrica de tornillos’. Recuerda cuando fue de niño a la finca de ‘un ricacho con mucha tierra por medio’, que dejaba cazar a cambio de una parte de las piezas, y el padre le dijo: ‘Espera que voy a arreglar un asunto’. Al verse amo de la escopeta la cargó un cuarto, se la arrimó al hombro, apuntó a un bando de gorriones y la explosión lo dejó sordo; pero insistió: ‘Voy a cargarla media’. El golpe fue mayor. A la tercera la cargó entera y lo toparon los guardas sin conocimiento. No mató un pájaro y se le fueron las ganas de matarlos hasta hoy, que los cuida en este resto de Paraíso que es Doñana. El patero es el antecesor del ornitólogo, el valor primario de esta ciencia, el primer hombre que vive de los pájaros. Luis viene de bisabuelo, abuelo y padre pateros, que han vivido de los patos, de matar patos, de cambiar patos, de comer patos: ‘Digamos de algo hecho libremente en un mundo donde no había otro trabajo’. La del patero es una historia compleja y con pocos datos. Digamos que el oficio nace y muere con la marisma, extensión inabarcable donde las propiedades se perdían unas con otras. ‘Podía haber veinte fincas, pero nadie tenía claro donde empezaba una y terminaba otra’. El patero cuaja como una especie más dentro de este mundo salvaje; es el depredador más listo en la cadena, adaptado al medio, con su modo de autoabastecerse. ‘Mataba pájaros y te doy carne a cambio de garbanzos o lentejas. Así se sobrevivía. A veces mataba indiscriminadamente, pero hablamos de unos tiempos y de unas marismas con doscientas mil hectáreas. Las especies amenazadas de extinción no le eran rentables: la Naturaleza suele mediar en estas cosas y saca miles de patos frente a tres águilas. Al patero no le interesaba matar un águila real o imperial. Le iba la cantidad. Un tiro valía dinero y no lo podía gastar en un águila, sino en un buen número de pájaros’.

Si al ir de caza la bandada no le parecía suficiente, ‘porque era un trabajo de artesanía’, esperaba horas hasta que hubiera más. Para diez patos, no tiraba, aunque, como en todo, mandaba el hambre. Muchos días se conformaba con lo que fuera: ‘era terrible que no entrara comida en casa’. No había control sobre los pateros, ni ley que limitara sus pasos, aparte de moverse por un terreno difícil. Entre ellos sí existían rivalidades ‘porque solían vivir en el mismo pueblo. En una calle de Los Palacios había diez pateros, y se sabía quién, cómo y cuánto cazaba; no era agradable llevar días sin tirar mientras el vecino traía treinta ánsares. Uno se sentía campeón; otro, desgraciado. Eso, casa con casa’. En un plano más amplio, los pateros se distribuían por zonas. En esta parte de la marisma cazaban unos, en aquella, otros. Más que solaparse, se respetaban, ‘y los puestos tenían sus dueños de caza tradicionales: este es mi terreno, de mi familia, de los míos’. Le sugiero: ‘cuando un niño dice: este es mi perro, esta es mi casa, aprende la primera lección de usurpación de la tierra’. Remata: ‘Pues lo mismo; es así de siempre y para siempre’. Mujeres pateras no han existido. ‘La mujer tiene una importancia vital en la patería, pero en la casa, esperando al hombre para vender o cambiar el monto, administrándolo para evitar días de hambre. La pieza ganada se puede equiparar hoy al sobre con la paga que el hombre trae cada final de mes. Bicho cazable era todo el que se podía convertir en moneda de cambio; por ejemplo: un macho y una hembra de patos reales, una pieza de dos; un par de cercetas con dos patos pequeños, cuatro. Una familia de pateros vivía de la caza. No había dinero, y la gente, aunque quisiera comprar, no podía. Y si los patos no se vendían por caros o por no malvenderlos, era un desastre, un malgasto de esfuerzo’. 
El patero cazaba lo que su tiro abarcara: patos, cigüeñas, grullas, avutardas. ‘Las cigüeñas eran una pieza más porque se entendía la caza como un modo de hacer dinero con cualquier especie. Las mujeres les cortaban pico y patas, las despellejaban y las vendían como avutardas; la carne de cigüeña es rica, la de flamenco mala; la peor es la de morito: único ibis europeo; es agria, como si hubiera estado en vinagre’. Las cigüeñas se concentran para emigrar en grupos de miles, con sus dormideros al atardecer, ‘y se vendían a gente que con un macho de cuadro kilos hecho con arroz hartaban a toda la familia, lo que con un pavo no podían ni pensarlo porque valía diez veces más’. Había quien respetaba a la cigüeña por ser sagrada: trae los niños, y a la golondrina, por quitar las espinas a la corona de Cristo, y, aunque en general no había sentido de la conservación, los pateros paraban de matar algún tiempo especies concretas. ‘Hoy se matan cien veces más patos que antes, pero como deporte, por gente que llega en grandes coches, con escopetas de miras telescópicas. Es otra historia. Veo lo de matar por necesidad, como el patero, pero matar por deporte no lo entiendo. Hoy día no se comen pájaros como no sean perdices, pero se mata más y más dramáticamente que entonces. Aquello era una supervivencia en un mundo hostil. Lo que es difícil de entender es que a las puertas del siglo XXI haya quien mate todo tipo de bichos’. Los pateros tenían una sensibilidad para la veda según ellos la entendían, que era cuando los pájaros estaban criando. La veda era una medida económica; ‘si mataban todo hoy, mañana no había’. Coincidía que durante la veda pillaban algún trabajo agrícola, por lo que no podían atender la caza. En primavera se generaban los cultivos, y eran días de trabajo, cobro y mesa. Pasado ese tiempo había que volver a la caza. Nadie sabía que iba a ocurrir mañana. Antes de ser Parque Nacional, las miles de hectáreas de marisma, corrales y dunas eran un simple cazadero: ‘la caza no se hubiera agotado nunca de llevar el ritmo que llevaba. Hoy los plomos del doce han sido sustituidos por pesticidas que pueden matar cientos de aves en un día’. Tenían su bulla con los que mataban las patas al salir del nido: ‘eran gentes menos cazadoras; es cuando empiezan a intervenir las escopetas de cartucho; mataban lo mismo patas que liebres con lebratos a medio criar. Eso lo repudiaban los pateros’. Es la frontera entre el viejo patero y el cazador moderno. ‘Ahora es más viña sin vallado que entonces’. La técnica del patero no pasó del uso del perro y el caballo. El perro quedaba en el hato y hasta escuchar el sonido del disparo no se movía. El patero iba hasta donde había patos, cargaba la escopeta y ya era cosa de ir tapado detrás del caballo, que llevaba una jáquina, una cuerda que iba del hocico a la mano del patero. Los caballos se preparaban desde que eran potros dando tiros a su lado para que perdieran el miedo, el oído o el espanto; eran tiros con pólvora sola, para no gastar y porque hace más ruido. Así que el patero tras el caballo rodeaba el grupo de patos hasta tenerlos a una mínima distancia de huída, buscaba el sitio donde el tiro fuera una línea en la que podía caer un buen número, ponía la escopeta por encima del caballo con sigilo, pisaba el cabestrillo para que el caballo agachara el morro, como si pastara, y tiraba: ‘un solo tiro era la faena del día o de la semana. Yo le he conocido a mi padre matar de un tiro 120 patos’. Al sentirlo, el perro corría a recoger los patos alicortados, aún vivos; y así traía uno iba por otro, sin matarlos. Cada patero tenía cuatro o cinco perros enseñados. Un depredador sabe que tiene que comer en cualquier época. ‘Se come el nido, los huevos, la madre y el padre. Pero el hombre se fija en que conviene dejar de matar por un tiempo, cierto que para que nazcan más piezas que matar’. El hombre no tenía en el campo bicho que le compitieran en la caza. Sólo las rapaces que sobrevolaban las bandadas hacían que los patos se asustaran y echaran por tierra horas de acecho: ‘cuando el patero creía que le faltaba un minuto para disparar, la pasada de un aguilucho lagunero mandaba todo al cuerno. También podía ser que los patos estuvieran difíciles y el vuelo de una rapaz los agrupara mejor para el tiro’. El patero usaba también muchas trampas que hoy sirven a la ciencia para coger pájaros vivos y estudiarlos, como las costillas de madera y un arco de alambre tenso: ‘un patero podía poner quinientas costillas al día, y eso significaba muchos pájaros muertos. Lo de vivo o muerto depende de si el mecanismo es largo o corto y de la red que lleva el arco. Otro sistema era ir de noche al dormidero de estorninos con la linterna; en una jornada que se diera bien se cogía medio saco de pajaritos’. Además de ser plato seguro, se vendían. ‘Lo difícil era encontrar rábanos o chocolate’. Aunque el patero no salía de la marisma, ‘algunos se planteaban la caza de varios días; iban por vereda hasta Cádiz o a la Janda, no más de 150 kilómetros’. Los patos cazados se ensartaban por los agujeros de la nariz con las mismas plumas y se colgaban del caballo; al llegar al hato, los ponían en el serón o en sacos. ‘Había un patero dedicado a ser el correo, que traía los patos desde los hatos a los pueblos cuando la caza duraba días. Más tarde alguien puso una especie de cámara que los conservaba al fresco en nieve hasta su venta. Esto era una despensa y si a un parado le hacía falta dinero, cazaba y vendía. Así ha sido siempre: según el hambre, así la caza’. Gente de Doñana, El Rocío, Puebla, Los Palacios, Coria, Lebrija, Trebujena y Villafranco nutrían la colonia de pateros. Eran clanes de una profesión que pasaba de padres a hijos. A la familia de Luis la conocían como los Pateros desde el bisabuelo; gente que no podía vivir si su casa no estaba en la linde de la marisma para entrar y salir. Se recuerdan los hermanos Telégrafos, los Marianos, los Prudencia. Era raro ser patero si no se pertenecía a un clan, aunque hay casos de solitarios. En buen tiempo de caza era rentable hacer cuadrillas: ‘era terrible ver a diez pateros en batería’. Las últimas marismas donde tienen presencia los pateros son las de Hato Blanco; allí han de negociar con los dueños de las tierras: de cada tres piezas, una para el dueño y dos para él. Esa es la última fase del patero. ‘Alguna vez se le comparó con el furtivo, que es otra cosa. No era un furtivo porque no existía prohibición. Esto era una gran tierra virgen y, como su presencia no influía, los propietarios lo toleraban. Era raro que un dueño de finca no dejara entrar a un patero. No competían en la caza; eran utilizados como conocedores por aquellos que cazaban por diversión: hacían cazar a los señoritos; era una manera de cobrar y pagar el favor. Un día de caza así podía generarle al patero quince días de caza propia’. Las condiciones de vida empiezan a cambiar a final de los 50 y poco a poco llega la protección. Hoy no tiene sentido ser patero; hay otro nivel de vida y vigilancia; ha menguado el territorio para cazar, la propia caza, y la agricultura ha hecho su conquista. Cuando la marisma se transforma en arrozales en 1945 y se reduce el espacio para el animal, hay pateros que se hacen pescadores en los canales; se adaptan, ponen sus trampas en el agua y en vez de aves cogen anguilas, cangrejos, ‘lo que hay en la última forma de vida libre que queda. Trabajan tres o veinte horas. Las barcas pateras las usaban en Sanlúcar para recoger huevos: otro modo de ganarse la vida por aquí. Un patero era un tío que tenía tanta hambre como imaginación, aunque no todos servían. Pero listo o torpe, le había tocado ser patero en la vida, y patero era. Los Parques Nacionales nacen al tomar conciencia de algo que nos estábamos cargando. En 1964, creo, nace el Parque Nacional de Doñana. Aquí se pasa de unas doscientas mil hectáreas a unas cuarenta mil de parque marismeño, lo que quiere decir que mucha caza queda fuera de la reserva’. Hablamos de una Doñana de hace medio siglo, inimaginable en su extensión, acotada hoy, aún inimaginable. ‘Era un mundo indómito que si el patero hubiera tenido otro trabajo no habría pisado jamás, sólo por no soportar los mosquitos. Mi padre respetó que yo no fuera patero. Jamás tiré con escopeta gorda. Veía los pájaros de otra manera y de muchacho me hice taxidermista. No podía soportar que algo tan hermoso como un pájaro se tirara hecho restos, que no existiera mañana, y quería conservarlo como fuera. A pesar de estar muerto, el pájaro era bello. No sería capaz de comulgar con alguien que se dedicara a la caza. Pero en ese tiempo, si no hubiera tenido otra alternativa, hubiera sido patero, aparte de que valiera o no. La historia te separa o te admite’. Como la propia vida.

© Manuel Garrido Palacios

© Fotos: A. Camoyán, Héctor Garrido, Abelardo Bellido

Las fiestas romeras del Andévalo

Manuel Garrido Palacios
Las fiestas romeras del Andévalo
San Benito Abad en El Cerro
Artes, costumbres y riquezas
de la provincia de Huelva (fasc. nº 24)
Universidad de Huelva

EL HACEDOR DE LLUVIA


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EL HACEDOR DE LLUVIA
M. Garrido Palacios
Calima Ed. Mallorca
LE FAISEUR DE PLUIE
M. Garrido Palacios
Ed. L'Harmattan.
Paris

Carmelita, Hipacia, Tasio, todos son nombres antiguos nacidos de la mente joven de un escritor maduro, que ha sabido transformar los sueños en realidades de las que claman “conciencia”, por ejemplo, cuando dice que “a la madre se la quiere sin decirle que la quieres”, recogiendo ese sentir que se adormece de joven y cual Guadiana renace cuando percibes su ausencia. Y del Himmario mágico Tasio entresaca otra perla cultivada al remanso de los años y la paciencia, cuando “despierta el sentir del miedo a la eterna soledad”.....y todo esto, tan sólo en las dos primeras páginas, ¡qué fuerte!, me inquieta continuar, pero sigo.
Barruntar, espurrear, el chivato cizañero, escudriñando los cielos, santiguadora, refajo, desasnar, visitera y caracuco, lenguajes del pueblo “llano” que se mueve en lo pagano pero que mira hacia el cielo, ¡por si acaso!, y no buscando las lágrimas de las nubes, que es labor del Hacedor, de quien nos dice el autor que era un aprendiz de pícaro, que vivió sin convencer, pregonando “veleidades” que todos quieren oír, pues el pueblo “puro” y “sano” necesita del engaño que alimentan las conjuras, la crítica y el cotilleo, dando así “salsa” a la vida de pueblos grandes y chicos que resultan aburridos si les falta el “condimento”.
Y, ¡cómo no!, ya sale Dios con mayúscula o minúscula según la necesidad que en el momento tengamos, pues el pueblo descreído será sabio o será pícaro, pero ya tiene bien aprendido qué árbol le da cobijo.
Manuel Garrido Palacios es un gran observador que nos transporta al mundo de la sabiduría popular y nos introduce en el lenguaje “olvidado” de quien no tuvo maestro, con refranes y sentencias de la escuela de la calle que nace de la experiencia. Nos repasa el santoral nominando a personajes que van a misa el domingo para cumplir el precepto, y nos recuerda que Tasio pudo haber sido mi abuelo, pues las distancias son cortas, muy cortas, cuando se trata del tiempo.
Libro denso. Términos desconocidos que asociados en la frase te descubren su sentido. Enseñanzas no amparadas en teoremas ni ecuaciones, ni en dogmas, ni en pensamientos de filósofos de escuela, pues provienen de la sangre, del sudor y de las lágrimas del pueblo desconocido que sólo tiene la lógica de aquel error cometido.
Herrumbe puede ser Huelva, Santurce o Valladolid, y tía Carmelita o Tasio somos todos, los de antes, los de hoy, los de mañana y pasado: no hay apenas diferencia pues la escala evolutiva sigue su paso, sin prisa, dentro de un orden biológico que no lo marca el reloj.
Si algo le sobra a este libro, es la fecha de edición, pues unifica el pasado, el presente y el futuro; no se crea distinción; y si algo le echo en falta, es que el número de páginas no se aproxime al millar.

© Benito A. de la Morena




Tras varios años de la publicación de El Abandonario, que ya nos asombró por la destreza narrativa, por la riqueza de su lenguaje y por las muchas claves y sentidos del texto, Manuel Garrido Palacios nos ofrece ahora su novela El hacedor de lluvia, que comienza y acaba con signos suspensivos. Juntas conforman un cuadro rico de matices que nos sumerge en una atmósfera de nostalgia, recuerdo y soledad desde la voz del único personaje que, muerto, dialoga con su amigo Tasio sobre el pasado de Herrumbre, pueblo abandonado que simboliza tantos otros condenados a la desaparición: «Mi memoria se posa sobre el pueblo mientras llega otra vez, inútilmente, la hora del Ángelus fijada para mi entierro, amigo Tasio. Acabado el último acto, ya somos menos que nada; yo, metido en el ataúd de los tenebros; tú, muerto en la silla de anea» (p. 9). Ambos han sido mudos testigos de la muerte del pueblo -Paraíso para unos, infierno para otros, Herrumbre se vació sin que tú ni yo halláramos razón para abandonarlo (p.53)-, que no tiene localización concreta en el espacio, con lo que se refuerza el valor simbólico; en un tiempo que sugiere los difíciles años que rodearon a la guerra civil, con su iniquidad de fusilamientos, paseos y sórdidas venganzas. 
El monólogo sin respuesta evoca la vida del pueblo desolado y pobre, con una galería de personajes que sobreviven en un medio que nada les brinda, tan estéril como la tierra sobre la que se asienta. Como en El Abandonario, tras la evocación de lo vivido late la presencia constante de la tía Carmelita, protectora, educadora, testigo y hacedora maternal del destino del narrador, de Hipacia, de Ausencio, de todos. Sabia en dichos y en hechos, lectora eternamente doliente, del médico a la santiguadora, de la santiguadora al médico un día sí y otro no, se expresa en su Himnario (p. 11), texto dentro del texto de la memoria que se desgrana en coplas, canciones y versos hechos para perdurar. El hacedor de lluvia, personaje que da título a la obra, un aprendiz de pícaro de trágico final, encarna el engaño en el que viven muchos personajes y, en gran medida, la inutilidad del esfuerzo humano. Muchas historias en Herrumbre no son lo que parecen, encierran misterios que se van desvelando poco a poco: la sospechosa preñez de las casadas, la siniestra actividad del chivato, el frágil ministerio sacerdotal de Doninmaculado, el alcalde Sefito o el político Donglorio con sus incumplidas promesas, el falso poeta Panduro, las cartas que intercambian tía Carmelita y el cura, las limitadas artes de la santiguadora tanto como del médico, los sospechosos poderes curativos del agua de sulfo del balneario ruinoso... En el pueblo que latía al paso del vivir para vivir (27), la verdad y la mentira, la vida y la muerte se entrelazan en un entramado de anécdotas y de historias personales en las que no faltan las briznas del humor, la frase ingeniosa, la situación burda abocada al ridículo. Fantasía, realidad, sueño y más allá se confunden en la configuración de una atmósfera a la vez maravillosa y crudamente real, una especie de universo en donde la vida es poesía -en ocasiones poesía amarga- y la poesía se hace vida. 
El sentido último del relato no es hacer historia sino otorgarle el lugar que le corresponde; las palabras de Tasio parecen desvelar la intención esencial del narrador: No es mi voz la que recupera la historia sin pronunciar palabra; es la historia misma la que pide mansamente la dignidad de su sitio (141). El pueblo y sus gentes, la técnica narrativa, la dignidad que se confiere al dolor, al silencio y a lo no tangible, evocan el magisterio de Juan Rulfo; en el fluir de lenguaje del pueblo moribundo resuenan los ecos de la prosa siempre auténtica y precisa de Delibes, escritores por los que el autor siempre ha manifestado sin reticencias su admiración. El largo caminar de Garrido Palacios por las tierras de España, por el latido vivo de sus pueblos y de su realidad, se despliega aquí con una copiosa riqueza léxica de términos olvidados en las grandes urbes, pero a los que de esta manera confiere la dignidad de la perduración en su genuino contexto, de una riqueza que podría desaparecer irremisiblemente. Presta su voz al monólogo interior del protagonista que intenta vanamente el diálogo ausente con su amigo Tasio, pero también a todos los personajes que representan un mundo al que condenamos a la desaparición sólo porque, desde nuestra propia ignorancia, desconocemos. Como apunta el narrador, A medida que te hablo, Tasio, compruebo que la historia chica de Herrumbre encerraba más ventura que el “pogueso” o el “futuro espezarandor” del político Donglorio...Historia de gente de carne y hueso, poso de hechos en el que tanto se mojaban las canciones esquineras como la pluma de tía Carmelita. (123). En síntesis, una novela que ofrece más de una lectura y, a cada paso, la muestra de un hacer narrativo maduro, versátil, pleno de sugerencias. De su autor, Manuel Garrido Palacios, conocedor como nadie de la etnografía viva española, creador televisivo y de la palabra, miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española de Nueva York, distinguido con el Premio Borges de Narrativa en California, esperamos pronta continuación de los puntos suspensivos finales de este Hacedor de lluvia. 

© Marisa Regueiro






Hoy, miren, el paisaje se nace en páginas de lluvia, con el hacedor Garrido Palacios, que vuelve a traernos el deleite de Tasio desde Herrumbre, aquel pueblo que en su mística es ningún lugar o todos los pueblos o quizá el silencio hablado de los pueblos. Para festejar fulgor de primavera y feria de la tapa (del libro) figúrese que alguien responde a Tasio su cuestión de ¿para qué nací yo si no voy a ser ni recuerdo?, y se hace grande por la sabiduría que se enmarca en este zarandeo. Manuel Garrido Palacios tiene cara de sorpresa ¡siempre¡ y siempre se le ocurren vidas para sorprendernos. Él nos convierte en Ausencio, nos devuelve a Constanza, nos anuncia Telesforo, nos quiere predicar en prosa pícara, sana picardía; hasta que de tanto llevarnos por tiempos de Tasio, nunca sepamos por qué se superan en muerte quienes fueran egoístas en vida. Un regalo frondoso para vivirlo este Hacedor de lluvia de Garrido Palacios, un tesoro. 

© Ramón Llanes

Héctor Garrido · Exposición

 Cambios
exposición
Héctor Garrido
Australia Occidental
Grabados rupestres datados con más de 10.000 años de antigüedad. 
La conservación del Patrimonio Histórico
también forma parte de la conservación del Planeta
Gallery Hill. Western Australia
© Héctor Garrido · Exposición CAMBIOS

CAMBIOS es una introducción visual al Cambio Global, a sus causas y sus consecuencias. A través de 20 imágenes seleccionadas del fotógrafo Héctor Garrido se realiza un cuidado recorrido por los temas principales que son las causas o las consecuencias del cambio global, obteniendo con ello una interesante y completa visión de conjunto. Pequeños textos de apoyo permiten al espectador obtener sus propias conclusiones sobre los problemas que se ciernen sobre el futuro sostenible en nuestro Planeta. Las sugerentes y espectaculares imágenes nos muestran una concatenación de temas clave para comprender el verdadero significado de la expresión Cambio Global. Ecosistemas en peligro en diferentes partes del mundo, que atentan a la estabilidad bioclimática del Planeta. Especies amenazadas o singulares, únicas por representar las formas extremas de la vida en la Tierra. La creciente amenaza de las especies invasoras, que ocasionan una pérdida de biodiversidad irreparable. La pérdida del acervo genético original de nuestros cultivos. La contaminación irreparable en espacios que antaño eran fuente de vida y riqueza. Y la pérdida del Patrimonio cultural histórico ... La Península Antártica, los Andes, la Gran Barrera de Coral, el Banc D'Arguin, Doñana ... Ballena jorobada, zunzuncito cubano, cóndor de los Andes, zorro volador australiano, lince ibérico ... África, Australia, América, Europa, la Antártida ... Grandes protagonistas y grandes escenarios para representar a un mundo cambiante.
Héctor Garrido (Huelva, 1969) es fotógrafo adscrito a la Estación Biológica de Doñana - Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Ha publicado 16 libros y realizado un centenar de exposiciones fotográficas y divulgativas, asi como expediciones científicas a muchos de los grandes paisajes del Planeta; sus fotografías aparecen habitualmente en los principales medios de comunicación del mundo, siendo hoy en día uno de los fotógrafos más reconocidos en el campo de la ciencia y la divulgación en España. 

F. J. Erskine

DAMAS EN BICICLETA
Cómo vestir y normas de comportamiento
Escrito por la señorita F. J. Erskine
Trad. José C. Vales
Editorial Impedimenta`

Nicolas de Largilliere


Nicolas de Largilliere
(1656-1746)

Étude pour un portrait d'homme

Col. particulière France

Étude pour un portrait de jeune fille
Courtauld Institute of Art.  Londres

Musée Jacquemart-André · Paris

Nuit de chiens

Nuit de chiens
Manuel Garrido Palacios
Ed. L’Harmattan. Paris

Deux années après la mort de Charles Baudelaire en 1867, on publia un recueil de petits poèmes en prose. Nous avons choisi une citation du dernier poème Les bons chiens car nous pensons qu’elle traduit parfaitement la thématique du livre de Manuel Garrido Palacios: «Je chante le chien crotté, le chien pauvre, le chien sans domicile, le chien flâneur, le chien saltimbanque, le chien dont l’instinct, comme celui du pauvre, du bohémien et de l’histrion, est merveilleusement aiguillonné par la nécessité, cette si bonne mère, cette vraie patronne des intelligences! Je chante les chiens calamiteux, soit ceux qui errent solitaires dans les ravines sinueuses des immenses villes, soit ceux qui ont dit à l’homme abandonné avec des yeux clignotants et spirituels: «Prends-moi avec toi, et de nos misères nous ferons peut-être une espèce de bonheur». Le chien a toujours été un sujet pour les poètes et les romanciers. Il est très difficile de definir Nuit de chiens. Est-ce vraiment un livre de contes comme le suggère l’auteur ? C’est plus sûrement un recueil qui parle des chiens et de leurs rapports avec les hommes. 
Le terme fable conviendrait davantage. Car chaque texte en est une. Victimes du bon vouloir et de la méchanceté de leurs maîtres, ils observent avec beaucoup de flair la réalité de la vie et sans la moindre complaisance ils jugent avec une grande perspicacité le comportement des hommes dont ils sont bien souvent les victimes. Les rares fois qu’ils survivent c’est parce qu’ils s’attachent à des maîtres qui comme eux sont à la dérive et ils sont alors capables de sacrifier leur vie pour eux. À toutes les pages, les chiens prodiguent à profusion des sentiments de tendresse et le livre devient alors une véritable leçon d’amour.

© Jean-Marie Florès

John H. Levée

John H. Levée
Octubre III, 1955
Colección privada. Paris

John H. Levée (Los Ángeles, 1924) estudia en el Art Center de Nueva York y en la Academia Julian de París. Participa en el Salón de mayo desde 1954. Exposición circulante en Alemanía "Artistas americanos en Francia". Expone en el Stedelijk Museum de Ámsterdam, en 1955, con los pintores norteamericanos Alcopley, Chelimsky, Fontaine y Parker. Individual en Gimpel, Londres, en 1955. Un año después interviene en una muestra de grupo abierta en la Galerie de France, en París. Tras pasar por un grafismo negro y macizo. que lo emparenta a veces con Soulages, Levée encuentra su senda más personal en una modalidad de colores sordos, brillantemente improvisadora y que no pierde, sin embargo, lo voluntario de su acento.

© Michel Seuphor. Lexicón Kapelusz. Pintura abstracta

Faustino Rodríguez

Ariadna-Aracné
LAS METAMORFOSIS
Faustino Rodríguez
Exposición - Vinoteca De blanco a tinto · Gibraleón

“La Metamorfosis de Ovidio es un compendio de fábulas e imágenes contadas de la manera más bella en la que se puede narrar una historia: desde la invención poética. Trasmitir en ilustraciones toda la obra sería prolijo […] Plásticamente, son muchas las que me pueden inspirar […] las que he tomado como motivo son las que me han impactado más […] formas y tiempo, como Virgilio a Dante en la Divina Comedia o como Ovidio al resto de los creadores desde hace más de dos milenios, han dado lugar a estas veinte metamorfosis vistas y revividas por los ojos de un admirador del poeta de Sulmona”.

© Faustino Rodríguez