Touches blanches. Touches noires

TOUCHES BLANCHES. TOUCHES NOIRES
(Roman)
Manuel Garrido Palacios
Editorial Le Soupirail
Francia

RESEÑA 
POR
FRANÇOIS LUIS BLANC

Conozco a Manuel Garrido Palacios desde hace 15 años, he leido la mayor parte de sus libros, visto algunas de sus peliculas (Adivina, adivinanza, Rituales…), todo influenciado por su mirada de antropólogo sobre la vida rural en los pueblos antiguos, con sus tradiciones, profesiones y personajes. Como dice Manuel Moya del autor de este libro:
Desde que en 1998 Manuel Garrido Palacios diera a las imprentas mallorquinas El clan y otros cuentos, libro en el que ya daba cuenta de un mundo personal e intransferible que se encontraba en los límites de lo real, su autor ha ido escarbando en un universo que tiene tanto de onírico como de real, tanto de cotidiano como de mágico, todo ello localizado en un tiempo que es a la vez destiempo, donde muerte y vida no forman nociones distintas de lo real, sino que se imbrican, se funden, forman parte de un entramado.
Este libro, Touches blanches, Touches noires, sigue la misma perspectiva, pero con una nueva dimension, casi cósmica, y un poder narrativo y creativo que ultrapasa lo que yo ya habia leido, como El Abandonario y la secuela de libros de la misma saga, y sé que Manuel Garrido Palacios se reclama de la ola de Juan Rulfo en libros donde el horror de lo cotidiano en la vida de los desdichados nos alcanza en plena cara con la belleza obscena de la pobreza.
La literatura clásica internacional abunda en novelas de este genero: Los miserables, de Victor Hugo, Zola, con L’Assommoir, los libros de Dickens, Las uvas de la ira de Steinbeck, Rulfo en Mexico, Graciliano Ramos en Brasil, y muchos otros a los cuales Manuel Garrido Palacios añade su obra con el fondo especifico de la guerra civil y con su original técnica del monólogo recitativo, incantatorio, una letania tal vez inspirada en el coro de las tragedias griegas, que opera como un testigo vivencial de los eventos que se suceden en el palco.
El titulo, Teclas blanches, Teclas negras sorprende, pero se explica cuando se aprende que los protagonistas principales son un piano y una música, Tarantela, que va a servir de leitmotiv inspirador puntuando la historia de un pueblo. Mambraseca es el lugar alegórico donde se desenvuelven los dramas cotidianos de la vida durante la contienda.
Y entramos en la trama: Fátima, la madre de Balbina, la heroína, una joven adoptada que ha dejado el pueblo y está en el centro de la intriga, monologa con su hija y le relata los eventos diarios para la ausente, las memorias, los hechos de todos los personajes que van a desfilar sucesivamente en el palco, con sus historias particulares y sus interacciones. Una galería de personajes que construyen una comedia humana como en la obra de Balzac, o los truculentos episodios de Fellini de Amarcord.
Hay la historia de la mina, que fue cerrada, el cura don Resurrección, conservador y tradicional aliado de los gobernantes, de la orden, poniendo a Dios al servicio del poder y denunciando las costumbres de los rojos, y que defiende sus prácticas dignas de la Inquisición.
Hay el cacique, representante de la dictadura en el pueblo, cuyas exageraciones, torturas y violencias se multiplican, como una letanía macabra, en los camiones de fusilados al alba. Este personaje me recuerda al cazador de Ernst Junger en Los acantilados de Marmore, una alegoría del dictador nunca nombrado que persigue en una constante busca la humanidad descartable.
Hay el padre de Balbina, ex-minero, que será sacrificado en el altar de la represión de todas las libertades. Él tiene talento de curandero por las hierbas, junto con Hipacia, la bruja, lo que nos trae muchos conocimientos sobre las curas tradicionales con las plantas (campo que estudié en los Andes).
Hay el poeta Pardero, cuyos versos puntúan el texto dando alma y voz a todo lo que ocurre en el pueblo y recordando la sabiduría popular cuando se la necesita. Su destino trágico fue probablemente inspirado en la mente del autor por lo de Lorca, como homenaje póstumo al gran poeta muerto a manos de los fascistas.
Hay el buhonero Silvino, que con sus mercaderías recuerda el mundo urbano distante, fuente de sueños.
Hay siempre las teclas blancas de la felicidad en contraste con las teclas negras del infortunio, como las teclas del piano de Balbina, cuya existencia sorprende en la desolación de este pueblo: ¿cómo puede poseer un piano en medio de tanta pobreza? Historia de un piano que fue del dueño de la mina,.., una nota surrealista en este paisaje trágico, con los 24 compases medidos en la partitura de una Tarantela, que será el himno federativo del pueblo y de su gente, como un signo de esperanza, un acto de fé en un último resto de bondad humana.
Con la sonata de una nota solitaria imaginada durante un sueño, a la manera de Italo Calvino y su Caballero sin cuerpo, o su personaje viviendo en un árbol, dentro de un minimalismo dadaísta, porque el sueño y sus aparentes absurdos o revelaciones son parte de la novela. La música de la Tarantela, los cantos y rituales populares regresan como un leitmotiv fascinante, una danza catártica contra los sufrimientos, como una oración. Y la pianola tocando sola aparece como una magia, una nueva dimensión añadida a la poética belleza natural. El piano es un instrumento que debería recoger todos los rumores del pueblo en su cajón. Un instrumento maléfico, según el cura don Resur, que deberían quemar en un auto de fe.
Hay el veedor de aguas, con el dolor de sus testículos, puro Fellini. Las fiestas gastronómicas, que hacen olvidar un poco la tragedia y los buitres de la madrugada.
Hay el Nubero, el muletero y su mula, un personaje por si solo como otros animales y pájaros. Como la cabra Biribirla, encarnación lúbrica del demonio que posee al pueblo, según don Resur, como todos los objetos mágicos de la bruja Hipacia y las creencias maléficas del pueblo, que merecen ser extirpadas por el fuego de la Inquisición o por la desaparición física de los supuestos poseídos con la complicidad del cacique y sus camiones de la madrugada.
Hay otro elemento demoniaco: las ratas, alegoría de los verdugos de la dictadura, como en La peste de Camus, que siembran el pavor, cultivan la delación, la suspicacia entre todos. Una alegoría paradójica cuando se piensa que las ratas personificaban las razas a eliminar para los nazis.
En cuanto al cacique, él da clases de ejercicio del poder a Fátima, nombrada responsable de la cultura por ironía de la suerte.
Hay la naturaleza que reina sobre los hombres, con su poesía, su belleza y su poder curativo de todos los sufrimientos, lagrimas, lloros y naufragios del pueblo y de lo efímero de la existencia.
La muerte del padre de Balbina ilustra mejor los procedimientos de los fascistas. Inclusive el banquete macabro del cacique, recordando la cena de Viridiana de Buñuel, con los doce prisioneros. Y la muerte del poeta Pardero, episodio confundiendo, desorientador de muerte-desaparición-martirio confinando con la leyenda, recordando aquella de Lorca. Es el último canto del cisne del poeta, digno de la poesía del desengaño de Quevedo.
Hay los remordimientos y la crisis de conciencia del caporal Acadio, el ejecutor de las órdenes mortales para sus conterráneos y luego, el proyecto fallido de venganza de todo el pueblo para hacer triunfar el bien sobre el mal.
Sigue una cascada de horrores sin fin, puro ensayo rulfiano de un paraíso perdido, como el de Milton; es el último soplo del alma del pueblo. El abandono de la mina, el despoblamiento por las masacres de la madrugada.
Hay el pozo, motor de la vida del pueblo como la pianola es su soplo. Este pozo sufre una terrible profanación, un colmo del horror en la novela, con la desnaturalización de su pureza de origen divino, boda sagrada de la tierra y del cielo, por un cadáver, y orinas y excrementos humanos; terrible metáfora del fin del mundo futuro por la polución moderna debida a las actividades del hombre contra la tierra.
Hay el ahogamiento del cantinero en el pantano como último acto de la muerte del pueblo, vislumbrado en su sueño por Fátima.
La venganza contra el cacique será obra de una viuda, no diferente de la muerte dada a una gallina o a un puerco, y el despojo será transportado en el vehiculo de los fusilados, cerrando así el drama dentro de un circulo de escarnio donde planea la soledad.
La apoteosis de la Tarantela será la de volverse el himno de Mambraseca, como pirueta final para decir que todo drama debe acabar en una canción.
Pero hay aun la muerte por amor de Honorio, el funcionario del escritorio, y la del último artesano. Las tradiciones, la sabiduría popular prevalecerán como símbolo de la inmortalidad que se perpetúa en el silencio. Y Balbina siempre allá, en la distancia inconmensurable de su partida…
De su técnica literaria resalta Manuel Moya En la escritura narrativa de Manuel Garrido Palacios, el tiempo, o el destiempo, como prefiera, aparenta jugar un papel residual, ajeno al conflicto que una y otra vez aqueja a los personajes... las vidas de estos habitantes del destiempo, parecen moverse como cautivos, como fantasmas atrapados en una botella de cristal, abombados por la distorsión de ese lente.
Para mí también, tal vez la maestría del tiempo, de la realidad y del sueño, es la marca de un gran escritor que no obedece a la cronología y a la realidad simples, sino que prefiere ver a sus personajes en la espiral del tornado que es la vida, que, como el romance, nos lleva de un punto al otro, nos aparta, nos devuelve al mismo lugar, al interior de un auténtico caos. Esto es un marco de la obra de Faulkner, como en el romance Sartoris, por ejemplo. El autor prefiere describir circunstancias, atmósferas, eventos dispersos, sin relación cronológica, más que una intriga construida. Esto es parte del arte de escribir de Manuel Garrido Palacios.

© François-Luis Blanc, Escritor.