BENITO A. DE LA MORENA

SOLIDARIDAD POR EL EMPLEO

Durante 39 años ha sido el responsable científico del INTA en El Arenosillo como Jefe de la Estación de Sondeos Atmosféricos. Desde ese cargo y de manera trasversal participa en la docencia y coordinación de dos másteres en la Universidad de Huelva, uno de tecnología ambiental y el segundo y más reciente, sobre aviones controlados por piloto remoto (RPAs), además de impartir clases en la Univ. Córdoba en el master sobre energías renovables. Cooperar con empresas en la faceta ambiental ha sido también una de sus actividades preferentes. Doctor en Ciencias Físicas de profesión, siempre ha tenido una especial dedicación por la juventud en general y universitaria en particular. Ha promovido la creación del grupo Solidaridad por el Empleo en linkedin, fundamentado en compartir solidariamente ofertas de trabajo entre los jóvenes desempleados. El haber sido XVII Premio Andalucía Medio Ambiente a "toda una carrera profesional" y "Premio Andalucía 2013 en Educación e Investigación" ha motivado más, si cabe, su ilusión para que, desde las universidades, se cubra ese vacío actual que impide al joven recién graduado conocer el futuro al que puede dirigirse.

Revista de Folklore nº 407

Revista de Folklore nº 407

Editorial de Joaquín Díaz (Director):
La similitud de objetivos y la coincidencia temática que existe entre costumbrismo y etnografía serían motivos suficientes para establecer una relación lógica entre ambas disciplinas. Si ambas pretenden una comprensión de la vida y el alma populares («lo que sabe, siente y hace el pueblo, no lo que se sabe de él», según frase del etnólogo Luis de Hoyos), aparentemente se persigue un mismo fin, aunque se trate de llegar a él por distintas veredas... +

José Luis Rodríguez Plasencia
Ana María Botella Nicolás

Fundación Joaquín Diaz
Urueña. Valladolid

DOÑANA Y LAS MARISMAS

Armonía Fractal de Doñana y las marismas
Héctor Garrido / Juan M. García
LUNWERG Editores

En “El retorno de los brujos”, Pauwles y Bergier recuerdan que “hay otros mundos, pero están en éste”. Uno es Doñana, cuerpo tallado en el tiempo que a veces se desnuda para mostrar un perfil inédito. Varias ciudades han acogido/acogerán una exposición que refleja la “Armonía Fractal de Doñana y las Marismas”, cuyo libro resumen es éste: “un recorrido por un camino cuyo norte es la belleza”. Todo empezó, dice Juan Manuel García, “cuando Fernando Hiraldo, de la Estación Biológica de Doñana, me envió unas fotografías de Héctor Garrido con una escueta nota: ‘Te van a encantar’. Me encantaron. Eran fotos aéreas de las marismas atlánticas, imágenes extraordinarias de color, forma y textura que recordaban obras de pintores modernos, contemporáneos. Las disfruté en la soledad del estudio y en el tiempo libre en el laboratorio; me aliviaron las esperas y las compartí proyectándolas en Granada. Yo había estudiado la génesis de las formas naturales en modelos a escala, en fotos de lugares remotos e inaccesibles, en las altas cumbres, en los desiertos y cañones, en la superficie de Marte. Pero lo que fotografiaba Héctor Garrido desde el aire estaba a un paso de nuestras casas, en una marisma mil y mil veces fotografiada, pero jamás vista desde esta perspectiva captada con la intención de valorar lo inanimado: la propia piel de Doñana… paisaje generado por los trazos que deja sobre la tierra el vaivén del agua y el viento. En el siglo pasado, Benoit Mandelbrot convenció al mundo científico de que la geometría euclidiana usada desde los tiempos clásicos no servía para describir la naturaleza: que las montañas no eran pirámides, ni los árboles conos, ni las líneas de costa rectas. Y propuso usar una nueva geometría para describir la complejidad de las formas naturales: la geometría fractal, que se manifiesta en todos los aspectos del paisaje, en especial en los lugares no transformados por mano humana. En las marismas atlánticas andaluzas, quizás el paraje mejor preservado de Europa, la geometría de la curva, de la frondosidad, se muestra en su esplendor, y más cuando se observa desde el aire, como en las fotos de Héctor. Las imágenes muestran características típicas de los fractales: formas irregulares que no pueden ser descritas por las formas geométricas, o que son autosimilares: que las partes se parecen al todo. Las costas son curvas, con cabos y golfos, entrantes y salientes, ensenadas y riscos. Un río es un cauce de agua al que llegan afluentes, un afluente es un cauce de agua al que llegan arroyos, un arroyo es un cauce de agua al que llegan riachuelos, un riachuelo es un cauce de agua al que llegan barrancos, un barranco es un cauce ocasional de agua“.
Héctor Garrido dice que la marisma fue su paraíso cuando niño: “Navegué por sus aguas, sufrí sus corrientes y probé el sabor de su lodo. Las aves fueron la excusa y el motor de mis aventuras marismeñas y verlas sobrevolar el mundo abrió una puerta de mi imaginación”. Años después, agosto de 2008, por ejemplo, Héctor censa desde la avioneta que pilota Hans la realidad de 1.800 cigüeñas, 375 espátulas, 410 gaviotas, 65 cigüeñuelas, 230 ánades y 870 avocetas en un cálculo de recuento mientras pasa sobre 90.000 aves.
El libro trae vocación de fomentar el respeto por ese patrimonio común, estableciendo ángulos de visión lejanos para permitir que el aire de la vida limpie de hojarasca el cuadro en bien de la objetividad: ángulos altos que faciliten la comparación de las dimensiones externas; bajos para enfatizar la visión; a ras de tierra para que el ser humano se mida con el entorno, o casi rozándolo, en una sensación virtual, porque en una mirada puede caber un universo. En suma, a la distancia ideal para que su contenido se esparza y se comparta; para, según Luis Landero: “ser eternos al menos por un día”. Odile Rodríguez de la Fuente se pregunta “¿cómo definir la belleza que derrocha el orden de la complejidad, la estructura de la irregularidad, la simplicidad de la sofisticación, todo aquí representado?”; eso que Ruiz Limiñana ve como “un ser descomunal [que] yace durmiente, mientras su piel queda a merced del sol y los parásitos; un corazón compartido, un músculo indómito que cobra vida con el fluido elemental que acude a revivirlo”. Paddy Woodworth tira de su imaginario real: “microbios en una muestra, agua y algas bailando con las arenas; todos encuentran su forma, y son formados por otras formas; una estrella en el barro, un hombre saltando por las nubes”. A estas voces se une la de Francisco Correal para decir que “el medio es el mensaje. La media de edad no es la Edad Media. Un árbol holográfico allí abajo, como huellas de glaciaciones. Sombra en marismas de sol; calzada descalza”. Juan Varela Simó escribe: “siempre me ha resultado extraño el rechazo de cierto público por el arte moderno, como si la abstracción no formara parte de un proceso creativo inconsciente. Pienso, a la vista de estas increíbles imágenes, que lo verdaderamente extraño es el empeño de algunos en reproducir única y fielmente la realidad convencional. ¿Sabe la Tierra que hace arte?”. Diego Escarlón detecta la presencia de “manchas grises en el follaje del Árbol de la Vida. Manchas de muerte y oscuridad, de Hombre, el que pisa fuerte, el que todo lo envenena, lo mata, lo arranca, lo calcina. Quizás los llantos despierten al Hombre y éste entienda que morirá si el árbol cae”. José Luis Sanz ve “la materia viva y la inerte como realidades inextricablemente unidas. Los procesos bióticos y abióticos como fenómenos íntimamente asociados desde hace miles de millones de años. El icono principal de los seres animados, el Árbol de la Vida, gentilmente esculpido por el agua en la superficie de la gea”. Regla Alonso Miura siente que “el lenguaje del agua se asemeja en el arte y la naturaleza. En una acuarela, la expresión de su belleza depende de la intención del artista, la textura y composición del soporte, la carga del pincel, la intensidad del trazo. La naturaleza, fiel a sus leyes, dibuja aparentemente distraída un esquema que, por esencial, resulta intrínsecamente bello”. Para Miguel Delibes de Castro “un gran árbol transpira cada día cientos de litros de agua a la atmósfera. No hay troncos ni ramas en el bosque, sino canales disfrazados por donde corre el agua. Troncos líquidos, copas verdes, el sol arriba... ¿No es un árbol? ¿Es una ensoñación? ¿Será fractal la materia de los sueños de Shakespeare?”. Ramón Masats confiesa: “jamás me imaginé Doñana al microscopio. La he sobrevolado varias veces y nunca había caído en lo que Héctor Garrido me ofrece”. Erika López expresa: “Estoy en un lugar de mi memoria que no recuerdo”. José Saramago añade: “observado desde el aire... parece un árbol tumbado, enorme, con un tronco corto y grueso, constituido por el núcleo central de sepulturas, de donde arrancan cuatro poderosas ramas, contiguas en su nacimiento pero que después, en bifurcaciones sucesivas se extienden hasta perderse de vista, formando una frondosa copa en la que la vida y la muerte se confunden”. Juan Carlos Rubio cree que “una sola gota fue capaz de organizar el mundo; en ella se contenía todo un cosmos. Nadie sabe quién la envió. En su lento discurrir modeló todo lo conocido, luchando sin descanso contra el caos”. A Juan Luis Arsuaga las imágenes le “parecen las circunvoluciones de un cerebro”. Alberto Donaire cuenta que “tras haberla sometido, Hércules fecundó sus huevos, y por las aguas se esparcieron criaturas nunca vistas. Y al son de sus cantos trazaron en la arcilla rasgos quebrados preñados de hijas. Eran las ideas, que venían para derrocar a los sueños”; trazos que Francisco Márquez describe como “garabatos de gigante, laberinto de plastilina, serpientes de agua, puzle de esperanza”.
Dice Joaquín Araujo que “para que el chisporroteo de las ideas, los recuerdos y las emociones nos concedan la condición humana, necesitamos el enramado río de las neuronas, que son puro plagio de la voluptuosidad que comparten las estructuras fractales que el agua inicia”. José María Montero mira a Doñana y se pregunta: ¿quién, a ras de suelo, advierte las claves de este idioma cobrizo? ¿Es la Tierra quien habla? ¿Es la Tierra quien escribe? ¿Quién entiende su lenguaje? ¿Quién atiende su mensaje?”. Para Joaquín Fernández, “una formación paisajística fractal… sangre seca purpúrea sobre amarillos limón y tenues grises, delimitados, o no, por un verde acuoso inmóvil y eutrofizado… tiene el significado que el observador quiera darle: la cabeza de un pez exangüe, contaminado por algún vertido, que yace de perfil como los personajes muertos en las medallas”. Mario Sáenz de Buruaga cree que “indescriptibles a nuestras retinas se revelan y rebelan los jeroglíficos que inventa la marisma ahogada. Doñana seca, Doñana ahogada, asilo de vacas al pasto, de equinos asalvajados, de marismeños curtidos; el río va y viene, toma y devuelve, y siempre es el agua la que modela”. Para Ezequiel Martínez “fluye silenciosamente La savia de la Vida. Armonía caprichosa del agua. Orden, desorden, complejidad. Abren cauces fractales. Hacia el mar, la Libertad”. La retina de Josefina Maestre “ha sido capaz de convencer a la razón para que acepte como real lo que podría no parecerlo. Cuesta admitir que unas perlas moteadas hayan quedado engarzadas en una cola de ballena hecha de marisma; en unos pulmones regados de sabia dulce-salina por los que respira un río, o expira, al encharcar y expandirse por abiertos de arena”. Alejandro Víctor García sitúa la pasión en los surcos de una montaña, en las hebras de las nubes, en las formas del limo, en la orografía blanda de los copos que caen sobre nuestros corazones. El mito se cumple en todas las escalas”.Francisco Hortas ve que “las mareas en su discurrir diario perfilan los limos de las zonas estuarinas creando pozas y canales de drenaje, que permiten el desarrollo de cantidad de invertebrados que sirven de alimento a multitud de aves”. Jorge Drexler ve “una red en cada nodo, una espiral de espirales. Las infinitesimales partes que abarcan el todo”; y Juan Manuel García Ruiz: “cuatro líneas paralelas que dibujaron los hombres de las salinas. Cuatro caballones para contener las aguas que se han de evaporar. Un descuido, un abandono y la marea rompe la estructura impuesta, reconquistando un terreno donde el agua, cargada de vida, fluye otra vez celebrando la geometría natural”. “Agua clara en un estuche de cristal. Un sueño donde el agua discurre por su piel y aflora por sus poros. Una marisma o una diosa, tan enigmática como cercana”, escribe Cipriano Marín. PhilI Ball, siente el eco de antiguas deidades al decir que “el agua es indiferente a distancias, tallando las mismas estructuras en la arena y la roca”. Fernando Hiraldo observa que “en Altamira, nuestros primitivos ancestros inmortalizaban a sus presas. En Doñana, cuando la marisma se seca y agua y alimento escasean, la fauna, en su afán por sobrevivir, representa cada año con las huellas de sus movimientos la belleza de la lucha por la vida. Arte irracional y efímero, robado para la inmortalidad” en este libro. Bárbara Din abraza la energía del agua: “recorro la nada mientras creo nuevos surcos que no serán ya inertes. Me pierdo. Me encuentro en un trazo cercano y me extiendo. No importa si mi terreno es inmenso o diminuto. Crezco. Pujo. Intento; no me detengo. Soy la vida”.
Otro mundo que está en éste es Doñana. Y el libro que la cuenta y canta, Armonía Fractal, es una obra donde arte y ciencia se unen para que la Tierra se exprese ante un coro de voces asombradas.

© Manuel Garrido Palacios