CUDILLERO

CUDILLERO, PUEBLO MÁGICO
Juan Luis Álvarez del Busto

         En un viaje a Asturias para rodar un documental conocí a Elvira en Cudillero. Mi idea era sacar en limpio no más que una secuencia, pero después de hablar con ella, dediqué al pueblo todo el capítulo, trabajo que a poco se convirtió en documento ya que Elvira murió y el escenario cambó: el puerto creció hacia el mar con el espigón, se silenció la subasta –o la rula– en la lonja de siempre y la plaza dejó de recibir lanchas: esculturas marinas que venían a reposar en la rampa por la que el Cantábrico alcanza el caserío.
         Por entonces yo sólo escribía los guiones que filmaba, pero me nació la idea de volver a Cudillero para recoger en un libro la sabiduría que había entrevisto. Regresé veinte veces a tomar apuntes y un día comprendí que la tarea requería años de permanencia en el marco cuyas líneas maestras me había trazado la memoria de Elvira Bravo. Por una cosa o por otra, o por ambas, el proyecto quedó varado con su magia intacta.
         La magia ha salido a la luz en un libro escrito por su nieto, Juan Luis Álvarez del Busto, que anduvo atento a la palabra de la abuela captando sensaciones, datos, gestos, dichos y hechos, material con el que ha dado forma a una epopeya del gozo, del llanto, de la lucha y la supervivencia. Todo eso que, como el arpa de Bécquer, esperaba la mano de nieve que supiera arrancarle las notas que dormían en sus cuerdas. En este caso, describiendo situaciones de un tiempo que él, por su edad, sólo vivió a través de la abuela.
         En Cudillero mágico el lector disfruta de la cualidad añadida de estar presente en las conversaciones mediante una técnica básica: Juan Luis pregunta a Elvira en pasado: ¿Cómo era aquello de...?, y transcribe la respuesta en riguroso presente para no perder ningún matiz expresivo. Esto corrobora que la magia de los tiempos permite condensar el ayer y el hoy en un instante. Hay una resistencia a admitir que el suceso narrado pertenezca al ayer; se asume que pueda pasar hoy o que pasará  mañana.
         Por el libro corre la historia, el eco de los primeros pobladores, las leyendas, los santos protectores, los curanderos, las sombras de desaparecidos al toque de ánimas, todo mezclado con el vivir diario de las familias dependientes de la mar, del hombre que no regresa, de las lanchas que en malas madrugadas fueron féretros, del esfuerzo por salir a flote en plena galerna, de la esperanza encarando la tormenta, del ritual al alba ante el azumbre de vino, del reparto, del quiñón, esa especie de solidaridad primitiva, o adelantada a su tiempo, que protegía a viudas, huérfanos, familias enteras. Juan Luis analiza el nombre del pueblo, la artesanía, el distingo entre ‘pixuetos’ y ‘caízos’, la religiosidad popular, la superstición, las danzas, los cantos y el léxico en un amplio glosario en el que no faltan los apodos; todo, para que quien vaya a Cudillero entre por la vía del conocer y del sentir; para que comparta lo que fue; para que valore lo que es. Esto ofrece el autor.
         Es cierto que los pueblos no se hacen solos, sino que están sus hijos para hacerlos. El fruto común es lo que se tallará en el tiempo como un potencial que hará que lo común refuerce su latido. Cudillero es paisaje ideal para trazarlo con palabras, pinceles o sonidos. Pueblo que se anuncia como un milagro parido por la montaña; cuadro lejano que compone su voz con coro de gaviotas, percusión de olas contra el muro, ritmo de corazón de buques. Pueblo de textura urdida con la mirada absorta de cuantos lo vieron y fueron a sembrar su nombre por el mundo. Pueblo con memoria de sal donde bullen ecos de viejas curanzas, andancios, gente de mar, runrunes de Perlindango: canción que puebla el aire cada hora desde el reloj municipal, de aliento de mareas; bajamar de rocas, pleamar de redes. Como uno de los más bellos de Europa, pueblo que se mira en sí mismo porque se merece. Este es el sabor que contiene la obra de Juan Luis Álvarez, libro o sueño cuajado en realidad para enriquecer la memoria colectiva.
         Dijo Machado: ‘hoy es siempre todavía’. Frase que podría acuñar quien ha hecho con palabras un dique para que la magia de Cudillero no se pierda aguas abajo en el río del olvido, sino para que quede donde nació como legado cultural que haga crecer el espíritu ‘pixueto’ en las generaciones que vienen de camino.

© Manuel Garrido Palacios