Benito A. de la Morena






SOBRE DOS ARTÍCULOS
de
Benito A. de la Morena


1
¿HAY ALGUIEN AHÍ?




Benito de la Morena ha escrito un hermoso y descarnado artículo, que es una llamada de atención desesperada, aunque el tono sea mesurado, como el autor. Uno queda perplejo cuando un científico de casta –Doctor en Ciencias Físicas- avisa de la desaparición de una serie de flores, bichos, árboles, bosques, aires, aguas... como si huyeran del depredador por antonomasia: el hombre, que es posible que no sepa que después de lo dicho, lo que tiende a desaparecer es el hombre mismo, aún no se sabe por qué consecuencias derivadas de tanta muerte anterior. Terrible.
Lo que el articulo pone boca arriba son esas cartas que el hombre ha jugado hasta ahora: las de la ambición desmedida; y las que le quedarían por jugar: las de una educación ambiental, por ejemplo. Pero hasta a mí, que escribo esto fríamente, me sabe a tristeza el decirlo porque siento que este «algo» va aceleradamente camino de esa «nada» a la que un día iremos todos, y lo peor, sin apenas intentar, más allá de la palabrería, arreglar algo.
Es lógico en todo discurso levantar el ánimo en el último párrafo, aunque antes se haya echado por delante la caballería crítica. Pero ni eso hoy, no ya sólo por la verdad que trae el excelente trabajo de Benito de la Morena, sino por lo que vemos y hacemos a diario, unos, activamente, con una mano en la masa y otra en el bolsillo, otros, pasivamente, porque no decimos «basta» a nada, ni siquiera por rabia. Asustan las cifras de lo que se avecina. No inquietan: asustan. Porque lo que vamos sembrando con ambas actitudes es nuestra propia destrucción. Aún solapamos desiertos con prados verdes, pero pronto esto será una postal coloreada; un sueño para los que queden.
¿Qué podemos hacer los que sólo tenemos voz y voto –dirigido sentimental o psicológicamente a veces, pero no tan razonado como sería de desear– cada cuatro años?
Lindante con cierto campo familiar se erguían cien olivos. Un vecino, amo de vida y muerte de los árboles, trajo un día un tractor gigantesco y aquello, que había tardado un siglo en crecer, lo arrasó en una tarde. ¿Cómo pedirle que no lo hiciera porque, por dar un dato, en varios de los troncos anidaban búhos? Al presenciar esto caí en la cuenta de que el vecino y yo nada teníamos en común, ni siquiera el poder hablar sobre la vida bajo la sombra de los árboles ahora muertos. Sólo me dio el respiro para preguntarle a secas por qué lo hacía. Su respuesta fue contundente: me mostró un papel timbrado en el que se le autorizaba a hacerlo. ¿A quién dirigir la pregunta entonces?.
Benito de la Morena ahonda en ello exponiendo con una claridad de amanecida lo que ve en el futuro, cómo lo ve y qué le gustaría que se hiciera para cambiar tan dura estampa. Pero, ¿para quién lo escribe él, para el vecino o para quien le timbró el papel de la tala?
Uno, que anda con esta pesina a cuestas, que no es que sea pesimista, sino que, simplemente, no es muy optimista y piensa, ante el cuadro, que el hombre destruirá cuanto se oponga a su ambición, incluso al hombre mismo si le estorba y sin que haga falta un papel que lo disponga, cree que Benito lo escribió para todos.





2
¿GALGOS O PODENCOS?




En el curso sobre “La radiación solar: efectos en la salud y el medio ambiente”, que se imparte en la UNÍA, sede de La Rábida, el Dr. Benito A. de la Morena (Jefe de la Estación de Sondeos Atmosféricos del INTA en El Arenosillo) hace mención a George Lemaitre, físico alemán que en la segunda década del pasado siglo lanzó la idea de que “el Universo podría haberse iniciado en un determinado instante, a partir de un núcleo muy pequeño, para expandirse ininterrumpidamente desde entonces”. Fue el arranque de lo que después se conocería como Teoría del Big-Bang o de la Gran Explosión. Dice el texto: “durante los tres primeros minutos hubo un completo equilibrio termodinámico, pero cuando la pequeñísima esfera empezó a expandirse y a enfriarse con rapidez y su temperatura descendió hasta unos 100.000 millones de grados y la densidad hasta 100.000 gr/cm3, los hiperperones y mesones se desintegraron, se recombinaron las parejas de nucleones y antinucleones, todos los neutrinos y gravitones se desacoplaron de la materia propagándose libremente... cuando el Cosmos hubo crecido mil veces más, los “quarks” libres que se habían convertido en neutrones y protones se combinaron y formaron núcleos atómicos, y así se generó la mayor parte del helio y deuterio existente hoy, y todo esto ocurrió en el primer minuto de la expansión”.
El Dr. de la Morena insiste en que “se había iniciado la evolución de un Cosmos desarrollado a partir de una concentración de materia hasta llegar a la distribución actual cuyo límite no se conoce, ni hoy es tema de debate si es finito o infinito”, y de nuevo anota: ”después de los mil segundos, el 75% de la materia estaba constituido por núcleos de hidrógeno y el 25 % por núcleos de átomos de helio. Los átomos neutros aparecieron cuando la expansión prosiguió durante 300.000 años más y el tamaño del Universo vino a ser mil veces menor que el de ahora”.
Un Universo –continúa– que sigue “expandiéndose en cientos de miles de kilómetros por segundo y del que se sabe que lo pueblan miles de millones de cúmulos galácticos que podían contener cada uno más de un billón de estrellas, separadas cada una por distancias entre los trescientos y mil millones de años luz; espacio intergaláctico inmedible en el que el Sol, estrella enana de unos cuatro mil quinientos millones de años, en plena evolución, se convierte en fuente vital de un Planeta llamado Tierra, en el seno del cual se produce un ciclo ininterrumpido de vida y de muerte microbiana, que es el aliento para la aparición de la vida biológica; vida que ha evolucionado hasta las formas actuales, cuyo espécimen más desarrollado, el “homo sapiens”, ha sido capaz de generar, sólo en los últimos cincuenta años, riesgos que pueden conllevar su propia autodestrucción y la de las demás especies”.
Esta síntesis, que perfila el Dr. de la Morena como reflejo de un ayer, da paso a este hoy inserto en el milenio de la globalización en el que la ambición ha planificado “la vida del Planeta dentro de un orden sin valores con el que aún no se ha conseguido el beneficio de la mayoría”, que, por lo visto, figura como el principal objetivo. La gran lección en La Rábida es dura para comprimir aquí, donde no caben las citas en 1972, en Estocolmo, primera Cumbre Mundial de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, en 1985 en Viena, de donde sale el borrador de acuerdo para la Protección de la Capa de Ozono, y se urge en la adopción de "medidas para proteger la salud humana y el medio ambiente contra los efectos adversos que puedan resultar de las actividades humanas”, medidas inconcretas que no mencionan las sustancias que podían dañar esta capa-filtro protectora de la vida sino como “productos químicos que se deben vigilar”.
La clase del Dr. de la Morena nos deja un mensaje claro y éste, a su vez, trae a cuento la fábula de la discusión de si los que se acercaban eran galgos o podencos; en esto llegó lo más temido y acabó con el único y verdadero patrimonio posible: la vida.
Queda una vez más la sensación de que es labor de todos salvar este escenario común en el que vivimos. Y en el sentido de tomar conciencia de ello me viene a la memoria lo que un pez chico le decía al grande: “cuando sea mayor, quisiera conocer el mar”, sin caer en que él era parte de ese mar.

© Manuel Garrido Palacios