Discursos sobre el Eclesiastés de Salomón declarado según la verdad del sentido literal
Biblioteca Montaniana
Universidad de Huelva
Ed. Valentín Núñez Rivera
En esta edición se presenta un texto que ha sido atribuido por unos manuscritos a Arias Montano, mientras que en otros aparece a nombre de su discípulo, fray José de Sigüenza. Sea como fuere, los Discursos sobre el Eclesiatés constituyen un alarde de conocimiento bíblico y de las consecuentes armas retóricas para ahormarlo y darle forma literaria, a la hora de enfrentarse con uno de los libros más complejos y enigmáticos de las Escrituras. Recóndito y difícil, así se nos muestra el huidizo sentido del Eclesiastés, que el autor traduce a la letra, refundiendo en castellano la esencialidad del hebreo bíblico, y luego explana con comentarios explicativos. Todas estas estrategias exegéticas se desentrañan en una introducción al texto, que ha sido editado críticamente, es decir, anotando las variantes que presentan los distintos testimonios e intentando ofrecer el máximo orden y concierto en los pasajes en hebreo.
© Servicio de Publicaciones UHU
Benito Arias Montano
Cierta luz que me alumbraba (Antología)
Biblioteca de la Huebra
Ed. Carlos Sánchez Rodríguez
Un río literario es una lieva de palabras en vez de agua. Metidas en la corriente -dichas, escritas- no quieren retorno. Partieron de su origen -necesaria expresión- y avanzan sin pausa hasta desembocar en el mar de la comunicación.
En este marco, ya alimentado, entre otras obras, por la biografía que le hizo José Andrés Vázquez para Biblioteca de la Huebra, o de Anatomía del Humanismo, en edición de Luis Gómez Canseco para la Universidad de Huelva, abro el que da nombre a este trabajo: Cierta luz que me alumbraba, una Antología hecha por Carlos Sánchez Rodríguez de textos de Benito Arias Montano, humanista, teólogo, polígrafo, nacido en Fregenal en 1527: “cuando en mi niñez me educaba en aquella parte extrema de la Bética, que en la actualidad se llama Extremadura”; muerto en Sevilla en 1598, figura clave en el tiempo de Felipe II, de quien fue hombre de confianza: “haberme mi amo [el Rey] dado tanta priessa para que dejase mi rinconcillo [la Peña]”. Dedicado a sus estudios en Alcalá de Henares, “por la fuerza irracional de la bilis negra, o por alguna otra alteración espiritual o física, caí en un tormento de angustia y tristeza”; viajó a Flandes para mediar en su afán secesionista, publicó la Biblia políglota, se refugió en la Peña de Alájar, hoy con su nombre tallado en la memoria, al ser señalado por la Inquisición: “este sitio está en término de Aracena, que es lugar de mil vecinos”; participó en el Concilio de Trento, fue embajador en Portugal en época tormentosa, dominó lenguas: “en lo que toca a instituir Cátedra o lección de lengua española [en Lovaina]”; fue experto en numismática, música: “imitando [los niños] los cantos y ritmos de los mayores, los repiten”; medicina: “Hame hecho Dios merced de darme mejoría de ictericia con la cura que aquí he hecho“; entendió de nigromancia, fue párroco en Castaño del Robledo, abrió Cátedra de Latinidad en Aracena, rozó el centenar de libros escritos y se creyó que platicaba con las aves.
En esta personalidad tan compleja se centra el libro, cuya pretensión ha sido acercarse a la figura de Montano sin intermediarios, mediante el acceso directo a su palabra, no ocultando la dificultad por lo inabarcable de su obra: “miles de páginas parió su pluma con letra-pulga, pesadilla de los censores”. El año antes de morir escribía: “sin espejuelos hago y leo muy menuda letra; al tiempo que ésta escribo, que es de noche, mirando a lumbre de aceite, que hace mejor y más uniforme sombra”.
Otro muro que señala Carlos Sánchez es el de “lo especializado de sus libros”, tan ajenos muchos de ellos al común de la calle, a lo que añade “el escollo de la lengua, pues a partir de 1568 escribe casi toda su obra en latín”, para lo que el editor ha recurrido al trabajo de un grupo de traductores, que han sido “como el pintor que copia del natural y nos reproduce fielmente la realidad”.
Cierta luz que me alumbraba ha salido con vocación de divulgar una muestra breve de sus escritos para que no queden en un círculo restringido de especialistas, sino al alcance de todos. Se divide la obra en tres partes: la primera, nutrida de recuerdos, de sensaciones personales; un Montano hablando de sí mismo: “Santiago Vázquez, por segundo apellido Matamoros, fue quien me inició y me enseñó el trazado de líneas en el dibujo”. La segunda, con varias poesías, forma favorita de Montano en todo momento, no en balde se le valora como el mejor poeta latino del renacimiento español, tan mejor como desconocido: “el hueso y armadura de este mi cuerpo no te fue escondida; / tuya es su compostura”. Y la tercera, en prosa: “En Ramatha nació Samuel. Allí le daban cada año sus padres el vestido que se vestía”.
La obra quiere señalar el empeño de Montano “en abrir nuevos caminos en la anquilosada ciencia medieval, basada en el autoritarismo del magister dixit. Penetra en las modernas sendas de libertad que propiciaba el acceso a las fuentes de la antigüedad gracias a su conocimiento de las lenguas, lo que lo lleva a buscar caminos de encuentro y a ser tolerante en una sociedad que no lo era. Sopesó el riesgo y la prudencia y dijo lo que tuvo que decir; vivió situaciones apuradas, pero también supo usar su inteligencia para salir airoso en cada lance”.
© Manuel Garrido Palacios