Universidad de Huelva






Universidad de Huelva





La Universidad fue una mano que el Destino -ese oscuro Poder- le tendió a Huelva. Detuvo la constante sangría de ausencias generacionales, propició la vinculación académica de la provincia con la capital, atrajo savia nueva de allende sus lindes y talló una muesca en la tarja de su Historia para señalar un antes y un después; un después que es este hoy al que cabe valorar con Juan de Mairena como que es “siempre todavía”. Anclada Huelva en el medievo -no se me estrese aún-, el sentido universal de las oportunidades cercanas fue el revulsivo que puso en marcha el necesario tren de su futuro. No me refiero al señuelo que nos colaron con la Avenida de los Humos, ni al de las promesas en pasquines y hojas parroquiales, sino al futuro visto con los ojos interiores, al horizonte deseado que desde antiguo nos impulsó a no pararnos, a estar yendo hacia el conocimiento para ser mejores y más libres. La Universidad ha sido, es y será la máquina capaz de tirar de una ristra de vagones cargados de voluntades, inquietudes y sueños que, de otra forma, seguirían aparcados en la vía muerta de los siglos. Hubo un tiempo en el que los niños que iban a los colegios gratuitos, a los de “le pagaré cuando pueda”, y a los de pago doble y sabatina, se dividían a cierta edad entre los que seguían hacia el Instituto a enganchar el Bachiller y los que entraban a trabajar de lo que fuera. De los que no se atascaban y de los que accedían más tarde al Instituto del Conquero salía un tercer grupo que marchaba a las Universidades de “por ahí”, según los “posibles” de cada familia. Asequibles eran las de Sevilla y Cádiz. Madrid sonaba a palabras mayores, a renta cara, para lo que había que tener un padre tendero, médico, boticario o asimilado. Además, se imponía no agarrar los aprobados por los pelos, sino por semejante parte. Era la lucha, no ya por el puro aprender, sino por el simple vivir. No cabía filosofar sobre la lucha. Quien no luchaba perdía colegio, Instituto, Universidad y vida. De aquellos niños, unos siguieron camino para no volver. ¿Recordará Rebollo en USA al Cuartoquilo de la Plaza de la Merced?. Otros regresaron y sumaron a las viejas raíces las que traían añadidas. Y de la necesidad y del empuje de todos -nadie se anote el tanto en exclusiva-, nació la Universidad, “eso” que albergaría a ciencia cierta la fuerza motriz que daría a luz una realidad cultural desconocida en Huelva. Tal como lo cuento se lo conté emocionado hace años a Umberto Eco en Bolonia, cuya Universidad, la más antigua de Europa, se distinguió desde el siglo XI por su estudio del Derecho Romano. La de Huelva fue fruto de un derecho mascado junto al pan con aceite y azúcar en el tren que llevaba a la chiquillería a la por entonces limpia Punta del Sebo. Un derecho soñado de compartir cuanto bueno se intuía en la hondura del horizonte. Un derecho que el futuro exigía. Sus años lleva cumplidos la Universidad como institución académica con carácter propio e independiente; tiempo de licenciaturas, doctorados, investigación y rigor desde que la verdadera libertad puso casa en Huelva. Benditas ambas.

© Manuel Garrido Palacios