SUEÑO Y
COSTUMBRE
(Antología
poética)
Jesús
Arcensio
Biblioteca
de La Huebra
Prólogo
de Manuel Moya
Un grande de la Poesía, Jesús Arcensio (1911-1992) que escribió:
Todos
van. Todos vienen.
Yo,
parado, a las doce, en esta esquina
sobre el
asfalto quieto,
porque he
perdido el Norte de mi tiempo.
No me
sirven mis pasos
─pasos a
estrella nube, pájaro─
para
andar entre bosques de oficinas,
almacenes
y bancos.
La calle
es una selva de cemento
tan
extraña a mi pie, que ando perdido,
totalmente
perdido. Aquí, clavado,
miro mis
viejos mapas
donde se
escribe amor con A mayúscula,
que me
señalan rumbos cordiales
del nacer
al morir. Y no me sirven.
Estoy
aquí, esperando
que
alguien llegue y me hable.
Pero
todos pasan con prisas,
sin
mirar, pronunciando
palabras
que no entiendo: reactores,
kilovatios,
salarios, dividendos...
En una
transversal de la Alameda Sundhein de la ciudad de Huelva figura su nombre en
la esquina, calle en la que no existe una sola puerta por la que entrar o salir
de una casa, sino ventanas, tiestos, rejas, visillos, persianas de viviendas,
que, sin pretenderlo, dan la espalda a su titular en una circunstancia no
prevista en el trazado urbano, pero subsanable. Si los que dan o quitan rótulos
quisieran hacer olvidar el nombre de alguien, que no es el caso, no podrían
haber usado modo más eficaz que el de dedicarle una vía como ésta, que jamás
recibirá una sola carta, ni un triste recibo, ni una bombona de gas, ni
siquiera una multa. Nada. A la calle del poeta no irá nunca nada ni nadie preguntará
por ella. Este trato a Jesús Arcensio no es justo. Y no es un tema
localista: no entraría en él ni a empujones. Se trata de no obviar un nombre de
los que dan rango a una ciudad, con una obra admirada más allá de la asfixiante
linde de los autopoetas de diseño, tan de escaparate y subvención.
Con la
humildad de un grande, Jesús se ve así en Autorretrato:
Este que
aquí, de pan e incertidumbre
vive y
desvive un poco cada día,
éste soy
yo, de afán y de agonía,
de sed y
agua, de ceniza y lumbre.
Hombre
partido en dos -sueño y costumbre-,
hombre de
hielo ardiente y llama fría
a quien
lenguas de dulce poesía
lamen la
llaga de su pesadumbre.
Hombre,
al fin, como tú, como cualquiera,
que no
sabe quién es ni a qué ha venido
ni el
color de la muerte que le espera.
Un hombre
que ama y sufre, que ha bebido,
que es
malo y bueno... y que, en verdad, quisiera,
si hay
que morir, morir como ha vivido.
Habría que cambiar de calle a Jesús Arcensio por pura justicia. Una ciudad no puede permitirse estar de espaldas a un poeta que la ha vivido en su esplendor creativo, que le ha legado una obra de tanta hondura y belleza. Añado que parte de lo que cantan los flamencos de aquí son letras suyas, firmadas o no. Y si una voz no bastara para darle otra calle, ahí esperan para ser leídos todos los poemas del libro. Una ciudad brilla más, entre otras cosas, cuando los que se encargan de la cosa cultural saben o quieren –porque poder, pueden– valorar a su gente señera. El poema del principio termina así:
Yo sigo
aquí, perdido,
aislado
en este tiempo que no es mío.
Y pasan,
van y vienen cuerpos, sombras.
Cruzan y
vuelven a pasar, indiferentes,
sin mirar
que hay un hombre en una esquina,
perdido,
extraviado
en la
isla de un tiempo que no es suy
Este, de 1969 está en la fachada del Convento de Nuestra Señora del Carmen. de Galaroza.
Tú, que
del mar te nombran Capitana,
dejas
aquí el timón por la mancera.
Y, así
como excelente marinera,
eres
también magnífica hortelana.
Rumbos de
miel le das a la manzana;
rumbos de
flor a cada primavera;
rumbos de
pan a cada sementera;
rumbos de
amor le das a la serrana.
Mira,
Madre, qué mar tan deleitosa,
qué
oceanía de tréboles y flores
mece a
tus pies su plácido oleaje.
Anclando
va tu amor en cada cosa
cuando el
serrano mar de tus amores
navegas
en virgíneo cabotaje.
CIUDAD
DORMIDA lo dedica
a Niebla. Moya anota que 'fue escrito en un bar en 1969', según José Antonio
Ortega, sobrino del poeta, testigo del momento:
Lame el
sol los tremendos cornalones
terco,
quiere abatir. La brisa calla
y
acaricia tus viejos desgarrones.
Encantada
ciudad, Niebla. Ilusiones
de hacer
hoy el ayer. Loca batalla
es
quererle poner al tiempo vall
vararlo
en un mar de evocaciones.
Navío
anclado junto al rojo río
que naves
salomónicas meciera;
arca de
historia, fama y poderío;
ciudad de
los mil sueños: iQuién pudiera
devolverte
tu vieja voz, tu brío,
la gloria
de tu antigua primavera!
© Jesús
Arcensio