GRUTA DE LAS MARAVILLAS

GRUTA DE LAS MARAVILLAS
Fotografías de
Francisco José Hoyos Méndez 
Rafael Manzano Gómez
Prólogo de
Manuel Garrido Palacios

Cuando hace unos años quise estudiar las leyendas de Aracena me asomé a la fuente primaria de la tradición oral por si en su seno guardaba ecos de ellas. Me sorprendió gratamente ver que, aparte de las versiones escritas, las secuencias de estas ‘historias no contrastadas’ salían de las memorias con tal frescura narrativa que para los informantes no suponían ‘algo que pasó’, sino ‘algo que estaba’, que permanecía latente en el imaginario colectivo, cuyos personajes –¿en qué medida reales o inventados?– aún mantenían sus sombras en danza por las calles de este monumento de arquitectura popular que es Aracena. Bastaba con sugerir el tema en el bar, en el puesto de prensa o en las pastelerías que le dan dulzura para que un torrente de voces desbordara a quien quería saber ‘algo más de ese algo’ que flotaba en el recio aire de la ciudad.
Tres de las leyendas recogidas fueron: El Cristo de la Plaza, que daba respuesta a la presencia de la talla de un crucificado en cierta casa merced al trabajo de dos ángeles artesanos. La Fuente de Zulema, que contaba los trágicos amores de dos personas de credos opuestos, con un final que hermanaba el llanto de la dama con la fuente que hoy lleva su nombre. Y La Julianita, pastora a la que enamoró –encantó– un duende que poseía un lujoso palacio en el interior de la montaña, Gruta de las Maravillas, esencia del excelente corpus fotográfico de la obra que aquí empieza. Todas las publiqué en dos libros: Viaje al País de las Leyendas, en Valladolid, y Sepancuantos, en Fuenteheridos, y aún mi entusiasmo tuvo cuerda para reunirlas en el documental Leyendas de Aracena. 
En estas líneas sólo voy a referirme a la de La Julianita por su relación con la Gruta retratada, leyenda que encarnan dos personajes, el duende y la pastora, seres que nadie vio jamás ni fuera ni dentro del majestuoso escenario, que son y no son tal como los perfilan las voces, que están y no están en los sitios que señalan, pero que pueblan la mente de cuantos nacieron en Aracena.
Si toda leyenda arranca de un hecho desnudo al que los siglos vistieron, lo que resulta difícil es seguirle el rastro a la transformación que sufre desde el punto de partida hasta nuestros días, ya que cada voz puede aportarle matices externos acordes con sus propias vivencias, cosa que ocurre porque la leyenda no pertenece a sus protagonistas, sino al común. Tan es así, que si esos protagonistas la escucharan hoy no la identificarían como la que ellos vivieron, ni reconocerían los lugares, y esto es porque la poesía de la leyenda prefiere quedar oculta para poder sobrevivir, sin límites de edad, a sus actores y a sus escenarios. La riqueza de la leyenda está en que es del pueblo y pasa de una generación a otra como propiedad colectiva. Cuando es escrita, queda ahí, muere un poco. Sólo vive mientras va de boca en boca, como ocurre en Aracena, porque cada voz la labra, la reviste del ropaje que la época requiere, eso sí, dejando su fondo intacto, que es la regla madre. 
La Julianita era una pastora que llevaba su ganado al monte y un día salió del gorgollón de una fuente un duende que la embrujó y se la llevó a su palacio subterrá¬neo, es decir, la Gruta coronada por el Castillo y la Iglesia Prioral. Para el pueblo es más atractivo que la cueva, en vez de ser un frío fruto geológico, sea un cálido palacio en el que el duende y la pastora puedan compartir su amor. A Julianita le advierten los suyos que no pase por aquel sitio porque corre el peligro de ser arrastrada por el duende al fondo del agua, que es su reino. Pero ella vuelve una y otra vez sin entender qué poderosa fuerza le impulsa a hacerlo, sin conocer aún la atracción que en todo tiempo tuvo lo prohibido. Y cuando Julianita, dama que habita en cada mujer, siente esa seducción, abre su alma al deseo de amar y ser amada, se sumerge con el duende en el agua de la fuente y ambos penetran en el palacio encantado prometido: la Gruta de las Maravillas.
Aunque se diga que una leyenda ‘pasó hace tantos años’, la voz popular se da trazas para majar en la marmita del vivir real los ingredientes necesarios, como son lo mágico, lo imaginario y lo mítico, con tal de no renunciar a la idea de que todo puede volver a pasar hoy. Las pulsiones internas humanas no han cambiado desde el primer día y ahí están, en ese incons¬cien¬te que es, según palabras de un viejo amigo, el lugar donde habitan los instintos de amor y de poder. Pasan los años y la leyenda sigue viva; enve¬jece el marco, pero continúan acudiendo a otras fuentes otras Julianitas, y salen de ellas otros duendes que les prometen amor. No podía ser de otra forma.
Al abrir el hermoso libro, aún tibio de la imprenta: La Gruta de las Maravillas, pienso que sus autores, Francisco José Hoyos Méndez y Rafael Manzano Gómez, no sólo han captado la intimidad de la cueva para ofrecernos el gozo de la visión de esos salones que contienen ecos del duende y la pastora, es decir, de todo hombre y toda mujer comprometidos en andar juntos el camino de la vida, sino para que observemos atentos las imágenes por si acertáramos a verlos tras las caprichosas estalactitas y estalagmitas o entre las sombras que emergen de los lagos. La intención de Hoyos y Manzano no ha quedado en retratar este templo de la belleza en estado puro, lo que han hecho soberanamente; a tono con el relato legendario, parece que su pretensión ha sido la de llevar a cabo una búsqueda exhaustiva, mediante sus cámaras, de los mil y un encantos que la cueva guarda por si a través de un pliegue descubren, además de la sonrisa de la pastora o la mirada del duende, el lejano misterio por el que alguien accede a compartir con otro ser desconocido hasta entonces el impulso del amor.
La clave puede estar en cada página, por si fuera poco poder admirar con detalle ese cuadro infinito que adorna la cueva, cuya grandeza hace honor a lo que decía el brujo: ‘Hay otros mundos, pero están en este’.

© MGP.

SEPANCUANTOS

SEPANCUANTOS
Manuel Garrido Palacios
Biblioteca de la Huebra
Aracena / Fuenteheridos

Manuel Garrido Palacios en el libro Sepancuantos ha desempeñado fielmente, como peregrino por la Sierra de Huelva, su oficio de bardo, de cosedor de cantos portadores de sentencias, romances, danzas, coplas de muerte, embrujos, hechizos, pócimas para la salud del alma y del cuerpo recogidas de la vegetación de la zona; refranes y fábulas bien documentadas en nuestra tradición picaresca del Lazarillo, de la Celestina, de Quevedo y que incluso se remontan en lontananza a Hesiodo en “Los trabajos y los días”, poema de experiencia humana en cuanto experiencia individual y colectiva, poema didáctico sobre las labores del campo, la distinción de los días fastos y nefastos para emprender una determinada acción o para suplicar a los dioses, poema que al igual que en este libro, intercala fábulas, como la del gavilán y el ruiseñor, y sentencias; asimismo se remonta a los conjuros y ensalmos para atraer el corazón del amado desdeñoso o el castigo, de la comedia, y poesía helenística, y a las Geórgicas de Virgilio, poema inspirado también en el cultivo de la tierra y en la vida de sus campesinos.
Por tanto, su libro‑ensayo arranca de las raíces de nuestra literatura occidental griega y judeo cristiana. Es el “yo” del poeta sumido en una tradición que desarrolla un trabajo etnográfico y antropológico con la descripción e interpretación de los usos, las costumbres, la ideología y la psicología de un pueblo conformado por su entorno natural, su historia y sus condiciones sociales, de un microcosmo incardinado en la serranía de Huelva.
El abanico temático es muy amplio: cuentos y canciones que parten del mito, ese inconsciente colectivo sin espacio ni tiempo, ese “Érase una vez”. Empezaré por canciones y cuentos didácticos que animan al trabajo y que recuerdan los consejos que daba Hesiodo a su hermano Perses, hombre de ágora y poco trabajador, exhortándolo a la virtud y al trabajo: “Mas tú, recordando siempre nuestra admonición, ¡Trabaja! Perses, divino retoño, para que el hambre te odie, y te quiera en cambio la bien coronada Deméter augusta, e hinche de alimento tu cabaña”. Así en el cuento de la viña (Santa Eulalia), el padre exhorta a sus hijos: “Jamás en la vida convirtáis la viña en era. Pero los hijos holgazanes vendieron la viña y en nada de tiempo se les acabó el dinero. Y cuando con los años volvieron al pueblo y pasaron por la viña dice uno: ¡Huy, qué limpia está la viña de nuestro padre! Dice el otro: ¡Ay, hermano! esta viña era nuestra. Por eso nos dijo padre que no la convirtiéramos en era”.
O cuentos de humor negro que reflejan las condiciones sociales, como es el del “Velatorio”, cuento de muerte que al final se truca en vida de penurias: “Había en un velatorio un hombre que solo hacía gritar: ¡Ay, que lo van a llevar allí donde no hay luz, ni se come, ni se bebe, ni na de na!”. Pero no se trata del descenso a los infiernos de Ulises, repletos de sombras en el vacío: “¡Hijo mío! ¡Cómo has bajado en vida a esta oscuridad tenebrosa?”, le dice su madre Anticlea, sino que la descripción lóbrega y sombría, que parece referirse al más allá, queda brusca y sarcásticamente truncada por la vuelta a la lóbrega realidad del más acá, “del muerto al hoyo y el vivo al bollo”, por el chiste que recoge la sabiduría pragmática y resignada de todo un pueblo: “Este hijo de su madre lo quiere llevar a mi casa”, piensa con terror un asistente del velatorio.Seguiré por los años del hambre en el Castañuelo: 

“Hablamos un poquito
de lo que son las castañas,
a ver si los tiempos malos
desaparecen de España.
Eran los años del hambre
y no los puedo olvidar,
comíamos nada más que tentullos,
solos, solitos, sin pan”. 

Y además de la angustia del hambre, la angustia del lobo: “Los fantasmas de la Sierra”, como dice Segundo Canterla: 

“En el camino Hinojales
en la Sierra Valle‑Cano
allí salían los lobos
por la mañana temprano”.

O de la relación “Amos‑criados” que con humor y resignación apunta a la ley del mas fuerte: 

“En los campos de las Huelvas
de chiquillo me crié,
los patrones eran buenos,
algunos malos también.
Porque en los otros trabajos
no quiero ni recordar
las penitas que pasamos
para poderlos cobrar”.

Resuenan los ecos de la fábula del gavilán y del ruiseñor de “Los trabajos y los días”: “Ved cómo hablaba un gavilán a un ruiseñor de moteado cuello, al que llevaba bien alto apresándolo en sus garras: Infeliz, ¿por que chillas? Te tiene alguien mucho más fuerte que tú”. “¿El trato con los dueños?”, pregunta el bardo al campesino: 

“No eran agradecidos. 
Bien se dice que quien no agradece, 
al diablo se parece.
Y lo más bonito era
que te cobraban por algo
en un terreno tan malo
que no entraban ni los galgos".

“Hasta que vino el jaleo de la República, que se pensaba que iba a mejorarlo todo, pero fue más pataleo, porque no se dejaban gobernar, hasta que reventó la cosa con el dictador y nos aplastó unos pocos de años: 

"En el castillo Monjui,
en el último rincón,
tenía que estar metido
el que estas muertes firmó.
Por tener ideas republicanas
Que es la más sana de la Nación”.

Son asimismo cantos de carnaval que se conforman en las vísperas del despertar de las fuerzas incontroladas de la primavera y, por tanto, de la libertad de palabra y de acción. En un “Sal fuera de ti” como nos predica Dionisios. 

“Por el carnaval todo pasa,
que no nos coja de espanto,
y si alguno se agravia,
que baje agua del Barranco”.

O coplas de juegos infantiles ya perdidos como el de la comba: 

“Soy la reina de los mares,
señores, me van a ver,
tiro mi pañuelo al suelo
y lo vuelvo a recoger”. 

O cantos de matanza o de la molienda, o el del “recado para objetos y animales”, o de bodas, o de amoríos felices o infelices. Y toda esta variopinta tradición, pensamiento y sabiduría popular toma carne y hueso en la figura del pintor Marcial, en el “Encuentro imtemporal”, en Linares de la Sierra: “Quien venga buscando un genio, no lo va a encontrar, pero quien venga buscando un tonto, tampoco. Soy casado -señalando la fotografía de boda, agrega-: aquí empecé la vida. Muy feliz. Pero se tuercen las cosas. Yo no he querido tocar más a ninguna mujer. Soy la mitad religioso; la otra mitad invisible. Voy a misa cuando puedo. El cura viene por aquí; es amigo; me dice: Vaya usted a misa todos los días. ¿Todos los días, con las cosas que tengo que hacer? No soy aficionado a hincarme de rodillas, ni a cosas extrañas; yo no sé si el sacerdote tiene algo que decirme; si lo tiene, que me lo diga; por ejemplo: Usted menea demasiado las orejas. Lo escucho y adiós”.
Manuel Garrido Palacios, guiado por el hilo de su inspiración poética, como Teseo por el hilo de Ariadna, se ha internado en el laberinto de la Sierra y en la médula consciente o inconsciente del bosque de la mente para desentrañar su misterio y, de esta manera, documentar con rigor científico y calidad literaria el saber y sentir ancestral de sus gentes a través de un entramado de canciones, fábulas, refranes, cuentos, que como bien señala: “van a la búsqueda de unas señas de identidad que los una como grupo; la incógnita ante cualquier más allá, aparte del amor, del miedo, de la muerte”.

© Margarita Ramírez Montesinos

ÍNDICE

A modo de zaguán
1
LA MEMORIA DE ESPIRI Y AMELIA
(Santa Ana la Real)
2
EL CUENTO DEL VELATORIO
Y SUS PARALELOS LITERARIOS
(Desde Aracena)
3
TÓMALO, JUAN. DÁCALO, JUANA
(La Umbría)
4
HALO DE ALDEA
(Castañuelo)
5
LA ERA DEL SAPO
(Castañuelo)
6
A LA UNA, ANDA LA MULA
(Castañuelo)
7
LA PALOMA ENCANTADA Y OTROS ENCANTOS
(Los Marines)
8
ANDANDO CON LOBOS
(Los Marines)
9
LA SOLEDAD SALE AL PASO
(Marigenta)
10
ENCUENTRO INTEMPORAL
(Linares de la Sierra)
11
MAÑANA SIN MEDIDA
(Linares de la Sierra)
12
LAS MEDIAS AZULES Y OTRAS PRENDAS
(Corteconcepción)
13
UN ÚLTIMO CUENTO
(Fuenteheridos)
14
TIEMPO DETENIDO
(Valdelarco)
15
CALLE BOMBA SIETE
(Valdelarco)
16
LA HISTORIA INACABADA
(Puerto Moral)
17
MARZO RABÚO
(Calabazares)
18
ALREDEDOR DE LA TÓRTOLA
(Hinojales)

Notas al texto

Revista de Folklore nº 406


Índice:

Editorial: Joaquín Díaz (Director)
De tiempo en tiempo vuelve a despertarse el interés hacia las menciones que hace Cervantes de algunos instrumentos musicales en el Quijote. Cecilio de Roda, Adolfo Salazar y Miguel Querol fueron, entre otros investigadores, quienes trabajaron el siglo pasado la cuestión con una visión fundamentalmente organológica, dado el oficio de musicólogos de los dos últimos, si bien hay asuntos que, todavía hoy en día, siguen siendo opinables y suscitan controversia... +


Benarés

Benarés
        
Me pierdo en Benarés, ciudad sagrada. No se trata de la sensación de sentirse perdido en mitad del misterio de la vida, sino de algo puntual a resolver con un mapa o con una pregunta al primero que pase. En esta ciudad santa de la India es frecuente: vine por allí, recuerdo aquel edificio, me paré en la esquina y al final, ninguna de las señas que intento hilar acaban orientándome.
Es un simple despiste, un encontrarme de golpe en un paisaje vital recién estrenado. Me levanté a las cuatro de la mañana para ver salir el Sol sobre el río Ganges y ha sido tan espectacular el hecho que me quedé sin coordenadas. En la orilla ciudadana del río ya trabajaban muchachas portando sobre sus cabezas espuertas de tierra que descargaban de un barco-gabarra. Eran las cariátides eternas que sostenían los dinteles sobre los que los pueblos suelen escribir su historia. No parecían venir de los montones de arena, sino de siglos, de milenios atrás avanzando hacia un futuro inalcanzable. Trajeron a mi memoria al lejano Juan Ramón con lo de «la chicharra sierra un pino al que nunca se llega». O algo así. Escribo de memoria en este garito en el que me he cobijado de las dudas del rumbo que tomaré para no seguir perdido. Percibo muchas miradas atentas a lo que hago, que indagan en silencio por qué me he metido en este barrio distante de cualquier ruta. Hay curiosidad en ellos, inseguridad en mí. Cuando me ven tomar un te en un chiringo y abrir la libreta de notas me cercan y por un momento me invade un temor que no conocía. Temor a nada. Temor a todo. Sensación. Vida, en suma. 
Esta es la orilla que conecta con la ciudad. Por la opuesta sale el Sol trazando una raya de luz en las aguas; luego emerge de golpe y bota en el horizonte hasta posarse en él como una naranja madura. Los tonos rojizos invaden el marco y todas las religiones que tienen sus templos frente a su luz inician sus ritos con sus cánticos. Todo se puebla de una atmósfera extrema, misteriosa, mientras en las piras de leña montadas sobre la arena queman tres cadáveres y desde las barcazas depositan otros en el seno del río envueltos en el sudario con pesos atados al cuerpo.
Un conductor de bicicleta con carricoche me saca del ensimismamiento ofreciéndome el transporte. Le digo que deseo ir a un mercado que vi ayer al que no sabría llegar hoy. Él me indica que ocupe el asiento y se pone a pedalear, pero en el primer cruce de callejuelas chocamos con otro vehículo igual y le pido que vayamos los dos a pie junto a la bicicleta ‘hablando de conversación’, como diría mi amigo andevaleño. Me sabe raro que en el choque no haya habido disputa, ni siquiera una palabra más alta que otra; cada cual ha seguido su camino una vez comprobada la ausencia de daños físicos y en paz. Él quiere saber si en mi país ocurre así. Le digo que posiblemente los implicados se habrían enzarzado en una discusión, a veces con insultos o con desenlace violento. Él cree que es un error vivir crispados para que puedan saltar las reglas de convivencia a la mínima. Y con la charla hacemos el camino, extrañados ambos de cómo son algunas cosas en el país del otro.

© Manuel Garrido Palacios

BRUJAS

 
BRUJAS
(A orillas del río Zwyn)

La ciudad de Brujas no se llama así porque la habitaran personas dadas a lo oculto más que en otro sitio, sino por un pontón que permitía pasar del barco a tierra sin necesidad de mojarse. El término flamenco brugge (francés bruges; noruego bryggia) significa ‘puente para desembarcar’, y de pronunciarlo macarrónicamente quedó en la lengua de andar por casa en el misterioso nombre de Brujas, con toda su carga equívoca asentada con el paso de los años. Esta documentada visión me la cuenta una pasajera del bus que me lleva desde Lille a esta ciudad belga. Como me ve tomar notas le aclaro que igual escribo un artículo sobre esta conversación y que lo justo sería que lo firmáramos a medias; así que me dice su nombre agradeciendo el detalle: Catherina.
         Lo propio en esta ciudad de tres puertos, cuya Marktplatz parece un escenario para los cuentos de hadas, o de brujas, es que te ofrezcan comer mejillones con papas fritas como plato exquisito porque, tanto los unos (criados en el Mar del Norte), como las otras (maduradas en tierra húmeda), no conocen rivales en el mundo y alrededores, en opinión de Piero, que dirige un restaurante en la Vlamingstraat.
         Dispuesto a probar tamaño tesoro, antes tropiezo en una calle aledaña con un local cuyo dueño es de Cádiz: ‘de Cai’, me corrige, el cual sigue llamando chiringuito a su negocio por muy en Europa que esté, y que luce en su menú, aparte de los mejillones, la jugosa tortilla hecha con un par de huevos y las mismas papas, manjar a cualquier hora y más si llevas tiempo sin hincarle el diente a algo. Juan de Cádiz, que asegura q ue ‘la tortilla de papas es la revolución pendiente’, comparte con los anteriores informadores que tanto los mejillones como las papas son excelentes y que su fama está ganada a pulso, sin más publicidad que hacer que aparezcan en el menú. Le digo que las papas se acercan en su buenura a las de Fuenteheridos, en Huelva, cerca de su Cádiz, y él valora el mejillón como los de la costa gallega.
         Herbert resalta la ausencia de vehículos a motor en las calles de Brujas, capital de Flandes del oeste, llamada la Venecia del Norte, con ciento y pico mil habitantes, a orillas del río Zwyn, y señala la cantidad de bicicletas inofensivas que circulan, aparte de las calesas, que tienen preferencia en los cruces sobre los transeúntes. Si la mañana se presenta brumosa, como la de hoy, y se escuchan los cascos de los caballos caleseros por una vía desierta envuelta en niebla, te imaginas dentro de una historia fantástica -añade Ingeborg, su esposa-, que completa el cuadro indicando que, como postre, me queda probar el mejor chocolate del mundo. Vamos allá.
         En la Catedral de San Salvador ensaya un coro de ángeles con fondo de órgano. Una dama muy atenta, al ver mi estupor ante tanta belleza sonora en semejante marco arquitectónico, se ofrece a mostrarme el esplendor secreto de Brujas, Patrimonio de la Humanidad, ciudad que es un museo al aire libre con campanarios, beaterios, callejas, canales y una muralla medieval intacta que la abraza. Toda entera es un tesoro. Un entendido en estas cuestiones, que lee la prensa en un café, me sugiere que suba los ochenta y tres metros, es decir: los trescientos escalones de la torre de la Plaza Mayor, obra del siglo XIII, y que espere allí el concierto que darán sus cuarenta y siete campanas de bronce, y me advierte que no deje de admirar en la plaza Burg el formidable Ayuntamiento del siglo XIV, la Basílica de la Santa Sangre, el palacio de Brugse Vrije y el Prebostazgo. La camarera, que anda atenta con intención de sumar información, me dice que visite el Minnewater, o Lago del Amor, que era antiguamente un puerto interior y hoy un bello estanque, sin perderme el Beaterio de Benedictinas, de 1245, y cómo no, el Museo de la Cerveza, joya del buen catar, sin echar en olvido el Stedelijke Musea Brugge para contemplar pinturas maravillosas de Weyden, Acker, Memling, El Bosco o Van Eyck.
         Hay días especiales para todo; hoy lo es porque este artículo lo han ido escribiendo, sin saberlo, las voces de gente encontrada al paso, voces que son los ecos callejeros de tan hermosa ciudad. Después de los mejillones y la tortilla, ante un café y un rico chocolate, lo mío sólo ha sido poner en orden tanta palabra escuchada. Habrá que seguir mañana.

© Manuel Garrido Palacios
Imágenes MGP: Plaza Mayor y Van Eyck 

Lêdo Ivo

LA ALDEA DE SAL
Lêdo Ivo
Trad. G. Grande y J.C. Mestre
Ed. Calambur

“Una puerta cerrada no es suficiente para que un hombre / esconda su amor. También necesita una puerta abierta / para poder partir y perderse entre la multitud cuando ese amor estalle / como un barril de pólvora en el arsenal alcanzado por el rayo. / No basta un techo para que un hombre se proteja / del calor y de la tempestad. Para huir del relámpago, / cuando la lluvia cae en el silencio del mundo / abierto como una fruta entre dos estruendos, / él necesita un cuerpo tendido sobre la cama, / un cuerpo al alcance de su mano / todavía temerosa de avanzar en la oscuridad. / En la noche que declina, en el día que nace, / el hombre necesita de todo: del amor y del rayo”.
Lêdo Ivo (Alagoas, Brasil, 1924) publica en España su poemario La aldea de sal (en traducción de Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre para Calambur) al que pertenecen los versos de inicio. Los editores presentan al autor como poeta, narrador (Premio de novela Graça Aranha), cronista, ensayista (Premio Nacional de Ensayo) y uno de los máximos exponentes de la Generación del 45, movimiento clave en la vanguardia literaria en su país. La Academia Brasileña de las Letras le otorga el Premio Mario de Andrade a toda su obra, cuyo primer libro:Las imaginaciones (1944) ilumina ya un gozoso camino creativo; entre su veintena de títulos citan Ode e elegía, Estaçao central, Finisterra, Curral de Peixe Réquiem. 
Claro referente en las letras brasileñas, el poeta encaja su figura en su marco: “Mi patria no es la lengua portuguesa. / Ninguna lengua es una patria. / Mi patria es la tierra tierna y untuosa donde nací / y el viento que sopla en Maceió. / Son los cangrejos que corren en el lodo de los manglares / y el océano cuyas olas continúan mojando mis pies cuando sueño. / Mi patria son los murciélagos colgados de la techumbre de las iglesias carcomidas, / los locos que danzan al atardecer en el hospicio junto al mar, / y el cielo encorvado por las constelaciones. / Mi patria son las bocinas de los navios / y el faro en lo alto de la colina. / Mi patria es la mano del mendigo en la mañana radiante. / Son los astilleros podridos / y los cementerios marinos donde mis ancestros tuberculosos y palúdicos no paran de toser y temblar en la noches frías / y la fragancia del azúcar en los almacenes portuarios / y las tencas que se debaten en las redes de los pescadores / y las ristras de cebolla enroscadas en la tiniebla / y la lluvia que cae sobre los corrales de peces. / La lengua de que me valgo no es ni nunca ha sido mi patria. / Ninguna lengua engañosa es una patria. / Tan sólo sirve para que celebre mi gran y pobre patria muda, / mi patria disentérica y desdentada, sin gramática y sin diccionario, / mi patria sin lengua y sin palabras”.
          Trazar unas líneas anunciando el nacimiento de un libro ha de ser una transparencia. Los versos son los que han de hablar del autor, no otra voz: “Mi vida es como una ventana abierta sobre Asia. / Profeso lo imaginario y, en ese rito, / renazco para contemplar lo inexistente / que resplandece a la luz de mi trópico de agua / como esas islas ficticias que no se ciñen a las horas triviales de los navegantes, / tierras no nacidas, horizontes pensados. / Los países son hipótesis de secretos / que emergen y se hunden ante el asombro de la Tierra. / Inmóvil o caminando, veo siempre los polos / con sus rápidas lluvias y sus esfinges entre andamios, / y sobre todo, amigos míos, con esa atmósfera de última estación / que intriga a todos los que nacieron en el centro del mundo. / Más allá de mis párpados, donde el pensamiento es de sal / como si lo hubiera ungido una lágrima, / habrá un país claro y perfecto, de tan dulce perfil / como las piedras femeninas de la noche”.
 Grande y Mestre cierran: “He aquí al más joven de los ancianos poetas que habitan la aldea de sal. En una aldea de sal caben los sueños pendientes de ser soñados. Cabe la delicadeza y cabe la tempestad. Hay sitio para el reflejo de una moneda perdida y lugar para lo abundante e incierto del océano. No es Ulises, aunque se le parece; no es Noé, aunque recuerda al ebrio patriarca. Está ahí, aturdido por el ruido del universo y el engranaje de las galaxias. Es alto como una pequeña conversación oída por el dios que sostiene los cimientos podridos de las iglesias y los mástiles que todavía no tienen navío. Es Lêdo Ivo”.

© Manuel Garrido Palacios

Carnavales y Fiestas de Locos

Jacques Heers
Carnavales y Fiestas de Locos
Ediciones Península
Traducción de Xavier Riu

Reflejo brillante de civilizaciones y culturas, la fiesta no se libera en ningún caso de su entorno social y político. Es en sí misma testimonio de preocupaciones, ambiciones, relaciones de fuerza. ¿Fiestas populares? ¿Cabalgatas locas y protestas burlescas? Quizás. Pero es difícil hablar de las fiestas de locos, de sus extravagancias, sin ver en ellas. a la vez, las estrategias del bajo clero y la disputa de influencias. ¿Cómo describir los fastos del Carnaval sin evocar la voluntad de contener sus impulsos destructivos y de encaminarlo hacia posiciones conservadoras? Al principio simples juegos, esas diversiones alegres derivan poco a poco hacia fiestas de relaciones, lecciones de obediencia, sensatez política. ¿Fiestas de locos o fiestas de sensatos?

© Editorial.

El último dragón

El  último  dragón
(dedicado a Violeta)

Me cuenta un pescador en el Cabo de San Vicente, Algarve ─donde Europa termina o empieza─, que una dragona cruzaba el Atlántico buscando un lugar oculto para parir porque unos arponeros habían matado a su familia. En su huida desesperada vio la colosal esquina rocosa y se refugió en las cuevas naturales en las que el mar entraba y salía libremente. Allí trajo al mundo a su vástago, un dragón como todos los dragones; lo peor fue que, agotada del largo viaje y del esfuerzo del parto, mermó tanto su salud que murió pronto dejando solo al hijo, uno de los últimos dragones. O el último. Ya que no conocía más mundo que la cueva, el dragón nuevo creyó que todo se reducía a ella, y vivió en sus entresijos manteniéndose del pescado menudo que la habitaba; y creció y creció cuanto crecen los dragones hasta que un día quiso salir del refugio y ya no encontró hueco lo suficientemente grande para liberarse. En la cueva vive todavía y, aunque nadie lo vio jamás, se le siente ir y venir por las misteriosas galerías; sólo hay que estar atento a su respiro bronco, que no es aire solamente, sino un lamento secreto por si una dragona deambulara cerca del Cabo y lo escuchara.
De relatos así nacen las leyendas; una fantasía rumiada en soledad por el pescador de Sagres para justificar el respiro hondo que brota de las rocas finales del continente. También podía tomarse por una alegoría de la pérdida de especies, de su desaparición silenciosa, a las que vamos aniquilando para siempre, cuya larga lista no cabe en la razón ni en la breve crónica de viaje.

© Manuel Garrido Palacios

Touches blanches. Touches noires


Manuel Garrido Palacios
TOUCHES BLANCHES, TOUCHES NOIRES
(Roman)
Traduit de l'espagnol por
Marie Claire Durand Guiziou et Jean Marie Florés
Ed. Le Soupirail · Francia

« Tu seras une gloire tout en étant un pou. »
La guerre a le visage de Mambraseca. Village dépeuplé perdu au milieu des trains de scories d’une ancienne mine de charbon, hameau qui en savait long sur la vie et la mort au rythme des « paseos » des camions de l’aube, en proie à l’autorité d’un cacique, maître des existences. Là, la mémoire reste suspendue, les corps tombent comme les oiseaux qu’on tire à la carabine, là, à Mambraseca, les contes s’acharnent à combler le quotidien, car tout est bon pour s’écarter du réel. Un village comme tant d’autres, macabrement vivant dans une époque qui s’affranchit de dates.
La guerre épouse la voix, le souffle de l’infatigable Fátima qui s’élance, narre, chuchote la petite histoire terrifiante, lourde, des habitants de Mambraseca, écho de la Grande Histoire. Ainsi les villageois sont-ils immergés dans un conte fantastique, une tragédie, où l’on croise des garçons déchiquetés par les loups, des chiens rôdeurs, des chèvres ensorcelées, des bûchers, mais aussi des potions magiques, l’eau empoisonnée du puits. Les éléments se déchaînent, le peuplier, bois de la crucifixion du Christ, est condamné à frémir ternellement, le tonnerre rugit, les gelées tardives, inattendues, annoncent le déluge, la malédiction. La Tarentelle de Balbina qui bute sur la mesure vingt-quatre distille des notes malveillantes et rythme le désastre, l’absurdité de ce microcosme, des hommes et de leur désespoir. Nous sommes déjà de la ferraille.
Les corps tombent, les tortures fleurissent : c’est le poète Pardero attaché avant le tir fatal, Goro jeté dans un puits, le père assassiné de trois balles en plein coeur droit dans l’âme, le suicide de Honorio à quatre-vingt dix ans qui se dit de trop en ce monde, que la vie [lui] échappe. Une humanité jetable. Et la pluie, les ruissellements dans les galeries, font rejaillir les superstitions et les êtres légendaires tentant de laver la boue, le sang, les gémissements. Beauté et fierté de ce village où le rêve, l’imagination donnent enfin une consistance à la désolation. Il y a les temps perdus, les souvenirs meilleurs des femmes confectionnant les beignets, les scènes burlesques du sourcier Jeromo qui se fie à la douleur de ses testicules pour détecter la source ou du déménagement du piano dont les sons heurtent les oreilles des mules ; autant de moments humoristiques pour apaiser la noirceur.
À Mambraseca, à l’instar de Honorio, « rêveur de ponts », les habitants appartiennent au silence éclatant de leurs rêves et s’abandonnent volontiers à la Tarentelle de Balbina pour conjurer le réel et repousser la mort. « Nous sommes le passé et ce que nous pouvons rêver. » Tous vivent leur inexistence. La Tarentelle est la fierté de ceux à qui la terre appartient et le courage des femmes ; la mesure vingt-quatre crie la plainte des rêves, la lutte contre le silence et l’oubli.
La langue de Manuel Garrido Palacios nous porte audelà du réel avec parfois férocité, grotesque, humour et toujours poésie. Toujours le loup écoute les hommes qui lui confient leur solitude.
Touches blanches, Touches noires ou la voix des limites de la tragédie de l’histoire, celle de Fátima, de la mémoire, et des illusions. Un voyage au coeur du néant. Et une éternité. Ce n’était pas juste de laisser tout le travail à Dieu. Dieu était Dieu et rien de plus.

E.M. L’Éditrice.

Trilogía de Herrumbre


·
EL ABANDONARIO
·
EL HACEDOR DE LLUVIA
·
NOCHE DE PERROS
·
MEMORIA DE  LAS TORMENTAS




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CALIMA EDITORES
PALMA DE MALLORCA

Trilogía de Herrumbre (en francés)




Manuel Garrido Palacios
L'ABANDONNOIR 




Manuel Garrido Palacios
NUIT DE CHIENS




Manuel Garrido Palacios
LE FAISEUR DE PLUIE

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Editorial L'Harmattan · Paris


Cantos del llamado

Cantos del llamado
La Palma (Tenerife)

En la isla de La Palma (Tenerife), la más occidental del archipiélago, se ha utilizado tradicionalmente para la pesca de la morena cualquier ‘peje’ –pez– que suelte sangre: caballa, sardina, bonito o atún. A esta ‘carná’ se le llama ‘engodo’ y a la acción, ‘engodar’. Eso, allí. Pero curiosamente, en Punta Umbría se dice ‘enguadar’ a lo mismo. En la isla de La Palma la morena acude al ‘chiflido’ o silbido que va haciendo el pescador, o al ‘engodo, enguao, enguado’, o al son de una cancioncilla que los que andan en la faena van repitiendo al remover las aguas, conocida como ‘Cantos del llamado’. Las dos estrofas más corrientes suelen ser:
1
O, morenita o,
o, o morenita o,
que salga la hembra
yl macho no.
2
O, morenita o,
o, o morenita o,
que salga el macho
y la hembra no.

Dicen una u otra indistintamente. Parece más efectiva la música que la letra, aunque el hecho de nombrar al animal lleve su tinte mágico porque se está invocando su presencia. Hice en su día un documental sobre ello y lo acabo de ver en un congreso sobre estas costumbres que ya van camino de lo obsoleto. Por entonces me lo explicaron así en la isla: ‘Para pescar la morena hay que engodar, se viene engodando con el chiflido para llamarla y también con el canto. Y sale la morena, o murión. Suele salir la hembra desde antiguo. Es la sangre la que llama a la morena, que es voraz y mordiona. Ahora apenas se canta, sino que vale con el chiflido mientras se retuerce y se exprime el engodo. El sistema es que se hace un lazo con un alambre acerado y la morena sale de su escondite, se cuela por el lazo y queda presa; luego hay que golpearla contra el suelo hasta que muere. Yo no sé si atiende o no al canto, la cosa es que salir, sale. Lo que siempre he visto es que si uno le silba o le canta, la morena viene. La morena se vende luego o se lleva a casa para comerla’. Unos ejemplos de atraer a los bichos por métodos similares los trae Claudio Eliano en ‘Historia de los animales’: a) ‘Los pescadores de cangrejos han imaginado el medio de pescarlos con música. Los capturan con un pífano. Los cangrejos se ocultan en sus madrigueras y los pescadores comienzan la melopea. Al oírla, los cangrejos, como hechizados, se deciden a salir de su escondrijo y, ebrios de placer, salen incluso a la superficie del mar. Los flautistas vuelven sobre sus pasos. Los cangrejos los siguen y, cuando están en tierra, los cogen los pescadores’. b) ‘Los que viven a orillas del lago Marea [cerca de la desembocadura más occidental del Nilo] capturan sus chanquetes cantando con el mayor estruendo y acompañando el canto con el repiqueteo de castañuelas. Y ellos, como danzarinas, pegan saltos al compás de la melodía y caen en las redes dispuestas para su captura’. Aparte de ver el documental, esto viene al hilo por haber incorporado a la segunda edición del ‘Diccionario de palabras de andar por casa’ varios cientos más de entradas, como ‘enguao’, que es la ‘carná que suelta sangre para la pesca’, palabra tomada de los pescadores de Punta Umbría, como tantas otras que, sin duda alguna, han venido a enriquecer la obra. 

© Manuel Garrido Palacios

(Del libro EL PÁMPANO ROTO. Calima Ed. Mallorca)
© Foto: Héctor Garrido