Francisca Gata Amate / 2 libros




FUERA DEL TIEMPO


“Aquí se urdió la historia” dentro del tiempo. Amalia Miguez convocó a quien quiso ir a Rociana para hacer la entrega del Premio Internacional de Poesía Odón Betanzos Palacios, y ella vino de Nueva York a presidir el acto en la Fundación que honra el nombre del esposo, poeta, compañero, hombre bueno, “en esta encrucijada de silencio / sintiendo la soledad / como si me hubiera devorado el horizonte; / la sangre manando para mí / y para las exangües fuerzas / de quien ha amado”.
De la obra que alcanzó el premio: “Fuera del tiempo”, su autora, Francisca Gata Amate, leyó algunos versos: “También fuera del tiempo me perteneces. / Es otro sueño que desea recobrarte junto al jardín, junto a las rosas. / Aunque nuestro cielo te halla derribado. / También fuera del tiempo negado en una lágrima, / alma que vagas y me ofreces la muerte que te lleva / más allá…”.
En “Fuera del tiempo” los versos están dichos a tiempo, a su tiempo, en su tiempo; no importa si se escribieron siglos atrás o si pudieran escribirse mañana: todos tocan la herida profunda del alma y dejan que el verso se eleve sobre sí mismo, se desprenda de autoría y se intemporalice, cualidad que hace que lo escrito por una mano determinada hoy, sea asumido por quien lo lea siempre: “Siento la calma / antes de estar perdida ya para siempre / o ser sólo una huella en el barro. / Sentir que todo me limita / como pequeña tierra bautizada en tu nombre. / Y qué más da si amaso esta virtud / o amaso el vicio y sueño y siento / y late mi corazón más todavía / y mi pupila se empeña en la ceguera. / Repleta estaba mi luz, / también mi negra noche / porque de tanto contarlas / las estrellas dormían en tus ojos”.
Uno se pregunta desde su silla de espectador pasivo, ¿cómo surge un poeta, es decir, se incorpora a la nómina humana una persona que entresaca de la nada visible un trozo de belleza para expresarse y, dado el caso, compartirlo con los demás?, como “reguero de amapolas, / como rastro sangriento para sentirme / más de carne y más de vida. / Qué misterio palpita en el camino, / cómo habla esta lengua tan osada, / qué deseo irrefrenable de continuar / con el alma más espesa y generosa. / Y este aroma de la tarde y el suspiro de sus árboles ante la eternidad. / Mirado así, aprendiendo la ternura de una soledad de pasos lentos”.
Cada día tiene su pregunta sin respuesta. La que flota hoy en el río que nos lleva puede valer para todo lo bello que nos mueve: ¿en qué limbo dormitaban los ecos hasta que los genios compositores los arrancaron de un tiempo fuera del tiempo para este tiempo nuestro? Y una vez más indagas en el impulso artístico y penetras en el túnel en cuyo origen habita el gran misterio, ese instante eterno de partida de toda creación al que no es posible regresar.
Dice Amate que “es tarde y todo duerme. / Es otra claridad la de esta noche / otro día llegado del revés / e igual de intenso. / Todo duerme, / pero este silencio es tan luminoso, / tan sabio en el enigma descifrado. / En esta llamarada se contempla la vida, / sus rincones, su mordedura mal curada. / Su memoria. Extraña luz, / reflejo en la paz de cuerpos inocentes. / Inusual, querida, / festejada luminosidad, / apetitosa danza. / No ha nacido la noche / sino otro amanecer de rojo eterno. / La vida se ha llevado el miedo / como una orquídea negra que dolía”.
No es fácil abrir un libro nuevo de versos y guardar la intención latente para reabrirlo mañana. Se da poco. En mitad de ese tiempo sin palabras habita el tiempo que nos cerca. Tiempo colectivo de un día hecho de tiempo en el que los versos fluyeron y lo que bullía dentro se hizo un fuera en voz alta o en palabra serena plasmada en el papel; ambas, voz y letra, venidas de un grito interior, de un “estar encerrada en mi cáscara, / protegiendo la clandestinidad de mis ojos, / enmudecida en mi estado de sitio. / Contar las sombras asumiendo mi reflejo / en todos los retrovisores. / Fingir que era audaz mi soledad. / Con el óleo de tu recuerdo goteando, / sin interpretar ese sollozo de tierra. / Agazapada, ajena. / Se deshacía la hermosura de vivir. / Qué lejos todo / y qué miedo no tener silueta para el amanecer”.
El dolor dilata el tiempo. El placer lo acorta. El poeta lo capta. Su llanto es calmo; su plegaria, leve: “se avino a amarme limpiamente y a limpio me supo su silencio”. Es todo.




CREACIÓN



“Todo es mar y sobre su hilado / la mordedura de la vida se retuerce / hasta desecar el tronco. / Todo es mar, hasta la tierra sufre la suntuosa condena. / Un espíritu navegando en matices del azul. / Cielo tan ligero y desnudo, tan puro en el milagro. / Inmaculada razón de la existencia. / El eco de la nada tras el rito / de llegar y partir. / Qué murmullo es ése de perlas y de algas / descendiendo de Dios a las profundidades. / Qué furtivo tumulto sin medida / surge de la escritura divina. / De su silbo solitario. / De su pasar egregio, / de su empeño en la rotura de compuertas. / Han llovido fragancias / sobre sombras con escamas, / se han suicidado las estrellas del viejo lupanar. / Y el húmedo, infinito, sexo / recoge la experiencia de recibir / y dar la voz del agua en feraz cuenco. / Hasta el río, el motín de los alientos, / hasta el magma, / sólo desandar los pasos ya es vivir.”
Francisca Gata Amate nace en Monesterio, Badajoz: “Huevo. Útero. Ambarino esperma”, reside en Albacete: “se anuncia el cántico de amor por lo que se construye”, y vive “en, de, para” la literatura: “ungüento del gen asumido por mi barro”. Ha recibido premios de poesía de fuste: “esculpan los líquenes sombras para un solo ojo”, como el “Paul Beckett” o el “Odón Betanzos”, y de narrativa: “piedras dormidas y cansadas huellas, nutrientes de la solitaria melancolía”, como el “Francisco García Pavón” y el “Felipe Trigo”, entre otros.
“Creación” es un libro de poemas inspirados en la obra del pintor Eduardo Naranjo: aguafuerte, tinta, pigmento, lápiz, barniz blando, punta seca, acuarela, témpera, óleo, ácido puro, lienzo, papel, trapo, grabado, difumino, aguada, tabla lisa, gouache, grafito, madera negra…, palabras cuya fuerza interior sitúa la autora al inicio de cada poema o el pintor como señales de su técnica. Valga la muestra pictórica que acompaña a estas palabras, hecha con trazo tan firme, donde la realidad y la ficción conviven en armonía. Si se entra en el juego propuesto por la obra, se ve la pintura y se lee el poema, o se lee la pintura y se ve el poema, de modo que parece que la autora ha dividido el cuadro de Naranjo en porciones para sacar de cada una su esencia, como quien entra en el marco y pone los grises que no se ven, sólo suenan.
Dicen los versos de Amate sobre “La mirada de Dios” que “La pupila está ahí, alerta, enjoyada / por sueños. Más sueños que en bazar / de orate. Cayendo enardecida / sobre la huera superficie. Derramándose. / Entusiasmada con el caos / maleable. / La pupila es Dios. El verbo, / y el verbo crear. En silencio. / En el futuro. Dios será la muerte / y la culpa asume su melodía extrema y dolorosa. / Pero el iris desnudo limará los contornos / y de la nada al todo, / la poesía de lo eterno, que ya es un júbilo. / Libro de fuego y agua. / Primera linfa que habrá de confundir el deseo / de mar. / Luz atisbando los rincones. / Pliegues del enigma, resuelto por el plumón / de esa noche larga. / Mercenario tan suyo va creando / y, por toda moneda, / el puro desvarío / convencido de que ha de ser así / y así le nace / el junco dador de vida. / Y este Dios solitario / anegando de hierba su mirada.”
El libro expresa doblemente el arte. Se diría que verso y trazo se complementan, pero igual pueden degustarse las pinturas por un lado y los poemas por otro que juntos, como aquí, en una suma de sensaciones. Naranjo plasma en el lienzo y Amate interpreta que “El hombre es nada / en la memoria del fuego. Si acaso idea / sin manos. / Larva latente en los huesos / del mundo. Azogue agazapado / en una esquina. / Hambre de Dios por todas las palabras / o por la voz que niegue / su existencia. Tres veces: no. / Tres veces: imposible. / Fraude de fe. / El hombre nuevo será invicto en el paisaje / de la noche, más noche / porque el día festeje / su llegada, / que mastique su luz / y lo atormente, impar en danza. / Impecable en su piel / desgarrando la piel de su Hacedor. / Rivalidad humana y tan divina. / Incapaz de negarle los favores. / Sin la puerta al vacío / por ahora.”
Un libro es pan amasado en el sentir. Al lector le queda la impronta de que el arte es poliédrico, cuyas caras juegan solas su particular partida para que los demás miremos, participemos, a ver si entre todos desciframos el misterio creativo del ser humano.

© Manuel Garrido Palacios