Abro la carpeta en la que llevo poemas
de Almutamid (1040-1095) traducidos por Emilio García Gómez y leo uno:
cuando en su mano
el relámpago del vino resplandecía.
¡Ojalá supiera cómo,
si ella es el sol de la mañana,
se asusta de la luz!
En el ferry que cruza a Tánger desde
Algeciras viajan tres muchachas que van por primera vez a Marruecos, según sus
palabras, mientras ven esta unión de un mar y un océano en todo su esplendor.
Sigo leyendo:
presentó a la mía, mejilla y pecho;
recogí la rosa y mordí la manzana;
me ofreció los rojos labios y aspiré
su aliento:
me pareció que sentía el olor a
sándalo.
Ojalá quisiera visitarme cuando estoy
despierto
Pero entre nosotros pende el velo de
la separación:
¿Por qué la tristeza no se aparta de
nosotros,
por qué no se aleja la desgracia?
Supongo que el trayecto sobre unas
aguas revueltas hoy en el Estrecho lo van a hacer acomodadas en el interior del
buque, igual temiendo mareos o por pura timidez ante este acontecimiento que
van a vivir, pero pronto rompen con ello, salen a cubierta, se apoyan en la
baranda y el miedo a lo desconocido lo cambian por un cálido y contagioso
entusiasmo.
por su cuello,
una gacela por sus ojos,
un jardín de arriates
por su fragancia,
una rama de sauce
por su talle.
Les digo que no es poco pasar a otra
cultura, a otros sabores, a otros aromas, a otra lengua cruzando el agua, donde
no existe transición posible, sino un corte a tajo. Por si no fuera suficiente,
saltan delfines a babor como si quisieran infundirles confianza o les dieran la
bienvenida, y las tres muchachas los señalan, les gritan, intentan retratarlos
para retener la magia del momento. Todo les sorprende, de todo disfrutan, todo
lo celebran, todo lo viven. Continúo el poema de Almutamid:
El corazón persiste y ya no cesa;
la pasión es grande y no se oculta;
las lágrimas corren como las gotas de
lluvia,
el cuerpo se agosta con su color
amarillo;
y esto sucede cuando la que amo a mí
está unida:
¿Qué sería, si de mí se apartase?
Su capacidad de admiración parece que
se ensancha; hasta les brillan lágrimas de tanta emoción junto a la frase
inevitable: ‘Creí que nunca vería esto’. Quien ya pasó por este camino comparte
el sentir.
Te he visto en sueños en mi lecho,
y era como si tu brazo mullido fuese
mi almohada;
era como si me abrazases, y sintieses
el amor y el desvelo que yo siento;
era como si te besase los labios, la
nuca,
las mejillas y lograse mi deseo.
¡Por tu amor! Si no me visitase tu
imagen,
en sueños, a intervalos, no dormiría
más.
Me preguntan por el motivo de mi
viaje. Les digo que voy a Agmat a un encuentro con gente que escribe poesía,
que la recita, que la escucha, que la saborea sin más y que, algunas veces, la
saca en libros. Se ha escogido Agmat como marco por estar allí las tumbas de
Almutamid, Rumaiquiya y una de sus hijas:
¡Oh mi elegida entre todos los seres
humanos!
¡Oh estrella! ¡Oh luna! / ¡Oh rama
cuando camina,
oh gacela cuando mira!
¡Oh aliento del jardín, cuando
le agita la brisa de la aurora!
¡Oh dueña de una mirada lánguida
que me encadena!
¿Cuándo me curaré? ¡Por ti daría la
vista y el oído!
Tu frescor aliviaría
la oscuridad de mi corazón.
Ya en tierra, camino de Agmat, les
sugiero que recalen en Tánger, Assilah, Larache, Bolubilis, Fez, Xauen o
Marrakech, que ofrece la sensación de asistir al latido maravilloso de la
Plaza del Fna, o Asamblea de muertos, y se diluyan en el laberinto de la
Khasba, donde colores y aromas envuelven y encantan.
Tres cosas impidieron que me visitara
por miedo al espía y temor del
irritado envidioso:
la luz de su frente, el tintineo de
sus joyas
y el fragante ámbar que envolvía sus
vestidos.
Supón que se tapa la frente con la
amplia bocamanga
y se despoja de las joyas,
más ¿qué hará con su aroma?
Las tres muchachas, tras haber visto
el mar por primera vez, se interesan por Almutamid y deciden seguir hasta Agmat
para integrarse en la reunión de gente que hace poesía, que la canta, la
recita, la ama.
Dos mujeres escapadas de un libro
sagrado sacan agua de un pozo de brocal de piedras situado en el camino de
Settat, cerca de Marrakech. Ambas tiran de la cuerda que eleva el cubo
rebosante, como si ensayaran el ritual de un ritmo, el de la vida, por ejemplo.
La carrucha herrumbrosa cuelga de un trípode de palos; madera que se curva a
cada esfuerzo sin que en siglos se haya roto. O se ha roto pero a mí me gusta
que no se haya roto. Se queja. En tortuoso camino veo un accidente de autobús
en una curva. Se hace lo que se puede hasta que las ambulancias lleguen. Coloco
la cabeza sangrante de una anciana sobre un cartón y la cubro con otro para
evitar que la llovizna le empape el rostro.
Los que pueden hablar cuentan entre
ayes que el vehículo resbaló con el agua, volcó, dio vueltas cuesta abajo y la
gente rompió con sus cuerpos los cristales de las ventanillas. Ahora yacen
sobre la hierba o lloran sentados en las rocas que flanquean la triste visión
del suceso. El autobús humea con las ruedas hacia arriba. Alguien dice que nos
apartemos todos por si explota. Es el cuadro de la indefensión humana. Las
mujeres escapadas del libro sagrado me ven parar luego junto a ellas y me
preguntan qué ha ocurrido allá lejos que no cesan de venir ambulancias. Les
digo lo que acabo de contar y les pido de beber. Me dan un cucharro de corcha
para que me sacie. Resuena en mi memoria mi pueblo de Alosno y su copla siempre
a punto:
que vengo muerto de sed.
Jesucristo, por beber,
le dio a una mujer la Gloria;
yo te voy a dar mi querer.
Haimas repletas de objetos de barro se
alinean en otros tramos del camino. Si paro, compro. Seguro. La habilidad
de los mercaderes anula la que uno cree tener para el regateo. Pero si no les
discutes es peor. No te aprecian como comprador. El equilibrio, según Mohamed,
está en esto: de lo que te pidan por un tiesto lo divides por la mitad y ahí
empieza el tira y afloja. Será difícil marchar de vacío. El tope es cuando te
ofrezcen otra cosa desviando tu atención del objeto que deseas. Ahí tienes que
decidir.
Luego de tanto trote llego a la tumba
de Almutamid, en Agmat. Ya vine hace unos meses con ocasión de rodar un documental
sobre él, Rumayquiya (Itimad) y la hija que duerme eternamente junto a ellos.
Las tres tumbas están en el Mausoleo que cuida Ait Zaouit Abdelkrim, que recita
fragmentos de poemas de Almutamid Ben Abbad como si el poeta muerto reviviera
en su voz emocionada. Los versos están escritos en árabe en el zócalo que
adorna el recinto, templo levantado en honor de la Poesía, que abre sus puertas
al nacimiento del Sol. Aparte de lo escrito en los muros parece flotar un eco
de Rumayquiya diciendo aquellos versos finales: ‘Ya estoy para siempre junto a
él. Dejadme en paz’.
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Manuel Garrido Palacios
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Fotos MGP.