POETAS DEL SUR DE EUROPA (IV)

CELIA BAUTISTA IGLESIAS
EL RITMO DE LAS SOMBRAS

Sentían ya las moscas la vendimia
y la mimosa, el pruno y el olivo
ensayaban, a coro con el aire,
melodías de siempre,
con batuta de otoño.
Metida en un paréntesis de tiempo,
ella miraba al suelo,
contemplando
la danza improvisada de las hojas.
Un bodegón dinámico que trazan
los dedos invisible de la luz.
Permanecía quieta
sólo ella. Plena, su sombra plana
acariciaba / la nuca del silencio.

Celia Bautista Iglesias nace en Riotinto y ejerce como Catedrática de Lengua y Literatura Españolas lejos de su cuna; otra cuna: una, donde naces y otra donde paces. Incontables son los galardones que adornan su obra, por si no fuera bastante la obra misma. Algunos premios son “Ciudad de Barcelona”, "Luis Cernuda", “Nicolás del Hierro”, “Joaquín Lobato”, “Diario del Norte”, "Leonor", “Carmen Conde", etc. Por eso, que podríamos llamar lo exterior, y por lo que deja traslucir en sus versos, Juan Delgado cree que “su tierra la que se la está perdiendo, y no hay tanto trigo como para que queden las mieses sin cosechar”. Mieses sin cosechar; sentimiento por sacar ¿de qué textura, de qué pulso para que no se diluya en el camino?; frases aún por decir ¿a quién, para quién por quién?; latido pendiente ¿de qué circunstancia? ¿cómo es el paisaje que sólo se ve con los ojos del alma?:

Este sol tamizado
que tiembla entre las sombras de su pruno,
no es como el sol de ayer
con pupilas de fuego,
que secaba el aliento de las flores
tan solo con mirarlas.
Es ámbar derretido,
orujo de membrillo recién hecho,
cendal de brisa y miel que huele a otoño.
A un otoño precoz
que, desde siempre,
se hizo un hueco en ella y le ha robado
centenares de hojas casi verdes,
que un vendaval de vida arrebató
al árbol sorprendido de sus sueños.

Parece que todo ha pasado cuando todo está por pasar. Dijo Lennon un día que no cantaba: “la vida es aquello que pasa mientras hacemos otras cosas”. La vida de cada cual se va enganchando en nasas invisibles, sin salida una vez dentro, nasas que sólo el sentir puede romper a golpe de versos, quizás quitando…

…a todos sus recuerdos
el polvo del silencio de los años.
Los hechos que conforman lo que ha sido,
sin orden, le reclaman
las horas que no pudo o supo darles.
Que los mire y los recree,
presiente que le piden.
Tal vez, vivir no sea más que esto.
Dejar que el tiempo vaya amontonando
la arcilla de pasiones necesarias.
Para, llegado el día, regalarles
el aliento, la voz
y todo el tacto
que modelen sus cuerpos de vasijas.
Si, al fin, consigue hacerlo,
las llenará con todos los latidos
que algún viento celoso le robó.
Para beber de ellas cada día.

Y entre tanta luz cegadora, un manojo de sombras al ritmo de las sombras; sombras que se van o se quedan junto al modelo. Al final, sólo sombras: otra manera de manifestarse la luz:

Con estos prolegómenos de otoño
el jardín se sacude
los últimos sudores del estío.
A espaldas de su mundo,
ella no se resiste a contemplar
las sombras que no encuentran
la dimensión exacta del deseo.
Son distintas, siempre,
las formas que proyecta un mismo árbol.
Tal vez, todo se deba
al ímpetu del aire que lo anima
y cimbrea su talle,
hasta sacar de él
temblores que recuerdan
la danza estremecida
que siente cualquier cuerpo
cuando por fin lo templan
las manos invisibles que soñara.
Se acerca a sus recuerdos de puntillas
como quien no quisiera despertar
al fantasma del tiempo.
Ese que nos esconde
las horas una a una,
para que no exprimamos
su delicioso jugo.
Pretende recorrerse las estancias
que, por algún motivo, se dejó
a media luz / y rescatar de ellas
las sombras que aún palpitan
del sueño inacabado que ya fue.

He leído El ritmo de las sombras de Celia Bautista mientras el estudio se poblaba con la música de Mozart. Unir tanta belleza me ha sabido a esa sensación que no se puede asumir del todo, porque, como la autora dice: “hay en ella una fuerza que se escapa / en dirección contraria de la meta, / rompiendo las cortinas que ha tramado / la pertinaz araña del olvido”.
UBERTO STABILE
POEMARIO INCESANTE 

Este ‘poeta de la transición y en transición permanente’, según Fernando Beltrán, se entrega ‘a la poesía sin miedo, sin pudor; con la gratitud y el respeto de quien se entrega, en la misma medida de sus sueños utópicos, a los demás’, dice Antonio Orihuela. Mueve cultura, la hace posible y él  apenas asoma entre bastidores. De Stabile, en el que “la irreverencia, el humor, la ironía, la rabia y la permanente sugerencia son sus herramientas más efectivas”, según Eugenio Sánchez, hablamos los demás porque como dice Ángel Petisme: “Cuando uno lo conoce  entiende por qué a los soñadores de mapas nunca les tiembla el pulso bajo el crepitar de las velas”. En la antología Maldita sea la poesía, preparada por el autor con Ignacio Escuín, se lee en su página 79:

Yo he visto
los mejores poetas de mi generación
desterrados, desheredados
ocultos en el fondo de los bares
y he visto sus miradas
como versos trepidantes
cabalgar hacia el final de la noche
y he visto su ternura descuartizada
por la abundancia de quienes les temen
y en su miedo los hacen grandes.
He visto la bondad en sus gestos
la rebeldía de un mundo
que no necesita ni ley ni orden para ser justo,
y la testaruda razón de quienes a la vida
responden con la vida misma.
Yo he visto
una canción que no tenía letra ni remite
y ellos la entendieron.
Les he visto levantarse
contra los versos exquisitos y subalternos,
les he visto encadenarse a las excavadoras
para frenar la destrucción de su tierra
de su conciencia
y nadie los invitó a los palacios de Doñana
y mucho menos a editar poemas
bajo el sello hipócrita
de quienes lavándose la cara
ensucian el mundo.
He visto cómo se engañaban para seguir
perdiendo en un círculo de ganadores
como alacranes en mitad de un fuego
que desintegra y reduce
la inteligencia y el miedo.
Y por todo ello han sido procesados,
sentenciados, condenados
abocados a la indigencia laboral
y clandestinidad de la palabra.
Yo he visto
los mejores poetas de mi generación
romper versos a conciencia
porque bien ya otros lo hacen
y no ha ocurrido nada.
En su profunda voluntad de cambio
en sus humanas contradicciones,
en su maldita y genial resistencia
frente al pensamiento único,
he visto los mejores poetas de mi generación
perder sus mejores oportunidades
y no ha pasado nada,
pues nada hay más digno
que ser coherente y efímero
en todo momento y verso,
esa maldita poesía que nos hace libres…

         En otra antología: Habitación desnuda (1977-2007) escribe Alfons Cervera: “He leído estos poemas con la seguridad de que hay un cuchillo dispuesto a agrandar con su filo las dimensiones de la belleza’. Se podría decir de cualquiera de sus libros: Distrito marítimo, Hermosas escenas de la noche, Empire eleison, El pianista del Metropol, De Kategorías, Rendez-vous, Las edades del alcohol, Per-verso, Los días contados, Otros poemas, Material de derribo o Poética. Un algo de ese todo cabe en las antologías de Stabile, una desnudez de alma que da al vacío. Cada poema es una calle del universo del poeta:

Vengo del otro lado de los kilómetros
de oír a Leroi Jones tocar las congas
en un sueño vertiginoso.
Caminé en silencio tras los versos y las visiones
de Ginsberg, Kerouac, Corso y Ferlinghetti,
incluso llegué a desvelar
la tortuosa languidez de Emily Dickinson
entre los acólitos del terror.
He sido siempre mi mejor enemigo
no tuve miedo cuando hube de traicionarme
porque en toda traición existía una redención.
Vi los restos de un naufragio
levantarse contra su destino.
Muchos de nosotros escribimos
los mejores poemas con nuestros cuerpos
Jehová enterrado. Satanás muerto
-leí a Cumings-
y también hubo mañanas sin sol
y noches con dos lunas
donde nos arrastramos embriagados
hacia el misterio
y cada paso, cada verso, a ciegas
se convertía en un riesgo
en el riesgo del placer.

         Confiesa que escribe poesía: ‘Porque no sé escribir música. Si algún Dios se hubiera apiadado de mi antes me hubiera concedido el don de interpretar los sonidos de la naturaleza. Expulsado de ese Paraíso me dedico a escribir poemas como un proscrito en busca de la música perdida’.
JOSÉ MARÍA MILLARES SALL
KRAK 

KRAK es un libro que reúne ‘los textos más atrevidos y los de mayor fuerza poética’ del tiempo último de José María Millares Sall (1921-2009). Son poemas que quedaron ‘ahí’ tras su muerte, pero dispuestos por él para su publicación un día en una ‘juiciosa unidad’. Cabe preguntarse ¿quién o qué es Krak?. Para quien esto escribe es una energía, un espíritu, un poder generador, una criatura tallada dentro del poeta, suya, por tanto, hasta el tuétano. Es él mismo rayano en los confines de lo sensible, ‘que deambula por su vida y por su obra’ y que confiesa haber visto ‘hacia un otoño…’, en esa introspección continua que ha necesitado para levantar su escritura desde la sima del silencio; es un ente con el que ha ‘mantenido una rara relación de amor-odio’ cuya crónica posible podría estar –está-  en los versos. Ese poder creador no lo visita: va con él; es parte de él, es un él más íntimo que él mismo; un él que se sale de sí; es aliento, latido, pulso, fuerza que ‘acomete -con brutalidad burlona- al ya frágil debilitado escritor’ al que hace ‘cumplir un descarado y descarnado ajuste de cuentas consigo y con la poesía’. Es un atrevimiento que conmueve. 
De todo este material inasible majado en la marmita del alma brota el milagro, hondo y profundo al tiempo, recio hasta herir, de su poesía.

(Poema 10. Página 31)

El barco
de la muerte a la deriva
que se aparta
de las olas y los grandes mariscos
porque sabe que allí
está su casa y el muelle que lo espera
para ponerle cadenas
y anclas que así le impidan salir
por las noches con amigotes y mujeres
pero Krak que es muy paciente
espera para cambiar
el muelle de lugar y ponerlo
sobre la arena de un desierto donde el ancla
y las cadenas
convierte en un taller de costura
y al barco en una señora
muy obesa que cuando se sienta
los sismógrafos registran temblores de tierra
y el niño que duerme
se despierta gritando porque en efecto
le ha despertado un rodar
de piedras y que todo se movía
cuando para Krak
no era esa
su travesura.
UMAR ABASS
MANUEL MOYA 

El sueño de Dakhla es un texto atribuido al poeta saharaui Umar Abass, con poemas que hablan del exilio y de la tierra perdida desde una evidente actitud moral, sin renunciar por ello a una atmósfera intimista, a un ámbito propio. Umar Abass nace en Ad Dakhla (Sahara Occidental) en 1942. A los dieciocho años se traslada a París, donde permanece hasta rozar la treintena. Posteriormente se incorpora al Frente Polisario y es detenido en su ciudad natal. Tras un corto periodo preso es expulsado del país y se instala en Damasco, ciudad que abandona para incorporarse como combatiente a la lucha que libra su pueblo. Participa en la proclamación de Bir Lehlú y sufre heridas en combate. Desde 1987 vive entre Madrid, Tindouf y Kirsehir ligado a organizaciones humanitarias pro-saharauis e impartiendo cursos universitarios. Ha publicado el libro de viajes: Por el camino de Luhr (Ed. Izmir, 1996), fruto de su viaje a pie por el norte de Irán y traducido por poetas sufíes como Rumi, Sadi y Feridu-d-Din al castellano. Su poesía escrita entre 1977 y 1998 es recogida por la prestigiosa editorial L’Harmattan (París, 1999) bajo el título de Tregua / Trêve. La obra El sueño de Dakhla abarca sus versos desde esa fecha hasta 2005.
Sus poemas son como más de una vez hemos soñado que tendría que ser la Poesía: pura esencia. El titulado Abu Nuwas dice:

Hay tardes en que siento,
aquí, en mi corazón, el río,
lo siento como siento que soy viejo.
Pero ajeno a mí, el río pasa y pasa,
mientras la tarde deja en las orillas
una luz tibia,
olor a lodo, a flores muertas.
Sí, es este el río,
el que llega en las sombras,
el que muele las sombras,
el que arrastra las sombras.

En otro poema advierte:

Sí así lo quieres,
cubre el cielo de tinieblas
y azota las cumbres
y enfurece a los ríos,
pero apiádate de esta casa
que he alzado por tres veces
de la furia y la sevicia de los hombres.
Nada conozco más frágil que estos muros
donde un mísero fuego cada noche
me calienta y me da luz,
así que hazme el favor,
pasa de largo
y de castigar
castiga las murallas del alcázar,
que se alzaron para desafiar al mundo,
y no a mí, que a nadie desafío.

Parecen beber estos versos de uno sólo que leí hace años: ‘Si el río quisiera obedecerme’, escrito por el poeta Manuel Moya, quien obtuvo con este libro el Premio Vicente Presa de Poesía.
RAQUEL RICO
RESPLANDOR

Nada tengo que hacer
mientras tú no me llames.
Me esfuerzo cada día
y cumplo diligente
horarios y tareas,
mas ese hacer es nada.
Cuando al fin tenga un nombre
que salga de tus labios
y sepa que me esperas,
cada paso del viaje
será por fin camino
y destino
y certeza,
pues sólo a ti me debo.

Raquel Rico, Profesora de Historia del Derecho de la Universidad de Sevilla, obtuvo el Premio Nacional María Espinosa con poemas de su obra Conciencia del instante y el Luis Cernuda con Miradas. Luego publicó De par en par, en Pre-textos. y Miscelánea italiana, en Signum Edicioni d’Arte.
Resplandor es un poemario dividido en tres partes: 1, A dos voces, 2, Dos amores me habitan y 3, Lugares. En el propio enunciado de estos capítulos se encuentra la esencia de toda la obra: paisajes con el amor de fondo. En cuanto a la forma, la autora cuenta que en 1999 tuvo acceso a una edición de los Sonetos de Shakespeare en la versión de Carlos Pujol, publicada por La Veleta de Granada. Conocía otras traducciones que la habían acompañado en el viaje de su vida, pero fue esa la que despertó en ella la emoción iluminada, inexplicable, que se produce cuando palabras ajenas enseñan a identificar con precisión los sentimientos:


Las palabras que escojo,
las que buscan nombrarte,
me tiemblan en la pluma,
no quieren escribirse.
Se retuercen dramáticas,
temen ser desmedidas,
excesivas, inútiles,
mi amor las avergüenza.
Y yo, también cobarde,
trivializo la hoguera
que me reconcilia con el mundo,
renuncio a describir cupidos
que enrojecen mi corazón
con la inocencia de la felicidad,
a la aventura
de nombrar un instante
que es tempestad y puerto,
delirio y armonía.

Todos los poemas incluidos en el primer tramo: A dos voces, son, además, el resultado del reto de utilizar versos de Shakespeare como temática y punto de partida de sus propios poemas; versos, palabras que se integran en el texto o aparecen como cita que lo justifica. Se advierte, por tanto, ecos de los sonetos 10, 17, 52. 57, 58, 65, 71, 92, 97 y 147.
El poema ‘Oscuro, herido, insomne y memorioso’ tiene su historia aparte. Escribe Felipe Benítez Reyes en su libro Vidas improbables que “al endecasilabita Servando Meana, su ambición por concebir una obra memorable le impedía terminar unos poemas que, en el mejor de los casos, se agotaban en un par de versos”. Raquel Rico propuso a los alumnos de un Taller de Poesía que intentaran continuar algunos, y ella escogió éste:


Oscuro, insomne, herido y memorioso... 
vaga el amor que tuve y ya no tengo.
Oscuro porque es negro el laberinto
en el que busca hallar la luz de entonces.
Insomne porque el sueño ya no logra
que mis ojos descansen en los suyos
y herido el corazón late despacio
aguardando que el día por fin llegue.
Memorioso, el recuerdo no abandona
a quien tuvo la dicha de tenerle,
a quien vivió con él en la esperanza.

Una cita de Natalia Ginzburg: “La única verdadera riqueza del hombre es una vocación”, late a lo largo del libro en el sentido de amar y de expresarlo con la más bella herramienta humana: la palabra. Raquel Rico escribe:

Porque es tuya mi vida
y tuyo este presente
sin ti, sin mí, sin nada,
te espero cada día.
La ciudad es la misma.
Tiene calles sagradas
que demoran mis pasos,
renacen los jazmines
y la luna suaviza
la noche y la distancia.
Cada rostro es el tuyo.
Hay quien dice palabras
que un día me dijiste,
misteriosas sonrisas
que me enseñan tus dientes
y otros ojos me miran
como tú me mirabas.
Porque sé, porque creo,
porque viví contigo
la certeza más alta,
esperar es lo mío
y en ti mi confianza.

En suma, “nombradas las palabras”, convencida de que “como un cofre es el tiempo / en que tú estas ausente”, Raquel Rico ofrece en su libro esa porción de misterio poético que hace visible el amor dentro de cada alma, ese no sé qué tan único que contiene la poesía y que ella comparte quizás para “que esta tinta tan negra / pueda hacer que mi amor resplandezca por siempre”.

© Manuel Garrido Palacios

LANSKOY

LANSKOY
Aguada (1954)
Galería Jacques Dubourg
Paris

BOTTICELLI

Vénus et les Grâces
BOTTICELLI (1445-1510)
Fresque · 2,11 x 2.83 m.
Acquis en 1882
Louvre
Paris

Antonio Enrique


VIENDO CAER LA TARDE
Antonio Enrique
Col. La espiga dorada 

«Viendo caer la tarde» es un libro de versos que ha publicado Antonio Enrique, «sencillo demiurgo», como lo llama Juan Delgado en el prólogo: El autor dice que la obra «es un discurso donde se me impusieron tres evidencias: primera, que las cosas son tanto más simples cuanto verdaderas; segunda, que la verdad pertenece al misterio —de lo que proviene a todo poema su atmósfera mágica y aun de prodigio—, y tercera, que la única manera válida de enfrentarse al misterio es haciendo acopio de sinceridad personal y literaria, esto es, con lenguaje antirretórico; de manera que pueda decirse: a mayor misterio, expresión más clara».
Continúa el poeta: «Tal vez el hecho de observar la tarde, perderse en las ensoñaciones que suscita, pueda ser considerado un acto insolidario. Lo es, en la medida que toda experiencia estética es interior, individual por tanto. Pero no lo es si se tiene en cuenta que al contemplador de la tarde no se le deja otra opción que disfrutar de lo que pertenece a todos: las infinitas gradaciones de luz, la magnitud del silencio, la retirada de las aves, los olores»
En la presentación se planteó Enrique algo más, pero de viva voz. Por ejemplo: ¿Para qué sirve la poesía? La respuesta abarca un arco tan grande que puede ir de «absolutamente para nada» a «vitalmente necesaria», pasando por gestos indiferentes de los que jamás han accedido a ella o de los soberbios que bajan de sus olimpos caseros y miran así como quien dice al que se atrevió a dar forma bella a su pensamiento verso a verso.
Tanto las evidencias que proclama el autor como la duda de para qué sirve, o qué utilidad tiene un poema están presentes en las páginas de «Viendo caer la tarde». Bastaría decir con él que las «deliciosas tardes / parecidas a perlas / una con otra se atesoran / porque ninguna vuelve, jamás»
El libro parece hecho a base de soledades: «Soy un hombre del desierto / y tú también lo eres; no lo supe / hasta que te encontré. / Hay retratos por la casa / que no me atrevo a mirar. / A veces, de la casa en ruinas / escapa un rumor que parece música. / Morimos no sólo en soledad, / sino de soledad. Y soledad / no la hay mayor que en noviembre. / Puro tiempo condensado, / abismo de soledad. / El silencio se junta con el trigo»
«Ver caer la tarde» es para el poeta «ver caer el mundo / como tú mismo caes / con el peso de tu vida». Cuando se ve caer la tarde con su serenidad de alma «está el esplendor desplegando su fuerza; / se puede ver cada grano de arena / en la tierra que nos aguarda» Y si al final de la escena alguien viene y pregunta: «¿Qué haces ahí, solo?», se le puede responder: «Viendo caer la tarde», convencido, además, de que «a la vista de lo que nos ofrece como bueno el mundo que vivimos», no hay nada mejor que hacer.

© Manuel Garrido Palacios