CUDILLERO PARA UN VAGAMUNDOS

CUDILLERO PARA UN VAGAMUNDOS
Manuel Garrido Palacios
Prólogo de José M. Feito
Separata del XVII del Cuaderno Literario
Escritores en Cudillero

DOS FRAGMENTOS DEL PRÓLOGO

Desembarco aquí para presentar a este ilustre etnógrafo, Manuel Garrido Palacios, Cuando oí su nombre enseguida me vinieron a la mente sus trabajos publicados, la mayor parte, en Valladolid. Garrido Palacios es un romero de la historia. No hay santuario popular que él no haya visitado ni rincón cuyas costumbres no conozca: romances, canciones, artesanía ...  Ayer, después de hablar con él, entendí su querencia por Asturias: sus padres vivieron en Sama de Langreo, de ahí le viene el apellido vaqueiro cien por cien, y él regresa a estas tierras con frecuencia.  Ha hecho acervo de leyendas conservadas por obra y gracia de la tradición oral, del refranero tan sabio siempre, del apunte a pie de obra sobre cada  pueblo. Nada le es ajeno a este polifacético cronista del tiempo y de la historia popular, empeñado en que la cultura tradicional no se pierda en el olvido. Cuando un anciano muere un archivo se nos va; desaparecen las raíces de esa historia mínima de la que es protagonista el pueblo. La historia que se estudia en las Escuelas e Institutos son hazañas de reyes, dinastías, batallas, victorias,  derrotas, conquistadores y aventureros ... La del pueblo es la historia del alma, del diario quehacer, de la lucha cotidiana por la supervivencia, con sus creencias, ritos, supersticiones, leyendas …

[…]

… cuando estaba recopilando el matertal, consultando libros y contrastando datos, pregunte a viejos y estudiosos, indagué en los archivos, recorrí palmo a palmo lodos los rincones de Somiedo ... Pensando que había agotado el tema… un día me aborda un  somedano y me dice: Lo que escribiste de Somiedo me parece bien, menos lo del verso de los Feitos y Garridos ... Donde pones "ya los Feitos eran Feitos y los Garridos Garridos” la segunda vez que dices feitos y garridos, ambos son con minúsculas:

Que el trabajo de Garrido
garrido y bello será,
en honor a su apellido.
Yo por mi parte he cumplido
y por Feito, feito está.

JMF

HIJO ADOPTIVO DE ALOSNO

Manuel Garrido Palacios
nombrado
HIJO ADOPTIVO DEL PUEBLO DE ALOSNO
(Le entrega el título Rosario la Bizcochera)
MANOLO, ALOSNERO

            En el prestigio de agosto -a medio hacer y a medio terminar el estío-, se confabulan los dioses de Alosno, míticos sucesores de Portichuelo, para engendrar un hijo electivo escogido de entre los pobladores de raíz, amantes de cadencias. A Manuel Garrido Palacios, andador del misterio, le corresponde la dicha.
            El pueblo completo, en la misma solemnidad de una procesión de San Juan y con idéntica sencillez con que se paladea una copa de aguardiente, hace ascuas en torno al rito, se desnuda de témpanos y se viste de música. Irá de tonás de quintos a saetas, de coplas del pino a cascabeleros, de trilla a colás, de ramas y Navidad a fandango eterno, todo para Manuel, nuevo alosnero. Se hace armonía cada palabra, cada imagen se resiste al tiempo, se consuela la voz de Lucía en la poética de una alabanza infinita, llora el lagar aguas de inmensidades y se descifra una gloria pequeña calle Real a fondo.
            Nadie falta al cortejo, nadie, excepto un amigo, Manolo Lisardo, que se asoma sin ser visto y fortifica la magnitud de Garrido Palacios.
            Las mujeres rompen de los aires sus venas de estrellas y cantan plácidas el agasajo del hombre nuevo, hijo nuevo; de allí se prenden los sones en el festín del pueblo que vive la presencia con el arropo que se ofrece al recién llegado. Santiago le escribe renglones de amistad, le pone umbral para la acogida y le susurra guitarras a sus manos. Manuel mira absorto las proclamas, disfruta una vez más las palabras cantadas, se desliza de una sublimidad a otra, se pierde sin irse, se va quedándose, se limpia un sudor-lágrima y se esconde en la misericordia de su nuevo pueblo amado, tan amado, apoyando hombro y valor, buscando consuelo. En el atril dice al pueblo -a su pueblo- menos palabras de las pensadas, se explaya en sentimientos, se desvanece en tanta dicha y levanta los brazos como queriendo abrazarlo todo, y lo consigue.
            Era Manuel noble merecedor de esa paz ganada y fue Alosno el mejor ámbito para tan valiente osadía. Ahora, los dos, Alosno y Manuel, portarán orgullosos tales dones; uno por saberse cuna elegida, otro por sentirse hijo elegido; los dos serán conversación para la historia y se cansarán las callejas de cuchichear cosas de esta importancia.
            Acertaron los dioses de Alosno haciendo aprisco del alma a quien endiosó las celebraciones de sus reminiscencias y desde ahora podrá engolarse por ser, Manolo, el alosnero.

© Ramón Llanes

Abelardo Rodríguez

ABELARDENTRO
Abelardo Rodríguez


La palabra "Follecer" la sacó a oreo Abelardo Rodríguez en un texto de aquel memorable Columnario con el que nos deleitó durante un tiempo en la prensa. No sé por qué se fue de Huelva, a la que tanto amaba. Dicen los que lo saben que por una niebla blanda y anodina que hizo irrespirable la esencia: «voces del rumor libre». Lo seguro es que cuando regresaba traía un nuevo libro en las manos, fruto de la soledad, que tanto fortalece las facultades del alma. Venía como padre con el recién nacido en los brazos para mostrarlo a todos: Añilaire, Rala duna, Océano, Siderea Alife, Zinámbaro, Marismaire, Slachss, Esfera… Los santos, los grandes hombres y los poetas (como él) han comprendido lo de la soledad maravillosamente y es por lo que su naturaleza les ha llevado siempre a buscar a deshoras otros pagos, otras islas, a sabiendas de que el talento crece cuando el árbol no impide ver el bosque: «Siempre solo cruza la marisma cuando las luces son tenues, con su constante gaviota sobre un hombro, en dirección al poniente». El poeta nos miraba desde «la torre de vigía donde ya sólo anidan la soledad y la ternura, donde criaturas desconocidas se han ido refugiando en el espacio eterno, siendo aceptadas, incluso amadas, donde moran ángeles con sus concretos nombres y sus misiones»
Abelardo Rodríguez estará siempre presente con sus versos en Punta Umbría, lugar donde exprimió su porción de felicidad, donde sus cenizas fueron luciérnagas mustias cayendo a la hondura del mar un ayer mismo, cuando «las estrellas lloraron luz de luna, la más pálida y dorada de las luces»
El tiempo y la fuerza de su palabra serán las que marquen un tope al eco de su obra, pero cabe adelantar que Abelardo fue un poeta cuyos versos no se nutrieron sólo de un torrente de palabras, inventadas o por inventar, como este «Follecer»: morir en pleno éxtasis amatorio, o como dijo aquel: «En mitad del acto institucional». Sus versos se nutrieron también de sombras, de silencios y de compartir un par de tintos con chochos con sus amigos. Enemigos no tuvo. Nadie alcanzó ese rango porque todos carecieron de rango suficiente para serlo, aunque lo intentaron «los hacedores de ruidos, diseñadores de tormentas, grises transparentes, taciturnos, lánguidos, largos, serafines en corro –siempre en corro– bucinando el himno de la gloria, gordos de esféricos carrillos, en pose de ciclistas de la nada. Siempre en corro…»
Decía de Abelardo poeta, o editor, o pintor o tan gente entera que su perfil le falta al paisaje marco: «Lecho de lirios de duna». Ausente de resbalones por los pasillos de la mediocridad, Abelardo, «el Angelardo de Umbría» fue lo que quiso ser: poeta; un claro y reconocido poeta, que parece poco, pero hay que llegar a serlo. Su figura daba el tono de esos tipos singulares que uno se topa por la vida, no sacados con troquel de comités de sabios adocenados alrededor del pesebre, sino de los forjados a sí mismos en el viejo rito artesanal de crear piezas únicas, «gestándose en finas láminas». Es cierto que todos somos singulares. Tan cierto como que unos más que otros.

© Manuel Garrido Palacios.