Ana Pérez Cañamares

EN DÍAS IDÉNTICOS A NUBES
Ana Pérez Cañamares
Ed. Baile del Sol. Tenerife

Cree el escritor Hipólito G. Navarro que los novelistas se equivocan cuando dicen que escriben cuentos para descansar de las largas travesías literarias. Se equivocan, es cierto. Aparte de ejemplos notorios en los que se ha recurrido a rellenar huecos con descripciones prestadas para conseguir el número de páginas deseado porque se quedaban a medio camino, lo verdaderamente difícil es contar una historia en tres folios, en dos, en uno, en cuatro renglones sin que la esencia se diluya alargando los tiempos hasta hacer cansino el andar entre palabras.
Podía haber sido cualquiera de los relatos que componen su libro “En días idénticos a nubes”, pero Ana Pérez Cañamares ha elegido “El sol de noche”, que aparece en quinto lugar en el conjunto, para estamparlo en la contraportada y decirle al lector: así escribo. Haya sido o no esa la intención, el proceso sugiere una vez más que lo propio es seguir a la autora en su selección personal en vez de ponerse uno a hacerla. El lector comparte o no lo que se le ofrece, pero no es quién para alterarlo. Y ese es el orden propuesto por Ana.
El título de la obra, celofán que envuelve la veintena de historias que contiene, lo saca Pérez Cañamares de un poema de Luis Cernuda, que inserta al principio como lema, cuya primera estrofa canta: “Adolescente fui en días idénticos a nubes, / cosa grácil, visible por penumbra y reflejo, / y extraño es, si ese recuerdo busco, / que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy”.
El texto de referencia, “El sol de noche”, quizás el más breve de cuantos traen sus páginas, es como sigue:
“Ella es de esa gente que fuma en las cuestas, que se bebe un litro de coca-cola de un trago, que sonríe cuando la expulsan de clase y se tira vestida a la piscina; ella es la amiga-vendaval, ésa que te arrastra y te asusta, que adoras y temes, que te dice ven y sabes que algo va a pasar.
-Ven -me dice.
Y voy, esta vez a la fiesta que hace Pablo, porque sus padres se han ido, y cuando llegamos todos nos saludan y nos ofrecen porros y la música sube de volumen, y ella grita y salta, y dice ‘esto es guay, qué de puta madre’, y tira de mi brazo y lo sacude al ritmo del chunda chunda, y me hace sentir que bailo bien, pero luego me suelta y el ritmo se me escapa y cuando me vuelvo a buscarla no está; pregunto por ella y está en el baño, preparando una sangría en un barreño; remueve con el brazo el vino, la fruta, el hielo que los demás van echando y luego saca la mano y me mete los dedos en la boca, ‘pruébala, qué le falta’, y yo no encuentro que nada le falte, más bien diría que se ha pasado con el vino, pero no me atrevo a decírselo, porque ella ya está sorbiendo asomada al borde del barreño. Luego, a la hora de ‘qué mala estoy, todo me da vueltas’, soy yo quien la sostengo en medio de la calle, y sus vómitos me huelen siempre a lo mismo, como si no comiera otra cosa que hígado empanado y coliflor; se lo digo y se ríe, y luego sigue vomitando, y quisiera taparla de las miradas de ese señor que no nos quita ojo, pero mi cuerpo no da para tanto y ella dice ‘joder, siempre igual’, y siento que está cansada, pero la animo a seguir caminando, casi cargo con ella; entre las dos no juntamos para el taxi y el metro la marearía más; así que caminamos y caminamos por la ciudad de noche, bajo la luz de las farolas y de una luna tan brillante que parece una bombilla desnuda, y entonces recuerdo que la luna no tiene luz propia, que el sol le presta su reflejo, y qué, me encojo de hombros, ahora es el momento de la luna, brillará toda la noche hasta que el sol salga de nuevo, pero eso no será hasta mañana”.
En tres trazos retrata a la amiga: “la otra yo”, la sitúa en la escena ante el libreto de la obra: su vida, y carga con su circunstancia a ciegas bajo la virtual “luz de las farolas” cuando lo que debe iluminar el cuadro: “luna tan brillante”, no tiene luz, sino que se la presta el sol. Pero no es oportuno ahondar en ello hasta que el ímpetu se queme y el vómito cese o decaiga. Es justo el instante vital -¿será el límite de la adolescencia?- para decir aún: “me encojo de hombros. Es el momento de la luna”. El brillo durará un presente hasta que el sol encienda el futuro: “pero eso no será hasta mañana”.
Sí; lo difícil es contar una historia en un folio, como hace Pérez Cañamares, soberanamente, además.

© Manuel Garrido Palacios