M. Garrido Palacios · Le faiseur...



LE FAISEUR DE PLUIE
Manuel Garrido Palacios

Ed. L'Harmattan, Paris.
(Ecritures. Littérature. Europe)
traduit de l'espagnol de
par Isabelle Toledo et William Rozenblat

EL HACEDOR DE LLUVIA
Ed. Calima. Mallorca
© Fotos portadas: Héctor Garrido




Estamos ante un fenómeno narrativo nada frecuente, ante un esfuerzo narrativo nacido del milagro de saber hacerlo. En pocas palabras: puede decirse que jamás cupo tanta vida en una sola muerte. Dicha la novela en primera persona (voz de un muerto al que otro vela sin saber si está aún vivo) y sin más punto y aparte que lo que el ritmo narrativo exige para cambiar. en apariencia, de capítulo, por sus páginas pasa toda la lírica y la épica de la que es capaz un pueblo, Herrumbre, perdido no se sabe dónde, tan perdido, que la voz le pregunta al interlocutor si no será que ha desaparecido el resto del mundo y son ellos los dos últimos cuerpos a enterrar, que, por cierto, nadie enterrará jamás.
La escena maestra se desarrolla en una alcoba –la misma que en EL ABANDONARIO– en la que un cuerpo yace metido en un ataúd y otro permanece sentado en un sillón que impide que caiga derrotado al suelo. La memoria entonces se abre y se complace en recorrer tiempos y secuencias de la vida en el pueblo donde entra en juego toda la gama posible de infamias del chivato frente al día a día de cada uno de sus habitantes. Libro de ambiciones, amoríos y crímenes en un ambiente de pre-guerra civil donde cada personaje perfila su papel más que como contado, pintado. Sería larga la nómina y siempre quedarían algunos por decir. Valga valorar que todas las vidas componen un tejido compacto común en un momento dado hasta que empiezan a detectarse los rotos en la tela de la convivencia para no quedar más que estos dos personajes, uno de ellos, relatando minuciosamente, a veces con pena, a veces con un humor fino de recámara, siempre con un punto de ironía que tiende a universalizar lo que cuenta.
El escenario principal es la alcoba, pero en los diferentes pases atrás que la narración requiere, tenemos el balneario de las aguas de sulfo, la iglesia, el burdel frente al convento, y como vehículos, la burra Todaella, la reata de mulos del correo y el carro fúnebre, que lo mismo sirve para llevar finados al cementerio que como plataforma para instalar una Máquina Cantaora comprada a dita para que suelte los sones de su único disco: El Danubio Azul. Especial atención podríamos poner en resaltar lo que un antihéroe como Ausencio sea el que con un inusitado arrojo libere al pueblo de la persona que históricamente impidió su desarrollo normal, su vida sin miedos. 
Esto es en líneas generales, muy generales, EL HACEDOR DE LLUVIA, hecho como esos paños que salen de los telares artesanos, trozo a trozo, hilo a hilo, puntada a puntada, hasta componer la pieza. Si una simple rebusca de castañas nos lleva al támbalo para que dé a luz la infeliz hija del Palangana, una gota de agua imprevista y loca crea nada menos que un mito con el visitador que barrunta el carácter de las nubes, EL HACEDOR DE LLUVIA. Entre el médico y la santiguadora se moverán los cuerpos enfermos y el cura Doninmaculado siempre estará con una mano donde debe y otra donde puede.
Podría decir que es tan divertida en su forma la novela, que se lee de un tirón porque cuesta dejarla para el día siguiente. Es un a ver lo que pasa continuo. En su fondo es un enorme fresco de la tristeza, del dolor, de la impotencia de unas gentes atrapadas que empiezan a ver cómo ya no aparecen viajeros encarando el pueblo, sino de espaldas en un adiós constante que, junto a la otra muerte, va creando un desierto.
Hay que agradecer esta literatura, no exenta de guiños a la picaresca y al surrealismo; también a lo que se ha venido en llamar: realidad mágica, en la que es modélica. Viajando por las páginas de esta obra maestra he llorado, he reído, he sentido el calor de la vida y el frío de la muerte. No sé si el autor ha inventado el nombre del pueblo: Herrumbre. De no ser así, seguro que mi impulso estaría deseando conocerlo. No había leído una novela de esta envergadura desde hacía años, con esta solidez narrativa, pétrea y a la vez alada, con esta precisión, sin un resquicio de los que suelen llamarse residuales o de relleno. Novela bella de fondo y forma, donde siempre pasa algo, que uno a la anterior del mismo autor, El Abandonario, y que espero –muchos esperamos- que sea la intermedia para pasar a la siguiente entrega, porque, si buscando la síntesis tuviéramos que llegar a una sola palabra, sería esta: apasionante. 

© Javier M. Azurmendi


Esta primavera, mojada abre la tercera hoja de su calendario con la Feria del Libro, de apariencia modesta, pero partícipe del universo inabarcable de la fiesta de la palabra escrita, que pretende, como si se tratara del rito de una religión abierta y tolerante, hacer proselitismo prometiendo a los conversos emociones, sabiduría, imaginación, fantasías, un espejo donde a veces se refleja la naturaleza humana y, con todo ello, de tanto en tanto, unos fragmentos de felicidad impresa. La Feria del Libro, la Fiesta de la Palabra, pregonada este año por Manuel Moya, que le ha conferido el toque de su sensibilidad de poeta, destilada en la Sierra, es ocasión propicia para comentar, recomendar, regalar libros. Para mí y para muchos, la llegada a nuestras manos de un nuevo libro marca el día con tonos festivos. Esta vez ha sido como una grata sorpresa. El libro es Le faiseur de pluie (L´Harmattan, 2011), flamante edición francesa de El hacedor de lluvia (Calima, 2006), de Manuel Garrido Palacios. Se trata de la pieza central de una trilogía, cuya gestación le ha ocupado al autor una década, iniciada con El Abandonario y cerrada con Memoria de las tormentas. Con esta obra Garrido Palacios ha incorporado Herrumbre, “un pueblo maldito perdido en ninguna parte”, a la geografía imaginaria de la gran literatura.
Al recibir el libro he evocado al Manuel Garrido Palacios amigo. He revivido un inolvidable viaje a Asturias, acompañados de Juana y Loli, en el que de su mano descubrimos el rincón mágico de Cudillero, en cuyo Ayuntamiento las horas son marcadas por las notas de un carillón con una tonada que él compuso. Y las excursiones al Algarve paseando calles, admirando paisajes, disfrutando de la cocina, y… En todos los casos soy consciente de haber recibido, no solo afecto, sino también una corriente inagotable de los conocimientos que fluyen de su personalidad renacentista.
Un apunte más para recordar al cineasta de Raíces, cumbre del cine documental, al etnógrafo que ha buceado en nuestras tradiciones y las ha vertido a libros imprescindibles, o al apasionado melómano y compositor. Pero si en el principio fue la palabra, Garrido Palacios es para mí, ante todo, un escritor que bebe en y actualiza a nuestros clásicos, para convertirse en un genial hacedor de palabras rebosantes de alma. Es una poderosa razón que nos invita al disfrute sosegado de la obra de este onubense universal.

© Jaime de Vicente Núñez