El Cairo-Luxor
Desde el alba dos egipcios sin edad juegan a la taula, mezcla de ajedrez, tres en raya, damas y swami. Al fondo se yerguen las crestas de Selsela, cantera de piedra arenisca, que convierten en monumentos. El buque llega desde Luxor a esperar turno para cruzar la esclusa de Isna. El sagrado Nilo impone su ritmo a cuanto vive en su ámbito. Es inútil sacar la prisa a oreo. Mejor es guardarla en el arca de lo inútil y sentirse fuera del tiempo, cosa que los jugadores de taula saben desde hace milenios, convencidos de que el tiempo pasará irremediablemente así pierdan o ganen esa partida. Desde ambas orillas se acercan al buque docenas de falucas cargadas con prendas de vestir.
Los vendedores ofrecen a los pasajeros en mitad de la mañana luminosa chilabas, velos, babuchas, túnicas y manteles de tela fina. No venden a la primera y menos por lo que piden. Si el comprador no regatea le pierden interés porque creen que ignora la esencia del comercio. Vienen tres en cada faluca: uno organiza las existencias, otro las vocea de pie en la proa y otro mantiene a golpe de remo la distancia justa desde la que puedan ser lanzadas hasta la cubierta del buque. Así que el vendedor muestra el género en alto y grita en un amasijo de idiomas: «¡Eh, amico, amico! ¡Sólo para ver!», tras cuyo aviso, al mínimo gesto de un viajero, relía el artículo, lo mete en una bolsa y lo dispara a la cubierta en la que llueven cientos de envoltorios como un maná de texturas. Si alguien se interesa por uno y desde la barandilla pregunta: «¿Cuánto?», empieza en ese instante un tira y afloja para algo que, de cuarenta euros de salida, o su par en libras egipcias, puede quedar en cinco.
Los vendedores ofrecen a los pasajeros en mitad de la mañana luminosa chilabas, velos, babuchas, túnicas y manteles de tela fina. No venden a la primera y menos por lo que piden. Si el comprador no regatea le pierden interés porque creen que ignora la esencia del comercio. Vienen tres en cada faluca: uno organiza las existencias, otro las vocea de pie en la proa y otro mantiene a golpe de remo la distancia justa desde la que puedan ser lanzadas hasta la cubierta del buque. Así que el vendedor muestra el género en alto y grita en un amasijo de idiomas: «¡Eh, amico, amico! ¡Sólo para ver!», tras cuyo aviso, al mínimo gesto de un viajero, relía el artículo, lo mete en una bolsa y lo dispara a la cubierta en la que llueven cientos de envoltorios como un maná de texturas. Si alguien se interesa por uno y desde la barandilla pregunta: «¿Cuánto?», empieza en ese instante un tira y afloja para algo que, de cuarenta euros de salida, o su par en libras egipcias, puede quedar en cinco.
Lo cabal es que, tarde o temprano, comprar, se compra. Al principio hay venta gruesa, pero con las horas decae el impulso, fondea el negocio y de cinco se baja a tres, a dos, hasta que el vendedor intenta un ultimátum dicho en un italiano adaptado: «¡Aspeta!», para barajar las últimas cifras rozando el agotamiento. Las bolsas sobrantes son devueltas a las falucas arrojándolas por la borda. No todas se salvan; alguna cae al Nilo y el vendedor lo pierde todo. Para cobrar utilizan idéntico juego; y si se enseña el dinero, ya sube el cambio detrás de la prenda antes de ser pagada. Estos tenderos ambulantes conocen en sus carnes que la noche es peligrosa, por el trasiego de los gigantescos buques, para regresar a las orillas con las falucas cargadas de género que nadie quiso. Cuando tras la madrugada asoma la luz de nuevo y se abren las compuertas de la esclusa para que el buque pase, surgen en tierra los rezos de los almuédanos mientras unos pescadores palean el agua en la orilla fangosa haciendo huir a carpas y barbos hacia las nasas ocultas que los esperan. Ajenos a tanto portento, al toma y daca, a las bolsas voladoras y a las aves que pugnan por la presa que flota, los dos egipcios sin edad permanecen en el mismo sitio. En un cielo que luce entonces su gama de azules únicos para adornar la bóveda que cubre la escena, sobrevuela un halcón. Horus no pierde norte de cada suceso, incluida la infinita partida de taula que empezó ayer al alba.
Manuel Garrido Palacios