Biblioteca de la Huebra · Fuenteheridos
Manuel Garrido Palacios
Lo primero que sale al paso en Cumbres Mayores es su aire de cristal: un lujo que parece quedar atrás en la mal llamada calidad de vida. Envuelto en él se observa entonces que lo mismo que en los pueblos costeros las calles van a dar a la mar, en los serranos te llevan al castillo, testigo de ese ir y venir del miedo y de las ambiciones humanas.
Un hombre que tiene su casa pegada a la muralla apoya una escalera para subir al tejado y le digo que parece que lo va a asaltar.
-Ya lo hicieron muchas veces los antiepasados -contesta-; yo sólo voy a arreglar una gotera porque esta noche ha caído la toñá, que es la primera lluvia de otoño.
Repito para mí: otoñada, otoñá, toñá. El hombre añade:
-La toñá verdadera, por San Mateo la primera; es el primer verdor que sale.
Le pregunto si no estaría mejor la muralla libre de casas adosadas.
-Hubo un tiempo que Europa lo dijo también -responde-; a mí y a los pocos que las habitamos poco nos importaría trasladarnos a una barriada con comodidades, pero Europa no dio un duro y aquí siguen; y eso que hay ya casas descorrompías.
Me ve que anoto en mi libreta la palabra 'descorrompías', que también sentí decir en Alosno, y como si se asomara a un postigo, deja a un lado la escalera y echa un ojo a lo que hago. No sé con quién me confunde, porque me dice a renglón seguido:
-¿Usted no será por casualidad...?
No dejo que termine. Le aclaro que no soy quien se figura ni por casualidad ni por nada, no sea que me tome por el que tiene que venir de Europa con los cuartos para arreglar lo de las casas en la muralla, y yo sólo vengo de mí mismo con un macuto a cuestas. Medita:
-Aunque, caso de venir el que yo digo, vendría en helicóptero para ver el pueblo desde el aire; usted viene a pie.
-Pues eso.
Dobla una campana:
-¿Sabe cómo se le dice aquí al toque de muertos?. Dar la agonía -y sin darme ocasión de hablar o de escribir, sigue-: Al que echan de una casa se le dice defuciado.
Le digo que el maestro Correas trae en su Vocabulario: ‘A buena defucia, mala desierta. Cuando uno desahució con tiempo, y después, sin más cuenta, desampara las posesiones, como si dijésemos una casa o bodega, sin entregar las llaves y cubas con sus aderezos y regalos’
Él apoya la escalera en otro punto de la muralla y ya mediada la subida vuelve la cabeza hacia mí, como despidiéndose, y con las mismas sube al tejado y se pone a arreglar la gotera que le trajo la toñá.
Para entrar en el castillo me indican que pida la llave en un bar, pero por el camino encuentro a un municipal que la trae. Le habrán dicho que había alguien interesado y el hombre ha facilitado el trámite. No sé cuántos siglos dicen unos y otros que tienen las piedras gigantescas que le dan forma a la fortaleza. Los que tengan. Hoy se ve como una cáscara hueca cuyo centro utilizan como campo de fútbol.
-Bueno, mire usted -me dicen-, es como meter una chiva en un garaje o ir a la playa vestido de penitente.
Pero ahí está el monumento, símbolo del pueblo, con su embarazo deportivo, todo un terrero acotado con sus dos porterías y sus tenderetes para refrescos y papas fritas.
Si se sube a las almenas se ve a lo lejos )Segura de León?, ayer tan vigilante, hoy mota blanca pegada al paisaje. Si se camina por los adarves y se para uno en los torreones o baja a lo que queda del patio de armas, cae en que vale la pena el viaje por poder disfrutar de esa sensación tan esquiva que es contactar con la belleza. Y además, el aire.
Me hablan de la longevidad que alcanzan algunas personas de Cumbres Mayores (la mayor de las Cumbres: las otras son la de Enmedio y la de San Bartolomé); como ejemplo nombran a una señora que acaba de cumplir cien años:
-Se han conocido casos de hasta ciento treinta. Es el aire -añaden; yo creo también que es el aire.
Unos hombres andan atareados en remover a azada una suerte de tierra. Van a sembrar ajos:
-Como ha caído la toñá estamos trabajando desde las tres de la mañana porque este primer agua es la que saca los ajos mejores. Y eso que yo acabo de salir de un culebro.
Culebro, culebrín, culebrina. Le pregunto cómo se suele curar por aquí.
-Hombre, lo mejor es ir al médico. Antes había en Cumbres de San Bartolomé una señora que escribía una oración sobre la misma piel, hoy del hombro a la mano y mañana de la mano al hombro. A un tío mío se lo curó así. Aquí en Cumbres Mayores se ponía el curandero a cortar una mata de jara y a rezar:
Por las tres caídas que dio Jesucristo
vamos a cortar y a matar este bicho.
-Dicen que si junta la cabeza y el rabo -interviene otro- la persona muere. Ese rezo del culebro viene a ser como el de la erisipela. Se curaba cortando un palo de higuera silvestre, mientras decían por tres veces el curandero y el enfermo:
Por la callejita del Tajo pasé
culebritas y sapos corté.
Retoma la palabra el primero:
-Cosas antiguas. Y el esguince se quitaba con una palangana con agua caliente y un puchero encima puesto al revés; o untando la parte mala con aceite de oliva, como en Fuenteheridos. En otros pueblos se simulaba que se cosía con aguja e hilo mientras se decía:
Coso que coso
no sé qué coso
si cuerdas torcidas
o miembro miembroso...
-En Los Molares -entra un tercero- estaba una muchacha, Angelita, no sé ya, que arreglaba los huesos estropeados así, con un puchero en la candela y haciendo como que cosía mientras rezaba sus cosas.
Camino de la residencia de ancianos en dirección a la ermita veo que hay más gente dándole al zacho en la tierra recién mojada. Huele a húmedo y la tierra que levantan oscurece su tono como si se ruborizara de saber que en su seno está la vida. Han brotado de la noche a la mañana flores malvas en la vereda, por lo que prefiero ir por el centro, pisando barro, por no turbar este despertar después de tan largo letargo. Hace tiempo que las flores esperaban este momento.
A alguien que me pinta con palabras una reliquia folklórica: la Danza de la Esperanza, que bailan niños vestidos de pajecillos (danza que dejo para un estudio posterior y que ahora me gusta que me la cuenten), le pregunto a ver si sabe tal o cual canción. No recuerda ninguna de las que digo, pero entona:
I
Pom pon.
¿Quién es?.
El señor del Redondel.
Mi señora, que ha llegado
el señor del Redondel.
Mi criada, ábrele la puerta
al señor del Redondel;
saca el chocolate y el rapé
para el señor del Redondel.
Cuando venga el señorito,
se lo contaré.
Calla, calla, replicaora,
te compraré un traje
de todas las modas.
¡Huy!, mejor quiero estar
con el culo al aire
que ser alcahueta de nadie.
II
Un pájaro con cien plumas
no se puede mantener,
y un escribiente con una
mantiene casa y mujer
y moza, si tiene alguna.
Carmen se arrima y aporta un recitado:
Hartos estamos,
gracias a nuestros amos,
ellos se vean
como nosotros estamos,
ellos de criados
nosotros de amos.
Ellos metidos en un zarzal,
nosotros sin poder huir,
y ellos sin poder entrar.
Vaya la boya
y toma la cena.
Amén.
Manuela sabe dos coplas de cuando era chica. Asegura que son muy anti¬guas, sin precisar fecha:
-Aunque no hace tanto porque yo todavía soy muy joven.
Dos niñas que paseaban
por la calle con paraguas,
se le acerca un zapatero,
que es lo que ellas esperaban.
Y del campo no lo quiere
porque le parece bruto,
que lo quiere de la villa,
aunque le parezca mudo.
La mamá se duerme,
el papá se va,
se queda solito,
¿qué resultará?
Ya puesta a revolver su memoria, señala:
-Son coplas que se hacen en el pueblo para contar lo que le pasa a algunos vecinos.
Otra mujer se une al corrillo. Carmen me advierte:
-Esa señora no es de aquí, pero, vaya...
Nativa o forastera, suelta su son:
I
Una niña que trabaja
en la fábrica Sotero,
llegando por la mañana
va derecha al cagadero.
Una mañana temprano
se vio en un gran apuro,
empezó a pedir un papel
para limpiarse el culo.
Las mujeres de la artesa,
que son más finas que el sape,
refregaron el papel
con una bola picante.
Hay que ver el efecto
que le hizo la bola,
que le puso el culo
como una amapola.
II
Era un mudo que aquí había,
que cinco duros que tenía
los invirtió en la lotería,
por casolidad, le llegó a tocar,
y en lugar de estar
siempre follando,
se está paseando
en un nuevo aulá (coche).
Hace una pausa, se lleva la mano a la frente forzándola a recordar y al fin consigue retomar la historia para ponerle punto:
Esta niña se llegó a casar
con viudo de buen pagará,
¿de dónde sacarían
tanto instrumental,
que hasta un palio con vela
sacaron para ir de noche
a los novios a alumbrar?.
Manuela llega con su sofoco puesto y vuelca su memoria en mi cuaderno:
Bebían en un piporro
y el piporro se rompió;
todos beben en el tiesto
de bruza como un cochino,
y a esa mujer sin conciencia
debe de darle el castigo,
levantarse de la artesa,
chorizos por amarrar,
que sus hijos se bebieran
en ese piporro
sin pitos ni na.
Pregunto a los que me encuentro si conocen a... pero no pillan norte:
-No me suena; se iría de aquí de niño y no ha vuelto. Se dan casos.
Una mujer se interesa:
-No diga cómo se llama, sino cómo le dicen, el mote.
-No lo sé.
Dar la vuelta al castillo, ir a la ermita después de beber en la fuente, volver al casino en el que reza un cartel: ‘Ser bético es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en España’, y acodarse de regreso en una barra ante un tinto y unas lonchas veteadas de jamón, es lo que haría cualquier caminante. Una vez leí un párrafo de letra y puño en el Ayuntamiento de Garganta la Olla, Cáceres, que decía: ‘Soy extremeño y me avergüenzo de no haber conocido antes este pueblo’. Se me ocurre lo mismo aquí. Pero no voy a ir ahora al Ayuntamiento a que me abran el libro de visita (sabe Dios dónde andará ahora el encargado para pedirle el favor). Así que lo digo bajito para que no se note mucho y quede escrito en el aire, este aire limpio, único, de Cumbres Mayores.
© Manuel Garrido Palacios