CONCIERTO PARISINO
Un ángel anónimo canta a las puertas de Notre Dame cuando el
equipo de fútbol de la ciudad mete un gol para clasificarse en un torneo. De
los bares del barrio, tras el grito de mil gargantas atronando la paz de las
calles, empieza a aflorar el himno francés. Primero, tímidamente, quizá una
reunión, un grupete de amigos atados a la jarra de cerveza; después, hasta un
individuo en monopatín sorteando coches sigue la melodía simulando dirigir al
resto.
Caminar por una vía parisina y sentir ese canto hace que la
música te cuente páginas de la historia que no viviste; es una invitación a
cerrar los ojos para ver en tu mente un retrato virado a sepia de los hechos
reales que te dijeron, que leíste, que pretendió reflejar el cine, pero de los
que no fuiste testigo; hechos que te llegan como eco de la identidad del país
que le hizo un monumento a la razón; eco universalizado en los idiomas que
veneran la palabra libertad.
El ángel anónimo que canta a las puertas de Notre Dame no
deja su cantar por el grito futbolero. Lo sabe efímero y que desvanecerá en
cuanto vuelva el balón a correr por la hierba, pero ahí está, partitura en mano
y sombrero en el suelo para recoger las voluntades de los transeúntes. Dentro
del templo ensaya un concierto Häns Düentz en el gran órgano, y nada interrumpe
a nada. Quien entra a rezar, a descansar en su frescura o a lo que sea puede
percibir los tres sonidos sin que ninguno sea excluyente, todos en sincrética
armonía.
Cerca de allí, en la librería Shakespeare, Rue de la
Bûcherie, firma ejemplares Jasson W. Pletser, y de los estantes interiores
entresaco y compro un hermoso Cancionero de 1550, para acabar, como colofón del
día, en la iglesia de Saint Roch, donde la coral dirigida por Patrick Giraud,
ofrece música «à la Maîtrise d’Antony», con obras de Charpentier, Lalande,
Grigny, Frank, Faure, Bessonnet, Desenclos y Langlais. Sin embargo, a pesar del
grito golero, del himno, del órgano, del Cancionero y de la coral, lo que se me
fija en el sentir es el canto solitario del ángel en la puerta de Notre Dame,
partitura en mano y sombrero en el suelo para recibir voluntades. Estampa
desgajada de la piedra, puede que cante piezas desconocidas o impulsos simples,
por lo que imagino que hace méritos para opositar al coro celestial afinando su
voz al tono divino; ángel tallado en terciopelo verde, que lleva milenios
cantando en idéntica postura; ángel con imagen de diosa humana, cuyo canto
destaca, sin saberlo, sobre todos los ruidos circundantes.
© Manuel Garrido Palacios