MAUREEN GIBBON

MAUREEN GIBBON
ROJO PARÍS
Vaso Roto Ed.

París, 1862. Una joven vestida de harapos conoce a Édouard Manet. El encuentro cambia su vida y el mundo del arte. En esta novela apasionante, la autora reclama la figura de Victorine Meurent y le hace justicia no sólo como musa, amante y modelo de cuadros como Olimpia y Desayuno en la hierba, sino como mujer y artista (expone su obra en el Salón de París) consciente de su propio deseo. Victorine fue un espíritu libre que creció fiel al consejo de Manet: «No busques complacer a la gente, deja que ellos te complazcan a ti».
Según The New York Times Sunday Book Review, «Gibbon da un giro a la relación habitual entre artista y modelo, otorgándole voz al sujeto de la obra de Manet... Al detallar las dificultades que enfrentaron las mujeres de clase obrera en la Francia del siglo XIX, se revela la cantidad de valor y determinación que una pintora como Meurent necesitó para permanecer fiel a su propia visión».
Maureen Gibbon, escritora norteamericana, es autora de Swimming Sweet Arrow (2001), Thief (2010), Rojo París (2016) -novelas- y del poemario en prosa Magdalena (2007), además de relatos, ensayos y reseñas en The New York Times, The Daily Mail, Playboy, Byliner y otros medios.


Odón Betanzos Palacios


Odón Betanzos Palacios
o la integridad del árbol herido

Editor: Gerardo Piña-Rosales
Círculo de escritores y poetas iberoamericanos
de Nueva York

GERARDO PIÑA-ROSALES

GERARDO PIÑA-ROSALES
El secreto de Artemisia y otras historias
Vaso Roto Ediciones

Este libro es una colección de escritos íntimos de honda factura y prosa renovadora. El propio autor dice: “…pálidos reflejos de mi cosmogonía particular, estas fabulaciones ─sueños y visiones deletéreos, crónicas apócrifas, variaciones, viñetas, aguafuertes, retratos, instantáneas, momentos epifánicos y algún que otro desvaído relato─ (perpetradas en la cámara obscura de mi madriguera neoyorkina) aspiran, oh lector, quienquiera que seas, a servirte, nada más y nada menos ─y aunque sólo sea por unas horas─, de lenitivo, bálsamo o consuelo, en este diario morir que mal llamamos vida”

© Gerardo Piña-Rosales
(Fragmento de la introducción llamada Captatio benevolentiae) 

Touches blanches. Touches noires

TOUCHES BLANCHES. TOUCHES NOIRES
(Roman)
Manuel Garrido Palacios
Presentación en Biarritz










(Directora · Editora · Autor ·Traductor)

EL ESCRIBA SENTADO

EL ESCRIBA SENTADO

Si se entra al Louvre por la puerta Sully al encuentro de la cultura egipcia, lo primero que sale al paso es la sala de los escribas, cada uno en su urna en postura de profesional de la comunicación con su papiro dispuesto sobre las piernas cruzadas. Visto el conjunto de golpe se piensa que se está ante el cuadro de una agencia de prensa cristalizada en cronistas de las dinastías 19, 20 y 21, con su tintero y su sello para marcar documentos. Miles de años nos separan de la visión de lo que podría imaginarse la redacción de un viejo periódico, donde en vez del director preside la sala el dios Thot, mientras que Horus no pierde ojo como buen redactor-jefe. En el Louvre cada cual tiene sus visitas fijas como si fueran parientes a los que no se les puede perder cara, además de disfrutar de todo lo demás y de lo que las salas previas ofrecen como exposiciones pasajeras. ¿Qué se saca de una sala que es casi de paso? ¿Qué podría ofrecer una fría mañana una reunión de escribas? Mucho. Uno se figura que el que está más cerca del ventanal por donde se ve la calle ha escrito esto: ‘Un gran inconveniente de la guerra social comparada con la guerra ordinaria es que las influencias de la ley natural están más o menos combatidas por la voluntad y las instituciones humanas, y no es siempre mejor el más robusto, ni el más adaptado el que tiene la suerte de subir. Al contrario, por lo regular suele sacrificarse la grandeza individual del espíritu a preferencias personales inspiradas por la posición social, la raza y la riqueza’. Un poco más allá, otro escriba podría decir en su papiro: ‘La sociedad debe estar organizada de forma que la felicidad de uno no nazca de la ruina de otros; lo justo es que cada individuo encuentre el bien propio en el de la colectividad, y viceversa, que resulte de la colectividad únicamente el del individuo’. No para ahí la cosa; el escriba que queda frente parece hacer señas para que se le lea su obra del día: ‘Llegará un tiempo en que la distancia entre el punto de partida y el de llegada se ensanchará de tal modo, que los mismos sabios del porvenir se negarían a admitir la posibilidad de un lazo entre ambos, si los escritos y los vestigios del pasado no les dieran los materiales necesarios para guiarles en su juicio’. También se puede sentir en la sala el siseo de un escriba aislado que ofrece su texto: ‘No hay mano que detenga a la Tierra en su curva, ni oración que detenga al Sol, ni calme el furor de los elementos que luchan entre sí. No hay voz que despierte del sueño de la muerte, ni ángel que liberte al prisionero, ni mano que baje de las nubes para dar pan al hambriento, ni signo celeste que dé conocimientos sobrenaturales’. Lo que es común a todos estos escribas es el estar erguidos con un orgullo de oficio expresado con el cuerpo, aparte de saberse notarios de la Historia. Los escribas tienen la postura tan fijada porque quieren decir con su lenguaje corporal que se puede escribir durante siglos guardando semejante equilibrio, o apoyados en una mesa, o sobre el muro, o en el propio lecho siempre que se escriba en libertad lo que se desee escribir. Cualquier postura será válida, menos de rodillas.

© Manuel Garrido Palacios
ANLE

APASIONANTE GRECIA ANTIGUA

APASIONANTE GRECIA ANTIGUA
Urna griega (450-425 a.c.), vasija sacramental que, con aceites fragrantes, se colocaba junto a una tumba o al lecho de muerte. Triptolemo coronado sostiene espigas eleusinas, puede que infestadas con cornezuelo, a la vez que Deméter -o Perséfone- vierte una sagrada libación que, se cree, fue preparada con dicho grano. Las figuras están separadas por el báculo de Triptolemo y unidas por las espigas y la libación.

JUAN DELGADO


JUAN DELGADO
POESÍA · 1971-2010
Universidad de Huelva 
Prólogo de Manuel Moya

De acierto hay que valorar la iniciativa de reunir en un libro los versos del poeta más genuino y cabal que ha dado la Cuenca Minera y la Sierra de Huelva, Juan Delgado (Campofrío, 1933): POESÍA 1971-2010, es decir, la contenida en obras como La sangre perseguida (inédito), Por la imposible senda de tu boca, El cedazo, Oficio de vivir, Cobre y viento, Al andar, Cuaderno de Santa María de Mave, La luz con el tiempo dentro, De cuevas y silencios, Carpeta de Navidad, Cancionero del Odiel, Treinta sonetos vegetales, Seis sonetos para un mismo amor, Los días encontrados y otras oraciones, Tiranía del viento, Paisajes de la memoria, Suite de la Sierra, Árbol de bendición, árbol sagrado, Cancionero del Río Tinto, Memoria de la niebla, Julianita, Habitante del bosque, El sueño de una noche de ginebra, Antología Amarilla, Cuentos del viejo capataz y Geografía y amor.
De acierto hay que valorar que haya sido Manuel Moya el encargado de ponerle orden, prólogo y estudio a tanta belleza escrita, a tanta pasión. Venteando la visita de la dama negra, Juan Delgado le dijo a Moya -según Ángeles, su esposa-, que tratase de conducir este proyecto hast:a su final aunque tuviera que publicarlo “en papel de estraza”, ruego humilde, conmovedor al que este libro, que no llegó a publicarse en vida y del que valdría recontar las dificultades, los despropósitos y los estúpidos silencios burocráticos de los sabios de turno que lo impidieron, da ahora justa respuesta. Hay que temer a los auto-autorizados.
De acierto hay que valorar que la Universidad de Huelva abra con tan importante obra su Colección Ibn Hazm. Escribe Moya: “En su sepelio fue Francisco José Martínez, quien asumió la publicación, extremo que le honra y honra a la institución”. Manuel José de Lara dio todo su apoyo a la obra y a la memoria de un poeta de verdad, que llevó siempre la dignidad como enseña.
En el libro, el lector conoce al poeta, lo encuentra, lo reencuentra, quizás lo descubre. Al ver el contenido del corazón de su medio millar de páginas se nota que no era Juan tan conocido como merecía. En un triste acto de los que suelen celebrarse ‘como sea’ a la muerte de un grande –él lo era-, los intervinientes –salvo un par de honrosas excepciones- leyeron los tres o cuatro versos que estaban publicados en Internet, como si lo esencial estuviera en “decir algo, un algo, lo que fuera” subidos al estrado para salir en la foto al soltarlos, aunque no pasara la cosa de repetir las mismas palabras que el anterior dijo y que el siguiente diría, incluyendo, ¡cómo no! alguna mención personal para aparecer en un pico de la imagen con el yo por delante, y todo, como si las cuatrocientas noventa y nueve páginas restantes de su obra, como si los miles de versos que las habitan no existieran porque no los había señalado oportunamente papá Internet. Lamentable. Esto ocurrió en Riotinto, ya digo, en lo que parecía un contrahomenaje. Aire. 
Frente a toda esta vana palabrería surge este libro: cartas sobre la mesa, obra en atril. codos en la madera, rigor y corazón al canto; latido puro. Un Juan Delgado parido por sus versos; unos versos paridos por Juan Delgado; un Juan con su poesía dentro –extraña luz montaniana que lo iluminaba-, con su anatomía de la pena, su discurso del dolor. su trazo serio, su verticalidad de poeta entero. Es un lujo para el sentimiento esta recopilación completa de su obra, “tan dispersa y poco divulgada que a veces ni él disponía de ejemplares de sus libros”. Obra antologada en Chile o Méjico, considerada en Cuba, pero que, una vez más, otra, apenas había logrado la atención de sus sensibles paisanos. Señala Moya que “el hecho no es nuevo, pero no deja de ser orientativo y hasta cierto punto escandaloso”. La obra de Juan Delgado es para el recopilador “vocacionalmente compleja, poliédrica y, déjenme añadir, arbórea, de manera que uno se siente en ella como cuando de niño, en las siestas de junio, se subía a los cerezos y veía tantas y tantas apetitosas cerezas que nunca sabía muy bien a qué rama acudir”.

© Manuel Garrido Palacios

JACQUES LE GOFF


JACQUES LE GOFF
Mercaderes y banqueros de la Edad Media
Marchands et banquiers du Moyen Âge
Traductor: Damia Bas
© Presses Universitaires de France
© de la traducción: Katelani 2000
© Alianza Editorial

PALABRAS DE ANDAR POR CASA




DICCIONARIO DE PALABRAS DE ANDAR POR CASA
(Huelva y sus pueblos)
Manuel Garrido Palacios
3ª Edición: Editorial NIEBLA
2ª Edición: Universidad de Huelva
1ª Edición: Calima Editores (Madrid / Mallorca)

F.J.Martínez López · M. Garrido Palacios
M. J. de Lara Ródenas · Rafael Pérez
en una de las presentaciones

EL CAMPILLO


EL CAMPILLO
(De la independencia
 a la democracia)

María Dolores Ferrero Blanco
Cristóbal García García
José Manuel Vázquez Lazo
Universidad de Huelva


Este es un libro pensado y trabajado con amor. Es un humilde intento de paliar, en muy pequeña escala, esa deuda, siempre impagada, que la provincia de Huelva tiene con su cuenca minera. Un reconocimiento de sus pobladores que tanto dieron de sus vidas, de su trabajo y de su fortaleza para iniciar lo que sería un camino sin retorno hacia la futura industrialización de la provincia.
Es, específicamente, un homenaje al pueblo actual de El Campillo, que luchó sin tregua para constituirse en municipio independiente y que tuvo por unos instantes la sensación de un triunfo propio con la llegada de la Segunda República. Por ese motivo se ha dedicado una especial atención al proceso de segregación del municipio de Zalamea la Real y a la trayectoria y vivencias de la etapa republicana, con el objetivo de dar a conocer esos años que supusieron una posibilidad de mejora y que tan esperados fueron por la mayoría de la sociedad campillera.
Quiere ser también una ontribución a la recuperación de su memoria histórica. De los costes que tuvo para esta zona la llegada de la Guerra Civil y de las dificultades de la vida en la posterior dictadura. Y esa contribución la ha hecho posible la entrega y colaboración del pueblo, de los protagonistas y testigos de aquellos duros años. De los que los vivieron y los que los sufrieron. De los que durante mucho tiempo tuvieron que callar y hoy han podido hablar.
La iniciativa de esta publicación fue de su corporación municipal, de su Ayuntamiento, quien deseó dejar constancia de una fecha tan señalada como el 75 aniversario de la independencia de El Campillo, entonces Salvochea.
Por nuestra parte, haber conocido a sus vecinos, haber hablado tanto con ellos, haberles escuchado retazos de su historia, a veces por primera vez contada, ha sido una experiencia inigualable que nos ha compensado con creces esfuerzos y desvelos. 

© Los autores

Mª Dolores Ferrero Blanco


LA HISTORIA DEL AÑO DE LOS TIROS
Mª Dolores Ferrero Blanco
Universidad de Huelva (3ª Edición)

EL PERFUME DEL AMOR


EL PERFUME DEL AMOR
(Novela)
ANTONIA MARÍA PERALTO PÉREZ
Prólogos de Carmen Palanco y Mª Luisa Borrallo
Editorial NIEBLA


Gamel se sienta ceremonioso en su taller de perfumes en Khattab, Giza, a un paso de las pirámides, y deja que floten las palabras. El espacio es obsesivamente blanco; paredes y techos se confunden en una interminable blancura. Nos va a dar una clase magistral, no en balde, Gamel -túnica blanca, trato exquisito, insaciable fumador: «mi contradicción», confiesa- tiene el privilegio de ser una de las treinta y seis narices expertas reconocidas que existen. De cuantos perfumes aroman el mundo, la esencia de los veinte más importantes proceden de sus manos, de las de su gente en su aldea, El Fayum: una porción mínima de la República Árabe de Egipto, de sesenta y dos millones de habitantes, Tierra de Moisés, puente entre Asia y África, con milenios que contar, cruce de rutas de tres continentes, con un suelo que supera el millón de kilómetros cuadrados, de los que sólo un cinco por ciento está habitado, sea en concentraciones como El Cairo, Alejandría, Port Said o Suez, o a ambas orillas a lo largo del Nilo en núcleos agrícolas. Dice Gamel que cada persona requiere su perfume y cada perfume su precio. El azahar lo trae de los naranjales del sur de España. Cada gota que saca de los frascos la aplica sobre la piel de quien le escucha porque al mezclar el olor propio con el ajeno es cuando se valora el perfume idóneo individual. Para esas treinta y seis narices expertas que hay en el mundo existen cuatro tipos de perfumes: fuerte, dulce, floral y fresco, con mil variantes nacidas de ligar flores, especias y frutas. Día después, a bordo de una faluca voy al poblado nubio de Soheil con intención de seguir hacia El Fayum, el paisaje idealizado por Gamel. El sagrado río es tan bello que no importa si el camino de agua mide una hora o un siglo. Según presume una estudiante de la aldea, Mandolis es el equivalente a Osiris, Du-Dun es el dios nubio de las esencias, Egipto tuvo un faraón nubio: Ta-Jarka, siete siglos antes de Cristo, y la frase: Ai kadolli significa te quiero. Posados en las piedras del Nilo hay grandes pájaros blancos, garzas, espulgabueyes, guardavacas, que los campesinos aprecian porque lo limpian. Grazna un cuervo. Hace calor. Suena una canción apenas audible, que no cesa por la presencia forastera. El tiempo pone ritmo. Es el son del momento. Un halcón se posa en el palo del barco, como si el mismísimo Horus diera la bienvenida a quien va a conocer la fuente dorada de los perfumes.
Al regreso me espera un libro de encanto: El perfume del amor, de Antonia María Peralto, que desgrana los perfumes básicos del vivir: los que destilan los fogones, o pueblan las mesas, o invaden la casa, o se añoran cuando se está lejos, o revuelven la memoria si pasan cerca, o conservan el secreto del primer latido. Perfumes con los que Peralto ha construido un relato hermoso que penetra en lo que nos identifica con unas sensaciones de asombro, que no repetiré aquí para no restarle fragancia a la lectura e inducir a ella, y que salen de un impulso por intentar que cada cual pruebe ‘eso’ inexplicable que le aportará algo que parecía faltarle, que lo completa y le evita protagonizar lo que decía Lennon: que a veces pasamos por la vida sin saber que pasamos por la vida. La autora encaja su relato entre Santaella en vísperas de la Guerra Civil y Sevilla cuarenta años después, pero en su fondo hay más. En su apariencia frágil, podría parecer una sucesión de anécdotas. Lo real es que Antonia María Peralto les imprime un carácter universal que las eleva a rango de categoría. Suena el libro a la guitarra del mesón del maestro Machado, donde cualquiera puede sentir un aire íntimo de lo que amó, ama o sueña amar. Repito: en las páginas de El perfume del amor hay mucho más de lo que el título sugiere, bien percibido por el olfato, también privilegiado, de la protagonista y puesto en solfa por la escritora.
El de la aldea nubia es el perfume que adorna el cuerpo. El de la novela es el perfume que busca el alma, el origen si miramos hacia el principio del túnel ya caminado. Y al caer la tarde, se me juntan ambas sensaciones, plenas de sabor, para que las escriba juntas. 

© Manuel Garrido Palacios

Virginia Woolf



Virginia Woolf
Un cuarto propio
UNAM. México

Escrito quedó en el río Ouse el último latido de Virginia Woolf. Nacida en Londres en 1882, Adeline Virginia Stephen -Woolf por su boda con Leonard- percibe en su mente un mal sin solución, un muro letal para la creatividad, y un día de primavera de 1941 llena de piedras los bolsillos de su bata y se entrega a las aguas voluntariamente, para siempre. Michael Cunningham narra en “Las horas” tan triste hecho de quien, según Jeanette Winterson, «sentó las bases de la novela futura». Una carta al marido sella su decisión, cierra una gran página literaria en Inglaterra y acaba con Hogarth Press, la editorial de ambos, exquisita en la selección de textos merced a un criterio tallado en la lectura y en el afán de comprender el trabajo ajeno.
Ensayista, atenta a los vaivenes de su tiempo, cultivadora del ingenio y de las tertulias de Bloomsbury, barrio al que se muda desde el de Kensington y que da nombre al grupo en el que se integran las voces más lúcidas de la generación, tan frontales a las intocables costumbres victorianas, Virginia Woolf aparece para los críticos como “mujer excepcional, que lega frutos indispensables: experimenta con su idioma, innova la novela y saca a flote técnicas como la del fluir de la conciencia”. En “Un cuarto propio” se sitúa en la invitación que le hacen en 1928 para hablar sobre "la mujer y la ficción" en la Universidad de Cambridge, tribuna idónea para preguntarse por ciertos aspectos de la condición femenina y exponer sus ideas acerca del escaso número de escritoras en la historia de la literatura. Para ello, mezcla el análisis sociológico, el histórico y el filosófico con su potencial poético y cuestiona, por ejemplo, qué habría pasado si Shakespeare, que para Virginia Woolf es el genio que trasciende su individualidad e ilumina la tierra con un brillo único, hubiera tenido una hermana a la par de creativa que él, pero sin poder escribir por el sólo hecho de ser mujer. 
Desde el ángulo feminista pone el dedo en la herida ante el atónito auditorio de Cambridge, el centro académico de más prestigio en Inglaterra, al que ella hubiera querido asistir, pero que hasta seis años después de su muerte no abre sus puertas a la mujer para realizar una simple inscripción formal. Antes, la mujer podía ir a las clases, pero sus estudios carecían de validez en la sociedad inglesa. Su discurso en semejante escenario no lo quiere solventar con faena de aliño, sino mostrándose como es: una mujer culta, capaz de un rigor y una seriedad a la altura de la institución. Sabe que si sus palabras impactan en aquel foro, lo harán con más fuerza en la sociedad que lo sustenta. Se inventa para ello una narradora de ficción, que comparte con ella la tribuna, a la cual da vía libre total para expresarse como una mujer que piensa, siente, investiga y habla de manera distinta a lo previsto por algunos. En los previos de “Un cuarto propio”, señala Raquel Serur que el nombre de Virginia Woolf es “imprescindible en las cumbres de la literatura europea de la primera mitad del siglo XX. Se convierte en paradigma de aquello a lo que debiera aspirar toda mujer que tomara la vía de escribir como compromiso vital y creativo”. Para Virginia Woolf, lo que produce la mujer es esencial para construir una sensibilidad propia. Escribe: “Allí estaba yo (con el nombre que se les antoje: da igual) sentada a la orilla de un río, absorta en mi pensar. El yugo de que les hablé -las mujeres y la novela, la obligación de resolver un problema que despierta tantas pasiones y prejuicios- doblaba mi cabeza hacia el suelo”; e insiste en que para el desarrollo de todo esto, la mujer necesita su sitio, su espacio vital, su “cuarto propio”. La obra es un referente que se universaliza, porque, como advierte Rosario Castellanos, “un feminismo bien entendido” conduce a hacer que mujeres y hombres colaboren “en la construcción de un mundo nuevo luminoso, habitable para aquellos en quienes se manifiesta lo mejor de la humanidad: la inteligencia, el amor, la justicia, la laboriosidad”. Virginia Woolf añade: "Sabe Dios que hice mi parte con mi pluma y con mi voz. No debo nada a nadie".

© Manuel Garrido Palacios

LOS ACADÉMICOS CUENTAN


LOS ACADÉMICOS CUENTAN
Academia Norteamericana de la Lengua Española
Nueva York
Gerardo Piña-Rosales (edición y prólogo)
Cuentos escritos por académicos de todo el mundo
Ed. ANLE /Axiara. Col. Pulso Herido 6. Marzo 2015. 344 pp. 

Las palabras traen su fragancia oculta, su eco íntimo, su ‘otro’ sentido, cualidad que aportan al texto en el que aparecen para sumarle brillo. Me fijo en el título de la nueva obra editada por la Academia Norteamericana de la Lengua Española en Nueva York: ‘Los académicos cuentan’. En primer plano está el concepto narrar, contar, transmitir individualmente ideas, impresiones, pensamientos. historias. En segundo, como una sombra subliminal, está el de tallar una obra merced al trabajo colectivo, que no queda en la puntualidad de unas páginas, sino en dar esplendor al idioma que nos une, en fijar, en universalizar las primeras palabras que entendimos en la vida, el primer sonido que nos habitó. El libro, aún tibio del parto de las imprentas, contiene ambos encantos: abre sus páginas para que cada voz se exprese y, por si fuera poco, coloca la guinda en el título: cuentan, trabajan, están ahí, cuidan el idioma sin hacer ruido, sin poner solemne el gesto. Es a lo que llamo fragancia.

ÍNDICE

Presentación, Gerardo Piña-Rosales / 11
LUIS ALBERTO AMBROGGIO: La fluida concepción del tiempo / 13
OLVIDO ANDÚJAR: ¡Os quiero matar a todos! / 17
FRANCISCO ARELLANO OVIEDO: Una pesadilla menor que la realidad / 23
MARTA ELENA COSTA: El empleado / 31
RAFAEL COURTOISIE: La obra de Louis Groussac / 43
JORGE I. COVARRUBIAS: La partida / 51
JORGE DÁVILA VÁZQUEZ: De una rosa / 55
JUAN CARLOS DIDO: Para leer con lupa / 61
DELIA DOMÍNGUEZ: Leche Negra / 71
OSWALDO ENCALADA VÁSQUEZ: El café / 77
DAVID ESCOBAR GALINDO: Historias sin cuento / 81
VÍCTOR FUENTES: Gracias a la vida / 87
MANUEL GARRIDO PALACIOS: El árbol del futuro / 89
ISAAC GOLDEMBERG: A Dios al Perú /101
EDUARDO GONZÁLEZ VIAÑA: Siete noches en California / 93
ULISES GONZALES: Detalle de mi infancia / 115
PEDRO GUERRERO RUIZ: Ibn Al-Yasar / 121
JORGE KATTÁN ZABLAH: Condimento exótico / 125
MARÍA ROSA LOJO: Plegarias atendidas / 129
FERNANDO MARTÍN PESCADOR: La vida en tres palabras / 135
MARICEL MAYOR MARSÁN: Las dos mitades de una historia / 139
JOSÉ MARÍA MERINO: Liquidando al Meta / 147
ROBERTO MODERN: La sabiduría de los humildes, De la cadena, Una fábula / 153
JUAN DAVID MORGAN: Isla azul / 157
FRANCISCO MUÑOZ GUERRERO: Acerca de Basilius el Escita / 173
JOSÉ LUIS NAJENSON: Vacaciones académicas de invierno / 183
JULIO ORTEGA: Los suaves ofendidos / 193
GERARDO PIÑA-ROSALES: Don Quijote en Manhattan / 199
ALISTER RAMÍREZ MÁRQUEZ: La vendedora de huevos de pingüinos / 225
RAMÓN EMILIO REYES: La cena / 231
RAÚL RIVADENEIRA PRADA: El saxofonista y su perro cantor / 237
VIOLETA ROJO: Miniaturas de ciudad y río / 253
BRUNO ROSARIO CANDELIER: Sueño rotundo / 255
ROSE MARY SALUM: Ocho / 259
CÉSAR SÁNCHEZ BERAS: La llovizna. La dadivosa. La anticigüeña / 269
RAFAEL E. SAUMELL: Blanquita, qué trágica eres / 273
FERNANDO SORRENTINO: La insoportable complejidad del ser / 281
GRACIELA TOMASSINI: El diario de Felicitas y otros minicuentos / 293
JUAN VALDANO: Saduj: el otro hombre / 297

Thomas Bernhard


Thomas Bernhard
MAESTROS ANTIGUOS
Traducción: Miguel Sáenz
Alianza

GENTE QUE PASA


GENTE QUE PASA

          Yesterday nació en el Algarve. Paul McCartney se alojó cerca de Albufeira, en visita breve, en un hotel entre el bosque y la playa, donde te cuentan que vino de cenar y, antes de subir a su cuarto, vio que actuaba en el bar un grupo local. Tardó un minuto en integrarse, tocar el piano, la guitarra, el bajo y hasta la batería, concierto que duró hasta el alba ante los atónitos músicos, a los que les regaló una canción hecha allí mismo, sin más. Al día siguiente, de camino al aeropuerto de Faro, trazó los compases de Yesterday, quizás lo más bello que se hizo el siglo pasado. Luego fue Daniel Baremboin el que impartió clases magistrales que reunieron en la misma costa a músicos de todo el mundo y, para completar el cartel, contó el Algarve con la presencia de Bernardo Bertolucci para dar una charla sobre el cine como arte, no como parida subvencionada. Vino por un día y se quedó cuatro, lo que supuso poder disfrutar de su palabra y de su magisterio.
          Ahora, sin salir del Algarve, se ha desarrollado un Curso de Cine con análisis y coloquios. El primer día se visionó Hannibal, película homónima de la novela de Thomas Harris, que aborda sin tapujos la doble cara de esa moneda que es el ser humano. Repito la impresión que me produjo su estreno: Ridley Scott bordó una obra de arte contando con Hopkins, Moore, Oldman y un elenco de leyenda.
          De las opiniones surgidas en la sala podrían salir otras películas partiendo del modelo. Y es porque retrata la esencia humana desde el doble ángulo del bien y del mal. Se valora unánimemente la secuencia florentina en el Palazzo de la Signoría con la muerte del agente Pazzi. El ponente la trae tan desmenuzada por planos que los asistentes compartimos su discurso como si manejáramos una lupa.
          Un realizador francés aborda la película desde lo que es el  montaje, en el que el Director ha optado por hacerlo lineal, a un ritmo preciso, sin ser ese vendaval que la tecnología propicia y al que el automatismo le restaría la esencia del encanto creativo. En Hannibal se ajusta el tiempo a la emoción, a la sensación, a la sugerencia, al hilo narrativo con mano de orfebre. Valora la búsqueda del ámbar y pone como ejemplo clave la secuencia a la que dan vida el agente con los sesos al aire, Hannibal y Starling, el reloj que mide los minutos que restan para huir y los coches policiales avanzando en off hacia la casa, todo envuelto en la música ofrecida por Zimmer, que tanto recuerda a Bach, Mahler, Strauss II o Mozart, en especial en Laudate Dominum (K 321) Vide Cor meun en la banda sonora.
          Un cámara inglés habla de la iluminación que divide la obra en dos partes: la primera, a base de luces planas y directas, cuando Starling y los agentes intentan detener en el mercado a la delincuente; y la segunda, en la que se atenúan los brillos para concentrar la acción íntimista en el descubrimiento de Hannibal a partir de su enigmático gesto en el retrato del panel. Como maestría de lenguaje califica este aspecto del film.
          Además de la técnica, estuvo presente un criterio que demostró que hay obras nacidas para la Historia y otras destinadas al olvido tras el rótulo final. Y es que el criterio mueve más que el dinero, y queda como cultura, que parece poco.


© Manuel Garrido Palacios

Pearl S. Buck


LA BUENA TIERRA
Pearl S. Buck
Pearl S. Buck

La primera novela que leí cuando era un crío, de portada a colofón, fue La buena tierra, de Pearl S. Buck. No voy a repetir aquí lo que viene en cualquier manual, que la autora nació en Hillsboro, Virginia (USA) en 1892, y que aún sin romper a hablar, sólo con meses de vida, sus padres –él, misionero presbiteriano– se trasladaron a vivir a China, en concreto a Zhenjiang, Jiangsu, lo que motivó que Pearl aprendiera el idioma de su tierra de acogida antes que el de su país de cuna. Tampoco me extenderé sobre su carrera literaria, que fue premiada con el Nobel y el Pulitzer, porque son datos archisabidos, que diría Quevedo. Sólo diré que el ejemplar que me regaló una gran Maestra, de nombre Margarita, venía en rústica y en formato de bolsillo, libro que aún conservo, por cierto. Luis de Caralt publicó el segundo libro suyo que cayó en mis manos: Viento del Este. Viento del Oeste, y luego llegaron Asia, La madre, La estirpe del dragón, Peonía, El pez dragón, La gran aventura, etc. La buena tierra fue traducida al lenguaje cinematográfico por Sidney Franklin, y su estreno en 1937, con Paul Muni, Walter Connolly y Luise Rainer en los papeles centrales, aunque mereció más, mucho más, sólo obtuvo un Oscar a la Mejor Actriz y otro a la Fotografía: inolvidable en escenas como la invasión de las langostas. Al ser el primer libro que me abría sus puertas para que me internara en sus páginas, significó para mí un despertar a la literatura tras una serie de textos dejados a medio leer, aparte de los que establecían las disciplinas de la escuela.
La buena tierra es la historia de Wang Lung y su familia. Él hereda una tierra de sus antepasados, la labra, la sufre, la goza y todo gira alrededor de ese predio en el marco de la China precomunista. En el escenario propuesto a ras de suelo, pura tierra, Wang Lung, hombre prudente, sabe que aquello es su origen y su futuro, y se afana en el presente de su juventud en trabajar lo que el Destino ha puesto a su alcance hasta conseguir una notable prosperidad que le permitirá con el tiempo contratar a otros para que le trabajen a él. Como una sombra permanente y respetada está la figura de su padre, que antes hizo lo mismo y trazó el camino, como referente, de la unión familiar y de la transmisión de una cultura de supervivencia venida de lejos, básica, suficiente. Mi personaje favorito entonces, al igual que ahora en la relectura, es O-Lan, la primera mujer de Lung, al que tanto ayudó en los peores momentos de penuria que asomaron; mujer que con el matrimonio se libera de su condición de esclava. Loto es la segunda esposa, descrita por Pearl S. Buck como una belleza que cautivó a Lung. Hay una tercera: Cukoo, la amante que calcula y media en los tratos y conflictos que se generan, y una cuarta: Flor de Peral, esclava de la casa, hacia la que Lung también se siente fuertemente atraído. La familia se completa con varios hijos: Nung En, primogénito, que no querrá aprender a manejar la tierra, sino a leer y a escribir, como su hermano Nung Wen, que entrará en los secretos del comercio y administrará la hacienda. Luego nacerá una hija en la peor época de hambre, que no tendrá un desarrollo como sus hermanos y permanecerá al calor familiar sin otro horizonte. Le seguirán un niño y una niña, mellizos. La niña se casará con un pudiente y el hijo se hará soldado contraviniendo el deseo del padre, que lo quería sin formación alguna para que se dedicara a continuar con la labranza de la tierra como una tradición. En el coro de personajes no faltarán un tío de Lung, que utilizará el buen nombre de su sobrino para llevar a cabo acciones turbias, y su hijo, seguidor del modelo paterno.
La historia en sí, el dibujo de cada personaje, sus relaciones, sus grandezas y sus miserias, todo universalizado, elevado de la anécdota localista a rango de categoría, tienen en la obra un encanto difícil de conseguir en una narración; encanto tan denso en su fondo, tan alado en su forma, tan de tallarse en ‘los canalillos de la memoria’, como diría Tasio, que al releerla he tenido la sensación de haber seguido en todo momento por la página que había dejado señalada ayer mismo, y no hace décadas.
Recuerdo hoy esta hermosa novela por varias razones: 1ª, porque he vuelto a leerla al estar fijada como libro-eje de unas jornadas literarias a las que he asistido; 2ª, porque, al hilo de las sabias palabras de un viejo maestro, siempre es preferible leer una buena obra dos veces que una mala una sola; y 3ª porque, simplemente, me ha apetecido leerla quizás como disimulado homenaje de respeto a esa primera vez que se abre un libro de los que te marcan un camino del que ya nunca puedes desviarte.

© Manuel Garrido Palacios

EL HACEDOR DE LLUVIA

EL HACEDOR DE LLUVIA
Manuel Garrido Palacios
1ª edición · Calima · Mallorca/Madrid


LE FAISEUR DE PLUIE
Manuel Garrido Palacios
2ª edición · L'Harmattan, Paris.
traduit par Isabelle Toledo / William Rozenblat


Con este título, Manuel Garrido Palacios ha presentado en la Feria del Libro su última obra, hasta ahora. Pero antes de tender el puente entre el autor y lectores del libro, conviene tener presente el profundo abismo que media entre determinadas creaciones literarias; por poner un ejemplo, el que hay entre un best-seller y una Novela. El Hacedor de Lluvia no es un best-seller, es una Novela, que son dos cosas completamente distintas. Las Novelas, ni lavan más blanco, ni quitan las manchas más rebeldes; ni son una franquicia, ni un producto industrial, y por no tener, no tienen marketing. Está todavía por ver que las Novelas de Cervantes, de Pérez Galdós, de Clarín, de Pío Baroja, de Valle Inclán, de Proust, o de Tolstoi, entre otros, figuren en las listas de los libros más vendidos o más leídos. El best-seller nace con la crítica bajo el brazo, con un lector dócil y manejable y con fecha de caducidad; a la Novela hay que construirle la crítica, justa o equivocada, y nunca neutral ni demostrable, y, generalmente, disfruta de la eterna juventud a pesar de que va a caer en las manos de un lector rebelde e inquisitivo.
El Hacedor de Lluvia es, sin duda alguna, una Novela; es Literatura, y además, admirablemente escrita. Garrido Palacios escribe con un estilo propio (cada escritor tiene el suyo), sin apartarse un ápice de las normas fundamentales de la preceptiva literaria, pero con su peculiar y original concepción de un barroquismo nuevo y original, que navega por los complejos senderos de la creatividad «con una precisión tonal y poética que nos recuerda al gran maestro Juan Rulfo» (Manuel Moya). Yo añadiría que soplan, también, vientos de Jorge Manrique y de Cervantes.
Del título, ¿por qué Hacedor se escribe con mayúscula? ¿Se refiere a alguien que el paisanaje respeta y teme como si fuera Dios, el Supremo Hacedor?; no estamos seguros, pero se vislumbra que la tendencia estética del autor desborda el mero valor literal de la palabra. La lluvia es un producto natural de la Ley Natural, sin asperges, latines ni orates frates; como mucho, se anuncia unos días antes con unos dolores que estrujan la espalda de la tía Carmelita. La verdad es que España, de siempre, ha sido una cantera inagotable de Hacedores de Lluvia.
Esta reflexión es una de las claves, puede ser, del proceso de la elaboración formal de la obra, desde su invención hasta su planteamiento literario, gramatical y artístico que, lenta y pausadamente, fue cultivando el autor hasta su definitiva floración, anudando en una sola unidad, la luz y la oscuridad, el pasado y el presente, la alegría y la tristeza, la ficción y la realidad.
La historia, «chica, tierna y terrible», se desarrolla en un pueblo de cuyo nombre el autor no se acuerda, o no quiere acordarse, y se saca de la manga el nombre de Herrumbre (Oxido del hierro. Gusto o sabor que algunas cosas, como las aguas, toman del hierro. RAE) Puede discutirse si está en Extremadura, o en Aragón, o en Asturias, o en cualquiera otra «nación», pero a mí me da que, éste, se encuentra en el Andévalo; lo digo por el habla: «lejananza, lejiondo, ajobo, tagilar, recencio, medrosía, jopo, cacaruco, repapilar, andancio, guifa, pesina, pescudar, tristura, encevique, alpendre, escampar, quinterías, comistrajo, chinero...».
Herrumbre está encallado en la eternidad «donde la nada es el algo que hay», sentencia uno de los dos «herrumbranos, herrumbreños o herrumbrosos» que quedan en el abandonario. El pueblo ha muerto por consunción de sus referencias sociales y morales: la miseria, la explotación y la humillación «sin contar la época turbia en la que el chivato acabó con tanta criatura a tiro limpio» (Pág. 17), han secado las fuentes del futuro y del presente, pero no han podido, nunca pueden, apagar las brasas de la memoria, sobre todo, la que ahora llaman «memoria histórica».
Quizá sea este el poso de esperanza que brinda la Novela; por un lado, la eternidad de la memoria; por otro, la fe en el amor y la felicidad: «y no tiene nada que ver que no conociera un amor así para que creyera ciegamente en él» (Pág. 11); nacemos, vivimos y morimos, pero en el duro peregrinar, si creemos en ella, se encuentra la felicidad, «no la aparente, ni la de la bolsa llena, ni la cambiada por dignidad, sino la salida de dentro» (Pág. 32).
La técnica narrativa de Garrido Palacios se intercala, magistralmente, en la agilidad parlante de la retórica tradicional guardada en la talega de la sabiduría popular; dichos, refranes, coplillas y anécdotas acompañadas de situaciones jocosas y de rancio humor, como la competición sonora que se celebró en Herrumbre, y que en algo nos remite a la de los rebuznos contada en los capítulos XXV y XXVII de la Segunda Parte del Quijote, aunque la del pueblo no era de rebuznos precisamente. 
Creo que se trata de una hermosa y gran Novela que a los amantes de la buena Literatura les gustará leer, y tal vez releer, pues nos deja la inquietante sensación de que en ella, hay más.

© Alberto Casas


He leído la novela El Hacedor de Lluvia, de Manuel Garrido Palacios para hacerle una reseña, y he de confesar de entrada mi asombro ante una obra de un hondo calado tanto en lo que dice como en la manera de decirlo. Aunque es novela independiente, también es continuación de su anterior El Abandonario, en cuyas páginas vimos la historia de un pueblo llamado Herrumbre, y de unas personas, que diría que son los perfiles de todas las personas, pues el abanico tipológico es inagotable en este autor. Parecía que en aquella primera salida quedaba todo dicho y resuelto, aunque como lector intuí que Garrido Palacios se había reservado el misterio de qué pasará mañana, como así ha hecho. A esta entrega de El Hacedor de Lluvia le seguirá una tercera con la que compondrá la Trilogía llamada a ser, sin la menor duda, un clásico de la narrativa actual.
De las reseñas que he leído destaco como clave en varias el hecho de sugerir en este autor el dominio de una realidad mágica que le llega desde la otra orilla del Atlántico y que tiene nombre: Juan Rulfo. Correcto. A lo que hay que añadir: y la propia. También he visto referencias a Fernando de Rojas, a Cervantes, a Quevedo, a Baroja. Opiniones con las que estoy totalmente de acuerdo. Pero me parece que se han pasado por alto influencias importantes, que dan la medida de un autor que cuaja su estilo entre el pasado y en el presente. Quiero decir que he querido ver en su literatura un atisbo de Willian Saroyan y, sobre todo, de Thomas Bernhard. Esto no significa que los temas de la obra de Garrido Palacios se parezcan a la de los autores citados, sino que en su originalidad contiene y retiene el encanto narrativo que hace que uno empiece por la primera página y no pueda dejar de leer hasta la última, y aún le parezca poco. 
Esta maestría es de destacar en El Hacedor de Lluvia, personaje que el autor pone y quita del papel, como a cientos, pues se trata de una obra coral donde las entradas, las salidas, los movimientos, las vidas y las muertes de los personajes van dando forma a una porción de novela, quedando al final relacionados todos con una solidez literaria asombrosa. Incluso los pasajes aparentemente livianos, aquellos que podrían tener un tinte anecdótico, se elevan por mano de este autor a rango de categoría.
Sería prolija la nómina a citar de cuantos se mueven en sus 180 páginas: Doninmaculado, Tía Carmelita, Wenceslao, la Guanera, el chivato, Constanza, Belarmino, Ausencio –héroe a la fuerza– y tantos otros que, a pesar de estar nombrados y descritos minuciosamente no se resisten a permanecer en un localismo limitado del pueblo de Herrumbre, sino que el narrador los universaliza con unos soberbios trazos. 
Conocía de Manuel Garrido Palacios lo que había publicado sobre Etnografía, y un buen día cayó en mis manos su primer libro de narrativa: El Clan y otros cuentos, que obtuvo el Premio Borges en Los Ángeles (USA) del Liceo Internacional de Escritores, libro en el que aparece ese monumento al sentimiento como es El Árbol del Futuro, aparte de otros relatos, como los obsesivos Cuento Curvo o El Resplandor, fantástica puesta en escena de un posible caos total. Y desde entonces mantuve mi atención hacia su obra literaria en la esperanza de verle otro libro de cuentos. En sustitución del mismo, sacó la novela El Abandonario, y ahora, camino del colofón, que será su Trilogía, acaba de publicar esta joya literaria llamada El Hacedor de Lluvia, de la que sólo me cabe decir, en atención al espacio periodístico, que quien no la lea, se perderá algo inolvidable.

© Claude Soldeville