GENTE QUE PASA


GENTE QUE PASA

          Yesterday nació en el Algarve. Paul McCartney se alojó cerca de Albufeira, en visita breve, en un hotel entre el bosque y la playa, donde te cuentan que vino de cenar y, antes de subir a su cuarto, vio que actuaba en el bar un grupo local. Tardó un minuto en integrarse, tocar el piano, la guitarra, el bajo y hasta la batería, concierto que duró hasta el alba ante los atónitos músicos, a los que les regaló una canción hecha allí mismo, sin más. Al día siguiente, de camino al aeropuerto de Faro, trazó los compases de Yesterday, quizás lo más bello que se hizo el siglo pasado. Luego fue Daniel Baremboin el que impartió clases magistrales que reunieron en la misma costa a músicos de todo el mundo y, para completar el cartel, contó el Algarve con la presencia de Bernardo Bertolucci para dar una charla sobre el cine como arte, no como parida subvencionada. Vino por un día y se quedó cuatro, lo que supuso poder disfrutar de su palabra y de su magisterio.
          Ahora, sin salir del Algarve, se ha desarrollado un Curso de Cine con análisis y coloquios. El primer día se visionó Hannibal, película homónima de la novela de Thomas Harris, que aborda sin tapujos la doble cara de esa moneda que es el ser humano. Repito la impresión que me produjo su estreno: Ridley Scott bordó una obra de arte contando con Hopkins, Moore, Oldman y un elenco de leyenda.
          De las opiniones surgidas en la sala podrían salir otras películas partiendo del modelo. Y es porque retrata la esencia humana desde el doble ángulo del bien y del mal. Se valora unánimemente la secuencia florentina en el Palazzo de la Signoría con la muerte del agente Pazzi. El ponente la trae tan desmenuzada por planos que los asistentes compartimos su discurso como si manejáramos una lupa.
          Un realizador francés aborda la película desde lo que es el  montaje, en el que el Director ha optado por hacerlo lineal, a un ritmo preciso, sin ser ese vendaval que la tecnología propicia y al que el automatismo le restaría la esencia del encanto creativo. En Hannibal se ajusta el tiempo a la emoción, a la sensación, a la sugerencia, al hilo narrativo con mano de orfebre. Valora la búsqueda del ámbar y pone como ejemplo clave la secuencia a la que dan vida el agente con los sesos al aire, Hannibal y Starling, el reloj que mide los minutos que restan para huir y los coches policiales avanzando en off hacia la casa, todo envuelto en la música ofrecida por Zimmer, que tanto recuerda a Bach, Mahler, Strauss II o Mozart, en especial en Laudate Dominum (K 321) Vide Cor meun en la banda sonora.
          Un cámara inglés habla de la iluminación que divide la obra en dos partes: la primera, a base de luces planas y directas, cuando Starling y los agentes intentan detener en el mercado a la delincuente; y la segunda, en la que se atenúan los brillos para concentrar la acción íntimista en el descubrimiento de Hannibal a partir de su enigmático gesto en el retrato del panel. Como maestría de lenguaje califica este aspecto del film.
          Además de la técnica, estuvo presente un criterio que demostró que hay obras nacidas para la Historia y otras destinadas al olvido tras el rótulo final. Y es que el criterio mueve más que el dinero, y queda como cultura, que parece poco.


© Manuel Garrido Palacios