Virginia Woolf



Virginia Woolf
Un cuarto propio
UNAM. México

Escrito quedó en el río Ouse el último latido de Virginia Woolf. Nacida en Londres en 1882, Adeline Virginia Stephen -Woolf por su boda con Leonard- percibe en su mente un mal sin solución, un muro letal para la creatividad, y un día de primavera de 1941 llena de piedras los bolsillos de su bata y se entrega a las aguas voluntariamente, para siempre. Michael Cunningham narra en “Las horas” tan triste hecho de quien, según Jeanette Winterson, «sentó las bases de la novela futura». Una carta al marido sella su decisión, cierra una gran página literaria en Inglaterra y acaba con Hogarth Press, la editorial de ambos, exquisita en la selección de textos merced a un criterio tallado en la lectura y en el afán de comprender el trabajo ajeno.
Ensayista, atenta a los vaivenes de su tiempo, cultivadora del ingenio y de las tertulias de Bloomsbury, barrio al que se muda desde el de Kensington y que da nombre al grupo en el que se integran las voces más lúcidas de la generación, tan frontales a las intocables costumbres victorianas, Virginia Woolf aparece para los críticos como “mujer excepcional, que lega frutos indispensables: experimenta con su idioma, innova la novela y saca a flote técnicas como la del fluir de la conciencia”. En “Un cuarto propio” se sitúa en la invitación que le hacen en 1928 para hablar sobre "la mujer y la ficción" en la Universidad de Cambridge, tribuna idónea para preguntarse por ciertos aspectos de la condición femenina y exponer sus ideas acerca del escaso número de escritoras en la historia de la literatura. Para ello, mezcla el análisis sociológico, el histórico y el filosófico con su potencial poético y cuestiona, por ejemplo, qué habría pasado si Shakespeare, que para Virginia Woolf es el genio que trasciende su individualidad e ilumina la tierra con un brillo único, hubiera tenido una hermana a la par de creativa que él, pero sin poder escribir por el sólo hecho de ser mujer. 
Desde el ángulo feminista pone el dedo en la herida ante el atónito auditorio de Cambridge, el centro académico de más prestigio en Inglaterra, al que ella hubiera querido asistir, pero que hasta seis años después de su muerte no abre sus puertas a la mujer para realizar una simple inscripción formal. Antes, la mujer podía ir a las clases, pero sus estudios carecían de validez en la sociedad inglesa. Su discurso en semejante escenario no lo quiere solventar con faena de aliño, sino mostrándose como es: una mujer culta, capaz de un rigor y una seriedad a la altura de la institución. Sabe que si sus palabras impactan en aquel foro, lo harán con más fuerza en la sociedad que lo sustenta. Se inventa para ello una narradora de ficción, que comparte con ella la tribuna, a la cual da vía libre total para expresarse como una mujer que piensa, siente, investiga y habla de manera distinta a lo previsto por algunos. En los previos de “Un cuarto propio”, señala Raquel Serur que el nombre de Virginia Woolf es “imprescindible en las cumbres de la literatura europea de la primera mitad del siglo XX. Se convierte en paradigma de aquello a lo que debiera aspirar toda mujer que tomara la vía de escribir como compromiso vital y creativo”. Para Virginia Woolf, lo que produce la mujer es esencial para construir una sensibilidad propia. Escribe: “Allí estaba yo (con el nombre que se les antoje: da igual) sentada a la orilla de un río, absorta en mi pensar. El yugo de que les hablé -las mujeres y la novela, la obligación de resolver un problema que despierta tantas pasiones y prejuicios- doblaba mi cabeza hacia el suelo”; e insiste en que para el desarrollo de todo esto, la mujer necesita su sitio, su espacio vital, su “cuarto propio”. La obra es un referente que se universaliza, porque, como advierte Rosario Castellanos, “un feminismo bien entendido” conduce a hacer que mujeres y hombres colaboren “en la construcción de un mundo nuevo luminoso, habitable para aquellos en quienes se manifiesta lo mejor de la humanidad: la inteligencia, el amor, la justicia, la laboriosidad”. Virginia Woolf añade: "Sabe Dios que hice mi parte con mi pluma y con mi voz. No debo nada a nadie".

© Manuel Garrido Palacios