Rafael Delgado




ARDE FLIPOVIC
Rafael Delgado



Entrevista


PREGUNTA: En estos días empezarán las presentaciones de la novela “Arde Flipovic”, primera y única publicada por Rafael Delgado de las varias que ha escrito. La impresión que surge al abrirla es la de estar ante un pote que hierve y que quiere desbordarse pero manteniendo el control de modo conciso, con elegancia. Esto atrapa de inmediato; pero si un niño pidiera al autor una síntesis…
RESPUESTA: Le diría que habla de los “pájaros del amor”, pero que leyera antes “Platero y yo”.
P: Una sombrerería atestada de cajas y un retrato del fundador de Punta Estuaria son el puerto de partida para universalizar luego el horizonte que quieres describir.
R: Es una muestra de un tiempo que se fue. En un análisis sobre el pasado advertí que nuestras vidas se alimentarían de algo literario que las identificara con un momento preciso. Una inquietud se apoderó de mí como un ying yang, blanco-negro, (igual a un tablero de ajedrez) y una vida en color con capacidad de soñar. Las infinitas posibilidades de un lugar paradisiaco normalmente obviadas marcan mi mirada al mundo. y mi ser y mi estar, mis conclusiones y mi escepticismo. 
P: La novela trae su gran porción autobiográfíca.
R: Y de abstracciones sobre el amor, momentos que al desgranarlos son puntos mentales cuando menos interesantes. Digamos que el niño quería inmortalizar con su amor el Beso de Rodin a pesar de no conocer la escultura.
P: Niño del que no citas el nombre aunque desvelas su mundo en la posguerra; mundo sórdido, de siseos, de silencios, de temor, de venganzas, de hambres, de fuegos…
R: Es una caja china, una historia dentro de otra. Incluso su título fue otro durante un tiempo. “Arde Flipovic” responde a lo que creo más mío.
P: Tampoco a Flipovic lo nombras, lo que no significa que no esté presente.
R: Como tantas cosas en la novela, es un brindis montera en mano al sitio que amamos, una secuencia de vivencias sobre el enclave de nuestros primeros pasos.
P: ¿Por qué arde?
R: Flipovic es un personaje que pertenece al lector. Es una idea, sin edad ni rostro, es un amante anónimo que aparece en el templo de la diosa Caissa: un reino gobernado por la razón y un romántico de cojón de mico que apuesta en los tiempos difíciles por el arte literario. Arde porque el fuego purifica; recuerda la figura de un Buda iluminado.
P: Fernando Pessoa tenía sus heterónimos. Puede que Flipovic sea uno tuyo, como R. Delfue. En tu caso, ¿cada uno escribe a su aire, cada cual tiene su mundo?
R: Delfue es columnista. Anatoli Flipovic es más denso y literario; se hizo a sí mismo en la poesía (Hojas Grises), que es la esencia de su arte. También están Harpo Delfue, cómico, y West Moon Love que encontró una piedra de agua en la Isla del Talento.
P: Al principio de la novela sitúas la acción en Cuba para luego venir a un "escenario lleno de espejos" donde cada personaje se mira, como el abuelo Isidro "fácil de lágrimas"; la narración tiene el encanto de parecer que la has escrito al dictado de ellos. 
R: En los espejos es donde todos se miran y se prueban los sombreros. El abuelo Isidro tenía energía para dar y regalar, y una voz narradora profunda y preciosa: la mejor que haya sentido jamás. Cuando bebía se ponía cantimplorístico y sentimental y se emocionaba con lo que contaba.
P: El escritor se para en un momento dado ante su novela porque acaba de encontrarse a sí mismo a través de los demás.
R: Se encuentra a sí mismo al sentir la sensación de transmitir, la necesidad de compartir lo que pueda haber de belleza en el libro; eso que hace que el lector experimente sensaciones. Quiero que “Arde Flipovic” sea del lector, sólo del lector. Asumo esa suerte.
P: En sus páginas está presente el amor y también la muerte, ¿que más hay en la cocina del escritor para condimentar la obra?
R: Un tiempo beatle que no tiene medida.
P: Dices: "Colecciono palabras escritas en tinta verde".
R: Neruda escribía con tinta verde. Yo tengo esa costumbre, aunque puedo usar otro color. El verde me relaja.
P: Te cuestionas: "¿Quién era yo antes del amor?"
R: Hay quien se priva del amor, o no lo ve, o no lo siente, o no lo conoce. Cuando partimos de un discurso damos por seguras unas propuestas que luego no suceden como las pensamos.
P: ¿Por qué se escribe?
R: Yo siento curiosidad.

© Manuel Garrido Palacios

Fra Angélico

Fra Angélico
ANUNCIACIÓN
(1438-1443)
Fresco 176x148
Museo de San Marco · Celda 5
Florencia

Domenico Ghirlandaio

Domenico Ghirlandaio
LA ÚLTIMA CENA
(1479-1480)
Fresco 420x780
Museo de San Marco
Refectorio menor
Florencia

James Charles





Domingo de bautizos (det.)
James Charles
Manchester City Art Galleries

Siegfried Lenz

Siegfried Lenz
El barco faro
Trad. Belén Santana
Ed. Impedimenta

Ramón Masats inédito

Ramón Masats inédito
exposición
Galería Blanca Berlín
c/ Limón 28 . Madrid
www.blancaberlingaleria.com



Caza Mayor / Manuel Moya


Manuel Moya
CAZA MAYOR
{Microrrelatos}

Editorial Baile del Sol
Colección Sitio de Fuego

Presentación en Sevilla
‘La Carbonería’

El autor ofrece aquí la pieza que abre
y la que cierra el libro. Génesis y Apocalipsis.


COSMOGONÍA

Todo comenzó por una maldita apuesta. Con veinte años uno cree que puede ponerse el mundo por montera y si a eso añadimos que nos habíamos pasado con las cervezas... Por mis muertos, que en una semana, dije, mirando a Gloria y golpeando la jarra casi vacía sobre la mesa de mármol, acabo el mundo. En la sonrisita de mis amigos de francachela advertí que se lo habían tomado como una fanfarronería más. Estaba hasta el gorro de que todos, incluida Gloria, me tomaran a chufla, pero esta vez estaba dispuesto a llevar mi promesa hasta el final. Por mis muertos. A mí no me tocaban las pelotas cuatro gilis que sólo querían calzarse a Gloria, así que les aseguré que, como me llamo Dios, en una semana tendría listo el mundo y no sólo lo cumplí, sino que el séptimo día me tumbé a la bartola, a la vista de todos, viendo cómo me había quedado la cosa.
—Joder, así lo hubiera hecho cualquiera —dijo uno de ellos. Los demás lo siguieron con sus risitas.
Yo sabía que no le faltaba parte de razón, pero por el momento y delante de Gloria, no estaba dispuesto a dejar que siguieran con las risitas y el mamoneo.
—¿Si tan listos sois, por qué carajo no lo habíais hecho antes? Sois como esos putos niñitos de papá que andan todo el rato que si la revolución por aquí, que si la revolución por allá, pero nunca mueven un dedo para hacer la maldita revolución.
—Dios, no te pongas así.
—Anda y que os jodan —dije, dando un portazo.
Y no volví.

 

DEVASTACIÓN

Durante meses reconstruí aquel mapa según los dictados de mi enfermo padre. Tracé así carreteras que apenas llegaban al papel se cuarteaban ante el empuje feroz de las raíces de las ceibas; tendidos ferroviarios que se deformaban y quedaban inservibles horas después de haber sido trazados por la plumilla; pueblos que nacían aquí y allá, al albur de la costa y de las plantaciones, y cuyos muelles y pantalanes daban cobijo a inverosímiles cargueros que horas después aparecían orillados en las ciénagas, pecios descarnados y hundidos en la arena, ya pasto del olvido; durante días dibujé palacetes rodeados de vastas y geométricas plantaciones de cacao y caña de azúcar, donde antes, en los esplendorosos tiempos de la esclavitud había cuajado la felicidad, pero ahora, cuando ni siquiera terminaba de completar su dibujo, aparecían devorados por la espesura. Cuando al fin le entregué el mapa, mi padre quiso alzarse de su sillón. Temblando de ira, pidió que lo lleváramos a la ventana, apartó los visillos y durante un largo rato no dejó de imprecar y manotear en el aire, hasta que se sumergió en el vacío y observamos con resignación con qué voracidad la carne le iba siendo absorbida por los huesos.

© Manuel Moya

El buen uso del español

La Academia Norteamericana de la Lengua Española
Correspondiente de la Real Academia Española
presenta e libro
El buen uso del español
intervienen
Jorge I. Covarrubias
Daniel R. Fernández
Gerardo Piña-Rosales 
Instituto Cervantes
The Cultural Center of Spain in New York

Carlos Aganzo

                      

Carlos Aganzo
La hermosura
Veintisiete poemas con Juan de Yepes
Prólogo de Antonio Colinas 
Colección Libros del Aire/poesía



Carlos Aganzo (Madrid, 1963) poeta, escritor y periodista, dirige desde 2009 el diario El Norte de Castilla de Valladolid. Es asesor de la revista cultural El Cobaya y responsable literario de los Premios Internacionales de poesía San Juan de la Cruz y José Zorrilla. 
Su abundante obra poética ha merecido los premios Jorge Guillén, Jaime Gil de Biedma y Universidad de León de Poesía. En septiembre de 2012 le fue concedido el Premio Nacional de las Letras Teresa de Ávila.
En palabras del autor: «Los veintisiete poemas que se contienen en este libro, una selección amplia de mis textos iluminados directamente o indirectamente por esta luz, no son sin embargo poemas dedicados 'a' o escritos 'para' el maestro. Son poemas escritos 'con' Juan de la Cruz; a zaga de su huella, sí, pero absolutamente personales e incardinados en mi manera de entender la poesía, bien distinta de la del fontivereño».
Antonio Colinas dice de La hermosura en su prólogo: «...el libro de Carlos Aganzo es muy de él y muy de nuestros días. El nombre y los ecos de Juan de Yepes pueden andar por sus poemas, pero el mensaje primero de estos es otro, el de los temas eternos: el amor, la soledad, el viaje, la contemplación…».

www.librosdelaire.com

Pilar Paz Pasamar

Los niños interiores
Pilar Paz Pasamar
Ed. Calambur

“De pronto los árboles se ponen a escribir / transforman sus raíces en plumas de escribir / los pájaros anotan con plumas de escribir / mientras otros colocan sus plumas y subrayan / Yahoo y punto es. / Arroba y punto net (todo se escribe) / Hotmail punto com (todos escriben) / Todos se comunican. La luna arroba arriba. / Redondo signo blanco. / El sol y punto net redondo y amarillo. / La tierra en su formato de polos aplastados. / El alma a solas. Qué”.
Pilar Paz Pasamar, jerezana, gran dama del verso, publica Mara con 18 años, poemario que elogia Juan Ramón Jiménez y que Manuel Moya valora como “desacostumbradamente hondo para una adolescente”. A Mara le siguen Los buenos días (1954), Ablativo Amor (1956) Del Abreviado Mar (1957), La Soledad Contigo (1960), Violencia Inmóvil (1967), La Torre de Babel (1982), Textos Lapidarios (1990), Philomena (1994), Sophía (2003), La Alacena (1986), Ópera Lecta (2001) y los ensayos Poesía femenina de lo cotidiano (1964), La poesía femenina hispanoamericana (1992), Fernando Quiñones y José Luis Tejada en la época de Platero (2000) y En tomo a Rafael Alberti y las Américas (2001). Para teatro escribe El Desván (en colaboración con José Mª Rodríguez Méndez, 1955), y Campanas para una ciudad (1987), y en relatos, La Dama de Cádiz (1990), Historias Balnearias (1999) e Historias Bélicas (2004). Académica de la Hispanoamericana de Cádiz y de la de San Dionisio de Jerez, da vida a la revista Platero junto a Quiñones, Mariscal, Bonald y Tejada.
De Los niños interiores, editado por Calambur y galardonado por los Premios El Público de la RTVA como el mejor libro de poemas de 2008, se dice en la solapa que es “libro de madurez, sorprendente, que corona la trayectoria de sus grandes temas”, como la memoria: “sucedió contigo / lo mismo que otro tiempo / sucediera en la etapa de las briznas / cuando el niño llegó frente al tendero / con la hucha acariciada / y el hombre sopesó con las dos manos / su contorno de barro, como el de una granada / de recóndito jugo apetecible // ya rota la alcancía, desparramado el contenido… //
Así guardé tu gesto y no te dije nada”; la trascendencia: “en la inocencia plena y absoluta, / en desnudez, en cueros, / ya solo el balbuceo nos precede // El tiempo nos reclama / el sitio que ocupamos”; lo humano: “El cuerpo, este preludio de lo eterno / lo siento y toco y miro y me pregunto / si no son demasiadas esas atribuciones / que le otorgamos siendo poca cosa. / Y sin embargo, es a través del cuerpo / con que te reconozco y te comprendo. / El tacto te vocea y te proclama. / En el placer la gloria y en el suave / contacto la armonía. / Bulbos acariciados somos en primavera, / unos con otros, sépalos / humedecidos, tiernos. / En la boca el pezón que se estremece”; lo divino: “Pinchos de alambre coronaban su frente, / taladraban las sienes. Apenas si podía / sostener en las manos el humillante cetro. / Entre tanto dolor, el Nazareno / recordaba el olor de Betania // y el olor del perfume con que la de Magdala / ungió sus pies que luego secó con sus cabellos”; lo cotidiano: “Aguardo audiencia con su excelentísima / y con su serenísima ilustrísima / y con su nobilísima / y su presidencial y viceversa / y con el secretario / de la secretaría / y con el consejero / de la consejería, / con el cofrade de la cofradía, / con el notario de la notaría / frente a la ventanilla del cajero, / ante el lotero de la lotería”; la mística del vivir: “La casa es muda y ciega, blanca e imperceptible / su longitud de nieve, su ardido camuflaje, / oro de soledad renovado en las horas / tramo de la escalera prendido a su clausura / el interior absorto se inflama, hace reclamo”; lo sufrido: “Las aves migratorias que cruzan el Estrecho, / su cielo azul, avistan lejanos tendederos / donde van a secarse, flameando banderas / los restos de otros cuerpos, las prendas desprendidas / por el mar, de otros miembros / que ondean como algas, o caen en las rocas, / donde las aguas lamen los restos naufragados”; lo gozado: “El oro derretido, tan puro y tan caliente, / ebrio en la pleitesía de la estación dorada, / frente a tanta belleza, nos acerca al principio, / al amor inicial escondido en espera, / a la alquimia del beso”; la ternura: “Si te dejaras sostener en mis manos / serías un libro abierto y al besarte / un labio y al moverte, / mis pies”; la sabiduría: “Tu nombre no figura en la lista de accesos / al porvenir. Tú nunca lo tuviste. / Ya te vas, y no estás ni siquiera empezada”; lo popular: “La Palabra es la táctil / tarea que te impongo / tan rápida y tan fácil. / Primero fue el silencio, / La Palabra, más tarde”; lo culto: “Braschessi, descubierto en la dulce Florencia de los Médicis, en la galería Ufficci. Por ser amor platónico tardó más en borrarse de mi pensamiento”; la vivencia sublimada: “Cuando así me miró en aquella edad / que todo para él era sorpresa, / puro descubrimiento, hallazgos de tesoros / prohibidos, cerraduras y cofres, / fragancias y fragmentos para él inservibles, / digo que cuando aquella vez me miró, la primera / de un desvelar insólito por triste, / o amargo, no lo sé precisamente, / algo quedó por siempre en mi memoria”; las preguntas sin eco: “A través de los años no obtuvo las razones / del por qué de su infancia cercada y oprimida, / del por qué de sus días en Auschwitz, las hambrunas... / Con los ojos abiertos, echado en el asfalto / aún seguía inquiriendo respuestas”; o la vinculación entre el creador y el mundo con la inocencia de la niñez que grita en los dentros: “Nido inmenso es el mundo / por donde nuestras bocas / insaciables asoman / como crías hambrientas”.
Versos de Pilar Paz Pasamar que impulsan a volver al principio para saber que “los árboles hoy se han puesto a escribir / con plumillas de aquellas que portaban los cofres / de los niños pues quieren dedicar su madera / a estuches sapienciales, antes que ágrafo el mundo / olvide la escritura”. Me siento árbol.

© Manuel Garrido Palacios

Micheangelo Buonarroti






LA SIBILA DELPHICA
Miguel Ángel
Fresco de la Capilla Sixtina. Roma

Rafael Vargas





Barra libre
Rafael Vargas
Bohodón Ediciones, Madrid




“Tras arrancar setenta calendarios / ya no te engaña el candor de las violetas, / con el éxodo de los sueños / la vida es ya / una muchacha que nos olvidó, / ya ni recuerdas cuándo adquiriste la locura / de gastar la existencia / sembrando fábulas como un dios ebrio. / El tiempo mueve su dolor... / Y cuando te haces con él / y lo guardas en los sargazos del alma / como el ruiseñor guarda el suyo / para la ribera, hay que imponerse a la fuga. / ¿A dónde ir si no a la vida? / Detrás de la muerte sólo hay más muerte. / Que el mármol no nos corrompa / ni la tramposa inmortalidad tampoco”.
Este es uno de los poemas del libro “Barra libre”, de Rafael Vargas, publicado por Bohodón Ediciones, Madrid. Antes fueron “Las nanas del galeote”, “La plenitud fugaz de la mariposa” y otros hasta alcanzar una hermosa bibliografía propia de 18 títulos, que parecen pocos, pero hay que hacerlos. Entre ellos están el volumen recopilatorio “Los motivos del lobo” y “21 de últimas”, donde su palabra convive y conversa con las de más de un centenar de poetas andaluces contemporáneos.
“El tiempo. Quién nos iba / a decir que el tiempo / nos mataría antes de comenzar. / El tiempo nos ha contagiado / y sometido. Nuestro tiempo / nos ha condenado a vivir / una vida que suplanta a la vida, / una jodida metáfora colectiva. / Los niños mueren por culpa del tiempo. / El ahora, es su ahora / y las miserias del poder / con nuestra mansa pasividad, / han programado para ellos / el ayer del porvenir. / Hay en sus ojos / parte de nuestra muerte”.
Rafael Vargas nació en Calañas en 1939 y se formó en Cataluña para venirse a vivir, a escribir, a desarrollar su obra en la calle Cruz de Mármol, de Aracena, de donde, mano a mano con Manuel Moya han salido sabrosos proyectos y espléndidas realidades, ya que han propiciado que vieran la luz textos y voces que quizás de otra forma no lo hubieran podido hacer. Los títulos de La Biblioteca de la Huebra, salvando tormentas y destiempos han marcado, sin duda, una muesca profunda en la tarja literaria serrana. Escribe: ”La luz nadie la escoge: llega, / siempre virgen y siempre diferente. / El poema nace de la raíz / del instinto y de la luz. / La luz que lo piensa, / que le da sentido y lo fija. / La luz donada que geometriza / la vastedad del lenguaje, / el ritmo, la música / y los alfabetos de la noche. / La luz que deja pasar el infinito / balido del silencio. / La luz no se ve, es un hecho: / médula, hueso y esencia del poema. / La luz que hace diferente al poeta”.
En la solapa de otro de sus libros, “Equipaje de fuga”, dice Manuel Moya que “Rafael Vargas, con esa inmediatez y franqueza que caracteriza su obra [añado: y su persona], desde ‘Las nanas del galeote’ hasta ‘Barra libre’, consigue mediante su vitalidad a prueba de todo que cada verso y cada poema se constituya en una especie de contrafuerte inexcusable ante las andanadas de la Parca”. 
“Hubo un día en que quise / ser viento. / Vestirme de fina brisa / con incrustaciones de nube, / rodar por los siglos / como el azor se coge del aire, / pero los años me ensenaron / la horizontalidad del agua. / Fundé mi fe en los hombres / y estos se traicionaron, / averigüé su amargura / y la mía se hizo infinita, / quise para ellos el más alto azul / y prefirieron la greda, / pasar los duendes del rocío. / Y reincidieron, una vez y otra, / como perdidos niños”. 
Una tarde pregunté a Ángel Manuel Rodríguez Castillo por qué se daba en la Sierra tan rica cosecha de gente escritora. Me dio sus razones, citó una amplia nómina de poetas, narradores y ensayistas (él lo es; ahí están sus libros sobre José Nogales) y por primera vez escuché el nombre de Rafael Vargas, este mismo que escribe:
“Cambio mi vida por el sueño de un niño / o la sombra de las palabras / por el alma de un río / o la flexible gracia del guepardo / por el lastimero gemido del Stradivanus / o la apasionada tinta de la amapola. / Cambio mi vida por el iris de una perla / o la transparente cruz de la libélula / por la honda raíz de la siguiriya / o la angustiosa fugacidad de la mariposa // Cambio mi vida porque no se adonde ir... / ¡Decidme, para qué la quiero! / Si pudiera olvidarme de lo visto y oído, / de los dos rostros de la verdad, de tanta nada. / Elegir nos deja más sedientos. Sí. Ya sé: / al poeta sólo le alimenta el hambre”.

© Manuel Garrido Palacios

DOÑANA

DOÑANA
Exposición fotográfica de
HÉCTOR GARRIDO

Su flora, su fauna, sus paisajes, su gente.

Con la participación de la Estación Biológica de Doñana/CSIC.

Galería Larramendi / Calle Mercaderes / Habana Vieja / La Habana / CUBA

Gustavo Martín Garzo




LA PUERTA DE LOS PÁJAROS
Gustavo Martín Garzo
Con bellas ilustraciones de Pablo Lauladell
Editorial Impedimenta

Luis Delgado . 4 Joyas discográficas


1 . CAPILLA MUDÉJAR DE SAN BARTOLOMÉ (Córdoba)
LOS MÚSICOS DE URUEÑA – César Carazo & Luis Delgado

2 . CANTARES DE TETUÁN
CANCIONERO SEFARDÍ DEL NORTE DE MARRUECOS
Joaquín Díaz y Cuarteto de Urueña:
Luis Delgado, César Carazo, Jaime Muños, Bill Cooley
3 . CIRCUS
LA MÚSICA EN EL CIRCO
Cuco Pérez & Luis Delgado
4 . ENJARJE
MÚSICA PARA LA TORRE MUDÉJAR DE EL SALVADOR (Teruel)
Luis Delgado

Mircea Cărtărescu


Mircea Cărtărescu
Las bellas extranjeras
(Premio Euskadi de Plata)


Trad. Marian Ochoa de Eribe / Editorial Impedimenta

Christophe Gaultier







Christophe Gaultier
El fantasma de la Ópera
Sobre la novela de Gaston Leroux



Trad. Olalla García
Editorial Impedimenta

Francisco Morales Lomas




CAUTIVO
(novela)
Francisco Morales Lomas
(Editorial Nazarí)



Un recorrido por la segunda mitad del siglo XVI por tierras de España, Italia y Argel de la mano de Miguel de Cervantes. Su huida de España, la participación en la batalla de Lepanto, su cautiverio en los ‘baños’ de Argel son vistos con una mirada amplia y vigorosa en esta novela absorbente y conmovedora en la que no sólo vemos a un Miguel enamorado de distintas mujeres, sino a un hombre que vivió una intensa vida en un mundo adverso donde la muerte estaba cercana. Segunda novela que se publica de la trilogía Imperio del sol, que sigue a su reciente Bajo el signo de los dioses.

© Ed.

Benito A. de la Morena






SOBRE DOS ARTÍCULOS
de
Benito A. de la Morena


1
¿HAY ALGUIEN AHÍ?




Benito de la Morena ha escrito un hermoso y descarnado artículo, que es una llamada de atención desesperada, aunque el tono sea mesurado, como el autor. Uno queda perplejo cuando un científico de casta –Doctor en Ciencias Físicas- avisa de la desaparición de una serie de flores, bichos, árboles, bosques, aires, aguas... como si huyeran del depredador por antonomasia: el hombre, que es posible que no sepa que después de lo dicho, lo que tiende a desaparecer es el hombre mismo, aún no se sabe por qué consecuencias derivadas de tanta muerte anterior. Terrible.
Lo que el articulo pone boca arriba son esas cartas que el hombre ha jugado hasta ahora: las de la ambición desmedida; y las que le quedarían por jugar: las de una educación ambiental, por ejemplo. Pero hasta a mí, que escribo esto fríamente, me sabe a tristeza el decirlo porque siento que este «algo» va aceleradamente camino de esa «nada» a la que un día iremos todos, y lo peor, sin apenas intentar, más allá de la palabrería, arreglar algo.
Es lógico en todo discurso levantar el ánimo en el último párrafo, aunque antes se haya echado por delante la caballería crítica. Pero ni eso hoy, no ya sólo por la verdad que trae el excelente trabajo de Benito de la Morena, sino por lo que vemos y hacemos a diario, unos, activamente, con una mano en la masa y otra en el bolsillo, otros, pasivamente, porque no decimos «basta» a nada, ni siquiera por rabia. Asustan las cifras de lo que se avecina. No inquietan: asustan. Porque lo que vamos sembrando con ambas actitudes es nuestra propia destrucción. Aún solapamos desiertos con prados verdes, pero pronto esto será una postal coloreada; un sueño para los que queden.
¿Qué podemos hacer los que sólo tenemos voz y voto –dirigido sentimental o psicológicamente a veces, pero no tan razonado como sería de desear– cada cuatro años?
Lindante con cierto campo familiar se erguían cien olivos. Un vecino, amo de vida y muerte de los árboles, trajo un día un tractor gigantesco y aquello, que había tardado un siglo en crecer, lo arrasó en una tarde. ¿Cómo pedirle que no lo hiciera porque, por dar un dato, en varios de los troncos anidaban búhos? Al presenciar esto caí en la cuenta de que el vecino y yo nada teníamos en común, ni siquiera el poder hablar sobre la vida bajo la sombra de los árboles ahora muertos. Sólo me dio el respiro para preguntarle a secas por qué lo hacía. Su respuesta fue contundente: me mostró un papel timbrado en el que se le autorizaba a hacerlo. ¿A quién dirigir la pregunta entonces?.
Benito de la Morena ahonda en ello exponiendo con una claridad de amanecida lo que ve en el futuro, cómo lo ve y qué le gustaría que se hiciera para cambiar tan dura estampa. Pero, ¿para quién lo escribe él, para el vecino o para quien le timbró el papel de la tala?
Uno, que anda con esta pesina a cuestas, que no es que sea pesimista, sino que, simplemente, no es muy optimista y piensa, ante el cuadro, que el hombre destruirá cuanto se oponga a su ambición, incluso al hombre mismo si le estorba y sin que haga falta un papel que lo disponga, cree que Benito lo escribió para todos.





2
¿GALGOS O PODENCOS?




En el curso sobre “La radiación solar: efectos en la salud y el medio ambiente”, que se imparte en la UNÍA, sede de La Rábida, el Dr. Benito A. de la Morena (Jefe de la Estación de Sondeos Atmosféricos del INTA en El Arenosillo) hace mención a George Lemaitre, físico alemán que en la segunda década del pasado siglo lanzó la idea de que “el Universo podría haberse iniciado en un determinado instante, a partir de un núcleo muy pequeño, para expandirse ininterrumpidamente desde entonces”. Fue el arranque de lo que después se conocería como Teoría del Big-Bang o de la Gran Explosión. Dice el texto: “durante los tres primeros minutos hubo un completo equilibrio termodinámico, pero cuando la pequeñísima esfera empezó a expandirse y a enfriarse con rapidez y su temperatura descendió hasta unos 100.000 millones de grados y la densidad hasta 100.000 gr/cm3, los hiperperones y mesones se desintegraron, se recombinaron las parejas de nucleones y antinucleones, todos los neutrinos y gravitones se desacoplaron de la materia propagándose libremente... cuando el Cosmos hubo crecido mil veces más, los “quarks” libres que se habían convertido en neutrones y protones se combinaron y formaron núcleos atómicos, y así se generó la mayor parte del helio y deuterio existente hoy, y todo esto ocurrió en el primer minuto de la expansión”.
El Dr. de la Morena insiste en que “se había iniciado la evolución de un Cosmos desarrollado a partir de una concentración de materia hasta llegar a la distribución actual cuyo límite no se conoce, ni hoy es tema de debate si es finito o infinito”, y de nuevo anota: ”después de los mil segundos, el 75% de la materia estaba constituido por núcleos de hidrógeno y el 25 % por núcleos de átomos de helio. Los átomos neutros aparecieron cuando la expansión prosiguió durante 300.000 años más y el tamaño del Universo vino a ser mil veces menor que el de ahora”.
Un Universo –continúa– que sigue “expandiéndose en cientos de miles de kilómetros por segundo y del que se sabe que lo pueblan miles de millones de cúmulos galácticos que podían contener cada uno más de un billón de estrellas, separadas cada una por distancias entre los trescientos y mil millones de años luz; espacio intergaláctico inmedible en el que el Sol, estrella enana de unos cuatro mil quinientos millones de años, en plena evolución, se convierte en fuente vital de un Planeta llamado Tierra, en el seno del cual se produce un ciclo ininterrumpido de vida y de muerte microbiana, que es el aliento para la aparición de la vida biológica; vida que ha evolucionado hasta las formas actuales, cuyo espécimen más desarrollado, el “homo sapiens”, ha sido capaz de generar, sólo en los últimos cincuenta años, riesgos que pueden conllevar su propia autodestrucción y la de las demás especies”.
Esta síntesis, que perfila el Dr. de la Morena como reflejo de un ayer, da paso a este hoy inserto en el milenio de la globalización en el que la ambición ha planificado “la vida del Planeta dentro de un orden sin valores con el que aún no se ha conseguido el beneficio de la mayoría”, que, por lo visto, figura como el principal objetivo. La gran lección en La Rábida es dura para comprimir aquí, donde no caben las citas en 1972, en Estocolmo, primera Cumbre Mundial de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, en 1985 en Viena, de donde sale el borrador de acuerdo para la Protección de la Capa de Ozono, y se urge en la adopción de "medidas para proteger la salud humana y el medio ambiente contra los efectos adversos que puedan resultar de las actividades humanas”, medidas inconcretas que no mencionan las sustancias que podían dañar esta capa-filtro protectora de la vida sino como “productos químicos que se deben vigilar”.
La clase del Dr. de la Morena nos deja un mensaje claro y éste, a su vez, trae a cuento la fábula de la discusión de si los que se acercaban eran galgos o podencos; en esto llegó lo más temido y acabó con el único y verdadero patrimonio posible: la vida.
Queda una vez más la sensación de que es labor de todos salvar este escenario común en el que vivimos. Y en el sentido de tomar conciencia de ello me viene a la memoria lo que un pez chico le decía al grande: “cuando sea mayor, quisiera conocer el mar”, sin caer en que él era parte de ese mar.

© Manuel Garrido Palacios

ÁLORA LA BIEN CERCADA

ÁLORA LA BIEN CERCADA
Manuel Garrido Palacios
Castilla Ed. Valladolid

PRÓLOGO

De esa joya de romance morisco y de frontera, saca Manuel Garrido Palacios título y fondo de un libro de estudio e investigación etnográficos de mucho mérito. De las antiguas canciones de gestas, detalladas y largas, sale de manera fragmentada ─siglos XIV y XV─, todo un mundo nuevo con el romancero. De ese mundo nuevo por su fragmentación, toque alado, esencialidad, pero sin derivar de las antiguas canciones de gestas, es el romance de Álora la bien cercada.
Este romance le sirve al autor para situar su trabajo y para entrar en Álora: campo y monte, río Guadalhorce, pueblo con historia viva. Pueblo en pendiente, arropado en su antigüedad, alto en el decir y en gracia tierna, en el que entra el autor para vivir su quehacer antiguo, para definir sus esencias, para airearlas, para que esas esencias hechas de vivencias no se pierdan. Camina; sube las calles; oído atento; pulsador de hechos, formas y matices. Va pasito a pasito brujuleando para captar la mina seria que en los pueblos vive. Busca a los sensibles que guardan el vivir en dichos, canciones, bailes, pregones, palabras, costumbres, tradiciones, es decir, en vida, en vida especial se entiende. Busca eso, la continuidad que en el hecho de ser vida define la esencia y molde de los pueblos.
Oye una canción en el interior de una casa. Buen principio. Le da pie para iniciar su inmersión en lo guardado. También hacía lo mismo Azorín. De la abuela que acuna al nietecito pasa a esos seres sensibles por donde las tradiciones viven y se continúan. De ahí en adelante es Garrido Palacios el que mueve loa hilos y profundiza en su empeño y quehacer. Nada más serio que el seguidor de su vocación y nada más natural y noble que el ejercicio y práctica de su vocación. Pulsa, insinúa, añade, inicia, tienta, sitúa a sus informantes para redondear o para ampliar su mundo con novedades, perlas escondidas. Y como todos son del mismo campo y de la misma mina se reúnen, se buscan; es decir, Garrido Palacios convierte su inquietud en poder aglutinante para enlazar almas del pueblo en la misma inquietud y ponerlas en disposición de recordar para dar accidentes y formas de ayer en vida viva.
Álora es pueblo sombrilla, como lo son en otras maneras el Alosno onubense y andevaleño y el Lepe costero. Hay pueblos especiales guardadores de formas y moldes en las vivencias. Historia con toques especiales que se acumulan y sensibles que la definen, la marcan y la proyectan. Sin sensibles no es posible la continuidad especial en el hecho original de vivir y actuar. Y como Garrido Palacios lo sabe saca de esta Álora alta lo que en su seno guarda. Paralelismo con la sierra onubense y aracenana. Soldados de Encinasola estuvieron en Álora hace cuatrocientos años, cuando se pacificaba el antiguo reino de Granada, y algunos se quedaron. La originalidad de Álora en esos pregones con gracia y ánima que los sensibles recuerdan. El baile y canto de los verdiales; el romance de los peregrinos que van a Roma, que Garrido Palacios recoge en sus muchas variantes. Salen con chispa inaudita y con gracia fina esos San Antonio: el noviero y el de los pájaros. Ese encanto de Navidad en Álora donde toda la riqueza espiritual y sentida de un pueblo tiene también la contrapartida, quiero decir la vivencial por diaria y humana.
El autor va perfilando su intención: deja hablar; apunta nuevas vías para el acercamiento al filón; vuelve al punto inicial para aclarar o matizar; inquieta, sugiere, complementa. Así salen los cantos del campo de esta Álora tan bien subida y tan bien cercada. Cantos de carnaval; las murgas, el hilo fino por donde el espíritu de un pueblo se desborda. Por allí está el carpintero que en su insistencia suma un punto más para esta Álora singular: la castañuela a la que al buscarle el hueco se le encuentra el son; la gracia natural de una zona malagueña vista a través del perote, de las perotadas de esta Perosía donde está Álora; las recetas medicinales de hierbas; las reuniones de las faeneras, su habla, su quehacer, su historia: liaban en la estación las naranjas que se exportaban a Inglaterra, y en el quehacer, la forma especial de vida, de decir y hasta de ser.
La mujer soldado, tan repetida en nuestra historia literaria, está viva en los varios romances donde se cuentan hechos y vida de la menor de las siete hermanas, don Marcos o don Martín; airea Garrido Palacios ese encanto de Álora que se pierde y pierde de los cantos del mecedero, con su rito especial del amor del que las jóvenes se inundan; los cantos de las viejas que airean los méritos de la joven a la que columpian; cantos en la bamba, toda esa escondida veta del principio del amor donde la poesía flota, se expande y enciende purificando el ambiente con su angustia continuadora de la reproducción humana.
Siempre he pensado que Garrido Palacios nació precisamente para escribir esto que escribe. Se preparó con títulos universitarios, pero lo básico estaba en él: trabajador en su vocación, poeta nato, narrador de mérito. Y así, sí porque en su caso vocación, formación y naturaleza son inseparables. Se acerca al zéjel árabe y lo reconoce en su función en esos cantos bellos en amor del mecedero; vive la vida de Álora en su intensidad más honda y profundidad más ancha en las festividades de Semana Santa. Canto que señala el corazón mismo: la saeta, flecha de dolor, de agonía, de religiosidad. Canto que señala varias direcciones y todas en agonía: identificar el dolor; humanidad que por el dolor divino se salva; humanización de la santidad. Voz armónica en el canto que busca el bien puntualizando el mal que se le hace al bueno y por el bueno, a la buena.
Deseo reseñar algunos rasgos esenciales que aprecio en autor y libro: investigación rigurosa, pero lo hermoso está en que aparece todo en espontaneidad; el amor con que se hace la investigación y en el que se describe lo investigado; la amplitud de los conocimientos que complementan la investigación; la gracia natural del autor en los quiebros, el valor de sus aportes para dar fe de algo que existió o casi existe y lo deja vivo para que se estudie y viva; la entrega total a una vocación y al estudio de una forma natural de ser y de vivir de los pueblos. Libro, a mi manera de ver, que amplía un ángulo de nuestro ser y quehacer que se nos perdía y pierde y busca las formas para que no se pierda. Libro de mérito en el encanto.

Dr. Odón Betanzos
(Academia Norteamericana de la Lengua Española. Nueva York)
© Foto portada: Héctor Garrido 
PEPE ROSAS Y SU PUEBLO

Paralelamente a mi libro 'Álora la bien cercada', ha salido otro de mi buen amigo José Morales dedicado al pueblo, al 'lugá', que él ha querido que sea 'una guía práctica para viajeros diferentes'. Libro necesario, por supuesto, porque Álora encierra tal cúmulo de voces por escuchar y prodigios por ver, que se hace necesario un mapa literario, esta guía, por ejemplo, si se es, como se espera, viajero diferente. Álora no es el pueblo por el que se pasa de largo; es el pueblo al que se va, en el que se para uno; pueblo con una plaza por mar en la que confluyen todos los ríos humanos que corren por sus calles. Pueblo de dichos y de gracia, de ingenio y de bondad, de sabor rancio, antiguo. Álora es pueblo que se sabe protagonista en uno de los más bellos romances que dio el Romancero Viejo en Lengua Castellana. Es, como si dijéramos, pueblo-pueblo, con su Rafaela lotera, con sus churros de mañana, con sus cafés donde se fraguan los negocios de la vida, la vida misma, con su sabor a alma y su olor a pan recién hecho. Esta es la Álora que está en par del río, cercada por el Adelantado una mañana en domingo, la que Morales disecciona para decir al viajero lo que el viajero no sabe. Y por si fuera poco, trae bellas ilustraciones del pintor Jacques Laulheret y está dedicado a 'todos los que hicieron algo por su pueblo'.
El índice nos proporciona una sabiduría de rutas, montes, tierras de Lagares, sierra, lo que pudiéramos llamar 'un a través de los tiempos', incluyendo el capítulo que engloba la relación con la iglesia: templos, Semana Santa y curas nacidos o vividos en la bien cercada Álora. Recoge luego un puñado de ritos y de tradiciones, habla del amigo común Pepe Rosas y termina con la muerte. Quiero dar noticia de la aparición del libro y repetir la última conversación que tuve con su autor, José Morales, en la que me regaló una de esas 'perotadas' finas, afiladas, sutiles como sólo del pueblo salen. Veníamos de Bobastro y bajamos del Torcal de Antequera para comer en el primer sitio a mano. Ya en la mesa me contó que uno del pueblo había querido ser sacristán, pero como era analfabeto, el cura lo había rechazado. Y por más que hizo el hombre, el cura insistía: 'Si no sabes leer ni escribir, ¿cómo quieres meterte a sacristán?'. Al fin, se consoló vendiendo cigarrillos a la puerta de la iglesia. De los cigarrillos sueltos pasó al paquete, del paquete a la caja, de la caja al puesto y así hasta que compró una casa para almacén y luego otra y otra. Una vez que era rico y tenía a su cargo cien empleados, se admiró el cura: 'Hay que ver, Fulano, lo que has conseguido siendo analfabeto. Me pregunto, si hubieras sabido leer y escribir, ¿qué hubieras sido­?. Y él contestó: 'Sacristán'.
Álora, con su gente, cumple lo que hace muchos años leí estudiando a Marcel Mauss; esto no es más que elevar la anécdota a categoría, consigna que la sentí en varias ocasiones en labios de don Julio Caro Baroja. Durante mi vida peliculera la llevé pegada como una lapa. Durante mi vida libresca la sigo llevando. Ya la consigna va conmigo, haga lo que haga. Lo que me parece maravilloso es que aún haya pueblos en los que este trabajo no sea necesario hacerlo; son sus propios habitantes los que dan la categoría hecha, sin que apenas haya rozado la trivialidad de la anécdota. Esto pasa en Álora. Esto se recoge en el libro que comento. Esto es, sin duda, el principio de la Etnografía. La que un servidor ama.
Pepe Rosas pudo ser un cuenta cuentos brillante en la gran plaza de Marrakech llamada Asamblea de los Muertos. Lo fue en vida en la de Álora, dando juego constante a las memorias con las que se cruzaba, indagando en la que pasaba por la otra acerca mientras hablaba con la que estaba en ésta. Lo que aprendía de saber popular le gustaba enviármelo porque confiaba en mi respeto por lo que era: un documento, y porque sabía que, de alguna manera, hoy o mañana me pondría a organizar el material para darle el eco merecido.
Con el correo de sello en el sobre y con mis visitas –magnetofón en ristre- al pueblo, me fue posible elaborar la edición del libro “Álora la bien cercada” y publicar varios artículos en los medios gráficos, amén de programas de radio o de televisión. Allí estaba presente Álora porque Pepe no paraba de enviarme datos nuevos, aunque lo que fuera contara con siglos de edad.
Hoy tengo la ocasión de devolver a Álora una vieja canción de Navidad que recibí en una carta en la que el buen amigo se disculpaba por la mala escritura: “Apenas veo”, decía en ella. Fue la última que recibí. Después, unas llamadas por teléfono, mi visita al pueblo para una charla y el silencio para siempre.

VILLANCICO
Estando la Virgen lavando, / lavando las camisitas,
estándolas refregando / se presentó santa Rita.
La besa y la abraza / con mucho cariño;
le dice: -María, / ¿dónde está tu niño?
-Entre usted y lo verá, / pobrecito desgraciado,
entre usted y lo verá / en un pesebre acostado.
Pobrecito niño, / rey de los cielos,
que por no tener cuna / se acuesta en el suelo.
El niño que la escuchaba,/ por halagar a su madre,
dijo: -Si no tengo cuna, / ya me hará una mi padre.

Álora puede incorporar a su patrimonio oral este documento y aplicar a la actitud de Pepe Rosas lo que José Manuel de Lara dice en uno de sus poemas: “Cuando el hombre deja su obra, no se ha ido”.

© Manuel Garrido Palacios