José María Cumbreño






RETÓRICA PARA ZURDOS
José María Cumbreño




PREGUNTA: “Dicen que a quien le han amputado un brazo o una pierna le sigue doliendo de vez en cuando el miembro perdido. Lo mismo les ocurre a los poetas inéditos con los libros que no han escrito”. El párrafo sale de Retórica para zurdos, obra reciente de José María Cumbreño (Cáceres, 1972) autor que la perfila como…
RESPUESTA: …un repaso de todos los textos metaliterarios que han aparecido en otros libros míos, lo que la convierte en un conjunto misceláneo en el que la poesía, la narrativa condensada y el ensayo se confunden. Además incluye una serie de inéditos en los que escribir con la mano izquierda constituye un ejercicio subversivo.

P: “Escribir ocultando más de lo que se muestra”.
R: En la literatura lo que se cuenta no es que no sea la verdad, sino que ni siquiera es una parte de la verdad. El escritor sensato sabe que si, por casualidad, lo que escribe se correspondiese alguna vez con lo que realmente quería haber escrito, en ese preciso instante (y para siempre) tendría que dejar de escribir.
P: ¿Podría tomarse también como incapacidad para expresarse o por un no querer darlo todo?
R: Prefiero pensar que se trata de una manera de ocultarme para intentar saber quién soy. Sólo detrás de una máscara se puede ser realmente sincero.
P: En este marco en el que nos movemos, ¿para qué sirve la poesía?
R: Hay quien dice que para nada. Hay también quien asegura que es imprescindible. Probablemente ambas afirmaciones sean verdaderas y falsas al mismo tiempo.
P: Otros añaden que es para sacar fuera algo que duele dentro; que es como una catarsis. Digamos que cada cual cuenta la fiesta según le va.
R: No me gusta la idea de la poesía como desahogo. En mi opinión, más que sacar la basura, la poesía construye una casa en la que se vive protegido de la intemperie.
P: Publicar poesía, ¿no es presentar en cierto modo el alma desnuda?
R: Era una manera de entender la poesía en el Romanticismo. Sin embargo, la poesía es también (y sobre todo) un género de ficción.
P: Hay días que no se está para nada, ni siquiera para la poesía.
R: Incluso en esos días la poesía está ahí si uno la necesita.
P: Ya que la poesía es capaz de mover el mundo, si te dieran una palabra como punto de apoyo…
R: …es probable que me cayera.
P: Escribir y escribir y el viento lamiendo las pisadas. Pasa el tiempo, se lleva las palabras, deja el eco de lo que se dijo, de lo que se escribió. Es como sembrar esperanzas en qué.
R: Esperanzas tengo pocas, la verdad.
P: Leyendo tus poemas tenía puesto un concierto para piano de Haydn, especie de cortina sonora que te aisla para centrarte más. ¿A la hora de escribir te planteas también esta necesidad?
R: Con dos niños en casa resulta imposible. Antes era un maniático para escribir: siempre a la misma hora, siempre en el mismo sitio, siempre en silencio absoluto. Ahora no me queda otro remedio que leer y escribir en medio de una casa llena de ruido, a saltos, con dibujos animados permanentemente de fondo.
P: Uno de tus versos describe al poeta como prestidigitador, cuya varita mágica… ¿acierta o confunde?
R: Prueba, ensaya, tantea.
P: La poesía puede estar dentro y fuera del verso.
R: En muchas ocasiones, nada tiene que ver con el verso.
P: Cada poeta tiene su ámbito, su mundo interior, del que parte.
R: El ser humano tiene de sí mismo un concepto demasiado elevado, porque, en cuanto se descuida, piensa que es distinto a los demás.
P: ¿Se nace o se hace el poeta? ¿Cómo sucede?
R: La poesía surge en el momento en que aprendemos a ver cuando miramos.
P: En realidad, ¿para quién se escribe poesía?
R: Como diría el cartero de Pablo Neruda: "La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita".
P: Si tuvieras que entresacar un texto de “Retórica para zurdos” para compartirlo y así cerrar esta página…
R: Sería el libro entero, pero ciñéndome a uno, puede ser el que titulo Amor cortés, que dice: “A pesar de todo, era preferible amar (aunque a uno no lo amasen) a no amar (aunque hubiera alguien que estuviese loco por nosotros). Una vez que esto había quedado claro, el enamorado adquiría categorías distintas en función de lo que iba consiguiendo. Si bien, literariamente, hay que admitir que resultaba mucho menos interesante la fortuna del tímido vencedor que el infortunio del audaz vencido”.


DICCIONARIO DE DUDAS

“Apuntar las dudas en un cuaderno, / colocarlas una detrás de otra / me ayuda a dormir, / aunque sé que me tranquilizo / con un engaño, / porque, cuando se ha estado cierto tiempo / inventándole límites / a la incertidumbre, / se acaba no distinguiendo / la verdad de la retórica. / También hay quien camina / tratando de no pisar / las junturas de las baldosas / o quien no cruza la calle / hasta que no pasa un coche rojo”. Vale decir que hoy trazamos poemas, entre otras expresiones, igual que “los ejemplares de homo sapiens peor adaptados se pasaban el invierno inventando símbolos que amansasen su miedo”.

El poema no es el límite. El lenguaje lo es. El poema intenta, consigue, a veces, rasgar la marca del límite, decir más de lo que se pretendía. Es el lenguaje el que se para si no hay horizonte que alcanzar, duda que abrir. “La partitura se explica por oposición al silencio”. Bendita la duda que acelera el latido, que crea un paisaje de niebla, que pinta el aire de lo inesperado, que define el escribir como “enhebrar una aguja con los ojos cerrados”. Si sumamos a esto la dificultad que entraña al tratarse de Poesía, la duda hace que te sientas por dentro, que extrañes tu presencia en mitad del misterio de la vida, que te sitúes junto a “una señal donde se leen los nombres de varias ciudades y las distancias que hay que recorrer para llegar a ellas. Dividirse, bifurcarse, ramificarse. Un lugar que es ningún lugar y es todos los lugares a la vez”.
A José María Cumbreño le ha editado Calambur su poemario Diccionario de Dudas: “El lado hacia el que miro delante del espejo no es el lado hacia el que mira mí imagen reflejada”. La duda habita en sus páginas, y el poeta, que sabe que “es posible irse de un lugar y no abandonarlo”, une duda y diccionario porque “una y otro intentan lo mismo: descarnar la palabra hasta llegar a su esencia”, aunque la más simple duda pueda eternizar un instante. Todo esto dicho en verso convierte el lenguaje en traducción simultánea del sentimiento, algo así como “oírse a uno mismo, hablar en otra lengua con la sensación de estar oyendo a otra persona”.
La duda habita en el papel con “la tensión del arco y el arquero, / el blanco y la flecha”, con el temblor último, decisivo. De la tensión de la duda nace este hermoso libro: “el cuaderno abierto como una llanura sobre la que llevase años sin llover. Miro mi lápiz afilado entre el índice y el pulgar esperando que en algún momento tiemble”. El autor lo plantea entero sin que la gran sombra abandone una página, despejando la duda de que “estudiando las relaciones entre una consecuencia (si la hay) y sus causas (si existen) se puede llegar a una conclusión determinada y también a la opuesta”, señalando el ámbito de la indeterminación al decir que si “la forma más perfecta [resulta] ser la del cero probablemente no signifique nada y sea mi imperfección la que le otorgue un significado”.
José María Cumbreño (Cáceres, 1972) Filólogo, ha sacado antes Las ciudades de la llanura (2000), Árbol sin sombra (2003), De los espacios cerrados (2006), Estrategias y métodos para la composición de rompecabezas (2008) y Teorías da ordem (Antología bilingüe española-portuguesa), aparte de colaboraciones en varias revistas especializadas: Turia, El Extramundi, Reloj de arena, Müsu, Diversos o Espacio / Espaço Escrito. Es Premio de Poesía Ciudad de Badajoz y de Narrativa Breve Generación del 27. Es profesor y dirige la colección Litteratos en Llttera Libros. Pero sobre los fríos datos, José María Cumbreño emerge como poeta, claro poeta a flote en el mar de la duda, de las dudas… esos imperceptibles puntos suspensivos que “según las gramáticas […] sienten temor, se asombran. Dejan frases a medio terminar. Son nerviosos, inseguros. Se colocan al final de las listas, enumeraciones e inventarios donde hacer recuento de lo que se tuvo o se ha sido, donde añorar lo que no se tiene o no se es”.
“Al narrador, por si acaso, no conviene tomárselo demasiado en serio. Porque no siempre resulta fácil descubrir cuándo es él mismo y cuándo un personaje”. Lo cierto es que el lector comparte sus dudas convencido de que “mientras se traza un círculo se conoce la calma”, que viene a ser la sensación de que tanto somos lo que hemos hecho como lo que hemos dudado. ¿O no?

© Manuel Garrido Palacios