Touches blanches. Touches noires


Manuel Garrido Palacios
TOUCHES BLANCHES, TOUCHES NOIRES
(Roman)
Traduit de l'espagnol por
Marie Claire Durand Guiziou et Jean Marie Florés
Ed. Le Soupirail · Francia

« Tu seras une gloire tout en étant un pou. »
La guerre a le visage de Mambraseca. Village dépeuplé perdu au milieu des trains de scories d’une ancienne mine de charbon, hameau qui en savait long sur la vie et la mort au rythme des « paseos » des camions de l’aube, en proie à l’autorité d’un cacique, maître des existences. Là, la mémoire reste suspendue, les corps tombent comme les oiseaux qu’on tire à la carabine, là, à Mambraseca, les contes s’acharnent à combler le quotidien, car tout est bon pour s’écarter du réel. Un village comme tant d’autres, macabrement vivant dans une époque qui s’affranchit de dates.
La guerre épouse la voix, le souffle de l’infatigable Fátima qui s’élance, narre, chuchote la petite histoire terrifiante, lourde, des habitants de Mambraseca, écho de la Grande Histoire. Ainsi les villageois sont-ils immergés dans un conte fantastique, une tragédie, où l’on croise des garçons déchiquetés par les loups, des chiens rôdeurs, des chèvres ensorcelées, des bûchers, mais aussi des potions magiques, l’eau empoisonnée du puits. Les éléments se déchaînent, le peuplier, bois de la crucifixion du Christ, est condamné à frémir ternellement, le tonnerre rugit, les gelées tardives, inattendues, annoncent le déluge, la malédiction. La Tarentelle de Balbina qui bute sur la mesure vingt-quatre distille des notes malveillantes et rythme le désastre, l’absurdité de ce microcosme, des hommes et de leur désespoir. Nous sommes déjà de la ferraille.
Les corps tombent, les tortures fleurissent : c’est le poète Pardero attaché avant le tir fatal, Goro jeté dans un puits, le père assassiné de trois balles en plein coeur droit dans l’âme, le suicide de Honorio à quatre-vingt dix ans qui se dit de trop en ce monde, que la vie [lui] échappe. Une humanité jetable. Et la pluie, les ruissellements dans les galeries, font rejaillir les superstitions et les êtres légendaires tentant de laver la boue, le sang, les gémissements. Beauté et fierté de ce village où le rêve, l’imagination donnent enfin une consistance à la désolation. Il y a les temps perdus, les souvenirs meilleurs des femmes confectionnant les beignets, les scènes burlesques du sourcier Jeromo qui se fie à la douleur de ses testicules pour détecter la source ou du déménagement du piano dont les sons heurtent les oreilles des mules ; autant de moments humoristiques pour apaiser la noirceur.
À Mambraseca, à l’instar de Honorio, « rêveur de ponts », les habitants appartiennent au silence éclatant de leurs rêves et s’abandonnent volontiers à la Tarentelle de Balbina pour conjurer le réel et repousser la mort. « Nous sommes le passé et ce que nous pouvons rêver. » Tous vivent leur inexistence. La Tarentelle est la fierté de ceux à qui la terre appartient et le courage des femmes ; la mesure vingt-quatre crie la plainte des rêves, la lutte contre le silence et l’oubli.
La langue de Manuel Garrido Palacios nous porte audelà du réel avec parfois férocité, grotesque, humour et toujours poésie. Toujours le loup écoute les hommes qui lui confient leur solitude.
Touches blanches, Touches noires ou la voix des limites de la tragédie de l’histoire, celle de Fátima, de la mémoire, et des illusions. Un voyage au coeur du néant. Et une éternité. Ce n’était pas juste de laisser tout le travail à Dieu. Dieu était Dieu et rien de plus.

E.M. L’Éditrice.

Trilogía de Herrumbre


·
EL ABANDONARIO
·
EL HACEDOR DE LLUVIA
·
NOCHE DE PERROS
·
MEMORIA DE  LAS TORMENTAS




*


CALIMA EDITORES
PALMA DE MALLORCA

Trilogía de Herrumbre (en francés)




Manuel Garrido Palacios
L'ABANDONNOIR 




Manuel Garrido Palacios
NUIT DE CHIENS




Manuel Garrido Palacios
LE FAISEUR DE PLUIE

·

Editorial L'Harmattan · Paris


Cantos del llamado

Cantos del llamado
La Palma (Tenerife)

En la isla de La Palma (Tenerife), la más occidental del archipiélago, se ha utilizado tradicionalmente para la pesca de la morena cualquier ‘peje’ –pez– que suelte sangre: caballa, sardina, bonito o atún. A esta ‘carná’ se le llama ‘engodo’ y a la acción, ‘engodar’. Eso, allí. Pero curiosamente, en Punta Umbría se dice ‘enguadar’ a lo mismo. En la isla de La Palma la morena acude al ‘chiflido’ o silbido que va haciendo el pescador, o al ‘engodo, enguao, enguado’, o al son de una cancioncilla que los que andan en la faena van repitiendo al remover las aguas, conocida como ‘Cantos del llamado’. Las dos estrofas más corrientes suelen ser:
1
O, morenita o,
o, o morenita o,
que salga la hembra
yl macho no.
2
O, morenita o,
o, o morenita o,
que salga el macho
y la hembra no.

Dicen una u otra indistintamente. Parece más efectiva la música que la letra, aunque el hecho de nombrar al animal lleve su tinte mágico porque se está invocando su presencia. Hice en su día un documental sobre ello y lo acabo de ver en un congreso sobre estas costumbres que ya van camino de lo obsoleto. Por entonces me lo explicaron así en la isla: ‘Para pescar la morena hay que engodar, se viene engodando con el chiflido para llamarla y también con el canto. Y sale la morena, o murión. Suele salir la hembra desde antiguo. Es la sangre la que llama a la morena, que es voraz y mordiona. Ahora apenas se canta, sino que vale con el chiflido mientras se retuerce y se exprime el engodo. El sistema es que se hace un lazo con un alambre acerado y la morena sale de su escondite, se cuela por el lazo y queda presa; luego hay que golpearla contra el suelo hasta que muere. Yo no sé si atiende o no al canto, la cosa es que salir, sale. Lo que siempre he visto es que si uno le silba o le canta, la morena viene. La morena se vende luego o se lleva a casa para comerla’. Unos ejemplos de atraer a los bichos por métodos similares los trae Claudio Eliano en ‘Historia de los animales’: a) ‘Los pescadores de cangrejos han imaginado el medio de pescarlos con música. Los capturan con un pífano. Los cangrejos se ocultan en sus madrigueras y los pescadores comienzan la melopea. Al oírla, los cangrejos, como hechizados, se deciden a salir de su escondrijo y, ebrios de placer, salen incluso a la superficie del mar. Los flautistas vuelven sobre sus pasos. Los cangrejos los siguen y, cuando están en tierra, los cogen los pescadores’. b) ‘Los que viven a orillas del lago Marea [cerca de la desembocadura más occidental del Nilo] capturan sus chanquetes cantando con el mayor estruendo y acompañando el canto con el repiqueteo de castañuelas. Y ellos, como danzarinas, pegan saltos al compás de la melodía y caen en las redes dispuestas para su captura’. Aparte de ver el documental, esto viene al hilo por haber incorporado a la segunda edición del ‘Diccionario de palabras de andar por casa’ varios cientos más de entradas, como ‘enguao’, que es la ‘carná que suelta sangre para la pesca’, palabra tomada de los pescadores de Punta Umbría, como tantas otras que, sin duda alguna, han venido a enriquecer la obra. 

© Manuel Garrido Palacios

(Del libro EL PÁMPANO ROTO. Calima Ed. Mallorca)
© Foto: Héctor Garrido 

EL BOSCO

EL BOSCO
Las tentaciones de san Antonio (detalle)
h. 1505-6, óleo sobre tabla, tríptico, centro (135,5x225 cm)
Lisboa: Museu Nacional de Arte Antiga 

‘Este hombre extraño, cuya obra es ciertamente la más curiosa de su tiempo, sigue envuelto en su complejidad y en su misterio, a pesar de los numerosos estudios que su pintura ha suscitado. Muy pocos pintores han sido objeto de juicios tan contradictorios sobre su obra, juicios que varían según las tendencias artísticas y filosóficas del momento. El universo bosquiano ha sido juzgado alternativamente como burlesco, demoniaco, moralizador; se ha visto en él la expresión del pesimismo más sombrío r también la biblia de la alquimia’.

© Marcel Gauffreteau-Sévy. Hieronymus Bosch EL BOSCO


La Adoración de los Magos
h. 1510, óleo sobre tabla de roble
tríptico, centro, 138 X 72 cm
Madrid. Museo del Prado


La nave de los locos
h. 1500-2, óleo sobre tabla, 57,8x32,5 cm
París. Louvre

El poema Das Narrenschiff traducido al latín en 1498 por Baldius, se ilustra con grabados sobre la locura de los sentidos. Cabe que el Bosco retome la idea y plasme en esta obra una alegoría sobre la locura de la gula o el gusto: el asado en el mástil, las frutas sobre la mesa, el vaso para el vino… y la música busca con su presencia una sátira sobre la corrupción. El fray y la monja compiten por morder la fruta que se mece entre ellos, ante el asombro de los presentes: señal moralizante hacia los estamentos religiosos que parecen ajenos a lo que tendría que ser su forma de vida. (EA)


El charlatán
h. 1480 . óleo sobre tabla, 53x65 cm.
Saint-Germain-en Laye
Musèe Municipal


BEATLES

Una vieja canción

Sólo una cuerda
para arrastrar un juguete,
para pender de ella,
para atar un sueño,
para anudar el pasado,
sólo una cuerda.


Göran Söllscher ha grabado con seis cuerdas en los estudios Deutsche Grammophon en Hamburgo diecisiete temas de The Beatles bajo el título Here, there and Everywhere. Göran es un artista que 'se' ha descubierto este tesoro musical que tanto nos acompañó durante décadas y que lo seguirá haciendo mientras haya aliento. En mi discoteca no tengo sus obras en las baldas del pop, sino en las de los clásicos. Creo que Mozart se hubiera divertido con ellos, y Vivaldi, y Bach, porque, entre otras cosas, de ellos proceden en sus concepciones melódicas y armónicas, lo mismo que Pink Floyd viene de Gustav Mahler o Wagner. El guitarrista Söllscher no se ayuda de otra técnica que la de sus dedos, que lo mismo sacan de la guitarra un minueto de Haydn que el Let it be de Lennon y McCartney.
Así las cosas me llega un segundo disco grabado por doce violonchelistas de la Orquesta Filarmónica de Berlín con temas de The Beatles, y un tercero, grabado en el Moyzes Hall, Bratislava, por la Slovac Philarmonic, con el título Beatles go Baroque, en el que Peter Breiner ha agrupado veinte de sus melodías en cuatro conciertos según los estilos de Häendel, Vivaldi, Bach y el último a lo grosso, todos con sus zarabandas, allegros, polonesas, fugas…, o lo que es lo mismo: Lady Madonna, Michelle, Girl, A hard day’s night, Penny Lane, Yesterday (quizás la melodía más bella nacida en el siglo XX) o cualquiera de las piezas contenidas en sus discos originales para mayor gloria del grupo y gozo nuestro.
Decía mi maestro Masats refiriéndose a la obra de cierto cineasta cuyo nombre no viene al caso: 'No hay que plantearse si es buena o es mala su película. La pregunta es si es o no es cine. Retomando la música, ante estas versiones que se suman a las que existen, uno piensa que lo que fue sigue siendo y seguirá así en la próxima tanda humana porque ya se encargan de ello los artistas que tienden puentes con su labor para transmitir la belleza, para que lo que nació para durar, permanezca. La verdad tiene de misterio que todo lo que se fragua con ella queda, pasa al futuro. En cambio, lo que no es más que engaño del momento dura lo que la chispa en el pedernal, lo que estira la subvención que se le arrimó a cualquier seudogenio, por cierto, subvención es igual a dinero común.
Cuando los grandes trazaron las líneas de sus obras lo hicieron con una escasez de medios asombrosa. The Beatles grabaron sus primeras canciones usando un magnetofón de una sola banda (puede verse el aparato en las salas de Abby Road). Sobre un billar solía escribir Mozart en el pentagrama. No digamos Cervantes en la celda. La grandeza destinada a ser futuro no se solía tallar a golpe de fondo perdido. Hoy, al revés, primero se obtiene el favor económico y luego se piensa a ver qué sale. No es de extrañar que ciertas cosas duren como eso que dicen que dura lo que dura dura.

© Manuel Garrido Palacios

NUIT DE CHIENS

NUIT DE CHIENS
Manuel Garrido Palacios
1ª Edición: AR. Sevilla.
2ª Edición: Calima. Mallorca
3ª Edición: L'Harmattan. Paris
Portada e ilustraciones interiores de Héctor Garrido

HISTORIA DE UNA HABANERA

HISTORIA DE UNA HABANERA
Ejecución de Maximiliano
(Manet)

Por el año 1865 llega a Méjico una habanera escrita por José Iradier, cuyos versos dicen:

Si a tu ventana llega
una paloma,
trátala con cariño
que es mi persona.

Por entonces domina en el país la voz de Concha Méndez, celebrada no sólo como tiple por sus condiciones naturales para el canto, sino como actriz dramática: citemos de entre tantos papeles en las tablas el de Ciutti en Don Juan Tenorio. Por ese tiempo ocupan la efímera cátedra imperial Maximiliano y Carlota, a quienes entusiasman los conciertos de Concha Méndez, de quien se hacen amigos, no dejando pasar actuación pública en la que Concha no cierre con la canción La paloma dedicada a sus protectores. Andan los días, triunfa la Revolución, es preso Maximiliano y Carlota emprende un desesperado viaje por las naciones de Europa pidiendo ayuda para su marido, al que cree vivo. Súplica inútil. Los contrarios a la ex emperatriz, a sabiendas de su gusto por la habanera de Iradier, inventan una parodia burlesca, algo así: 
Si a tu ventana llega
un burro flaco
trátalo con cariño
que es mi retrato.

Esta versión, llamada La paloma liberal, pasa a ser tarandilla de la tropa republicana. Concha Méndez, lejos del laberinto político, ya remansada el agua revuelta en el país, vuelve a cantar en el Teatro Nacional de la capital de Méjico. Y el día de su regreso, domingo por más señas, el público, entregado a su arte, tras el aplauso final, le pide a gritos que cante La paloma liberal. Ella queda callada, inmóvil en el escenario. Y ante la insistencia, confiesa: «No voy a cantarla. Llevo en mi muñeca la pulsera que me regaló una infeliz mujer la primera vez que actué ante ella, y quiero respetar su recuerdo ya que hoy vive sola lejos de aquí. Ni yo ni mi pueblo hemos de insultar la memoria del marido, fusilado en Querétaro, ni la de una mujer a la que la adorna el martirio. Matadme, si queréis. Prefiero la muerte a ser ingrata e infame» En este lance besa la pulsera y se cubre la cara con las manos. El público grita: ¡Viva Concha Méndez!, y nunca más vuelve a pedirle que cante la habanera, ni la original, ni la versión bufa. Sólo con el correr del tiempo, la canción se siente de nuevo en labios de otra gran voz, Dolores del Río, en la película La Paloma, hecha en USA, lo que no gusta a los mejicanos, que prefieren olvidarla.
Maximiliano dijo al ser apresado por el general Escobedo: “Pido que no se me ultraje, que se me fusile el primero y que no se mutile mi cadáver”. Al caer gritó: ¡Viva Méjico!
Esto me lo cuenta mi vecina de asiento al regreso de Méjico. El comandante del vuelo, ajeno a nuestra conversación, dice que la temperatura en Barajas es de tantos más cuantos grados y que llueve. Llueve sobre el camino en el aire. Llueve sobre los siglos, llueve sobre los hechos. Sobre la historia y la memoria llueve, aunque el comandante sólo nombre el aeropuerto como receptor de la lluvia.

© Manuel Garrido Palacios 

Alexis Díaz-Pimienta

Alexis Díaz-Pimienta
Teoría de la improvisación poética
3ª ed. Prólogo de Maximiano Trapero
Scripta Manent, 2014, Almería
y Ediciones del Lirio, 2014, México DF

“…de poética rara y sorprendente, de rigor filológico, etnográfico y sociológico, de alcances y densidad intelectuales llenos de exigencia y de originalidad que impregnan sus páginas y convierten su lectura en novedosa para quienes se interesan por los fenómenos de transmisión y recepción de la poesía en general, por su retórica, su antropología, su psicología”.

JUAN CANTERLA

Juan Canterla Romero
HUMO DE ALDEA

Un productor de cine con el que trabajé hace unos años solía alardear de la gran ciudad en la que había nacido y en la que vivía, sitio, por supuesto, sin parangón con cualquier otro del orbe y alrededores. Al llegar la hora del almuerzo o de la cena, el equipo parecía ponerse de acuerdo para acabar su plato con discreta prisa por no soportar el desmedido entusiasmo con el que el tal pintaba su mastodóntica cuna. Por aburrimiento o por considerar que no se estaba allí para sufrir, la gente callaba reservando para el día de la despedida la frase que más de uno había ensayado: “Adiós, tío pelmazo”.
Una tarde, un eléctrico llevó al plató a su hijo pequeño; 6 o 7 años tendría. Por la noche el productor volvió a poner su énfasis en calentar el oído colectivo con los excesos de costumbre, y el niño, ajeno a la hartura del grupo, le preguntó si siempre había vivido en la ciudad gigantesca de la que contaba mieles. El productor le respondió que así era porque allí tenía todo cuanto un ser humano pudiera desear. El niño lo miró con pena y dijo: “¡Pobrecito!”. Los demás estuvimos atentos a la reacción del productor, que se encaró con el niño sin disimular su asombro: “¿Por qué soy pobrecito?” Y el niño le contestó: “Porque no tienes pueblo.
Al leer “Humo de aldea (El paso de los días en Castañuelo)” he pensado que su autor, Juan Canterla, podía haber sido aquel niño, o lo es aún, con voz capaz de decir al que sea lo mismo que al productor que lo poseía todo-todo en su mega ciudad. Todo… menos el pueblo, la aldea y el humo que sube después de caldear los muros, menos el aire transparente y el nombre de las plantas, de las flores, de los árboles, menos la clara lieva de agua de la que puedes beber, menos el latido mágico que habita en el bosque, menos el manejo del ganado y la emoción del cuento en la paz de la cocina, menos conocer la hora por el sol, o las intenciones del viento, o cuándo acecha la tormenta por las señales de las hormigas al salir huyendo de sus cuevas con las larvas, menos comprender el campo en su grandeza, o platicar con el ocaso en plena soledad. Menos todos los menos imaginables.
Estas páginas, dice su autor, “son una muestra de recuerdos”, a lo que hay que añadir: y de sensaciones nunca vividas por otros, o perdidas por los que las disfrutaron. Y no se fije el ojo al leerlas en que allí iba una coma y aquí un punto, sino en el pulso que mantiene Juan Canterla con lo que guarda en el alma, vivencias del universo de Castañuelo, aldea serrana a la que indaga en cada párrafo sobre asuntos que fueron su pan del día, algo que sería ocioso repetir ahora; aparte de restarle esencia al puro descubrimiento del lector, son expresiones que corresponden por entero al sentimiento de quien asistió al devenir de un núcleo humano con la intensidad que otros pudieran vivir, o quisieran haber vivido el mayor acontecimiento posible.
Como orientación diré que tras situar la aldea en el mapa, saca a oreo y recrea el ambiente de la casa de la abuela, raíz de la raíz, el abrir el camino, o carreterín para comunicarse, para ir y venir, traer y llevar, la colocación titánica del cable del primer teléfono a través del matorral y de las copas de encinas y quejigos, el semblante de los extranjeros que acudían a observar y se quedaban, mezclando culturas, integrándose en el ámbito aldeano, la aparición del amor en el trasiego de las tareas, las andanzas del pastor, el hogar por dentro, la llegada de los titiriteros, la aventura de ir a Aracena a ver el cine, la misteriosa luz que hacía retroceder al más bragado, el nomadeo de los vendedores ambulantes y sus pregones, las fiestas callejeras en las que se soltaban las riendas y se estrenaban sonrojos, la romería de la Esperanza y cuanto tenía cabida entre la vida y la muerte, cerrando con un glosario sobre lo que se quería decir cuando se decía esto o lo otro.
Y todo, sin poner solemne el gesto, dejando que las palabras se dibujen solas mientras el tiempo avanza a un ritmo que ni es vendaval ni aire solo, sino paso corto de caminante consciente de ir por la vida sin otra intención que vivirla.
Esto nos propone Juan Canterla para que lo compartamos con la mirada serena de quien pasea por una galería sentimental de escenas antiguas, cuyo aroma lejano nos llega desde lo más hondo de este libro.

Juan Canterla Romero
BAJO LA ENCINA

Este libro de Juan Canterla, Bajo la encina, es la continuación del primero que publicó, Humo de aldea. Está hecho a golpe de recuerdos que le quedaron en el tintero, en secuencias dispares, a veces casi cinematográficas, todas con un valor etnográfico indudable, cuyo orden lo ha impuesto aleatoriamente el sentimiento. El autor se sentó cuando niño a la sombra del gran árbol y desde la soledad observó la vida en la aldea: su cuna; aquí la cuenta para dejar testimonio de ella. Son páginas que rezuman ternura; en ellas habla de la gente que nació, vivió y murió en Castañuelo, “a veces sin llegar a conocer la capital de la provincia”. Todas las historias que aparecen proceden de hechos reales. El buen hacer de Juan Canterla las ha puesto en solfa escuetamente o con el matiz de un adorno, por lo que alguna podría parecer fruto de su imaginación. Dicho por él: “No es así”; todas se agarran a la tierra de la que brotaron, lo mismo que quien las escribe, Juan Canterla, que si se le escucha a media mañana ante un sorbo de café, parece que aún sigue sentado bajo la encina, su árbol de la vida, ayer con la vista y el oído atentos, hoy procurando que tanta riqueza de ecos aldeanos no resbale por la rampa del olvido y quede como si no hubieran ocurrido. A su memoria se han sumado otras para construir este hermoso documento del que tanto se puede aprender.
Desde las huellas de los orígenes de Castañuelo “de unos doscientos vecinos hoy”, hasta una reflexión final sobre el sentido de la vida, Juan Canterla hurga en la herida social de la emigración forzada, en la emoción del regreso breve en fechas festeras, en “la fiesta del higo”, en la recolección del heno, en las sementeras, en las castañas, en los destajos, en el uso del burro para llevar hortalizas de la huerta, en sucesos como el secuestro de un vecino, en los hornos de carbón, en el salto de la escuela al trabajo en el campo de sol a sol, en el manejo de las piaras de guarros o de cabras, en la maña del capador, en el oficio de porquero, en la época de la montanera, en la matanza para nutrir las despensas, en los tiestos que afloraban en los boquetes del suelo, en el día de las morcillas, en las crecientes del agua de los barrancos, en las amistades que surgían en la solitaria sierra, en el sacrificio de los chivos, en el canto de los grillos, en los nidos colgados de oropéndolas, en las perchas para coger pájaros, en el extravío de los animales, en las tormentas que querían acabar con el mundo, en saber que cuando los perros ladran, gente viene, en las tragedias talladas en los cerros, en lo que guardaba la tierra bajo las raíces, en las tumbas de los que vivieron allí hace siglos, en la ilusión del tesoro oculto, en las excavaciones, en el descubrimiento de la arqueología, en la construcción del Museo de Castañuelo, en el hambre que obliga, en la maldita guerra, en los perseguidos, en los chivatos, en los colaboradores, en los fusilamientos, en lo que pasó en el Cortijo del Cojo, en los hechos que quedaron diluidos en cuentos, en el moler y moler y cobro la maquila, en los juegos infantiles, en las excursiones a la capital, en el perfil de la Marimanta, en los ruidos que traía el miedo o en el miedo que traían los ruidos, en la llegada del agua corriente, en los bichos peligrosos que merodeaban, en las avispas, en el alacrán, en las hormigas rabúas, en la fábula de los conejos y las ranas, en los perros rabiados, en las aldeas lindantes, en el día de las votaciones, en la caza, en los motes pegados a los nombres, en el baile de taberna, en el calzado nuevo y en las alpargatas blanqueadas con cal…, en todo esto y más, mucho más, hurga Juan Canterla para exprimirle la gota sabia que conserva como equipaje del alma. Con ello consigue armar este libro, el anterior y posiblemente un tercero, que ya le ronda por la mente, como si se tratara de una enciclopedia del latir diario de Castañuelo. No todas las aldeas la tienen. 
Cualquier otra palabra que alargara el prólogo sólo serviría para retrasar el gozo de poder leer este manojo de recuerdos y restarle perfume al bello libro madurado Bajo la encina. Lo mejor es celebrar con Juan Canterla su publicación para compartir las vivencias que ofrece. Leerlo será como abrir un tarro de aroma mágico para que flote en el aire serrano y nos llueva a todos.

© Manuel Garrido Palacios

La experiencia de la memoria

La experiencia de la memoria
Joaquín Benito de Lucas
Calambur Editores

Subo al tren. Leo en el libro que recibí ayer: ‘…te despiertas al borde mismo de la aurora, al borde del mar, de la ciudad, de los jardines que desprenden sus flores como las letras de un abecedario para escribir tu nombre cada mañana. Buenos días alba, agur amor, qué voces tiemblan si te saludo, si te beso, si me fumo un cigarro, si te pones sentada en mis rodillas y me miras mientras cruzan veloces trenes hacia París, mientras me miras, y el mar respira con su pecho enorme’.
Joaquín Benito de Lucas ha publicado en Calambur ‘La experiencia de la memoria’ (Poesía 1957-2009), versos de los que dice Matías Berchino que tienen raíces en la vivencia personal y colectiva de su existencia y la de su familia, su pueblo, su país; ‘Verdadera obra artística’.
José García Pérez escribe: ‘La poesía auténtica –ésta de Benito de Lucas– coloca al hecho poético en su dimensión y espacio real: la universalidad. Los accidentes que provocaron el advenimiento de un poema son accesorios, el autor y las formas son importantes, pero la esencia del poema reside en sí mismo y en su simbiosis con el lector’.
Sigo leyendo en el tren. Aparece el Tajo y paso a lo que dice Pedro González: ‘El río de Benito de Lucas no es un elemento paisajístico, no es parte de ninguna escenografía lírica, el poeta no canta al río, es el río el que suena dentro de sus versos’.
José Hierro habla de: ‘Pureza: he aquí una palabra clave para navegar por la poesía de Benito de Lucas. Pureza es, tal vez, por uno de sus costados, precisión expresiva, desnudez que no nos impida ver el bosque de las palabras […]. Pureza es, también, iluminación, luz súbita, revelación […]. Pureza es esencialidad, inmaterialidad, que sirve para iluminar las palabras’
Luis Jiménez Martos cree que ‘las raíces líricas de Benito de Lucas se hallan en un terreno poco transitado en las calendas actuales: entrañan un depuramiento de lo romántico, sometido a necesaria sobriedad. Su dramatismo de fondo queda en los límites de emociones vivas. Su conciencia del tiempo no cae en el peligro de la pseudofilosofía’.
Otras voces vienen a perfilarlo, como la de Manuel López: ‘En esta clase de poetas, claros y fáciles para el lector, subyace en el entramado del poema un férreo trabajo de construcción, una disciplinada labor de poda. Son cualidades detectables en Benito de Lucas, que estudia minuciosamente la composición de sus libros y de cada poema’; la de Abraham Madroñal: ‘Talavera no es una ciudad concreta, es la ciudad por antonomasia; su río, todos los ríos; sus calles, todas las calles por las que puede transitar cualquiera. Nuestro autor ha trascendido el valor local de sus alusiones para convertirlas en símbolos de cuantas ciudades y cuantos poetas añoran recuperar la infancia junto a los sitios que los vieron vivir; la de Montero Padilla: ‘Creo que Benito de Lucas ha escrito una obra importante, de poesía verdadera y ya indeleble, que permanecerá como parte destacada de la mejor poesía española; la de Rafael Morales: ‘No sólo está presente en la poesía de Benito de Lucas un río concreto, es decir, el Tajo a su paso por Talavera, sino el río abstracto, el río ideal, el río como imagen; la de Morales Lomas: ‘Benito de Lucas ha realizado una obra solvente, de gran altura de miras, profundamente humana y atenta a la síntesis entre la tradición de los mejores valores literarios y a la modernidad de un discurso sustancial en el que está presente el ser humano como proyecto’, o la de Alberto Tores: ‘El sitio de su verso está donde la emoción misma que transmite con la mirada inocente. Recoge la trastienda de la historia a la vez que da fe de unos temores no tanto personales como de toda una generación’.
Llego al término del viaje tras leer lo que dicen del poeta y lo que él deja ver en sus versos. El espacio en el papel también se agota y sólo cabe una impresión tras cerrar el libro y pisar tierra. Benito de Lucas, Doctor en Filología Románica, catedrático de Literatura y titular de prestigiosos premios de poesía, sabe que, aunque son grados y honores merecidos que ha ido ganando en el camino, en esencia, es poeta, un gran poeta, virtud con la que nació en 1934 en Talavera de la Reina, como sexto de los siete hijos que dieron al mundo María y Manuel.

© Manuel Garrido Palacios

Daniel R. Fernández en la ANLE

Daniel R. Fernández
se incorpora a la
Academia Norteamericana de la Lengua Española
con su estudio
Carlos Fuentes o la seducción de la frontera
Nueva York 4 diciembre 2015

Nueva York. “Fue México, sin duda, la gran obsesión, la gran pasión de Carlos Fuentes, el núcleo centrífugo, surtidor de todas sus ficciones –afirmó Fernández–. Todos sus demás temas, el tiempo, la muerte, el poder, la política, las jerarquías sociales, la falta de comunicación y demás están supeditados e incluso sujetos a este eje central temático […]  Y cuando nos referimos al México de Carlos Fuentes no aludimos a una construcción monolítica, autosuficiente, una entelequia momificada, sino a un México vivo, dialogante, insertado plenamente en ese impetuoso remolino que es la historia, la del continente americano y también la de España y Occidente; México, realidad palpitante engastada en un territorio, inserta en una geografía particular, con unos rasgos y contornos singulares y unas fronteras muy peculiares y bastante problemáticas.”
Daniel Fernández, profesor de literatura mexicana y chicana en el Lehman College de la City University of New York (CUNY), integrante de la Junta Directiva de la ANLE como coordinador de información, fue contestado por Gerardo Piña-Rosales, Director de la ANLE y presentado por Jorge I. Covarrubias, Secretario General de la Academia. Abrió el acto Patricia López Gay, del Bard College y de la ANLE.


EL ABANDONARIO

EL ABANDONARIO
M. Garrido Palacios 
1ª Edición. Editorial Calima · Mallorca
  

Manuel Garrido Palacios nos entrega en 'EL ABANDONARIO' su apasionante novela. Dedicado profesionalmente al cine y a la etnografía, sólo en estos últimos años ha ido publicando libros de ficción literaria. El sorprendente EL CLAN Y OTROS CUENTOS (Ed. Calima, Palma de Mallorca) y esa variopinta fábula titulada NOCHE DE PERROS (Ed. AR, Sevilla, Calima, Mallorca y L'Harmattan, Paris) nos mostraban ya a un narrador premioso conocedor de su oficio y exhaustivo gozador de la alta, rica tradición castellana. En ambos libros latía el aliento de un hombre entrañado, investido en lo popular, en el que la ironía, el escepticismo, la retranca..., nos daban cuenta de un mundo personal, entretejido de realidad y ficción mágica, con un pie puesto en los estribos de la picaresca (con esa visión escéptica, amargosa del mundo) y el otro en ese prolijo mundo de lo escéptico y de lo soterráneo que encontramos también en la vasta tradición castellana, desde Cervantes a Rulfo, desde Quevedo a Valle o al Cela del Pascual Duarte. Pareciera que todos esos largos años emboscado detrás de la cámara, atento a las luces y a las penumbras, a las voces y al silencio, hubiesen propiciado en el autor un caudal vivo de sombras y máscaras que ahora, en su faceta más propiamente creativa, se nos revelan en toda su concertante, apabullada realidad. Estas tres coordenadas: la tradición escéptica, la visión mágica y el lenguaje popular , más que presentes en sus dos libros de relatos, constituyen ahora el soporte literario de este libro (EL ABANDONARIO) tan sorprendente como impagable. EL ABANDONARIO es un viaje hacia los médanos interiores de una memoria que se resiste a reconocerse en los parámetros realistas o mecanicistas, donde los hechos quedaban sepultados, envilecidos por un proceso de afirmación histórica o ramplonamente temporal. Muy al contrario, lo primero que sorprende en esta novela, es precisamente la ausencia del tiempo. El recuerdo, la memoria, ajenos a la contaduría de las horas, se superponen, se erigen, vivifican la realidad, construyendo una reconocible fantasmagoría de hechos simultáneos y envolventes que atrapan al lector ya desde sus primeras líneas, aventurándolo a un mundo de una sencillez, de una fantasía desaforada. En realidad, lo que Manuel Garrido Palacios, persigue a lo largo de esta obra inolvidable es recrear, alentar, producir una atmósfera interior reconocible, en la que vida y muerte, realidad y magia se entretejan de una manera creíble y lo que es más importante, natural, en torno a los pellizcos de la vida. Pero si ya en su larga obra cinematográfica Garrido Palacios trata de recoger la devastada memoria de los pueblos, afirmándolos en su identidad y sublimando precisamente aquellos elementos que hacían palpable esa identidad, aquí, en esta, su primera novela, se nos propone una vuelta de tuerca al introducirnos en un mundo de resonancias míticas que nos agarra desde la pura y abstracta identidad y donde el lenguaje, de una llaneza casi cegadora, consigue por sí mismo convertirse en el absoluto protagonista de esta historia en la que un muerto relata a quien lo vela la historia de un pueblo fenecido, atrapado en su propia fantasmagoría. Nos hallamos, pues, ante una novela sorprendente que consigue imantar al lector a las primeras de cambio, para mantenerlo en vilo durante toda la deslumbrante travesía. Y es que Garrido Palacios, seguro de su oficio, capaz de descubrir una atmósfera en unas pocas líneas, lejos de adentrarse en un discurso atolondradamente lírico, prefiere ponerse en manos de la naturalidad, de la fluidez de la palabra dicha, oída, metida en la matriz y en el estómago. Será, así, a través de los personajes que hablan a través del muerto, que se construya la peculiarísima memoria de Herrumbre, ese pueblo acosado por la nada, y cuya historia es la que se va enhebrando a lo largo de todo el libro. Mamuel Garrido Palacios se ha limitado, parece y aquí estriba gran parte del éxito del relato a dar sentido a todas esas voces, ordenándolas de manera que el lector se reconozca en cada una de ellas, removiendo en él los más dormidos soportales de la memoria. Una novela, en definitiva sugeridora y valiente, escrita con toda el alma, que se reconcilia con el arte de la prosa, tan demacrado, tan envilecido últimamente. Sin duda, y acabamos, una de las novelas más deslumbrantes escritas en los últimos tiempos en la lengua de Rojas, Cervantes o Rulfo.

© Manuel Moya (España)

MARÍA ALCANTARILLA

MARÍA ALCANTARILLA
EL MOTIVO ES LO DE MENOS


Nació el día brumoso en Castañuelo, aldea donde se presentaba el hermoso libro de Juan Canterla. Arropando el acto estaban los poetas Manuel Moya y Rafael Vargas, los pintores José León y Seisdedos, y la poeta María Alcantarilla, de Santa Olalla, que traía un ejemplar, aún tibio de la imprenta, de su poemario El motivo es lo de menos, editado por  Huebra, tal como reza en su colofón: “en el tiempo de las castañas”.
En la página 47 dice:

Escribir.
Escribir hasta caer rendido,
hasta que el suelo, al fin, se borre
y ya no pueda mirar a ningún sitio
para saber qué camino es menos largo.
Escribir sin sed ni angustia,
sólo porque la forma sea forma,
o el pensamiento palabra
y la palabra,
nada más que eso:
palabra.
Escribir porque he de hacerlo,
porque una boca que habla
y una fe que no se toca
no hace grandes a los hombres
-los manchan de anhelo imberbe-
Escribir porque soy carne,
porque nadie se me acerca
si no soy yo quien lo llamo,
y nadie jamás entiende
si no es el grito el que pide
-como un eco primitivo
o un hacer que media ingrato-.
Escribir sin más motivos,
sin más espacio que este,
con forma, sin cortapisas...
escribir porque la vida
me escribe si no la nombro.

María Alcantarilla, periodista, que publicó hace años una plaquette poética titulada Qui scribit, se ha iniciado en el arte de la imagen, en el cuento y en la novela, según los previos de la obra, en cuya página 18 trae este otro poema titulado Etiqueta:

Tu nombre se me antoja extenso y hueco.
Como parido una noche negra,
tan leve o tan obtusa
que nadie atinó a ver que ya llegaste
y, desde entonces,
todos te recuerdan como al cesado de sí.
¡Ah, ya ves...!
Los nombres nunca sirven para nada:
atontan al nacido,
lo reducen;
lo sientan siempre a expensas
de una exclamación como cualquier otra,
sin cualidad ni atributo,
sin tono peculiar por los caudales de afines.
Hermanado, porque sí, al arbitrio de la causa.
Un nombre, nada más.
Una forma de arreglarlo,
¿Por qué no?
un estilo centenario,
formalista.
Una manera, agotada,
de engendrar y poner sellos.
Un castigo, sin igual,
para izar habituales y prescindir
de lo propio.

          Manuel Moya anota que estamos ante un libro de versos que nos ‘descubre una escritura nada complaciente, muy ligada a una rebeldía que no se impone sólo en lo moral y, por supuesto, a un evidente compromiso consigo misma. Un libro lúcido, maduro, verdadero, que muerde el corazón y astilla la cabeza, en el que a veces las preguntas insinuadas tienen mucho mayor peso que las respuestas’.
Sí; nació el día brumoso en la aldea de Castañuelo, quiso abrir a media mañana y se sumergió en la niebla densa al reunirnos a celebrar el acto en las tabernas de Leoncio y de José, de escuchar al bardo del lugar al que Vargas pondrá en orden los versos que ahora sólo están en su  memoria, de recordar las artesanías y de todo lo que brota alrededor del vaso y de la tapa. Y, como parte de la secuencia, me apetecía abrir el libro de María Alcantarilla para leerlo en voz baja: 

Me dicen que camine,
que comulgue,
que nunca sienta pena
que por qué ando tan triste
que por qué escribo de sombras
que si me siento cansado
que si con tantas ojeras
descanso como es debido
que si escribo porque quiero
o
-sin embargo-,
escribo porque es la moda
que si estando tan delgado
me alimento como el resto
que si, después de los años,
aprendía a tener paciencia.
Que si escucho y no me opongo
que si sostengo, sin ganas,
los fardos de cada día
que si rezo los responsos
que me enseñaron de chico
que si acierto en las acciones
o, al contrario, / me niego como esos otros
que si cumplo con la vida
o me conformo con verla...
Me dicen tantas cosas
que ya no sé si es que dicen
o es que me digo a mí mismo
aunque, pensando tranquilo,
este nunca se cuestiona
Imprecisiones tan necias
o evidencias tan cobardes
nacidas siempre de embustes.

La aldea se pobló de sensaciones, de latidos, aunque, para sentir, como dice María, el motivo sea lo de menos.

© Manuel Garrido Palacios