MARÍA ALCANTARILLA
EL MOTIVO ES LO DE MENOS
EL MOTIVO ES LO DE MENOS
Nació el día brumoso en Castañuelo,
aldea donde se presentaba el hermoso libro de Juan Canterla. Arropando el acto
estaban los poetas Manuel Moya y Rafael Vargas, los pintores José León y
Seisdedos, y la poeta María Alcantarilla, de Santa Olalla, que traía un
ejemplar, aún tibio de la imprenta, de su poemario El motivo es lo de
menos, editado por
Huebra, tal como reza en su colofón: “en el tiempo de las castañas”.
En la página 47 dice:
Escribir.
Escribir
hasta caer rendido,
hasta que
el suelo, al fin, se borre
y ya no
pueda mirar a ningún sitio
para
saber qué camino es menos largo.
Escribir
sin sed ni angustia,
sólo
porque la forma sea forma,
o el
pensamiento palabra
y la
palabra,
nada más
que eso:
palabra.
Escribir
porque he de hacerlo,
porque
una boca que habla
y una fe
que no se toca
no hace
grandes a los hombres
-los
manchan de anhelo imberbe-
Escribir
porque soy carne,
porque
nadie se me acerca
si no soy
yo quien lo llamo,
y nadie
jamás entiende
si no es
el grito el que pide
-como un
eco primitivo
o un
hacer que media ingrato-.
Escribir
sin más motivos,
sin más
espacio que este,
con
forma, sin cortapisas...
escribir
porque la vida
me
escribe si no la nombro.
María Alcantarilla, periodista, que
publicó hace años una plaquette poética titulada Qui scribit, se
ha iniciado en el arte de la imagen, en el cuento y en la novela, según los
previos de la obra, en cuya página 18 trae este otro poema titulado Etiqueta:
Tu nombre
se me antoja extenso y hueco.
Como
parido una noche negra,
tan leve
o tan obtusa
que nadie
atinó a ver que ya llegaste
y, desde
entonces,
todos te
recuerdan como al cesado de sí.
¡Ah, ya
ves...!
Los
nombres nunca sirven para nada:
atontan
al nacido,
lo
reducen;
lo
sientan siempre a expensas
de una
exclamación como cualquier otra,
sin
cualidad ni atributo,
sin tono
peculiar por los caudales de afines.
Hermanado,
porque sí, al arbitrio de la causa.
Un
nombre, nada más.
Una forma
de arreglarlo,
¿Por qué
no?
un estilo
centenario,
formalista.
Una
manera, agotada,
de
engendrar y poner sellos.
Un
castigo, sin igual,
para izar
habituales y prescindir
de lo
propio.
Manuel
Moya anota que estamos ante un libro de versos que nos ‘descubre una escritura
nada complaciente, muy ligada a una rebeldía que no se impone sólo en lo moral
y, por supuesto, a un evidente compromiso consigo misma. Un libro lúcido,
maduro, verdadero, que muerde el corazón y astilla la cabeza, en el que a veces
las preguntas insinuadas tienen mucho mayor peso que las respuestas’.
Sí; nació el día brumoso en la aldea
de Castañuelo, quiso abrir a media mañana y se sumergió en la niebla densa al
reunirnos a celebrar el acto en las tabernas de Leoncio y de José, de escuchar
al bardo del lugar al que Vargas pondrá en orden los versos que ahora sólo están
en su memoria, de recordar las
artesanías y de todo lo que brota alrededor del vaso y de la tapa. Y, como
parte de la secuencia, me apetecía abrir el libro de María Alcantarilla para
leerlo en voz baja:
Me dicen
que camine,
que comulgue,
que nunca
sienta pena
que por
qué ando tan triste
que por
qué escribo de sombras
que si me
siento cansado
que si
con tantas ojeras
descanso
como es debido
que si
escribo porque quiero
o
-sin
embargo-,
escribo
porque es la moda
que si
estando tan delgado
me
alimento como el resto
que si,
después de los años,
aprendía
a tener paciencia.
Que si
escucho y no me opongo
que si
sostengo, sin ganas,
los
fardos de cada día
que si
rezo los responsos
que me
enseñaron de chico
que si
acierto en las acciones
o, al
contrario, / me niego como esos otros
que si
cumplo con la vida
o me
conformo con verla...
Me dicen
tantas cosas
que ya no
sé si es que dicen
o es que
me digo a mí mismo
aunque,
pensando tranquilo,
este
nunca se cuestiona
Imprecisiones
tan necias
o
evidencias tan cobardes
nacidas
siempre de embustes.
La aldea se pobló de sensaciones, de
latidos, aunque, para sentir, como dice María, el motivo sea lo de menos.
© Manuel Garrido Palacios