Hindenburg ao Rio de Janeiro

Chegada do dirigível Hindenburg 
ao Rio de Janeiro
Gelatina/prata, ca 1936
Acervo Iconographia
Anónimo
www.fundacionmapfrehistoria.org

Helena Junyent

CUÉNTAME ENTRE LAS CEREZAS
Helena Junyent
Ed. Isla Varia


La autora le dice al río...

…desde la cuna del agua
saltando a caballo sueños de juguete
tuyo es el cuenco de la mano niña
en las barbas blancas de la roca
tuyo el tiempo vago
vagando en los bolsillos de unos codos rotos
tuyo el temblor de las violetas
buscando un asa en la vasija del lago
tuyos los zapatos
mío el pantano
cuando el paso me cierras
en el esplendor de los helechos.

Las claves de un poema no flotan en la corriente; van por lo hondo, ancladas al cauce del sentir: llámale amor, infancia perdida, soledad, ausencia, sueños rotos, lejanía de ecos; si el sentimiento puede más que la razón es porque guarda estos secretos del alma:


…entre nubes pasando
incontables mariposas cifradas
en crisoles nos demoran
pasaron tantas lluvias
un carrusel de niño entre hojalatas
una ráfaga de sol entre el granizo
acaba de pasar
un olor a romero
y una niña entretanto
ya ha pasado
apenas todo
casi nada tanto. 

Helena Junyent ha publicado su poemario ‘Cuéntame entre las cerezas’ en Isla Varia, editorial ahora trasladada al Este andaluz tras haber sacado a oreo un buen número de autores y sembrado el Sur de libros de poesía. Del de Helena Junyent dicen los previos que es ‘contar el paso del tiempo desde una perspectiva de derrota hasta la voluntad recreadora de arrancarle ilusiones a la desesperanza, pasar del desengaño a esa-otra alegría en la que reconocerse con ojos renovados. Como si ese recorrido a través de derribos y ruinas, sólo salvables con la llegada de-vuelta a la inocencia, nos diera la posibilidad de andar-un desandar por los caminos de la remembranza, con sus surcos, con sus huellas solapadas entre los mirlos y las picotas de cuando el soñar daba pie a las primeras cerezas, y decirnos con ello, que pese a todas las limitaciones, ilusión y realidad no son entidades separadas. Tal vez por ello nos encontremos aquí con una voz distinta a la de otros poemarios, y sea ese vínculo con el tema que aquí aborda el que le pide a la autora una comunicación compartida. De ahí, que lo imperativo del título responda a la demanda de esa-otra oportunidad que nos brindan las pérdidas, cuando re-unidas en el frutal de la memoria optan por volver al país de la niñez. Un volver de lo conocido a lo desconocido, de lo cotidiano a lo asombroso, traspasando la rutina con el fluir de los afectos, los juegos, los sueños, sin olvidar que donde comienza la prudencia termina la sorpresa’. Cuéntame entre las cerezas es un apasionado viaje por los sentimientos en el tren de los versos, cuya vía bordea el río de la vida, cauce y escenario en el que las pulsiones que los hicieron posible perdurarán para siempre. Por eso la autora no dice nada que pudiera quedar en pura anécdota de la niña [‘con cintura de pulsera’ (Gerardo Diego)] sino que eleva su expresión a rango de categoría, la universaliza, hace que la compartamos, convencida de que en lo hondo del sentir apenas hay margen para disidencias. Se es o no se es. En el de la expresión, sí. Todas las imaginables. Dice Helena Junyent que…

…de todas las formas
que entre nubes de vapores encontrados
a través del río y su corriente
apenas si distinguen
de entre las ventanillas del mar y sus confines
la configuración de la rueda que mueve el agua
yo aprendo de la corriente
mirando pasar los trenes
con ese sabor a despedida
que aun sin noticias de adioses
conforma la espera en los andenes
en donde silbando el humo
me asomaré a las formas
de forma
que en vías al todavía por-venir
me cuenten las nubes ¿por qué
al paso del río a todo vapor a la redonda
en los ojos del niño se evaporan?

Tren de la vida, viaje sin pausa, río que no para, cada página es una ventanilla-ojo por la que el lector descubre los brillos del agua, su devenir desde las fuentes ocultas o los guijarros del balastro, en suma: las claves que nutren la poética de Junyent, que sabe que…

…a veces
cuando buscando en lo hondo
las palabras dejan de ser juego
logra que suene en clave de mar
su risa clara su canto de niña
la que pone en mi mano
la clave:
escribir como se calla
lo hondo de lo que habla
en el fondo ella era de agua
la que busca en las pérdidas
la que bebe del qué más
se llamaba Mar-i
cuando la llamo
un canto de fondo hace sonar ... las llaves.


© Manuel Garrido Palacios

Javier Pérez Walias

Javier Pérez Walias
Otrora
(Antología poética 1988-2014)
Prólogo de Eduardo Moga. Epílogo de Javier La Beira
Calambur Poesía
La poesía de Pérez Walias aúna el impulso narrativo y la representación simbólica, la construcción de un yo lírico coherente y la fulguración de lo incontrolado, el vislumbre de lo anómalo, o incluso de lo imposible. El cincelado metafórico atraviesa los poemas sin privarlos de su enjundia figurativa, pero repujándolos con una intensidad infrecuente. Si algo caracteriza su propuesta es la busca de una dicción sosegadamente desgarradora…

Valentina Hernández

Valentina Hernández
ASOCIACIÓN CULTURAL AMIGOS DE VALENTINA
Celebración del 124 aniversario de su nacimiento
Sabinosa, La Frontera–El Hierro

L'ABANDONNOIR · EL ABANDONARIO


EL ABANDONARIO ►
Manuel Garrido Palacios 
1ª Ed. Calima. Mallorca
  
L'ABANDONNOIR ◄
Manuel Garrido Palacios
Trad. de l'espagnol
Isabelle Toledo et William Rozenblat
2ª ed. L'Harmattan, Paris
(Littérature. Europe)

Manuel Garrido Palacios nos entrega en 'EL ABANDONARIO' su apasionante novela. Dedicado profesionalmente al cine y a la etnografía, sólo en estos últimos años ha ido publicando libros de ficción literaria. El sorprendente EL CLAN Y OTROS CUENTOS (Ed. Calima, Palma de Mallorca) y esa variopinta fábula titulada NOCHE DE PERROS (Ed. AR, Sevilla) nos mostraban ya a un narrador premioso conocedor de su oficio y exhaustivo gozador de la alta, rica tradición castellana. En ambos libros latía el aliento de un hombre entrañado, investido en lo popular, en el que la ironía, el escepticismo, la retranca..., nos daban cuenta de un mundo personal, entretejido de realidad y ficción mágica, con un pie puesto en los estribos de la picaresca (con esa visión escéptica, amargosa del mundo) y el otro en ese prolijo mundo de lo escéptico y de lo soterráneo que encontramos también en la vasta tradición castellana, desde Cervantes a Rulfo, desde Quevedo a Valle o al Cela del Pascual Duarte. Pareciera que todos esos largos años emboscado detrás de la cámara, atento a las luces y a las penumbras, a las voces y al silencio, hubiesen propiciado en el autor un caudal vivo de sombras y máscaras que ahora, en su faceta más propiamente creativa, se nos revelan en toda su concertante, apabullada realidad. Estas tres coordenadas: la tradición escéptica, la visión mágica y el lenguaje popular , más que presentes en sus dos libros de relatos, constituyen ahora el soporte literario de este libro (EL ABANDONARIO) tan sorprendente como impagable. EL ABANDONARIO es un viaje hacia los médanos interiores de una memoria que se resiste a reconocerse en los parámetros realistas o mecanicistas, donde los hechos quedaban sepultados, envilecidos por un proceso de afirmación histórica o ramplonamente temporal. Muy al contrario, lo primero que sorprende en esta novela, es precisamente la ausencia del tiempo. El recuerdo, la memoria, ajenos a la contaduría de las horas, se superponen, se erigen, vivifican la realidad, construyendo una reconocible fantasmagoría de hechos simultáneos y envolventes que atrapan al lector ya desde sus primeras líneas, aventurándolo a un mundo de una sencillez, de una fantasía desaforada. En realidad, lo que Manuel Garrido Palacios, persigue a lo largo de esta obra inolvidable es recrear, alentar, producir una atmósfera interior reconocible, en la que vida y muerte, realidad y magia se entretejan de una manera creíble y lo que es más importante, natural, en torno a los pellizcos de la vida. Pero si ya en su larga obra cinematográfica Garrido Palacios trata de recoger la devastada memoria de los pueblos, afirmándolos en su identidad y sublimando precisamente aquellos elementos que hacían palpable esa identidad, aquí, en esta, su primera novela, se nos propone una vuelta de tuerca al introducirnos en un mundo de resonancias míticas que nos agarra desde la pura y abstracta identidad y donde el lenguaje, de una llaneza casi cegadora, consigue por sí mismo convertirse en el absoluto protagonista de esta historia en la que un muerto relata a quien lo vela la historia de un pueblo fenecido, atrapado en su propia fantasmagoría. Nos hallamos, pues, ante una novela sorprendente que consigue imantar al lector a las primeras de cambio, para mantenerlo en vilo durante toda la deslumbrante travesía. Y es que Garrido Palacios, seguro de su oficio, capaz de descubrir una atmósfera en unas pocas líneas, lejos de adentrarse en un discurso atolondradamente lírico, prefiere ponerse en manos de la naturalidad, de la fluidez de la palabra dicha, oída, metida en la matriz y en el estómago. Será, así, a través de los personajes que hablan a través del muerto, que se construya la peculiarísima memoria de Herrumbre, ese pueblo acosado por la nada, y cuya historia es la que se va enhebrando a lo largo de todo el libro. Mamuel Garrido Palacios se ha limitado, parece y aquí estriba gran parte del éxito del relato a dar sentido a todas esas voces, ordenándolas de manera que el lector se reconozca en cada una de ellas, removiendo en él los más dormidos soportales de la memoria. Una novela, en definitiva sugeridora y valiente, escrita con toda el alma, que se reconcilia con el arte de la prosa, tan demacrado, tan envilecido últimamente. Sin duda, y acabamos, una de las novelas más deslumbrantes escritas en los últimos tiempos en la lengua de Rojas, Cervantes o Rulfo.

© Manuel Moya
España

El Abandonario es una novela de Manuel Garrido Palacios construida como las antiguas tragedias griegas. En vez del carro sobre el cual el primer dramaturgo declamaba la historia de los héroes míticos para concurrir al premio representado por un bode (tragos), estamos en presencia de un muerto en su ataúd durante la vigilia que le hace el último vecino, mudo de soledad, en un pueblo perdido. En su soliloquio, el muerto hace desfilar a todos los habitantes que hubo en dicho pueblo con las anécdotas cotidianas, las intrigas, amores, odios y alegrías posibles de un lugar extinguido. La simplicidad brutal de los eventos, la unidad de tiempo y de espacio, las voces de los muertos que suben como un coro, parecen los elementos de una tragedia mediterránea que bien podría ser de Esquilo. Igual que en la vida, se reflejan también los momentos crueles o divertidos, las escenas burlescas, el humor corrosivo, la amargura, la pobreza y el hambre conocidos por tantas criaturas de la posguerra civil española. Ese pueblo escondido, llamado Herrumbre, es un microcosmos pero abarca toda la vida y la vida de todos nosotros. Conociendo el pasado del autor, escritor especializado en la etnografía, viajero y cineasta, el lector podría pensar que se trata de una obra de recopilación de cuentos, leyendas o anécdotas cosechadas durante toda una vida en contacto con los pueblos más rancios de España. Pero no. Pasa por la obra un soplo épico, una grandeza que solamente una experiencia vivida puede desenlazar y ofrecer. En efecto unas confidencias del autor confirman que muchas escenas son trasposiciones de su infancia en un pueblo similar a Herrumbre. Reviven los sonidos, los sabores, los rumores de ese mundo que hoy se desvanecería en el olvido si el autor no lo hubiera conservado en su memoria para nosotros.Hay en la novela El Abandonario unas invenciones lingüísticas que harán las delicias del lector. La riqueza del vocabulario, a veces inventado o inspirado en el lenguaje hablado, de los refranes, de los insultos, de las canciones populares, hace del texto una enciclopedia de la sabiduría del mundo rural, de un universo en desaparición. Existen escenas muy innovadoras en literatura, tal vez por influencia de la técnica cinematográfica, como por ejemplo, cuando se mezclan en el texto todas las conversaciones sobre la plazoleta del pueblo, como un rumor de fondo, donde respira la vida trivial de los habitantes. O cuando se entrecruzan los comentarios de las personas que preparan los pestiños en la cocina, escuchados por el niño desde su alcoba, donde fue recluido para que no incomodara los preparativos. Ese niño de ayer es el autor que escucha hoy las reminiscencias de estas voces de la felicidad simple.El lector francés entrará sin preámbulo en ese mundo mediterráneo ya familiarizado por sus lecturas de las novelas de Marcel Pagnol o Jean Giono. El Abandonario, de Manuel Garrido Palacios, no necesita de reflexiones metafísicas o escatológicas en ese contexto de vigilia mortuoria donde flota el espíritu colectivo resignado tanto a la vida como a la muerte.
© François-Luis Blanc
Francia
Pocas veces me han dado algo tan interesante; en esta ocasión, además, muy especial porque al verlo me di cuenta que esa persona me daba una extensión de su pensar y su sentir, una obra apasionante de principio a fin, algo muy intimo. Comenzando por el tema, tuve que pensar en lo que el título quería decir. El Abandonario. Esta novela es la historia del pueblo de Herrumbre, un lugar olvidado y perdido en algún lugar de España, un espacio abandonado en el olvido, donde sólo queda un habitante vivo, Tasio, al que un muerto le narra la historia de su paso por la vida en Herrumbe sin tener a quien hablarle, sin oídos que le oigan, con tiempo de menos para narrar las aventuras y decepciones que marcaron cada uno de sus días; una narración colectiva de las memorias de un pueblo que la muerte y el tiempo ha ido borrando. Un monólogo de un muerto que piensa y un vivo que parece estar más muerto en vida y que parece no inmutarse ante las reflexiones de su amigo, que yace en el abismo desconocido de la vida después de la muerte. Amor, odio, tragedias, felicidad, enfermedades, amistad, tantas cosas que pueden ser dichas de un lugar donde las relaciones entre las personas luchan cotidianamente por la vida sabiendo que algún día llegará a su fin. Habría que inventarse unos lentes -dice el autor- para verse el interior todos los días, con sus vidrios de conciencia bien limpios. Y en la muerte poder ver su vida tal y como fue. “Todo esto no es más que la memoria de un muerto que lucha por salvar historias plenas de vida”. La memoria de un pueblo tan muerto como él, donde su último habitante no tendrá quien lo entierre. Esta es la primera parte de una serie de 3 libros escritos por mi amigo, el escritor español nacido en Andalucía, que nos invita a “vivir eternamente los días que nos quedan por vivir”.

© Karen Yrigoyen
México
A Herrumbre, petit village perdu au milieu d'un nulle part maudit, il ne reste plus personne, sauf un vieux corps allongé sur son lit de mort qui, en attendant son enterrement, raconte, à son vieil ami Tasio qui le veille, l'histoire de son village et de ses habitants. Sans même savoir si celui-ci, unique et dernier survivant, est capable de l'entendre, le mort se lance dans un interminable soliloque d'une vitalité extraordinaire et plonge dans les abîmes d'une mémoire collective peuplée de personnages pittoresques, d'anecdotes quotidiennes, d'intrigues, de tragédie, d'amour et de haine.

‘Laissons-nous vivre,
on pourra bien tout à loisirse laisser mourir.’ 
(Tante Carmélita)

Ce roman est le monologue sur les souvenirs d’un mort sur son lit de mort. Tasio le veille, mais ne parle pas. Situation : à Herrumbre, petit village de campagne, perdu au fin fond de l’Espagne, tout se sait, tout se voit et tout se transmet, rien ne se perd (anecdotes, superstitions, traditions, histoires de cocus, amourettes et friponneries, et bien sûr les différentes morts). Pour apprécier la vie, rien de telle que de passer de l’autre côté en compagnie d’un vieux garçon, rigolo et campagnard, mort mais souriant. Et puis, quand un mort parle, on a tendance à l’écouter.Il était un bon vivant, éduqué par sa tante Carmélita et ses livres. Ici, le mort se souvient d’antan et partage sa mémoire afin de la fixer éternellement quelque part. Par ce monologue, par ce roman aussi. Surtout que Tasio, dernier survivant du village, ne le pourra pas, car il n’y aura personne pour l’écouter, ni l’enterrer, après l’ultime point final de son ami. Donc dans ce livre, ça s’enchaîne rapidement, passant du coq à l’âne pour ne rien oublier, sur ce village et ses habitants hauts en couleurs avec le parlé patois et l’humour qui vont bien avec.
La vie fait renaître. Des personnages aux surnoms sournois ou collants (le Chardon, Sépulcro, la Veuve Ecclésiastique), les exploits, leurs trahisons, leurs passions (le passage sur la jalousie Séfito, le maire, pour son âne est fendard), leurs faims, leurs hontes, leurs morts, leurs peurs (comme le mois de mars qui fait pâlir Causette récitant : ‘janvier, février, l’autre et avril’). Tout y passe et c’est avec plaisir que l’on plonge au cœur du village, un genre de Voici peuple et non people. Le tout entrecoupé de chansons paillardes ou de citations, ce qui aère le texte qui n’a aucun paragraphe, avec par exemple l’histoire de Maria Piment qui fait ses besoins derrière un buisson, pète et disparaît emportée par le vent.
De la poésie grasse et un parler franc, où on imagine les sourires du conteur avec un regard pétillant (euh…) de malice. La mort ne semble pas dénaturer la vie, mais y apporte une certaine sagesse. Car le vieillard critique objectivement la religion ou la politique (‘ce qui se passe avec les religions, c’est qu’on naît dans un endroit où, dans les temples, il y a déjà des saints et on t’oblige à les accepter sans te demander ton avis’). Le tout dans d’un village pauvre rongé par la saleté, les superstitions assassines, les ventres vides et les dettes.
Du brut dans l’évocation des souvenirs, du témoignage de respect et de tradition, mais aussi des passages crus qui rappellent à l’ordre quand la une des magazines fait des dossiers sur l’augmentation des crises existentielles des Français.
‘une fois tous les chats exterminés, grand-mère a inventé un menu basses calories ; il s’agissait d’un dé de lard qu’elle appelait ‘nectar de porc’. Elle distribuait du pain à chacun de nous et le soupirant, toujours servi en premier selon le protocole, déposait le lard sur le sien, mangeait la mie enduite de graisse et déplaçait avec son pouce le porc intact jusqu’au bout du pain.’
J’ai beaucoup aimé ce livre, d’abord sur les positions du narrateur (son état vertical et sur ce qu’il raconte), puis pour Herrumbre. Ce livre est court, rigolo, pas prise de tête et terriblement humain, vivant et entraînant. En même temps, pesant d’atmosphère sous-jacente avec l’état d’abandon permanent et méticuleux, la dégradation douce et lente. Le village meurt un par un habitant, pour finir rayé de la carte, après Tasio, ce sera une ville fantôme. On le sait, mais on ne veut pas de cette fin inéluctable et définitive avec le mot fin. Petit à petit, j’ai appris à l’aimer ce village et maintenant le livre achevé, il est totalement mort, abandonné, comme le narrateur. Mais le souvenir, défi du narrateur, est vivant. Belle notion !
C’est pour ces raisons que je conseille cet ouvrage, il y a beaucoup de choses dedans. Un hic : le fait que le mort monologuant n’ait pas de prénom. J’me suis mise à l’appeler Jean Mouret, comme l’illustre résident du cimetière de Carrières sur Seine dans les Yvelines. Ne vous fiez pas à la couverture pas forcément folichonne, car le contenu qui mérite que vos yeux se posent dessus.
Allez soyons fous ! Je lui décerne un prix, celui de la meilleure phrase vivante dite par un faux mort : ‘pousse-toi au soleil du matin, à ce petit air bien sec, je ne te dis pas de sortir, mais de te pousser’.
© Anne Anyston
(Papercuts. Le webzine qui tranche. Paris)

Susana Weich Shahak

Susana Weich Shahak
Música y Tradiciones Sefardíes
Centro de Cultura Tradicional
Salamanca

Concha Casado Lobato

Concha Casado Lobato
EL NACER Y EL MORIR
en tierras leonesas
Centro Cultura Tradicional
Salamanca


Una selección de esas costumbres y tradiciones que, en torno al nacimiento y a la muerte, eran vida en nuestros pueblos. Descubrirás algunas cosas curiosas, que responden a una forma de sentir acorde con esa sabiduría popular transmitida a través de las generaciones […] valores esenciales y permanentes que rezuma la tradición: vida solidaria, ayuda mutua. Valores y principios que se perfilan claramente en los capítulos de las Ordenanzas municipales y en los estatutos de las Cofradías. Nadie quedaba solo, ni en la enfermedad ni en la desgracia; se sentía arropado por vecinos o cofrades, por esas costumbres vecinales que se hicieron ley de vida.

(Presentación. Frag.)
Índice:

I . EL NACER · Ritos de fecundidad. Embarazo. Alumbramiento. Cuarentena y misa de parida. El recién nacido. 

II . EL MORIR · Viático y muerte. Velatorio y entierro. Ofrendas en la iglesia. - Mes de ánimas.

Manuel Crespo

BIOGRAFÍAS INTERRUMPIDAS
Goethe - Beethoven: una amistad imposible
Manuel Crespo


Un libro es como el pan, un pan especial que alimenta el alma; pan hecho de esa pasta incolora que resulta de amasar el saber y el sentir. Manuel Crespo, Catedrático de Dibujo, sacó en su dia a la luz un homenaje a un escritor alemán nacido hace más de doscientos cincuenta años, a quien valora como 'ave fénix' que sobrevuela sin oposición las letras europeas. Si se tuviera que trazar el perfil de Johann W. Goethe, en 'Biografías interrumpidas', con una frase de las que Crespo le dedica, ésta sería la de 'profundo descifrador de almas'.
Pero después de leer sus páginas, a uno se le queda la impronta de que Crespo, más que de Goethe, de Brentano, de Rollain y de otros de la época, de quien quería hablar era de uno de los dioses de su olimpo íntimo: Beethoven, músico al que conoce, al que ama, al que comprende con una especie de genial ingenuidad en el ver, oír y sentir. Y no sólo por las citas que enriquecen su libro, como la de la carta de Bettina a Goethe: 'Es de Beethoven de quien quiero hablarte ahora, en cuya presencia me olvidé de ti y del mundo entero', sino por su propia pasión por el músico, porque, sin leer una sola de sus partituras, Crespo ha sido capaz desde siempre de enseñarnos ese alma tanto en fondo como en forma, de descifrar el misterio creativo de aquel ser humano de excepción, artista y hombre bueno del que dijo Haydn que jamás sacrificaría un bello pensamiento a una regla tiránica.
Vienen al papel estas palabras porque ya en los tiempos del Santafé me preguntaba por qué Manuel Crespo no había estudiado música en vez de pintura, para internarse 'del todo' en los monumentos sonoros que, sin duda, constituían su gran alimento espiritual. La respuesta quizá la intuyera entonces, cuando yo me afanaba en el Conservatorio y él en Bellas Artes; respuesta que trae en su magnífico libro, no en su boca, sino en la expresión de otro dios: Mozart, cuando a punto de conocer a Beethoven dice: 'Ni la inteligencia, ni la imaginación, ni las dos unidas hacen al genio. Sólo el amor puede hacerlo'.
Este libro-pan de Manuel Crespo me suena, digo, más que a un homenaje a Goethe, o a una sinopsis de la obra de Beethoven, a un tratado de amor hacia quien se sentía enormemente desgraciado porque, según confesaba en una carta a un amigo, su órgano más noble era el oído, y éste se hallaba muy débil. Igual porque lo exterior era pura miseria frente al universo interior que lo poblaba.

© Manuel Garrido Palacios

El día anterior al momento de quererle

Concha García
El día anterior al momento de quererle
Editorial Calambur
  
Nacida en Córdoba. Vive en Barcelona. Co-fundadora del Aula de Poesía, preside la Asociación Mujeres y Letras. Se le considera un referente de su generación. Premio de Poesía Barcarola. Entre sus obras: Rabitos de pasas, Por mí no arderán los quicios ni se quemarán las teas y Árboles que ya florecerán.
A partir de elementos presentes en su intensa trayectoria poética, El día anterior al momento de quererle es, paradójicamente, un libro iniciático que se sostiene en la inminencia y, a la vez, en la memoria; en él recorre las épocas de la vida que incluyen también la de los antepasados y la de los muertos, cuyas voces resuenan en los vivos.

(pág. 37)
Ahora llueve, menos mal que
llueve para que en mi corazón
quepan las anchas salpicaduras
desde el suelo hacia la tierra, y
el pacto que ayer hice con la única
maceta de la casa, una flor de ceibo
color rojo, más intenso
cuando la cambias de lugar. En el
risueño horizonte de la ventana palidecen
tres inusitadas hormigas fuera de su ruta
caídas del cielo, oprimidas,
las gotas de rocío forman pequeños regueros
como cuando un caracol se introduce
en espesas azaleas

© Concha García

Christophe Ono-Dit-Biot

 
INMERSIÓN
Editorial Berenice

Gran Premio de Novela de la Academia Francesa 2013
Premio Renaudot des Iycéens 2013

«La hallaron así. Desnuda y muerta. En la playa de un país árabe. La sal había formado cristales sobre su piel.»

«Una de las historias de amor más hermosas que la literatura nos ha ofrecido en mucho tiempo» (Bruno Corty, Le Figaro Littéraire)

«Una escritura majestuosa. Una novela hermosa y conmovedora» (Valérie Trierweiler, Paris Match)

Presentación:
Jueves 4 diciembre . 8 tarde
Institut Français (calle Márques de la Ensenada, 12 · Madrid)

Revista de Folklore nº 393



ÍNDICE

Editorial: Joaquín Díaz, Director

Margarita López Martín: Memorias del lino en Prádena del Rincón (Madrid)

María Fidalgo Casares: Julia Minguillón y la Escola de Doloriñas, patrimonio etnográfico y antropológico de Galicia

José Ramón López de los Mozos Jiménez y Juan M. de Cózar del Amo: La Pandorga de Semana Santa en Auñón (Guadalajara)

María Teresa Hidalgo Hidalgo: Las canciones de ronda en el ciclo vital de la mujer de la comarca Vegas Altas del Guadiana (Badajoz)

MADRE TERESA DE CALCUTA

MADRE TERESA DE CALCUTA

 “No tener nada” era suficiente para tener a la Madre Teresa entera, con su energía desplegada, con su convicción de que “esa nada” había que compartirla más allá de los signos religiosos o políticos. Bastaba con lo humano. Los turistas que le salían al encuentro se despojaban de joyas, que se recogían en una talega: broches, relojes, collares, pulseras, pendientes o anillos, oro cuyo fin era el trueque por dinero y éste por medicinas y alimentos para llenar en lo posible la inconmensurable “nada”. 
Era ella la que abría la puerta del cenobio de Calcuta cuando iba a buscarla antes del amanecer, aún fresco el día, aunque dentro del edificio hubiera cien monjas para ese menester; y previo a salir rumbo al lugar al que tocara ir, ella servía el te en jarritos para mantener el cuerpo hidratado durante la jornada. Pensaba yo en las personas-globo que viven parapetadas tras los despachos y que para acceder a ellas hay que salvar mil obstáculos. “No tienen nada”; palabras que se me prendieron al alma a las que habría que añadir la insistente cuestión: “Si no tenían nada entonces, ¿qué tendrán ahora?”. Frente a cualquier respuesta, la pregunta seguiría flotando como eco de tragedia, no premonitoria de ningún futuro, sino tragedia del presente rabioso, cuyos protagonistas son siempre los mismos, aunque parezcan otros; seres que, por “no tener nada”, perdieron hasta el latido. ¿De dónde iba a cobrar la Naturaleza su tributo si no era en propia carne?
De las veces que estuve en India, una fue de paso a Nepal, otra para un documental sobre Raví Shankar y otra para lo mismo con la Madre Teresa. Lo primero que me preguntó al llegar a Calcuta fue si me había medicado contra la malaria. Lo hice en Alemania y repetí la toma en Afganistán. Al día siguiente, en una leprosería en plena selva, me lo volvió a preguntar. En estos sitios ella tocaba a los enfermos sin temor al contagio. No era sólo la lepra lo que le preocupaba, sino la malaria. Al irme a Benarés poco después, me recordó las precauciones y la cosa quedó ahí, en un rincón de la memoria.
Tras ser hospitalizada en California en 1991 y caerse en Roma en 1993, con varias costillas rotas, leí en un periódico de Lisboa que estaba ingresada en el geriátrico Woodlands de Calcuta, en cuidados intensivos, mantenida con respiración asistida, afectada por problemas cardiacos. La noticia añadía que en su sangre se habían encontrado parásitos de malaria del tipo Plasmodium Vivax, secuelas del mal que sufrió en Delhi años atrás.
El temor a la malaria que tenía antes de padecerla me sonó entonces como una premonición en esta persona excepcional, fundadora en 1949 de la Orden de las Hermanas de la Caridad, pero que llevaba años haciendo lo que hizo hasta sus últimos días, con su marcapasos, en los barrios más pobres de Calcuta: ayudar, aliviar, dividirse en tantas madres como podía. Nacida en Skopie dentro de una familia albanesa, su faena empezaba a las cuatro de la mañana hasta el oscurecer. Visité con ella el templo de Kali, donde los moribundos esperaban, las leproserías más ocultas, los cenobios donde se formaban mujeres venidas de todo el mundo para seguir su labor. A veces eran viajes de ocho horas para una distancia de 100 kilómetros, a temperaturas que obligaban a buscar resguardo y tomar te contra la deshidratación a cada trecho. Luego la vi en Madrid cuando vino y mi admiración por ella, al margen de creencias, no decayó nunca. Siempre mantuve ese cariño que nace ante un ser humano tan especial, que empezó su labor recogiendo fetos de los basureros para enterrarlos, que llenó su casa de huérfanos hasta que organizó su comunidad. Por eso me produjo un escalofrío la noticia final de que sufrió malaria, como si el bichito infame fuera ese enemigo que esperaba y que ella sabía que habría de llegar. Una de esas cosas que uno no acaba de comprender nunca. 

© Manuel Garrido Palacios
Foto en una aldea comprobando el sonido recogido.

Emilio Ferrín

LOS PUENTES DE VERONA
Emilio Ferrín
Editorial En Huida
Presentación: 3 diciembre 2014 · 8 tarde
Espacio Cultural Colombre
Callejón Colombre (entre calles Febo 2-4 y Esperanza de Triana 35)
TRIANA

Héctor Garrido

CABALLOS EN EL CIELO
© Héctor Garrido
En las marismas de Doñana, caballos salvajes pastan libres sobre el agua. El cielo se refleja como en un espejo. 

Héctor Garrido (Huelva, 1969), fotógrafo especializado en ciencia, naturaleza, retrato y creación artística, autor de fotografías conocidas internacionalmente por explorar en nuevos espacios y conceptos y, de forma destacada, por el uso de la ciencia como materia prima para construir su diálogo artístico, lleva su fotografía aérea a Alemania con la exposición "VOLAVÉRUNT". La Galería de Arte 100kubik, con sede en Colonia, acogerá su nuevo trabajo: "VOLAVÉRUNT". Según explica el autor, el título de la obra hace referencia a uno de los grabados que Francisco de Goya publicó a finales del siglo XVIII -el número 61-, en el que se representa a Cayetana de Silva, Duquesa de Alba, volando como en una ensoñación. Cayetana de Silva era una mujer excepcionalmente hermosa e inteligente que repartía su tiempo entre la Corte, en Madrid, y Sanlúcar de Barrameda, así como en los terrenos cercanos del Coto de Doñana, del que era propietaria. Allí pasó con Francisco de Goya una intensa temporada de la que fueron fruto varios cuadros y muchos apuntes, los conocidos como “Cuadernos de Sanlúcar”. A partir de uno de estos apuntes, Goya realizó el grabado titulado “VOLAVÉRUNT”, donde ella vuela sobre tres brujas, quizás sobre los territorios donde se fraguó su amistad, frente a la desembocadura del Guadalquivir. Con este trabajo Héctor Garrido ha querido imaginar, a través de sus fotografías aéreas, cómo podría haber sido la visión de la dama de Volavérunt, si hubiera podido volar sobre esas tierras andaluzas. Héctor Garrido es uno de los escasos habitantes del mítico Coto de Doñana, el que quizás siga siendo uno de los últimos rincones salvajes de Europa. Desde esa privilegiada posición realiza su labor de fotógrafo para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, conviviendo íntimamente con la naturaleza. Sus trabajos aéreos en Doñana y sus fotografías realizadas en los seis continentes del Planeta han sido publicadas por las más prestigiosas revistas internacionales.

© Natura hoy.com

Julio Alvar

CANCIONERO POPULAR ARAGONÉS
Julio Alvar
Col. La espiga dorada


PRÓLOGO 
(En memoria de Janine)

Dice Juan Ramón Jiménez en El viaje definitivo: 

Y yo me iré.
Y se quedarán los pájaros cantando. 

La esencia de uno de los poemas más bellos que se hayan escrito, impregna lo que dicen, sin decirlo, las voces que sacan de sus memorias lo que conocemos como canciones populares: «Y yo me iré», pero los nuevos vendrán a recoger este testigo sonoro de una época para que otra generación sepa que, a pesar de todo, cantábamos. Cada canción es un nexo, una seña de identidad, un eslabón que une el pasado con el futuro a través de este presente que responde a otro verso: 'Pero lo nuestro es pasar'. Hasta es posible que alguien, aunque no entone ninguna de las canciones, pase por el pueblo, ponga oído, las recoja, las siembre sabe Dios o las fije en el papel, evitando que algo tan indefenso como un eco ayer ande a saltos por la Historia en manos que no aciertan a darle el sitio que merece. ¡Cuánta riqueza de este tipo se perdió por ignorancia o por ese desinterés que es puerta del olvido! La tradición oral es herencia común que pasa por nosotros camino de los que asoman por la esquina del tiempo, y los Cancioneros son colecciones en verso de los sentimientos expresados sobre los hechos que componían la vida, sin que fuera necesaria la rúbrica del autor. El pueblo suele firmar como «Anónimo», que es el nombre más repetido en las obras que nos han llegado. Mayor honor no cabe para un humilde canto que el de ser no-firmado por ese «Anónimo» que representa al ingenio popular y queda marcado como patrimonio de todos. Y aunque lo nuestro sea pasar, es bueno que usemos nasas menudas y sensibles para retener lo que podamos de toda esa herencia, según el Maestro Correas: «Trabajosa en ganar, medrosa en poseer, llorosa en dejar», en vez de dejarla ir, como los ríos de Manrique: 'A la mar, que es el morir'. Para unos, lo que se canta afecta al ámbito social, a las lindes geográficas, une al clan, define al grupo, es parte del ritual colectivo y responde al verso machadiano dedicado a la guitarra: 

Siempre que te escucha el caminante
sueña escuchar un aire de su tierra. 

Para otros es un material virgen, una fuente que no deja de manar, en la que suelen mojar la pluma para activar su inspiración literaria; hay que decirlo: no siempre con ese «respeto imponente» exigido por José Carlos de Luna, ni con el tacto necesario para asumir que «Así es la rosa». Al hablar de tradición me extiendo a lo que es artesanía, música, juegos, costumbres: formas insertas en el ciclo vital de los pueblos. Al centrarme en los Cancioneros, aparte de los ejemplos puntuales que ofrecen obras maravillosas como el Thesoro... de Covarrubias, Autoridades..., y tantos libros que los traen diluidos en sus páginas, podría citar los dedicados en exclusiva a recoger canciones, como los de Amberes, Upsala, París, Palacio, Baena, Reales, Salamanca..., hermosos manuscritos que descansan en los anaqueles de las grandes bibliotecas, con su pátina de polvo de Historia posado en sus cubiertas, además de los temáticos, regionales y locales, que abarcan un repertorio de versos que son regalo para el paladar expresivo por transmitirnos con garbo sentimientos y emociones básicas como el asombro de estar en mitad del misterio de la vida, dichas en un sitio concreto, pero con valor universal. Es fácil que al registrar un documento oral en un pueblo aseguren los informantes: «Esa canción es de aquí porque la cantaba la tatarabuela de mi abuela». Es suficiente. Un periodo de tiempo así de claro hay que interpretarlo como significante de «siempre», aunque cualquier siempre sólo sea un arañazo en la Historia, y ésta, a su vez, con todos sus siglos a cuestas, no pase de ser la visión cantada por el poeta Lara: 'La breve eternidad de un instante'. En este paisaje general se encuadra este Cancionero, uno de los muchos y excelentes trabajos de Julio Alvar, hecho a la vez que dibujaba las rutas del ALEA, junto a su hermano Manuel, o ensanchaba su saber en pueblos primitivos, o detectaba mil formas de latir por la misma cosa en otros mundos que, por lejanos que parecieran, no dejaban de estar en éste. Por eso él prefiere ser llamado Etnólogo, no Antropólogo, aunque desde el afecto, quien le escribe estas líneas lo llamaría sabio a secas. Sabio de campo más que de gabinete. Sabio de todas las técnicas que lleven a retener pálpitos, modos de entender la vida. Resulta una delicia leer sus trabajos sobre El cine como instrumento de la antropología en su mirar hacia otras culturas, o Los purépechas, o La Cultura Popular y el dibujo etnográfico, etc. Este Cancionero popular aragonés, libro que bien podría llamarse Cancionero de Alvar, contiene cancioncillas que arraigaron en pueblos de Zaragoza (su cuna) Teruel y Huesca (San Juan de Plan, Híjar. Abizanda, Almudévar, Caspe, Berbegal, Torla, Aniño, Cañada de Vench, Tramacastiel, Monreal, Jorcas, Huesa, Blancas, Calanda...) y otras ya más extendidas por la geografía española, a las que suma textos que hablan de santos: Antón, Bartolomé, Blas, Valero, Águeda, Pilar, de milagros y misterios dolorosos, o de temas como el suceso de Agustinica, la descripción del arado, El piojo y la pulga, el romance de La loba parda, que en Terriente es colorada, La Matilde, El reloj, La infanta cautiva de Valdeoliva, cuyo raptor resulta ser el hermano, o el lance de la dama apoyada en el antepecho del balcón que recibe proposiciones del caballero que la mira. De todo esto trae sus versiones locales, aparte pastorelas navideñas, letras carnavaleras, de la matanza, de juegos infantiles de comba o rueda, incluso copia un epitafio en verso de 1840 que ve en el cementerio de Teruel, sin olvidar algún conjuro contra el granizo y seguidillas como la que recoge en Ballobar:

Cuando mi madre cierne,
yo me enfarino
para que diga la gente
que yo he cernido'. 

Las canciones han estado ahí todo ese «siempre» al que aludí , y los Cancioneros las han reunido para que no se perdiera algo valioso que no existía mientras no se cantaba, cosa que ha ocurrido en tiempos buenos y en tiempos malos, o sea, cuando se podía cantar libremente o cuando para sobrevivir a los lobos del poder y de la censura había que ahogar ciertas expresiones genuinas: no más que simples canciones oreadas en la plaza, en la posada o en la intimidad; el pecado estaba en que eran fruto de labios dispuestos a ser espita por la que el alma popular expresaba algo que el poderoso, con toda su carga externa, no tenía. «Y yo me iré». Cuando se apague la luz y no quede nadie de hoy, ni los que cantaban o gastaban su tiempo en recoger los cantos, ni los que prohibían cantar, o los que los imponían, o los que aprovechaban lo secularmente cantado en beneficio propio, bien podrían entonarse en honor del de Alvar y de todos los Cancioneros lo que trae en Antología Rota el zamorano León Felipe, que tanto sabía de pueblos, dedicado a quien persiguió toda canción no apta para oídos de dictadores. Versos tan vigentes ayer como hoy: 

Hermano... tuya es la hacienda... 
la casa, el caballo y la pistola... 
Mía es la voz antigua de la tierra. 
Tú te quedas con todo 
y me dejas desnudo y errante por el mundo... 
mas yo te dejo mudo... ¡mudo!... 
¿Y cómo vas a recoger el trigo 
y a alimentar el fuego 
si yo me llevo la canción? 

© Manuel Garrido Palacios

Raquel Rico

RESPLANDOR
Raquel Rico
Ed. Renacimiento
Sevilla

“Nada tengo que hacer / mientras tú no me llames. / Me esfuerzo cada día / y cumplo diligente / horarios y tareas, / mas ese hacer es nada. / Cuando al fin tenga un nombre / que salga de tus labios / y sepa que me esperas, / cada paso del viaje / será por fin camino / y destino / y certeza, / pues sólo a ti me debo”.
Raquel Rico, Profesora de Historia del Derecho de la Universidad de Sevilla, obtuvo el Premio Nacional María Espinosa con poemas de su obra Conciencia del instante y el Luis Cernuda con Miradas. Luego publicó De par en par, en Pre-textos. y Miscelánea italiana, en Signum Edicioni d’Arte.
Resplandor es un poemario dividido en tres partes: 1, A dos voces, 2, Dos amores me habitan y 3, Lugares. En el propio enunciado de estos capítulos se encuentra la esencia de toda la obra: paisajes con el amor de fondo. En cuanto a la forma, la autora cuenta que en 1999 tuvo acceso a una edición de los Sonetos de Shakespeare en la versión de Carlos Pujol, publicada por La Veleta de Granada. Conocía otras traducciones que la habían acompañado en el viaje de su vida, pero fue esa la que despertó en ella la emoción iluminada, inexplicable, que se produce cuando palabras ajenas enseñan a identificar con precisión los sentimientos:
“Las palabras que escojo, / las que buscan nombrarte, / me tiemblan en la pluma, / no quieren escribirse. / Se retuercen dramáticas, / temen ser desmedidas, / excesivas, inútiles, / mi amor las avergüenza. / Y yo, también cobarde, / trivializo la hoguera / que me reconcilia con el mundo, / renuncio a describir cupidos / que enrojecen mi corazón / con la inocencia de la felicidad, / a la aventura / de nombrar un instante / que es tempestad y puerto, / delirio y armonía”.
Todos los poemas incluidos en el primer tramo: A dos voces, son, además, el resultado del reto de utilizar versos de Shakespeare como temática y punto de partida de sus propios poemas; versos, palabras que se integran en el texto o aparecen como cita que lo justifica. Se advierte, por tanto, ecos de los sonetos 10, 17, 52. 57, 58, 65, 71, 92, 97 y 147.
El poema ‘Oscuro, herido, insomne y memorioso’ tiene su historia aparte. Escribe Felipe Benítez Reyes en su libro Vidas improbables que “al endecasilabita Servando Meana, su ambición por concebir una obra memorable le impedía terminar unos poemas que, en el mejor de los casos, se agotaban en un par de versos”. Raquel Rico propuso a los alumnos de un Taller de Poesía que intentaran continuar algunos, y ella escogió éste:
“Oscuro, insomne, herido y memorioso... / vaga el amor que tuve y ya no tengo. / Oscuro porque es negro el laberinto / en el que busca hallar la luz de entonces. / Insomne porque el sueño ya no logra / que mis ojos descansen en los suyos / y herido el corazón late despacio / aguardando que el día por fin llegue. / Memorioso, el recuerdo no abandona / a quien tuvo la dicha de tenerle, / a quien vivió con él en la esperanza”.
Una cita de Natalia Ginzburg: “La única verdadera riqueza del hombre es una vocación”, late a lo largo del libro en el sentido de amar y de expresarlo con la más bella herramienta humana: la palabra. Raquel Rico escribe:
“Porque es tuya mi vida / y tuyo este presente / sin ti, sin mí, sin nada, / te espero cada día. / La ciudad es la misma. / Tiene calles sagradas / que demoran mis pasos, / renacen los jazmines / y la luna suaviza / la noche y la distancia. / Cada rostro es el tuyo. / Hay quien dice palabras / que un día me dijiste, / misteriosas sonrisas / que me enseñan tus dientes / y otros ojos me miran / como tú me mirabas. / Porque sé, porque creo, / porque viví contigo / la certeza más alta, / esperar es lo mío / y en ti mi confianza”.
En suma, “nombradas las palabras”, convencida de que “como un cofre es el tiempo / en que tú estas ausente”, Raquel Rico ofrece en su libro esa porción de misterio poético que hace visible el amor dentro de cada alma, ese no sé qué tan único que contiene la poesía y que ella comparte quizás para “que esta tinta tan negra / pueda hacer que mi amor resplandezca por siempre”.

© Manuel Garrido Palacios