José María de Soto Morón / Paymogo






El último cortejo





Cuando yo expire, con caridad genuina
transportar mi cadáver,
desde Onuba tartesiana y costera
en sentido contrario a la ruta colombina
buscando el noroeste con brújula certera.
Ruta vieja, de caminos angostos
de veredas sin fin en las umbrías
de recuerdos dorados de años mozos
de contrastes de penas y alegrías.
Quiero que crucen el recuerdo
de lo que fui a lo largo de mi vida
aureolado de incienso de tomillos
por los chopos y el puente de la ribera henchida.
Quiero entrar en Alosno por la calle Real
entristecida, al paso del cortejo de lo que fue mi rango
que llevó en sus entrañas el noble y el leal
amor ferviente y recio, al singular fandango.
El eco fuerte y puro del Toronjo me servirá de cántico
el recuerdo del Pinche de solaz y ambrosía
y todo vibrará, copando el ámbito...
con la pureza blanca del arte de Juan Díaz.
De allí, de nuevo, a los caminos duros
a las jaras, tomillos... y a las breñas
que quiero hacer mi posa de extramuros
suplicando, a los pies de la Virgen de la Peña.
Y al final, que mi alma desde el Cielo
vea reposar mis restos, en feliz desahogo
con mis padres y abuelos...
en mi pueblo natal: ¡mi querido Paymogo!

© José María de Soto Morón
© Foto: Marcos Laera

Carmen Castilla Vázquez




Análisis de la dimensión simbólica de una devoción: 
la Virgen de Coronada en Calañas

DEMÓFILO
Revista de Cultura Tradicional
nº 12. Sevilla 1994, pp. 75-92 (frag.)





...el Odiel es el río principal que desagua en la zona hacia el este de Calañas. Nace en la sierra de Aracena, formado por varios arroyos, tiene un caudal muy escaso, pero su importancia radica en separar la cuenca minera oriental de la occidental, dentro de la cual podría localizarse Calañas, dándole a esta última una mayor relación en cuanto a contactos físicos y humanos con el resto de la comarca. Por la mina de Sotiel Coronada discurre mojando los muros del santuario de Nuestra Señora de Coronada y en sus orillas se disponen los romeros que acuden a Sotiel el día de la Virgen. Cuentan los calañeses que ‘su romería tiene mucho que ver con ese río’, y ya el escritor onubense Marchena Colombo le aplicó el calificativo de ‘río Sagrado’. Si es verdad que cualquier lugar puede desencadenar una vivencia religiosa, es evidente que algunos tienen una mayor capacidad de despertar sentimientos religiosos que otros. En este sentido, el santuario al que nos referimos goza de unas características que lo hacen merecedor de estas experiencias religiosas. El santuario, situado en un cruce de caminos y cercano a este río, goza de una significación simbólica para la comunidad, pues fue allí y no en otro sitio donde, queda demostrado, por las leyendas que se relatan, apareció la imagen. En este contexto físico es donde se desarrolla la romería. Unas coplas alusivas nos lo cuentan:

Vamos de romería / a Sotiel,
por ver la virgencita / del Odiel.
A la orilla del río, / bajo su puente,
en la arena sentada / se ve la gente,
y en las alforjas / traen huevos, salchichas,
y dulces toronjas,
Del río le traemos / verde romero,
por tejerle guirnaldas / a este lucero.
Las relaciones humano-divinas se canalizan en muchas ocasiones a través de imágenes de devoción local; devociones adquiridas como propias por una comunidad, con un área de influencia delimitada territorialmente y expresan en sus manifestaciones, un tipo de religiosidad popular particularizada en una religiosidad local. Calañas representa un claro ejemplo de devoción a una imagen local de larga tradición -Ntra. Sra. de Coronada-, venerada en su santuario de Sotiel Coronada, a 8 km. del pueblo. Con esta imagen los calañeses singularizan la generalidad de devociones marianas en una advocación de carácter local, apropiada como patrimonio sagrado de la comunidad. El carácter localista se aprecia a través de los distintos mecanismos de apropiación, legitimándose mediante la leyenda de aparición y hallazgo de la imagen en su término municipal.
La importancia de esta fiesta en el pueblo, relacionada con el motivo sagrado de la Virgen de Coronada, la reconstrucción del ritual y la actualidad del mismo, nos llevaron a preguntarnos por las funciones antropológicas del mismo. Esta fiesta se encuadra dentro de aquellas fiestas-romerías tan abundantes en todo nuestro territorio. Pienso que es importante resaltar las peculiaridades que una fiesta patronal como ésta presenta, y cómo han repercutido en la configuración de la población a la que pertenecen. Estas manifestaciones religiosas que tienen lugar en Calañas, son también utilizadas, aunque en un espacio y un tiempo diferentes, por sus emigrantes. Con ello pretenden reforzar una identidad perdida y garantizar unos orígenes, que podrían haber olvidado al salir del pueblo, ademas de contribuir a la difusión de la cultura andaluza fuera de sus fronteras. Debemos también puntualizar que cuando se trata de hablar de semejanzas y diferencias regionales o locales con respecto a las fiestas-romerías patronales, prestamos más atención a las primeras, quizás más abundantes. Sin embargo en las romerías, pese a su semejante función social respecto a la expresión de la identidad local, cada imagen -sea virgen o santo- ¬posee un carácter simbólico para cada comunidad, una conceptualización de sí misma y de las relaciones con su patrona o patrón.
El carácter simbólico de la Virgen de Coronada, patrona de Calañas, lo hemos entresacado de la convergencia de los rasgos manifestados por los informantes en sus relatos acerca del origen de la devoción y en sus propias descripciones y comentarios, sobre las celebraciones hechas en su honor. Esto implica un acercamiento a las narraciones y aún más a los rituales, de forma que sean vistos como manifestaciones producidas por los devotos o participantes en la fiesta estudiada. [...] El caso de la Virgen de Coronada, al igual que otras muchas devociones, no es una excepción respecto a la minusvaloración que se produce de lo que en cada pueblo separa a la gente entre sí, para enfatizar, en cambio, lo que les une. Sobre la Virgen de Coronada unas coplas conocidas popularmente, recogidas en la revista de las fiestas de 1966, dicen así:

Ya llegó ese día / que Calañas anhela,
día de la Virgen / de la Virgen buena
que todos la quieren / que todos veneran,
que al llegar ese día / que ansioso se espera,
todo es alegría / ya no existen penas,
y el amor a la Virgen / en el pueblo reina.
Y cuando el repique / de campana suena
todo el pueblo en masa / de viejos y nuevos,
de ricos y pobres, / casados, solteros
y los abuelillos / salen con sus galas
para ir por ella / y hasta los chiquillos
con sus canastillos / salen a su espera...

© Carmen Castilla Vázquez

Alexis Díaz-Pimienta (2 novelas)





PRISIONERO DEL AGUA
Premio de Novela Alba/Prensa Canaria
Alba Editorial. Barcelona




Alexis Díaz Pimienta (La Habana 1966) nos regala un gran fresco de su tierra sin tópicos ni maniqueísmos. “Prisionero del agua” es una historia de amor imposible [todos los amores son imposibles] y también la aventura de unos hombres que se lanzan al mar: metáfora de la crisis individual y social; un fresco hecho a pie de obra en una ciudad descrita con objetividad y belleza. Enildo Niebla huye de Cuba en una balsa por amor a Yindra Skármela. La Abuela, el otro protagonista, hace una huída circular, permutando, cambiando de casa, recorriendo la ciudad hasta volver al punto de partida: alegoría de la historia cubana más reciente. En esta espléndida novela hay que destacar la riqueza del lenguaje –fiesta del idioma-, el garbo del estilo narrativo, la fuerza de los personajes y la profunda y descarnada descripción de la vida diaria habanera. Es decir, todo. La literatura cubana de los últimos años se sobrepone a sus propios miedos. “Prisionero del agua” es una obra tan rica de matices, tan hecha a mano que, inevitablemente, quien la aborde terminará siendo prisionero de ella.






MALDITA DANZA
Alba Editorial. Barcelona




“Ser mulata, ser joven, ser cubana y vivir en España es un fastidio. Todo está bien mientras posas de ingenua, mientras dedicas todo el tiempo a enredar con tus trenzas cuanta sonrisa fácil y galanteo inútil se te atraviesan en la calle; todo está bien mientras, indefinida, te dejas arrastrar por la marea del eurocentrismo, del españolismo aséptico, del vedettismo insular y de los tópicos. Oh, los tópicos. Cuba es un trópico de tópicos. Y ahí estamos nosotras, las cimbreantes mujeres del Caribe, elevadas a la categoría inamovible de diosas del sexo y del baile: no importa que te hayas mantenido virgen hasta cumplir los veinticinco años, todo un récord en Cuba, mucho más en La Habana, y muchísimo más si tenemos en cuenta que estuve becada desde los doce años, con todo lo que significan las palabras Beca, litera, pasillo aéreo, cátedra de Educación Física, surquería de tomate, todo un campo lin- güístico que iba estrechándose hasta dejarnos acorraladas entre los sustantivos condón e himen”. Así comienza “Maldita danza”, de Alexis Díaz Pimienta, en cuyas páginas es visto el barrio de Lavapiés en Madrid a través de la mirada de una estudiante de musicología cubana y mulata. La novela muestra la vida interior de su personaje central envuelto en sus contradicciones y en lucha abierta contra los tópicos que encorsetan su vida, su forma de ser, su pensamiento. Huyendo del amor, cae en un torbellino amoroso que la arrastra por sus laberintos caprichosos y accidentados. Es una novela en la que la música, el baile y el sexo se trenzan en una ronda rítmica, marcada por un lenguaje trepidante y sensual que fuerza al lector a preguntarse si puede un baile determinar el destino de una persona. En sus páginas bailan de la mano tópicos, prejuicios, miedos, odios, amores, desamores, raza, sexo y la condición de inmigrante, todo con fondo de música clásica en un escenario en el que transcurre la vida del barrio.

E/E

Teresa Rita Lopes






Teresa Rita Lopes
Cicatriz
El Bardo edit.





“¿Donde comienza y acaba esta corriente esta familia a la que sé que pertenezco desde hace mucho tiempo? ¿Qué nombres qué rostros tuvieron los gitanos del mar cuya tribu abandoné en una anterior generación y a la que ahora regreso en demanda de asilo en este caserón de los abuelos? De aquí son mis abuelos labriegos que alzaron estas gruesas paredes que embaldosaron este patio donde extendieron al sol algarrobas higos mazorcas de maíz y sus hojas con las que rellenaron los colchones donde durmieron parieron y murieron. En carros de muías cascabeleras iban a pagar diezmos transportaban estiércol semillas y cosechas cumplían con entierros y misas e iban a desahogar el cuerpo en ferias fiestas bodas. La misma muía caprichosa comprada a los gitanos en la feria sacaba agua en la noria tiraba del arado y hasta sin montura se dejaba montar”.
La colección de poesía El Bardo nace en 1964 con la dirección de José Batlló y la publicación de un libro de Celaya. Es su primera etapa editora: diez años y un ciento de títulos firmados por Gimferrer, Montalbán, Azúa, Sarrión, Carvajal, Espriu, Ferreiro, Quart, Fuertes... En su segunda etapa, misma dirección y sello de Lumen, publica a Neruda, Hernández, Otero, Goytisolo, González, Alberti y traducciones de Rilke, Heine, Bonnefoy y Prévert. En su tercera etapa es editora Amelia Romero y dirige Carlos Sahagún. Salen obras de Nâzim Hikmet, Ausiás March, Cillóniz, Guillén y antologías de poetas de diversos países.
En la cuarta etapa encontramos “Cicatriz”, obra de la portuguesa Teresa Rita Lopes, cuya prosa poética, o poema en prosa, abre estas líneas. La traduce y prologa Perfecto E. Cuadrado, que perfila a la autora: “Sin adscripción explícita a grupos o tendencias poéticas de voz colectiva e intenciones de intervención social o estética […] Teresa Rita Lopes ha recorrido un camino personal en el que no es difícil detectar sus lineas maestras: la atención minuciosa a lo cotidiano para reconstruirlo desde la memoria y recrear el pasado y el propio presente, y la sencillez del canto buscando siempre un Otro al que pueda llegar su voz, con quien dialogar para vencer la soledad de la ausencia de un mundo consistente: “Veo bajar a los serranos en sus carros de muías más sobrios que los de la costa sin dibujos ni colores ni espejuelos en los arreos sin cuerdas entrelazadas”.
Un rasgo de su poesía es la presencia de Pessoa y de un universo infantil evocado, reinventado y detenido en puros trazos: “El día amaneció con una flor entre los dientes. El día amaneció con plumas alas en los pies en los brazos con un suave dolor. El día amaneció con una sonrisa de aflicción deseando ser agua aire árbol nube montaña barco pájaro mudar de estado mudar de vida. El día amaneció tan joven deseando hacer no sabe qué no sabe dónde pero algo grande”.
Teresa Rita Lopes nace en Faro, ejerce en París como profesora de la Sorbona, se doctora con la tesis “Fernando Pessoa y el drama simbolista” y ocupa la Cátedra de Literaturas Comparadas en la Universidade Nova de Lisboa. Entre sus poemarios están Os Dedos os Días as Palavras, Por Assim Dizer, Afectos, Jogos, A Nova Descoberta de Timor o A Fimbria da Fala. Aparte de sus obras de teatro y sus antologías, tiene traducida su poesía a varios idiomas. Entre sus premios más importantes cuenta con el Ciudad de Lisboa y del Eça de Queirós.
Según Cuadrado, Cicatriz es el nombre del abismo, la huella de la herida del rayo, el singular mayor de tantas cicatrices reducidas a su tamaño; es un cuadro en movimiento con un punto de fuga: la muerte de la madre, en torno al cual se ordena la obra: memoria, elegía y reflexión. En todas preside un latido deliciosamente expuesto: “Viví ya trece años más que Pessoa y ni así he conseguido pasar mi obra a limpio. Sonrío al ver que dije ‘mi obra’. Sé lo que significa tener un huerto una obra no. Viviría para mi huerto si supiera dedicarme a ese ideal. Pero no sé. Sin querer escribo por puro instinto de supervivencia como las tortugas recién salidas del huevo corren hacia el mar”.
La poesía de Teresa Rita Lopes parece estar girando siempre en torno a un verso: “¿Qué es realmente el tiempo para que yo lo aproveche?”, que un día escribiera Álvaro de Campos. o Alberto Caeiro, o Ricardo Reis, o Fernando Pessoa.

© Manuel Garrido Palacios

José Manuel Fraile








ROMANCES DE SALIO
José Manuel Fraile Gil





Cuando hablamos o escribimos sobre la Tradición oral, dentro de lo que llamamos Folklore, lo hacemos en pasado, que es como hacerlo en voz baja: “era así” “se cantaba de este modo” “mi abuelo recitaba” “mi madre sabía cuentos”. Pasa esto también con la descripción de los oficios, las danzas, los juegos, las costumbres de noviazgo, boda y tornaboda, los rituales y tantas manifestaciones de una forma de entender la vida; al fin, huellas que fueron dejando en el camino las generaciones.
En un tiempo no lejano se sintió una voz de alarma de lo que estaba en trance de desaparecer y surgieron libros, revistas, discos, colecciones y programas de radio y televisión para recoger con cierta prisa lo que quedaba, catalogando luego el material y componiendo con todo un testimonio conmovedor porque nos hacía respirar “un aire de nuestra tierra”, es decir, lo más a mano, con lo que lidiábamos en ese momento histórico que nos tocó vivir.
La época de cosechar dejó sus frutos en lo que he citado merced al trabajo de un buen número de personas que vieron en semejante actividad una forma bella de recreación, de valorar los latidos populares de un ayer, a pesar de tener claro que nada iba a regresar como parte de nuestra existencia, aunque sí como materia de estudio, que no es poco.
Un ejemplo es el libro del investigador José Manuel Fraile Gil, que recoge el patrimonio oral de un pueblo antes de ser cubierto por las aguas; riqueza, no ya perdida generacionalmente, sino geográficamente, cuyo escenario yace en el fondo de un pantano. El libro se divide en una Introducción, que nos sitúa en la sociedad de la que eran parte los informantes que aparecen en la imagen, un extenso Romancero tradicional, con las versiones locales de historias extendidas por otras tierras, un hermoso Cancionero, en el que se perciben ecos de los sitios en los que quedaron enredados los versos (o al revés), la aportación infantil, con sus juegos de destreza e ingenio, las adivinanzas, los rezos de cada parte del día, varios cuentos y el universo de las leyendas. Todo, como insiste Fraile Gil en su carta sobre el libro y el disco que lo complementa, en un “intento de conservar una tradición que, como tantas ilusiones, se llevó el agua de Riaño”.
El autor encontró en el pueblo de Salio, gracias a Julia Miranda, la base de esta ciencia etnográfica: las voces casi olvidadas de los informantes. Él lo relata así y no es propio restarle aroma: “Entre dos luces llegamos a Salio, donde bajo un añoso tilo Leónides y Digna Prieto comenzaron a desgranar para nosotros un extraordinario repertorio romancístico que se adornaba con el bien llevado canto al alimón. Prendado como quedé en las redes de aquella memoria e inteligencia innata que en su sencillez mostraban las hermanas Prieto, volví muchas veces a partir de entonces a reunirme con ambas. Digna y Alfonso me recibieron siempre amables en su casa de Baracaldo, donde rememoramos mil veces el paisaje, las costumbres y los cantos de Salio. Con Leónides y Gerardo me entrevisté en Barniedo de la Reina. El fruto de estos encuentros fue la recogida de un cúmulo de saberes que hoy conforman este libro. En una de mis visitas al solar que ocupara Salio, mientras paseábamos por los yertos rimeros de piedras y madera, Leónides recordó el vaticinio que en su infancia escuchó a alguien que pasó por allí: Este pueblo será derruido y no quedará piedra sobre piedra. El pantano que hoy cubre aquellas tierras acarreó la destrucción no sólo de Riaño, cabecera de la comarca, sino de otros núcleos de población como Huelde, Anciles, Pedrosa del Rey, La Puerta, Ascaro, Vega Cerneja, Burón y Salio”, a cuyo eco dedica Fraile Gil el libro.
Una breve referencia de los primeros versos de algunos de los romances y coplas nos dará idea de su contenido: A orilla de una fuente una zagala vi; ¿Cómo no me casa, padre?; Conde Olinos; Cuatro esquinas tiene mi cama; De los árboles frutales me gusta el melocotón; El conde de Flores; El día de San Andrés; El rey moro tenia un hijo; El sábado por la tarde; En Belén parió María; En el monte murió Cristo; En Galicia hay una niña que Catalina se llama; En Valladolid vivía una dama; Estando el señor Don Gato; Estando la condesina en su palacio real; Estando la niña bordando corbatas; Estando un día la Virgen ocupada en su ejercicio; Estando yo en el servicio una carta recibí; Estando yo en mi chozuela / pintando la mía cayada; Gerineldo, Gerineldo; Han de saber que yo soy el valeroso sargento; Jesucristo va por el mundo a las doce de la noche; Licencia pido al cerrojo / licencia pido la llave; Madrugaba el Conde Olinos; Mambrú se fue a la guerra; Mañanita de San Juan; Mes de mayo mes de mayo, mes de la mucha flor; Pastor que estás en el monte; Por la señal de la santa canal; Por ti abandoné a mi madre; Un caballero en Madrid tenía una fiel criada; Un francés salió de Francia / en busca de una mujer; Un mancebo firmemente tuvo con una doncella; Un sacerdote de misa; Una casadita que en tierras ajenas; Villanueva, Villanueva, ¿qué se cuenta por España; Zorriña, vente conmigo a la viña, etc.
Aquel verano del 85 en el que Fraile “se descubrió” Salio. fue el último para el pueblo; “un año después quedó no sólo sumergido, sino demolido y removido hasta los cimientos por la acción destructora de las máquinas”. Lo que ha publicado el autor en este libro ha sido el eco ahogado de una población que, según Pascual Madoz, tenia 30 vecinos en 1.845, poco más de un centenar de almas. Del alma hablamos.

© Manuel Garrido Palacios

Alonso Zamora Vicente






MEMORIA DE HUELVA





Hay ciudades que, para un escolar madrileño, quedaban muy lejos, nunca se podría ir en excursión dominguera o de fin de semana: Huelva, Jaca, Santiago de Compostela, Puigcerdá....Y, sin embargo, surgían y han seguido apareciendo en nuestras conversaciones a lo largo de los años jóvenes y maduros. La costa de Huelva ha sido una de las más socorridas...
Nunca se nos había dicho que el río Tinto lleva las aguas de otro color. ¡Qué asombroso descubrimiento...!. Tampoco sabíamos que la navegación había llegado a San Juan del Puerto. Nadie nos habló de Niebla, ni siquiera al comentar -pedantería agresiva. de los años treinta-, la poesía de Góngora. Niebla, tan bella y ensimismada. Nada sabíamos de Moguer... ¿Para qué tanta declamación gesticulante sobre los viajes colombinos, si no acertábamos a separarle de Palos...? Huelva era para nosotros, en el secarral madrileño, las constantes citas de Isla Cristina, de Lepe, de Punta Umbría, de El Rompido..., lugares de veraneo de algunos felices humanos, y la gran curva abierta hacia la bahía de Cádiz, detrás de la que se ocultaba el Parque de Doñana.. El jovenzano estudiante de secundaria en Madrid seguía viendo Huelva en las reiteradas fotos de los manuales: los largos muelles de carga del mineral en el extremo sur de la ciudad y las minas a cielo abierto, camiones y más camiones deslizándose por el polvoriento camino en espiral, hasta el fondo.
Cuando comencé mi vida de profesor en Mérida (¡pronto hará 70 años...!) era muy curioso ver la añoranza colectiva por los veranos en Isla Cristina o en Mazagón. Ya mayorcito pude hacer una escapada desde Sevilla y acercarme a. Moguer, tras la sombra. de Juan Ramón. No hubo tiem¬po de ir al Pino de la Corona, en el que florece el corazón de Platero... Pude paladear las pinturas de Vázquez Díaz. Visita rápida a Huelva, de aquí para allá, la Merced, gente amable y cordial, más rápido pasar por otros lugares... Gibraleón, Cartaya, Niebla, Bollullos par del Condado... y ese confuso regusto de no haber sido suficiente el esfuerzo...
Me nació entonces la desazón de ir a Ayamonte y cruzar el Guadiana en un barquito de juguete, viejo de años y memoria de innumerables viajeros variopintos, políticos, burgueses inocentones y presuntuosos contrabandistas. Ahora ya sé que nunca podré hacerlo. Muchas veces, al regreso de América o de Canarias, era un reconfortante placer descubrir el mapa de la Península desde el aire. Se reconocía desde Huelva hasta la bruma impertinente que difuminaba el paisaje.
En uno de esos viajes, el avión entró más al oeste: abajo, con enorme precisión, se veía el Guadiana dentro del mar un buen trecho, dibujado su cauce por el color diferente de las aguas, embarradas, quizás más quietas. Hacia el norte, la bruma eliminaba distancias y horizontes. Se me avivó el casi infantil deseo de cruzar alguna vez la desembocadura...
Cuando se celebró una reunión conmemorativa de Juan Ramón -no recuerdo la fecha-, allá tuve que ir. Pude hacer una escapada a Ayamonte.. Una vueltecilla por la ciudad, media mañana, llenas de trajines las esquinas... Hay que aguardar la hora del barquito. Nos acercamos a la Iglesia. En la puerta, de un mudéjar sobrio, preguntamos a un grupito de jóvenes sentados en la escalera, dónde podíamos acudir para entrar. Amabilísimos (¡hasta se levantaron...!) nos contestaron que iba a ser imposible porque Fulanito (¿el sacristán?) se había ido a Portugal de compras. Uno se brindó a localizar a la mujer, que, a lo mejor, quién sabe... No acepté: les dije nuestro proyecto de pasar a Vila Real a comer; se nos haría tarde... No había manera de cortar la caudalosa cháchara de los jóvenes, que yo oía encantado. Era una fluencia conversacional, repleta de simpatía, de naturalidad respetuosa, confianzuda. Llegamos tarde al barquito. Después, tomando café en el Parador, nos enteramos de que iba a pasar por allí un obispo de no sé dónde. Los jóvenes creyeron que yo era el prelado de marras, prelado que no apareció por ninguna parte.
Aún me escarba con frecuencia el afán de ver el puente nuevo. Ya sé que no podré ir: las piernas rebeldes se obstinan en tenerme sujeto en casa. Cartaya, Gibraleón, Niebla, Bollullos, La Rábida, los pasos sobre la ría, las ciudades todas de la costa, todo, en fin, se ha trocado en desnuda ausencia. ¿Cómo sera desde el aire el hachazo del puente nuevo sobre las aguas del Guadiana moribundo? Sólo sé que, por encima de colores, reconocimientos y anhelos personales, flota, protegiendo ese rincón de España un resplandor, un inmenso resplandor. Sí, Huelva es en mi memoria un resplandor, una infinita, acogedora claridad.


DIALECTOLOGÍA ESPAÑOLA (frag.)
Biblioteca Románica Hispánica. Gredos. Madrid 1960


...el seseo en Huelva, Sevilla y Córdoba constituye una faja intermedia entre la distinción y el ceceo. La distinción no llega por ningún sitio hasta la costa, ni el ceceo hasta la sierra (excepto los breves entrantes de Valverde del Camino, en Huelva, y de Aznalcóllar, en Sevilla) como arrinconado hacia la sierra, oprimido por el avance del ceceo.

© Alonso Zamora Vicente

© Fotos MGP

Heriberto Yepes








CONTRAPOEMAS
Heriberto Yépez
Aullido Libros





“Maníacos y locos, / rencos ubicuos con las greñas tiesas y la ropa / puerca y desgarrada / deambulan por las calles atoradas / hurgan entre los montones de basura colectiva, los desperdicios / afuera de las escuelas, / comen la escamocha de los restaurantes / meten la mano y el hocico en las capitaneadas cajitas de comida china y revuelta, / recogen la lechuga rancia tirada alrededor de las taquerías / permanecen cerca de los puestos de comida callejera / porque esa es su única esperanza de comida tibia, / pero huyen de los taqueros / porque sus delantales blancos embarrados / de sangre y pellejos les recuerdan los horrores de las enfermerías…”
Son los primeros versos de Contrapoemas, de Heriberto Yépez (1974), obra editada por Aullido Libros, que dirige Uberto Stabile, a quien tanto debe la cosa cultural de este sur, que la lleva a América cada año como muestrario de los editores independientes: Edita. Sigue el poema: “…los maníacos pepenan las verduras pachichis afuera de la central de abastos, / comen gatos y palomas que asesinan y calientan / en los callejones y luego alacenan en los sobacos, / beben aguas negras en los parques públicos / y en los charcos que se anidan en los baches del asfalto, / rejuntan frascos, buscando latas entre las alcantarillas calamitosas / pordioserando botellas y alambres…”.
Según anota el editor, el autor “escribe narrativa, ensayo y poesía. Libros suyos son las novelas Al otro lado (Planeta 2008), El matasellos y A.B.U.R.T.O (Sudamericana, 2004 y 2005), aparte de Ensayos para un Desconcierto y Crítica-Ficción (ICBC, 2001), y Luna creciente, Contrapoéticas norteamericanas del siglo XX (Cecut-Conaculta 2002)”. Sigue el poema: “…en sus rostros se extreman los rasgos del mundo externo / y la catacumba interior, / monjes locos / limosneros poseídos / ciegos embrutecidos, lisiados cínicos, salen al paso en la avenida / piden monedas aventando su mal aliento en la cara de los cuerdos, / deformados por los días / tronando un vaso de plástico en la acera cicatrizada por los pasos, / acosan escaparates y taxistas, / se mean en postes fálicos e hidrantes estupefactos, / cruzan la calle desnudos enseñando la quemadura extensa, tocan a secretarias semana inglesa y horas extras, molestan a estudiantes a punto de titularse de muerte por hambre, hacen caras a ejecutivos esperando la luz verde del semáforo sobornado / por el reglamento municipal…”
Su obra Wars. Threesomes. Drafts & Mothen, se publica en Nueva York en 2007. Traduce la antología poética de Jerome Rothenberg, quien dice que en “la última década los textos de Heriberto Yépez han abierto fronteras, trayéndonos una aguda inteligencia de núcleo mexicano y de dirección internacional". De su extensa obra vale citar la trilogía Made In Tijuana, Tijuanologías y Here Is Tijuana/Aquí es Tijuana, libro co-editado con Fiamma Montezemolo y René Peralta (Black Dog/Londres). Da conferencias en el ámbito estadounidense y colabora en Laberinto del periódico Milenio de México. Hoy ocupa cátedra en la Escuela de Artes de la Universidad Autónoma de Baja California. Cierra el poema: “…son incurables los maníacos / jalan la camisa de los transeúntes, / raspan la ventanilla de los conductores, / se dejan crecer la barba hasta que una infección los deja molachos y sin cejas, / o empujan carritos de mercado pandeados y ruidosos, / hacen muecas y oraciones engendros de la ingeniería social / sordomudos heroinómanos exigen su limosna / los más depravados se esconden en algún sitio, / una parada de camión, un tiradero, una banca, / los techos bajos para aguardar benefactor o víctima, / los recoge la policía y la gerencia del hospital psiquiátrico local no quiere saber nada de ellos, / los dementes son inmigrantes que enloquecieron por el calor del pavimento […] los maníacos callejeros comienzan a golpearse la cabeza, / se esconden unos de otros, / se meten a dormir en cajas de cartón / desechadas por los consumidores y las pizzerías, / tambos o cobijas arañadas, / repasan en la mente el mundo de los empleados y los cuerdos / (los hombres que pagan renta o lavan su auto) / y caen en la segunda parte de un viaje moribundo pues / cuando la ciudad amenaza con hacerse noche sus locos mueren / en cierto porcentaje”.

© Manuel Garrido Palacios

Raphael Girard




Raphael Girard
ORIGEN Y DESARROLLO DE LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS DE AMÉRICA
Editores Mexicanos Unidos (México DF)





Raphael Girard es una personalidad de primer nivel en el mundo americanista, al que ha dedicado sus estudios sobre el conocimiento del hombre americano prehispánico, su interioridad religiosa, sus símbolos y su historia. Sus publicaciones, editadas y reeditadas en varias lenguas, le dan renombre universal. Instituciones del Viejo y del Nuevo Mundo lo tienen como socio honorario o correspondiente y ha sido distinguido con la Vice-Presidencia en varios Congresos internacionales de Americanistas, aparte de otorgarle su más alta condecoración numerosos países. En su opus magna "Historia de las Civilizaciones Antiguas de América", de la que este libro es una síntesis, el autor atraviesa la barrera de los siglos para llegar a las raíces mismas de las civilizaciones indoamericanas que resurgen de la profundidad del misterio a la plena luz de la historia.

E/E

ALOSNO


ALOSNO
(Un comentario de 1922)



...nido de águilas, ciudadela de comerciantes de Salónica... al llegar a la estación, aparece el pueblo allá como árbol legendario. Un campesino ofrece una yegua de alquiler; una peseta. No importa si uno no sabe montar. El animal es guiado por un perro de caza, entre mastín y pachón, que llevará el camino de este lugar de nómadas, empresarios, corredores de mundo, jugadores de ley. Al sentir el silencio con que sus calles envuelven al forastero, nadie creería estar en la cuna de los ruidosos fandanguillos, de las armoniosas canciones. Uno se pregunta, ¿qué gente aventurera, más astuta y belicosa, situó en tan raro aislamiento este pueblo, sin la situación defensiva de otros, y que conserva su postura y espíritu de mercader más que de guerrero, de fenicio más que de romano? Cetrinos, menudos, ágiles, portugueses por su arrojo, italianos por músicos, hebraicos por negociantes, los alosneros se expatrían y van en busca de la suerte con tanto tesón como acierto; los Lazo tenían factoría de bacalao en Terranova y fletaban barcos con gentes del pueblo para que trabajaran allí; Juan Magro, alosnero, fue uno de los primeros gobernadores que hubo en México. Machado Núñez llegó a Presidente de la República de Guatemala; fueron de Alosno los primeros españoles que le dieron auge a la ciudad de Trinidad, y quizás a su pesar, son inconfundibles de pies a cabeza. Del Alosno eran todos los consumeros de España. ¡Y cómo regresan a la tierra, con su amor intacto, ya potentados! Vuelven a continuar la historia de sus abuelos en costumbres, ritos, fiestas. Cantan y bailan la noche y el día de San Juan, feria más de alegría que lonja de contrataciones. Y siguiendo un ritual antiguo, irán a lavarse, bajo los auspicios de la Luna o de los luceros, a la fuente legendaria. En Huelva observé a un hombre cuya narración formaba cerco. Pregunté quién era: 'Un alosnero que viene de Italia donde posee una fábrica=. Las mujeres parecen las obligadas a guardar la pureza de las tradiciones, a ser el contraste con sus antiguallas de las modernidades que el hombre trae de sus correrías, aunque ellas también colocan sus dineros en negocios.

© Federico Navas (Revista La Esfera, 1922)
© Foto: Héctor Garrido (1992)

Bollullos par del Condado



Óleo de Anne Vallayer-Coster (1744-1818) Louvre. París (Detalle)




Llueve en Bollullos par del Condado un domingo cualquiera. Llueve para llenar mil barriles. Dejas la carretera, intentas preguntar en el pueblo dónde está… pero no ves a nadie a quien hacerlo, y no porque sea temprano, ni porque sea Bollullos par del Condado, ni porque sea un domingo cualquiera, sino porque llueve con tanto afán, con tanto entusiasmo de las nubes que apenas hay un bar abierto a estas horas para despejar los sentidos con un café a tono con el tiempo y orientarse.
Al fin un hombre que pasa hacia sus asuntos: «Buenos días», me indica que lo que busco está «por esa calle arriba-arriba. Tenga en cuenta los charcos». Me gusta recorrer «esa calle» como único transeúnte hasta desembocar en la plaza mojada del Sagrado Corazón; allí tiene su sede el Ayuntamiento y se ubica la hermosa iglesia de Santiago Apóstol con su nido y su campana. Pero ni un ser humano asoma por esquina ni balcón. Lo que sí distingo es, de fondo al picoteo de las cigüeñas de la torre, un leve eco de sonidos que, a falta de otras voces, van dirigiendo mis pasos.
Al rato entro en el Conservatorio de Música y conforme subo la escalera el latido de una orquesta se me hace más presente. Abro la puerta de la sala y toda la gente que antes no vi por el pueblo, está allí sentada presenciando el ensayo del concierto que darán los más jóvenes, los más nuevos, en el Teatro de Valverde del Camino el miércoles a la caída de la tarde.
La primera impresión que anoto es la de haber sorprendido a los ángeles bollulleros interpretando a los grandes clásicos. Se trata de jóvenes solistas que, con sus especialidades en trombón (Miguel Ángel Navarro), trompeta (José Félix Santos), flauta (Paula Caballero), clarinete (María Parreño), guitarra (Celia Fernández y Saúl García), violín (Juan Castilla) y piano (Penélope Carrasco), darán vida a obras de Gabriel Fauré (Après un Rêve), Henry Purcell (Concierto en Si b Mayor), Gluck (Eurídice), Wolfgang Amadeus Mozart (Concierto en La, K. 622), Antonio Vivaldi (Concierto en Re Mayor –largo-), Rieding (Concierto en Si menor, op. 35) y Juan Sebastián Bach (Concierto en Fa menor), acompañados por la Orquesta de Cámara de Bollullos ‘Manuel de Falla’, creada en 1993 a impulsos de un grupo de padres del pueblo con la intención de despertar en los hijos algo más que lo de siempre, creen llegado el momento, siempre a base de esfuerzos, de consolidarla como una más dentro del panorama musical andaluz.
Uno se siente contento de saber que parte de los impuestos que se lleva Hacienda sirve para algo tan bello y tan útil como esta educación universal del espíritu, y se alegra de haber pasado la mañana observando cómo José Joaquín Camacho ha dirigido a la treintena de músicos, entre 13 y 20 años de edad, que con el fin de elevar su nivel, reciben semanalmente, además, la visita de Profesores de la Orquesta Sinfónica de Sevilla.
Uno comparte el pulso de este pueblo que por la mañana le pareció desierto, ignorante de que la energía de la gente nueva, la «que no dejará desiertas ni las calles ni los campos», en palabras de Miguel Hernández, ya se estaba empleando felizmente en hacer música como los ángeles.

© Manuel Garrido Palacios

Juan Manuel Carvajal


Corrales, azufre, cobre y río
(De enclave minero a población dormitorio)
Juan Manuel Carvajal

Te topas con pueblos cuya vida cabe a duras penas en un rincón de la Historia con mayúscula, más atenta a las batallas y a las derrotas (toda guerra es una derrota de ambos bandos) que a los latidos, y ves que son sus habitantes los llamados a escribirla por pertenecer a una memoria colectiva a la que se le han ido pegando testimonios capaces de hilar lo que pasó, que eso es la Historia, lo que pasó; súmale el cuándo, el cómo y la tendrás entera. El por qué hay que buscarlo en la ambición, cuya meta ni el propio ambicioso conoce.
Juan Manuel Carvajal Quirós ha reunido esencia en «Corrales, azufre, cobre y río. De enclave minero a población dormitorio», libro que, con este encuadre general, estaría descrito, pero que puede completarse si le añadimos el subtítulo que la Dra. Alida Carloni da al prólogo de la obra: «Memoria de una aldea onubense rescatada por un minero». En efecto; desde su experiencia minera, Carvajal «recupera un patrimonio antropológico olvidado, sumergido, denigrado a veces por los mismos actores que lo han vivido. Las familias mineras se inclinan por abismar en su memoria los recuerdos ligados a la pérdida de un ser querido que la industria minera les arrebató; remembranza sangrante que sumerge en el olvido los muchos aspectos positivos de las interrelaciones humanas de la esfera minera, hundiendo el patrimonio cultural intangible que representan: la fuerza de voluntad, el afán de superación, la convivencia o el papel de la mujer en el tejido de la cohesión social, además del claro estoicismo frente al dolor y la muerte. Gracias a este libro, Corrales preservará su memoria histórica y los corraleños se verán reflejados» en sus páginas cuajadas de relatos con focos intensos. Del autor dice que «me comentaban en la Universidad de Huelva que este ingeniero técnico de minas representaba una "institución" en la historia de la minería onubense. Tras trabajar juntos en el proyecto de recuperación y puesta en valor del patrimonio minero andevaleño, mi visión es que su labor equivale a la de historiador cronista y notario del Patrimonio industrial y minero del Andévalo». Perfila a Carvajal como autor que «con una pluma concisa, sintética y estilo de cronista, escribe una antropología de lo cotidiano con un vocabulario preciso, sin arabescos literarios. He aquí una etnografía descriptiva en la que los corraleños pueden reconocerse como en un espejo, hecha por un historiador social que, tomando posiciones en favor de los oprimidos, entreteje la trama de la vida de la cultura minera». Los enunciados de sus capítulos corroboran lo que la Dra. Carloni dice de la obra de Juan Manuel Carvajal, empezando por el análisis de «Los cimientos de una realidad industrial», siguiendo con la secuencia clave de cuando «La industria británica se hace con el control de las minas de Tharsis». El capítulo 3º trata de «La nueva política de The Tharsis Sulphur and Copper», con un estudio sobre «Los efectos de la cultura industrial británica». Los capítulos finales hablan de «La estructura del poder y la capacidad de los trabajadores para superar las adversidades», «Corrales entre la decadencia y el progreso» y «El Patrimonio etnológico e industrial y el Corrales del Siglo XXI».
Esta es una obra que lo dice casi todo sobre un pueblo. Obra que pide ser leída no sólo por esto, sino por quien quiera saber algo más de nosotros mismos.

© Manuel Garrido Palacios

Uberto Stabile


Tatuaje
Uberto Stabile

Entrevista

Pregunta: “Tatuaje” es otro libro de Uberto Stabile (Editorial Atemporia), que inicia su andadura por el mundo: “Aquí, el libro. Aquí, el lector”. Preséntalo en dos trazos.
Respuesta: “Tatuaje” es una antología personal hecha desde el rigor, la osadía y la emoción, sin concesiones a lo políticamente correcto.
P: Son ya varias antologías.
R: Tres en España, dos en México y una en Portugal. Son antologías que me han publicado en las que se recogen poesías que andaban dispersas entre editoriales independientes y revistas.
P: Es una fiesta interior poder decir tan cerca y tan lejos: “He aquí mi obra”.
R: Lo es. Comienzo la gira en México D.F., sigo por Baja California, Tijuana, Ensenada, Mexicali, Saltillo en Coahuila, Monterrey en Nuevo León y la finalizo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Jalisco. Así completo un sueño que empezó hace meses en Ciudad Juárez, Sacramento y Chihuahua: recorrer la frontera mexicana leyendo mi poesía y rodando un documental sobre la poesía mexicana actual.
P: México te quiere.
R: Yo lo quiero más. Fue un amor a primera vista, desde sus volcanes al tequila, del mestizaje a su resistencia indigenista, de las novelas de Rulfo a las canciones de Chavela Vargas o Alfredo Jiménez, del universo de Frida Khalo a la poesía de Sabines, de los desiertos de Sonora a las selvas de Oaxaca y Yucatán; México es esa patria que nunca tuve y que como todo forajido construyo en mi propia huida.
P: En un poema dices: “voy despacio, despacio hacia ningún lugar”. Te sale el espíritu de adelantado que abre camino hacia…
R: Creo que lo importante no es el lugar sino la forma de llegar. Hemos construido un mundo del que ahora nos queremos bajar; perdimos valores y arrastramos en nombre del progreso el sueño que los alimentaba. Dice el poeta portugués Alberto: “¿Qué país es este donde la espera desemboca en otra espera?” Es hora de reconciliarse con esa naturaleza que nunca debimos abandonar.
P: Se dice que el novelista viene a escribir siempre la misma novela, aunque parezca otra. ¿Y el poeta?
R: Lo hermoso es volver a decirlo todo de una manera diferente. Todos los poemas son el mismo poema y cada poema es uno nuevo. Ya dijo Juan Ramón en “Espacio”: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo. Yo tengo, como ellos, la sustancia de todo lo vivido y de todo lo por vivir.”
P: Las fuentes son el sentimiento y qué más.
R: Son muchas, aunque sólo la emoción mide la distancia entre lo escrito y lo sentido. En cada verso nos jugamos el siguiente, por eso los mejores poemas nunca se pasan a limpio.
P: Escribir es un trabajo para unos, un placer para otros, una terapia, un dolor, una necesidad…
R: Escribir puede ser trabajo, placer, dolor, terapia, depende de las circunstancias del escritor, pero cuando surge como una necesidad entonces estamos en el mejor de los estados para hacerlo. La escritura es siempre un acto de higiene mental, que deberíamos ejercer todos.
P: En la poesía se muestra el alma con sus cicatrices, sus callos…
R: Hay dos maneras de escribir poesía, desnudo o disfrazado. También hay otra poesía posible, que no necesita ser escrita; es la que trasciende su propio género y nos reconcilia con la vida. En ella ando.
P: ¿Para quién escribe el poeta?
R: Para quien lo lea. No renuncio a ello; me emociona cuando sé que algunos poemas míos han servido a otros para recordar, amar, olvidar, soñar. Es un juego solitario para saber que no estamos solos.
P: Presentaciones en España.
R: “Tatuaje” circulará sólo en México; aquí tengo pendientes “Habitación desnuda” en Tenerife, “La línea de fuego” en Valencia y “Maldita sea la poesía” en Zaragoza.
P: Hijos, libros, el árbol de los versos…
R: Dos hijos, una docena de libros y algún árbol. Voy a sembrar el bosque de la bibliodiversidad, en contra de la deforestación intelectual de este país, que vuelve a oler a pandereta.
P: De una sola gota de lluvia sale un libro de poemas.
R: Y sin escribirlo; basta leer el poema en la misma gota.
P: Andar y andar y el viento lamiendo las pisadas. ¿Para qué andar?
R: Para seguir sintiendo el viento y el mar y la hierba y la tierra bajo nuestras cicatrices, para conocer y olvidar, para soñar; “los sueños pueden ser peligrosos, pero más peligroso es vivir sin sueños”.

© Manuel Garrido Palacios

Manuel Moya







LAS CENIZAS DE ABRIL
XII Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones
Alianza Editorial, 2011




“Podré olvidarme de los demás días de mi existencia, pero no de aquellos en los que me dejé envolver por la locura del 25 de abril. Cuando miro hacia atrás y hago recuento de los distintos episodios de mi existencia, sólo atisbo unos breves instantes de resplandor, y uno de esos pocos instantes es éste, en el que, de pronto, todo lo imposible se hizo posible”.
Sophía acaba de suicidarse en un hotel de París. Ha dejado a un amigo el encargo de rescatar su maleta donde se guardan ciertas claves que conciernen a sus vidas. Corren los tiempos previos a la Revolución de los Claveles cuando Sophia, una joven de familia acomodada, se enamora de Fernando, un idealista radical que transforma su percepción de la vida social y política portuguesa.
Crecidos en una Angola azotada por las guerras coloniales, ambos se implican en la lucha contra la dictadura, formando un comando terrorista cuya misión será secuestrar a un agente de la PIDE, la temida policía política, que les anda siguiendo los pasos. Sin embargo, la información que obtienen de su secuestrado les revela no sólo sus métodos expeditivos, sino también una cuestión personal que alterará de forma irreversible sus existencias.
Las cenizas de abril, construida como una inquietante novela de intriga, está narrada desde la perspectiva de un joven exiliado en París que se adentra en las peripecias, sueños y desencantos de cuatro personajes, víctimas de unos tiempos oscuros en los que aún cabe la esperanza de la revolución y el fin de la dictadura. Con una estructura de saltos retrospectivos, llena de sugerentes descripciones, Manuel Moya esboza todo un fresco de la sociedad portuguesa de la época que bien podría ser también la española. El autor nos introduce en los mecanismos de un régimen perverso que, enrocado en sí mismo, se encamina hacia su ocaso, para desembocar en esos días maravillosos e irrepetibles que siguieron al 25 de abril, la Revolución de los Claveles, tan sobrecargados de ilusiones como de sombríos desengaños.

© Editorial.







LA TIERRA NEGRA




Venía el hombre tristón tras hablar con la nieta de María, que le había mostrado la carta que le escribió el abuelo Joaquín poco antes de ser fusilado contra las tapias de cualquier cementerio. Escritura a mal lápiz y peor papel que había tenido que pagar comulgando en la celda. “Si me vais a matar igual, ¿para qué la comunión?”, preguntó. “Comulga y no te hagas líos de cabeza”, le respondieron. “¿Seguro que si comulgo recibirá la carta mi María?” “¡Faltara más! ¿Es que no tenemos palabra?”.
Venía el hombre por la calle de la gran ciudad setenta años después de que Joaquín hubiera escrito la carta y le hubieran estampado las entrañas contra el paredón rato más tarde. Setenta años después de que María recibiera la carta en la que Joaquín se despedía, carta en la que le habían obligado a añadir un párrafo que dejara claro que lo habían tratado bien. Setenta años después de que el que le llevó la carta obligara a Maria a beber ricino por no estar conforme con el crimen.
Venía el hombre bajo de ánimo cuando el cartero le entregó un paquete con un libro: La tierrra negra, una novela escrita por Manuel Moya, en su Fuenteheridos natal y vital, dedicada a quienes, como la nieta de María, combaten a su manera la impunidad, a quienes buscan a sus muertos, a quienes sienten la historia no como “cuatro cosas que pasaron, ¡qué le vamos a hacer!”, sino como muescas de dolor, injusticia y sangre.
Se le agolpaban al hombre ¿qué historias? contadas por ¿cuánta gente? en Dios sabe dónde. Historias de ricino y pólvora, de cales salpicadas al alba, de ayes y de infamias. Y acudían a su mente las páginas escritas por María Dolores Ferrero Blanco sobre la resistencia rural en el suroeste andaluz en La historia del año de los tiros (la infamia no tiene fecha fija), o los sucesos de El Campillo durante la maldita guerra -¡malditas todas!- en la que hurga el denso, emocionante libro de Manuel Moya.
Venía pensando en estas cosas cuando la novela lo llevó por más caminos del pasado, por páginas que traían a los protagonistas a su sala, a su cocina, a su patio para ser parte de ese catálogo de atrocidades que conforman la pequeña gran historia de los pueblos; historia sin mayúscula y pintada en rojo, que no es más que la partida mortal de unos contra otros, hoy venganza, mañana fusilamiento, pasado silencio; algo que cuesta traducir a palabras y que en el caso de este libro el autor lo ha hecho soberanamente mojando en la tinta del corazón.
La tierra negra, editada por Guadalturia, escrita por alguien que tanta cultura ha movido en este ámbito, Manuel Moya –narrador, poeta, crítico, traductor–, es la trágica sucesión de hechos de unos fugitivos en el paisaje de la Guerra Civil; gente que permaneció oculta en la recóndita Sierra por toda una eternidad de siete años. Voces que sólo al morir uno de ellos alzaron el tono y levantaron la cabeza para que fuera enterrado “como se entierran a las personas”.
Este es el eje sobre el que gira la historia que se cuenta. Es como un cuerpo que en su interior guarda toda la complejidad del conflicto que se vivía, de las circunstancias que rodeaban el momento. La novela deja en el lector el perfil de la anatomía del odio, y siempre la infamia, y el dolor, y la sangre, y la tenaz linde con un letrero invisible marcando que “ese muerto no era de los nuestros”. Alrededor de esto van las aspas de treinta y dos capítulos y una nota de cierre removiendo los aires irrespirables de un paisaje en un tiempo determinado.
Manuel Moya, que tanto ha dado (hasta dos poetas en uno) nos sorprende ahora con esta novela, de la que él dice que los hechos de los que se nutre “son aproximadamente reales o, mejor, casi nada de lo que cuento es rigurosamente verdad, si bien, los cinco "topos" existieron (eran naturales de Navahermosa, Galaroza y La Nava). He sentido mucho más interés por la realidad simbólica que por el rigor histórico. De haber querido hacer historia, habría emprendido una investigación. Sólo he pretendido escribir una novela que hable de la dignidad, y la dignidad muy raramente habita fuera del corazón palpitante de las mujeres y de los hombres”.
Venía el hombre tristón y de pronto topó con esta ¿realidad simbólica? plasmada en una de las novelas más duras e intensas escritas en los últimos tiempos.

© Manuel Garrido Palacios

Camilo José Cela

Vagabundo por el Condado de Niebla.
Primer viaje andaluz (Madrid, 1959)








...el vagabundo, por el aire, ve pasar tres aeroplanos que van como locos y envueltos en un ruido atemorizador. El gavilán y el palomo burraco que le huía, huyeron juntos: espantados los dos del ave del diablo que habían inventado los hombres.
-¡Van cagando rayos, maestro!
-¡Y usted que lo diga, compadre!
El vagabundo se fue a almorzar de lo que llevaba puesto -que no era mucho- y de los higos que la Divina Providencia colocó a sus alcances -y que eran tantos que no se daban comidos-, más allá del paso a nivel del tren minero y a orillas del cauce del Chorrito, que queda a más del medio y abierto camino de Gibraleón a Cartaya. El Chorrito es vena de agua que cae al Odiel por Aljaraque, frente a Huelva y sus islas.
Un hombre jinete y un burrillo rucio, pasó camino de Cartaya.
-¡Muy grande me parece usted para higuerero, amigo!.
El vagabundo disimuló como pudo.
-No se fíe usted de tamaños, patrón; ahora andan las cosas muy revueltas.
-Ya lo veo, ya...
Cartaya, más allá del arroyo Sorbijo, que viene del rincón al que llaman Canito, es pueblo lleno de luz y de tradiciones marineras. Juan Vizcaino y Rodrigo Talafar y Alonso Rodríguez, anduvieron en lo del descubrimiento de América.
El vagabundo, en Cartaya, tiene un amigo que se llama Roque Redondo Méndez y es talabartero. Roque Redondo Méndez, por eso de que llegó durante la guerra a brigada de intendencia, prefiere que le llamen don Roque. La gente -¡qué mala es la gente y qué poco les hubiera costado a todos el complacer al amigo del vagabundo!-, en vez de llamarle don Roque o, por lo menos, Roque, le dicen Espantible.
-¡Al primero que me llame Espantible lo mato! -dijo don Roque un día que se ajumó.
Desde entonces, claro es, le llama Espantible todo el mundo. Que el vagabundo sepa, don Roque todavia no mató a nadie.
Cartaya es tierra de marismas, como Huelva; estos países en los que la tierra y el mar se casan, o se aconchaban, y viven juntos y confundidos, suelen ser cuna de buenos navegadores.
Espantible, vamos, don Roque, invitó al vagabundo a una copita de vino; el vagabundo, en prueba de su reconocimiento, le llamó don Roque.
-¡Qué gordo está usted, don Roque, y que buen pelo cría!.
El río Piedras, para vaciarse en la mar. forma un estero bien guardado de los vientos y otras inclemencias.
Espantible puso un gesto de tonto de escalafón.
-¡La buena vida, amigo mío, la buena vida...! Qué, ¿me acepta usted otra copita?
-¡Hombre, don Roque, no le voy a desairar a usted!.
El río Piedras baja lento y solemne, perezoso y señor. El arroyo del Tariquejo va al rio Piedras. Y la cañada de los Hor nos. y el carío de la Rivera, y los esteros del Carbón y de los Tejares, y el arroyo Sorbijo -que ya saltó el vagabundo- y el Margarita y el Pozuelo.
Espantible se infló como una novla talluda.
-¿Y alguna tapa..., mojama, huevas, cangrejos, pescado frito?
-¡Hombre, don Roque, me pone usted en un compromiso! ¡Yo, a usted, no le puedo decir que no!
El río Piedras sale a la mar por el faro del Rompido. Desde el Rompido a Punta Umbría, entre pinos, toda la playa es cartayera.
Espantible empezó a babear.
-Mire usted, amigo, yo creo que lo mejor es que cenemos juntos.
-Bueno, don Roque, todo llegará; ahora estamos bien por aquí por los bares, don Roque.
Los pescadores de Cartaya se traen a tierra el robalo, el choco y el lenguado.
Espantible rompió a bizquear.
-¡Tiene usted razón! ¡Cada cosa a su tiempo! Pero usted cena conmigo, ¿eh?
-¡Don Roque!.
Por este campo crecen el eucaliptus y el pino, el naranjo y la vid, la higuera y el almendro.
Espantible comenzó a sentir fenómenos de levitación.
-Sí, sí..., usted cena conmigo, ¡no faltaría más! Pero ahora vamos a tomarnos un aperitivo que quede bien.
-¡¡Don Roque!!
Cartaya es pueblo que reza a San Pedro, el pescador, hoy
guardián de las puertas del cielo.
Don Roque se volvió al mostrador.
-¡Niño! ¡Una botella de San Patricio y todo lo que haya para picar!
-¡Va en seguida!
Don Rqque y el vagabundo, por mor de las tapas, estuvieron esquilmando cocinas tabernarias desde las seis haste las diez.
-¿Otra copita?
-¡A su salud, don Roque!
El vagabundo llegó a la cena en no muy buenas condiciones. Sin embargo, y como en su cartilla bien claro se dice que la única causa noble para no comer es la de no tener que comer, el vagabundo -una mano en la pared y dos dedos de la otra en el gañote, pero por dentro- devolvió a Cartaya lo que era de Cartaya y se quedó como nuevo.
La señora de don Roque, doña Ana Fleming Parreño, naturaI de Valvercle del Camino, el pueblo de los zapateros, obsequió al vagabundo con unos chocos con habas de las cuales guardará eterna memoria, junto a su gratitud eterna.
El choco es un calamar berrendo en marisco y un bocado de finísimos gustos. Los chocos con habas se cocinan friendo unos dientes de ajo en aceite, tan abundante como abrasador, y echando encima de todo los chocos cortados en pedacitos, se revuelven bien y, al medio cuarto de hora o poco más, se le añaden las habas y algo de agua caliente; se revuelve con cuidado, se tapa no del todo y, cuando el agua se fue ya por el aire, se sirve al afortunado a quien se ha de servir.
-¡Bendito sea Nuestro Señor Santiago que, de vez en cuando, nos permite despertar el bandujo!
El vagabundo, aquella noche, durmió en casa de don Roque. Su señora era muy amable y, al día siguiente, le dio de desayunar y hasta le permitió que se lavara los pies. ¡Qué fecha más señalada, la del encuentro con don Roque, en la vida del vagabundo!
De Cartaya a Lepe no hay más que una legua, fácil de andar aunque el terreno, a veces, sea algo escarpadillo. Quien quiera higos de Lepe, que trepe...


© Camilo José Cela