Cabo de San Vicente. Algarve
© Fotos Héctor Garrido
© Fotos Héctor Garrido
Llevo en el macuto el libro ‘Las jarchas mozárabes’, de Álvaro Galmés de Fuentes (Crítica, 1994). Parto temprano desde Lagos hacia el Cabo de San Vicente (donde se inicia la costa vicentina, no bizantina, según deslizan algunas voces) para buscar una referencia, una ruina, lo que quede de la iglesia de Cuervos, que Galmés valora como ‘el más famoso de los santuarios cristianos del sur de al-Andalus subsistente hasta mediados del siglo XII, pues lo describe al-Idriī-sī [m. 1162. Edresi, de l’Afrique et de l'Espagne, trad. del árabe por Dozy y Goeje] quien afirma que no había experimentado cambio alguno bajo la denominación islámica esta iglesia de los Cuervos (kanīsat al-Gurāb), situada en un promontorio, avanzado sobre el mar, del cabo de San Vicente, en el Algarve’. El texto citado, que documenta que en pleno siglo existen en al-Andalus centros religiosos cristianos de gran vitalidad, dice que esta iglesia de los Cuervos ‘no ha sufrido ningún cambio desde la época de la dominación cristiana; posee tierras, procedentes de piadosas donaciones y de regalos concedidos por los cristianos que acuden allí en peregrinación. En su techumbre viven diez cuervos; jamás se les ha echado en falta, jamás se ha observado su ausencia. Los sacerdotes que sirven a la iglesia cuentan de estos cuervos cosas maravillosas, pero se dudaría de la veracidad del que quisiera repetirlas. De otra parte, es imposible pasar por ese lugar sin tomar parte en la abundante comida que proporciona la iglesia; es esta una obligación ininterrumpida, una costumbre de la que nunca se aparta... La iglesia está servida por sacerdotes y religiosos. Posee grandes tesoros y rentas muy considerables, que proceden de tierras que le han sido legadas en diferentes partes del Algarve’. Al hilo del relato hago mi trabajo de localización y, siguiendo la costumbre de la buena reposición de fuerzas de los antiguos peregrinos, tomo mi ‘pequenho almoço’ de media mañana en la venta que queda al otro lado del camino, donde, además del buen yantar, me confirman que lo que acabo de visitar es lo que se conoce en la zona desde siempre por iglesia de los Cuervos y que cuantas reliquias pudiera haber guardado en su tiempo, fueron trasladadas a Lisboa. El graznido de las gaviotas sobrevolando el fuerte oleaje se mezcla con el de unos cuervos, cuyos antepasados dieron nombre al sitio. Me pregunto si ellos lo sabrán.
© Manuel Garrido Palacios