Entro en San Gimignano de mañana por la puerta amurallada de San Giovanni y estreno asombro ante este pueblo, fundado por los etruscos en el s. III a.C., que toma su nombre actual en el siglo X del obispo Geminiano, que lo defiende de los hunos de Atila. Patrimonio de la Humanidad desde 1990, este asentamiento en las colinas toscanas, a un rato de Siena o de Florencia, es un excepcional testimonio de la arquitectura medieval. Las familias pudientes de la época rivalizan en poseer la torre más alta, señal de su poder, torre que a su vez sirve de bastión y de parada y fonda para los peregrinos que van a Roma por la Vía Francígena. Conserva 15 torres de las 72 que tuvo, y cuatro plazas: Cisterna, Duomo, con su Colegiata -antes catedral-
Pecori y Erbe. La iglesia de San Agustín guarda una generosa muestra del arte renacentista italiano, al igual que el Palacio Municipal –ayer sede del Podestá-, con su colección de obras de Pinturicchio, Gozzoli, Lippi, di Michelino o Pier Francesco Fiorentino, aparte de una Maestà pintada al fresco por Memmi y la Torre Grossa, que supera el medio centenar de metros de altura. El pueblo, cruzado de principio a fin por las vías principales de San Matteo y San Giovanni, se independiza en 1199 de los obispos de Volterra y, aunque le afectan las diferencias entre güelfos y gibelinos, consigue preservar lo que puede de su arquitectura y de su arte. Cuentan que el 8 de mayo de 1300 aloja a Dante Alighieri como representante de la Liga güelfa en Toscana. En 1348, la Peste Negra lo hace someterse a Florencia. En el siglo XIII le nace Santa Fina, o Serafina (aún permanece en pie la casa en la que dicen que vivió). Me indican que vaya al Museo de la Tortura para que vea los inventos del hombre para hacer sufrir. (Recuerdo que en España, en un pueblo de Cáceres: Garganta la Olla, tenía uno don Antonio Gómez, que reunió un buen número de instrumentos de la comarca). Ya digo, entro por la mañana en San Gimignano y al caer la tarde paso al cuaderno esta breve nota en una torre desde la que contemplo el campo toscano y un horizonte al que jamás se llega.
© Manuel Garrido Palacios