Tengo por uno de los poemas más bellos que se hallan escrito jamás el que el poeta siente como Viaje Definitivo. Dice así:
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando,
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron,
y el pueblo se hará nuevo cada año,
y en el rincón de aquel mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico.
Y yo me iré, y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
En 1986, recién salido a la luz tras una ceguera de meses, fue el poema el que me llevó a rodar la película ‘Juan Ramón de fondo’ (55 min.) para una de las series televisivas en las que andaba inmerso en ese momento: La Duna Móvil. Reuní para ello a poetas locales y, sin salir del ámbito de Moguer, procuré dejar en el celuloide una visión de Juan Ramón Jiménez en las voces de los que participaron: nombraré a los que ya no viven: Figueroa, Feria, Arcensio o Abelardo. Rodé libre de prejuicios, ajeno a las diferencias que existían entre ciertos poetas; me refiero a ese incesante ‘que si tú que si yo’ destructivo capaz de dar al traste con una energía que quizás produciría fruto más noble de mediar la elegancia y no la acidez, la voluntad y no las neuras revueltas. Mi idea era integrar a representantes de todos los grupos, sin importarme lo que A tuviera contra B, C o Z y viceversa (¡qué cruz!), con idea de hacer una breve antología filmada del momento poético en el ámbito juanramoniano. La película se hizo, aunque, salvando honrosas excepciones de saber estar, que no abrieron el pico en todo el rodaje ni para bien ni para mal- recibí presiones constantes sobre a quién tenía que ‘sacar’ en el film y a quién no ‘porque patatín patatán’, llegando alguno al punto de decirme que no lo pusiera ‘al lado de mengano o de sutano’. Por supuesto, no lo puse ‘al lado’, sino frente por frente, con lo cual solventé el absurdo capricho. Mi equipo y yo habíamos visto a mucha gente rara por esos mundos, pero no tanto por tan poca cosa. Incluso otro alguien, o el mismo, se atrevió a plantearme que ‘si venía fulano, él se iba’. Harto de tanta miseria, le respondí: ‘Pues vete’. No se fue, claro.
Ahora que se homenajea al Nobel -precisamente con el título de la película: Juan Ramón de fondo, aunque sin nombrarla, claro- he querido tomar esta nota que me ha venido a la mente como breve recuerdo de aquel trabajo. La memoria hace su balance y ve que, de entonces acá, poco han cambiado los protagonistas; unos han permanecido en su sitio, con una integridad que emociona, y otros, no sólo han seguido el camino ya marcado entonces por la soberbia y la estupidez, sino que lo han superado con creces, posiblemente porque les dio tiempo para ensayar.
Ando en tratos para hacer una segunda parte del apasionante mundo juanramoniano. En principio, y vista la experiencia, se rodaría en Puerto Rico con poetas y testimonios de allá y contaditos de acá. Juan Ramón Jiménez merece ese respeto.
ALMUTAMID
Abro la carpeta
en la que llevo poemas de Almutamid (1040-1095) traducidos por Emilio García
Gómez y leo uno:
El relámpago la asustó
cuando en su mano
el relámpago del vino resplandecía.
¡Ojalá supiera cómo,
si ella es el sol de la mañana,
se asusta de la luz!
En el ferry que cruza a Tánger desde Algeciras viajan tres muchachas que van por primera vez a Marruecos, según sus palabras, mientras ven esta unión de un mar y un océano en todo su esplendor. Sigo leyendo:
En sueños tu imagen
presentó a la mía, mejilla y pecho;
recogí la rosa y mordí la manzana;
me ofreció los rojos labios y aspiré su aliento:
me pareció que sentía el olor a sándalo.
Ojalá quisiera visitarme cuando estoy despierto
Pero entre nosotros pende el velo de la separación:
¿Por qué la tristeza no se aparta de nosotros,
por qué no se aleja la desgracia?
Supongo que el trayecto sobre unas aguas revueltas hoy en el Estrecho lo van a hacer acomodadas en el interior del buque, igual temiendo mareos o por pura timidez ante este acontecimiento que van a vivir, pero pronto rompen con ello, salen a cubierta, se apoyan en la baranda y el miedo a lo desconocido lo cambian por un cálido y contagioso entusiasmo.
por su cuello,
una gacela por sus ojos,
un jardín de arriates
por su fragancia,
una rama de sauce
por su talle.
Les digo que no es poco pasar a otra cultura, a otros sabores, a otros aromas, a otra lengua cruzando el agua, donde no existe transición posible, sino un corte a tajo. Por si no fuera suficiente, saltan delfines a babor como si quisieran infundirles confianza o les dieran la bienvenida, y las tres muchachas los señalan, les gritan, intentan retratarlos para retener la magia del momento. Todo les sorprende, de todo disfrutan, todo lo celebran, todo lo viven. Continúo el poema de Almutamid:
El corazón persiste y ya no cesa;
la pasión es grande y no se oculta;
las lágrimas corren como las gotas de lluvia,
el cuerpo se agosta con su color amarillo;
y esto sucede cuando la que amo a mí está unida:
¿Qué sería, si de mí se apartase?
Su
capacidad de admiración parece que se ensancha; hasta les brillan lágrimas de
tanta emoción junto a la frase inevitable: ‘Creí que nunca vería esto’. Quien
ya pasó por este camino comparte el sentir.
Te he visto en sueños en mi lecho,
y era como si tu brazo mullido fuese mi almohada;
era como si me abrazases, y sintieses
el amor y el desvelo que yo siento;
era como si te besase los labios, la nuca,
las mejillas y lograse mi deseo.
¡Por tu amor! Si no me visitase tu imagen,
en sueños, a intervalos, no dormiría más.
Me preguntan por el motivo de mi viaje. Les digo que voy a Agmat a un encuentro con gente que escribe poesía, que la recita, que la escucha, que la saborea sin más y que, algunas veces, la saca en libros. Se ha escogido Agmat como marco por estar allí las tumbas de Almutamid, Rumaiquiya y una de sus hijas:
¡Oh mi elegida entre todos los seres humanos!
¡Oh estrella! ¡Oh luna! / ¡Oh rama cuando camina,
oh gacela cuando mira!
¡Oh aliento del jardín, cuando
le agita la brisa de la aurora!
¡Oh dueña de una mirada lánguida
que me encadena!
¿Cuándo me curaré? ¡Por ti daría la vista y el oído!
Tu frescor aliviaría
la oscuridad de mi corazón.
Ya en tierra, camino de Agmat, les sugiero que recalen en Tánger, Assilah, Larache, Bolubilis, Fez, Xauen o Marrakech, que ofrece la sensación de asistir al latido maravilloso de la Plaza del Fna, o Asamblea de muertos, y se diluyan en el laberinto de la Khasba, donde colores y aromas envuelven y encantan.
Tres cosas impidieron que me visitara
por miedo al espía y temor del irritado envidioso:
la luz de su frente, el tintineo de sus joyas
y el fragante ámbar que envolvía sus vestidos.
Supón que se tapa la frente con la amplia bocamanga
y se despoja de las joyas,
más ¿qué hará con su aroma?
Las tres muchachas, tras haber visto el mar por primera vez, se interesan por Almutamid y deciden seguir hasta Agmat para integrarse en la reunión de gente que hace poesía, que la canta, la recita, la ama.
Dos mujeres
escapadas de un libro sagrado sacan agua de un pozo de brocal de piedras
situado en el camino de Settat, cerca de Marrakech. Ambas tiran de la cuerda
que eleva el cubo rebosante, como si ensayaran el ritual de un ritmo, el de la
vida, por ejemplo. La carrucha herrumbrosa cuelga de un trípode de palos;
madera que se curva a cada esfuerzo sin que en siglos se haya roto. O se ha
roto pero a mí me gusta que no se haya roto. Se queja. En tortuoso camino veo
un accidente de autobús en una curva. Se hace lo que se puede hasta que las
ambulancias lleguen. Coloco la cabeza sangrante de una anciana sobre un cartón
y la cubro con otro para evitar que la llovizna le empape el rostro.
Los que pueden hablar cuentan entre ayes que el vehículo resbaló con el agua, volcó, dio vueltas cuesta abajo y la gente rompió con sus cuerpos los cristales de las ventanillas. Ahora yacen sobre la hierba o lloran sentados en las rocas que flanquean la triste visión del suceso. El autobús humea con las ruedas hacia arriba. Alguien dice que nos apartemos todos por si explota. Es el cuadro de la indefensión humana. Las mujeres escapadas del libro sagrado me ven parar luego junto a ellas y me preguntan qué ha ocurrido allá lejos que no cesan de venir ambulancias. Les digo lo que acabo de contar y les pido de beber. Me dan un cucharro de corcha para que me sacie. Resuena en mi memoria mi pueblo de Alosno y su copla siempre a punto:
Dame agua de tu noria
que vengo muerto de sed.
Jesucristo, por beber,
le dio a una mujer la Gloria;
yo te voy a dar mi querer.
Haimas repletas de objetos de barro se alinean en otros tramos del camino. Si paro, compro. Seguro. La habilidad de los mercaderes anula la que uno cree tener para el regateo. Pero si no les discutes es peor. No te aprecian como comprador. El equilibrio, según Mohamed, está en esto: de lo que te pidan por un tiesto lo divides por la mitad y ahí empieza el tira y afloja. Será difícil marchar de vacío. El tope es cuando te ofrezcen otra cosa desviando tu atención del objeto que deseas. Ahí tienes que decidir.
Luego de tanto trote llego a la tumba de Almutamid, en Agmat. Ya vine hace unos meses con ocasión de rodar un documental sobre él, Rumayquiya (Itimad) y la hija que duerme eternamente junto a ellos. Las tres tumbas están en el Mausoleo que cuida Ait Zaouit Abdelkrim, que recita fragmentos de poemas de Almutamid Ben Abbad como si el poeta muerto reviviera en su voz emocionada. Los versos están escritos en árabe en el zócalo que adorna el recinto, templo levantado en honor de la Poesía, que abre sus puertas al nacimiento del Sol. Aparte de lo escrito en los muros parece flotar un eco de Rumayquiya diciendo aquellos versos finales: ‘Ya estoy para siempre junto a él. Dejadme en paz’.
Luego de tanto trote llego a la tumba de Almutamid, en Agmat. Ya vine hace unos meses con ocasión de rodar un documental sobre él, Rumayquiya (Itimad) y la hija que duerme eternamente junto a ellos. Las tres tumbas están en el Mausoleo que cuida Ait Zaouit Abdelkrim, que recita fragmentos de poemas de Almutamid Ben Abbad como si el poeta muerto reviviera en su voz emocionada. Los versos están escritos en árabe en el zócalo que adorna el recinto, templo levantado en honor de la Poesía, que abre sus puertas al nacimiento del Sol. Aparte de lo escrito en los muros parece flotar un eco de Rumayquiya diciendo aquellos versos finales: ‘Ya estoy para siempre junto a él. Dejadme en paz’.
© Manuel Garrido Palacios
© Fotos MGP.
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