Francisca Aguirre
Ed. Ayuntamiento de
San Sebastián de los Reyes
Portada e
ilustraciones: José Hierro
Universidad Popular
INTRODUCCIÓN (pg. 13)
Había una vez un país
desdichado y hermoso, como todos los países; con una historia hermosa y
desdichada, como la historia de todos los países. En ese país, igual que en
todos los países, las abuelas contaban cuentos a sus nietos. En esas historias
hay buenos y malos, brujas y hadas, dragones y príncipes y, sobre todo,
princesas encantadas. Casi todas las niñas de este mundo han debido soñar
alguna vez que eran una de esas princesas. Casi todas las niñas, alguna vez,
han preguntado como en el cuento: "Espejito, espejito ..."
Yo fui, quizás, una de las pocas niñas que no
se atrevió a preguntar.
Pasaron los años. Y
un día, cuando mi corazón creyó, como lo habían creído Giner de los Ríos y don
Antonio Machado, que había empezado "un nuevo florecer de España", me
acerqué hasta la niña que fui y pregunté con ella: "Espejito, espejito"
[Este libro] es la respuesta que me dio el
espejo.
(pg. 63-64)
(El 6 de octubre de
1942
mi padre fue
ejecutado
en la Prisión de
Porlier)
Decía Pepe Hierro
"Paca,
¿te acuerdas de aquel verso de Neruda…
¿te acuerdas de aquel verso de Neruda…
'nosotros, los de
entonces, ya no somos los mismos'?"
Querido Pepe, qué mal
entonces
tuvimos tú y yo. Yo,
servidora,
como a menudo me
sueles corregir,
tuvo un entonces de
lo peorcito.
Qué le vamos a hacer,
hermano,
"nadie elige su
amor", ha dicho don Antonio.
Nadie elige tampoco
su infancia.
Casi nadie elige el
dolor,
y menos todavía en el
tiempo de las sorpresas,
en el tiempo de los
milagros súbitos,
en aquel tiempo en
que la mañana
se estiraba como un
acordeón
y algunos días,
cuando queríamos recordar;
ya no quedaba tarde
y nos teníamos que ir
a la cama
después de una mañana
larguisima,
tan larga que nos
había durado hasta la noche.
Qué año, Pepe, aquel
de tu Quinta del 42.
Cómo dudábamos del
porvenir entonces,
tú empezando a hacer
versos,
yo empezando a hacer
vida.
Qué mal año aquel año
cuarenta y dos.
Pero ya ves, hermano,
todo pasa
y, como decía
Machado, todo queda:
han. quedado tus
versos y mi infancia:
tu Quinta del 42
jugando al corro con mis doce años,
"agáchate y
vuélvete a agachar",
seguro Pepe, que si
hubieses andado cerca,
te habrías acercado a
aquella niña:
"Baronesa, ¿qué
hace usted agachada en ese rincón?",
seguro, Pepe,
segurísimo,
lástima que no lo
supieses
en aquel interminable
mil novecientos cuarenta y dos.
Francisca Aguirre
Ed. Rilke
(Para Marta y Jordi)
Si hablo con la fiera que siempre va conmigo
Sin duda es porque espero que tal vez algún día
lograré comprender
quién es el animal
que nunca me abandona
que me araña la vida
que me la descoloca
y ni en sueños me permite soñar
con dejarme vivir
sin su gruñido.
© Francisca Aguirre
Francisca Aguirre
Premio Valencia de Poesía
Hiperión.
Aunque la poesía de Aguirre precede a su propio verso, vale asomarse a sus páginas para ver algunas claves.
Juan Cueto me dijo en Gijón que una nana podía ser un arrullo, un conjuro para que huyera el duende que robaba el sueño inocente y un aviso para que el amante rondador cayera en que no eran horas para escarceos.
Sobre el vocablo “desperdicio”, tan presente en la obra, Aguirre dice: “No sé muy bien cómo explicarles / lo que resulta ser un desperdicio, / porque lo grave de esta historia / es que nadie conoce realmente / eso que, de forma extraña y muy precipitada, / denominamos desperdicio; // aquello que asían nuestras manos, / de tan difícil catalogación, / tan raro, tan absurdo / que apenas si nos atrevíamos a nombrarlo, / eso, precisamente eso, / [que] sobraba en nuestro espacio. / Tal vez fuera un desperdicio // aquel resto, aquel aquello”. Entramos en el corpus del poemario siguiendo el rastro de algo que es “dolorosamente nuestro” y que viene “cargado de asombros y temores”. Por ejemplo, sin perder el hilo de los versos: “No cabe duda de que el peso, / si nos referimos a los desperdicios / es de suma importancia / para determinar su naturaleza. / Hay desperdicios minuciosos, / desperdicios ingrávidos / y, debido a ello, el peso es decisivo. / Es el caso de la cicatriz”.
Insiste Aguirre en que “lo imposible es a veces / tan sumamente desperdicio / que yo no sé qué hacer”. El envés de un poema es la sensación que deja en el ánimo: “¿Quién iba a imaginar el desperdicio que vivía / en el moho de aquel recuerdo jadeante?” La autora, que ve “extraño / llamar a un sobresalto desperdicio”, cree que lo importante es “cantar para que duerma al fin / eso que llora y llora sin parar / dentro del corazón aquel / lleno de escombros”.
En otra página asegura que “nadie sabe qué música ponerle a los desechos. / Aunque parezca raro / hay desechos resplandecientes”, porque “hay que ver lo que vive en los cajones, / cada cajón es como un universo / en el que duerme todo: desperdicios, estampas, lapiceros. // ¿Cómo no vamos a cantarle una nana a aquel pañuelo de la abuela?” Entre las músicas que habitan el alma, “casi todo el mundo ha oído / la música de las baratijas, / puesto que la baratija es un brillante desperdicio. // Las esquinas son el desperdicio perfecto”.
Aguirre canta al crepúsculo: “un desperdicio muy equívoco; / mi nana / unas veces termina demasiado pronto / y el crepúsculo sigue muy despierto, / otras, yo canto sin parar / y el crepúsculo duerme ya bajo las estrellas”; y a las sobras “para dormir el hambre / mientras el hambre nos dormía”; y a las hojas caídas: “criaturas parlanchínas / voz de nuestros árboles”; y al dormir de los relojes: “como nadie conoce dónde empieza la muerte // me gustaría creer que el tiempo es sólo un sueño, un escuálido desperdicio”. Canta a las cartas con “el olor desvalido del abandono / y el tono macilento del silencio”, que son “desperdicios de la memoria, residuos de dolor”; a las tachaduras, a las que “les cuento la vida de las otras palabras / para que vean que son un desperdicio”. Y así discurren las nanas, hurgando a ver qué se fue con cada desperdicio. Aguirre pasa su vista por los hilos en barullo, las flores mustias, las espinas, la ceniza, los aparentemente simples cordones, un pingo o las mondas de patata de 1943: “¿qué hubiera sido de nosotros / sin el apoyo de los desperdicios?”. Observa los despojos, los libros viejos: “prendas tan de abrigo”, el humo, “que tiene muchos detractores”, y añade: “le canto la nana del silencio / para que no se sienta solo”; nanas para el odio, la tristeza o el miedo: “compañero de la especie”.
Puede que Francisca Aguirre cante estas “Nanas para dormir desperdicios” en un afán de ponerlos en la balanza que el ser humano tiene dispuesta en sus dentros para hacer mediciones puntuales. Y así asistimos desde la íntima distancia del verso a una escenografía de los sentimientos, sin perder de vista el “prestigio de la ceniza” de la vida y “cuanto recuerda a la muerte”, en el convencimiento de que “hay que entonar la nana que nos pide” cada momento, “aún sabiendo / que esa canción de cuna nos aterra”.
© Manuel Garrido Palacios
HISTORIA DE UNA ANATOMÍA
© Manuel Rico.
© Francisca Aguirre
© Manuel Garrido Palacios
HISTORIA DE UNA ANATOMÍA
Francisca Aguirre
Premio Internacional Miguel Hernández 2010
Hiperión. Madrid, 2010. 86 págs.
PREMIO NACIONAL DE POESÍA 2011
Francisca Aguirre (Alicante, 1930) es una poeta/lateral de la generación del medio siglo; Y tardía respecto a sus coetáneos en la publicación de su primer libro, ya qué Ítaca data de 1971. El conjunto de su obra, que en buena medida descansa en la memoria y en una mirada ácida y tierna a la vez sobre los años de nuestra posguerra, tiene el extraño equilibrio que aporta la mezcla de un lirismo intenso y una expresión directa, conversacional: Es además una poesía de raíz existencialista y apegada a lo cotidiano. Aguirre, que en su libro anterior, Nana para dormir desperdicios (2007}, había situado en el centro de sus preocupaciones los recuerdos de infancia y menesterosidad bajo el primer franquismo, opta en Historia de una anatomía por desnudarse, por indagar en los ingredientes, reales e imaginarios, que conforman una biografía. Se trata de un diálogo sereno y lúcido, en el que la ternura acompaña a la introspección y en el que juega un papel esencial el distanciamiento a través de la ironía. El libro, que se abre con una cita de Coetzee “Un cuerpo dice la verdad”, es un recorrido por los espacios físicos (las manos, la boca, el pelo, la piel), psíquicos (la memoria, la voluntad, los sueños) y por los sentidos que conforman la subjeti vidad de un ser humano. Sólo en los últimos poemas (en el apartado titulado “Anamnesis” incorpora elementos ajenos, nos muestra indicios del otro, de los otros, de quien está al otro lado de la "anatomía". La poesía de Francisca Aguirre ha ido, con el paso del tiempo, reforzando el tono conversacional de sus primeros libros —especialmente de Los trescientos escalones (1977)—.despojándose de todo artificio y reforzando su expresión más clara, en algunos momentos próxima a lo naíf, lo que acerca su verso a algu nos de los poetas de la generación del 50 que cultivaron un lenguaje directo, casi coloquial (Ángel González, Sahagún, Cabañero),
El verso libre, el uso de la comparación en apariencia sencilla pero inteligente y polisémica, los encabalgamientos y quiebros que pone en juego dan lugar a una lírica de confesión serena, para leer en voz baja, como invitando a un diálogo íntimo.
© Manuel Rico.
(2 POEMAS DEL LIBRO)
LA MEMORIA
¡Ah memoria memoria!
Dónde está la palabra
que alumbró la vida
dónde están las palabras
que cantaban siempre.
¡Ah memoria memoria!
Dónde sucede el manantial
que riega la inocencia.
Juegan al escondite las palabras
y el alma las persigue inútilmente.
Deben de estar detrás del tiempo
contándole su vida a los recuerdos
mientras llueve en La Alhambra
mientras llueve en mi infancia
como llovía en París
hace ya mucho tiempo.
LA PIEL
Lo de la piel es realmente asombroso.
Es sorprendente que una cosa tan fina
sea capaz de contener algo
tan inquietante
como lo es el cuerpo humano.
Pareciera que al primer embate la piel
ese tejido tan precario y tan frágil
caería hecho pedazos
o más bien
hecho polvo.
Pero lo cierto es que resiste
lo verdaderamente raro
es que la piel
resiste más que el corazón
o la cabeza.
A veces las palabras
nos entierran el corazón.
A veces la cabeza nos envenena el corazón.
Pero la piel aguanta
se tiñe de escarlata
y aguanta
le rechinan los poros
pero aguanta.
Es como una armadura
un pequeño telón que nos defiende
contra el dolor que intenta destruirnos.