León Millán · Martínez López

Huelva, Serranía de la Luz
Ed. Surcos
Ramón León Millán: fotografía
Francisco José Martínez López: textos

El libro se compone de un generoso centenar de impactos luminosos sobre el patrimonio paisajístico serrano resaltando los perfiles de su carácter. 
Hace años coordiné la obra “Una mirada a Huelva” en la que 180 viajeros ofrecían la visión de su paso por este sur tan al sur. Todos valoraban la luz con entusiasmo, algo, como se ve, común a cuantos arriban a estas tierras donde la luz se siente, se palpa, se goza. Martínez López dice: “Si yo fuera un lugar, me gustaría ser la Sierra de Huelva, donde descubrí la luz”. Sierra “sensual” donde la “vida mana como un prodigio fecundo, la tradición se viste de fiesta, los avatares se inmortalizan en un fandango, los pueblos maduran a ritmo de castaño, encina y alcornoque, las estaciones danzan al son de las tonalidades y la naturaleza obsequia con todos los matices” posibles de luz; añade los versos del gran poeta Juan Delgado: “…donde los patios y brocales / se encuentran con la luz a la medida; / donde el sendero de la huida / se le niega a la luz y sus cristales”. León Millán retrata y Martínez López describe una serranía a la que llegan “los vientos húmedos que viajan desde el Atlántico”, lugar que posee “una vegetación plagada de alcornoques, melojos, quejigos castaños, sauces, robles, chopos, álamos, fresnos, nogales o madroños, lo que convierte al bosque en fortaleza impenetrable a la que sólo es posible acceder con los sentidos”. Benito Arias Montano “recluido idílicamente en la Peña de los Ángeles”, insiste en ello: "Habiendo viajado por todos los lugares, no hallé sitio comparable a éste, por su amplitud de cielo, limpieza de aire y alcance de vistas”.
Al hilo del paladar, el libro recoge que, al crear Dios el mundo, viendo qué guinda colocar en esta serranía, “puso el dedo en los sabores”, coronando la idea con el del jamón y cuanto el cerdo da, pasando por la sutileza micológica, la castaña, el tomate, la fruta, el agua y la luz, siempre la luz, radiante y sorpresiva o nimbada por el gran bosque sagrado, “confín del mundo, donde los dioses acudían a mostrar sus destrezas: Hércules vino a raptar los toros de Gerión, que pastaban en las dehesas, y por ser un dios no vencido fue patrón de Arucí”, según dice una leyenda de estos “pueblos –todos iguales, todos diferentes– de casas encaladas, vida serena, de comunión con una tierra” que atesora alimentos para el cuerpo y para el alma, porque del jamón igual goza el alma que el cuerpo como manjar de los manjares que es. El libro recorre la sierra en la que se solapan Huelva, Sevilla y Badajoz, sacando a oreo las esencias: “Santa Olalla, crucero, castillo; Cala, dehesa soñada; Arroyomolinos, molienda de la historia; Cañaveral, encomienda empedrada; Hinojales, donde baila la tórtola; Cumbres Mayores, Corpus; Cumbres de San Bartolomé, frontera, defensa; Cumbres de Enmedio, tres calles de ensueño; Encinasola, sembrada de ermitas; Rosal, monolito en honor de lo divino; Aroche, batallas, espadas; Cortegana y su castillo; Almonaster, convivencia de culturas; Santa Ana, huellas de artistas rupestres; Castaño del Robledo, catedral que vence la niebla. Campofrío, coso y mina, mi tierra bendecida; La Granada, madre del río Tinto; Higuera, cruce de caminos; Zufre, mirador del tiempo; Puerto Moral, noches calmas; Corteconcepción, remanso, calle evocada; Aracena, corazón, Cátedra de letras, maravilla de gruta; Linares, museo de los llanos; Alájar, empeño en rozar el cielo; Fuenteheridos, donde la naturaleza es templo; Los Marines, gallego y serrano; Cortelazor, Rey Azor, Virgen Coronada; Valdelarco, tradición construida; Navahermosa, aldea que agranda el sol; La Nava, melocotón en arte; Galaroza, caños de agua, y Jabugo, sabor universal”. Libro bello de imágenes y de palabras, que no quiere abarcarlo todo; sólo señalar a los sentidos un ámbito mágicamente iluminado por la naturaleza, lugar donde la luz se fragua en el yunque del sol, del agua, de la nieve, de la niebla.

© Manuel Garrido Palacios