Voces de la Sierra

VOCES DE LA SIERRA
Manuel Garrido Palacios

Biblioteca de la Huebra
Colección dirigida por 
Manuel Moya y Rafael Vargas
Portada: Manuel Crespo
sobre una ilustración de Gustavo Doré


Introducción

Ir a Fuenteheridos, en Huelva, por uno de los tantos caminos un día cualquiera, es asistir a la gran fiesta de la Naturaleza en su forma primaria. Tras dejar las serenas dehesas de encinas y alcornoques nos recibe un paisaje de gigantescos castaños que doran el aire, el suelo, el alma. Todo adquiere una fuerza madura, una talla precisa que achica, enmudece al que pasa.
Me lleva allí la noticia de una planta llamada 'calimenta'. Dice Héctor Garrido que Miguel Pineda se la llevó de Fuenteheridos porque curaba algo, sin aclarar qué. Contacto con Manuel Moya y quedamos para el día siguiente en la plaza del pueblo a ver quien nos da norte. Moya consulta con Violeta y localiza la 'calimenta' con el nombre de 'ananeota'; incluso tiene una en la mano cuando llego.
Como preveo al primer golpe una veta recia de sabiduría popular me dispongo a indagar más allá de lo que busco, a ver qué sale. Y compruebo otra vez que el cofre de las memorias, seco en apariencia, vuelve a liberar palabras, recetas, alivios, bondades: tesoro oculto de los trabajos de campo etnográficos.
Fruto de una primera cala son las voces que contiene la obra, que aportan en conjunto 136 ejemplos, consejos, prácticas traidas del pasado, documento que plasmo aquí con el grado de pureza debido. Es el primer mosto, digamos, que entra en la bota. Tiempo habrá para que tome cuerpo con notas al margen.
Ya digo, si alguien sueña aún con el bosque encantado, sepa que está en este marco que desemboca en Fuenteheridos. 
ÍNDICE
  
CITAS
  
LA VOZ DEL AIRE
(Cumbres Mayores)

LA VOZ TALLADA DEL PASTOR
(Valdelarco)

LAS VOCES DE LAS CASAS
LA VOZ DE LA PLAZA
LA VIEJA VOZ DE LA POSADA
(Fuenteheridos)

LA VOZ QUE GUARDA UN SECRETO
(Almonaster la Real)

LA VOZ DEL BARRO
(Cortegana)

LAS VOCES QUE TRAEN LAS LEYENDAS
(Aracena)
  
NOTAS

Margit Frenk

Margit Frenk
Corpus de la
ANTIGUA LÍRICA POPULAR HISPÁNICA
(Siglos XV a XVII)
Nueva Biblioteca de Erudición y Críitica
Editorial Castalia

Guadalupe Grande

HOTEL PARA ERIZOS
Guadalupe Grande
Ed. Calambur

ENTREVISTA

PREGUNTA: Entre las obras de Guadalupe Grande (Premio Rafael Alberti 1995) está Hotel para erizos, libro tentador para ser reproducido aquí entero, aunque lo propio sea dejar que cada lector se sumerja a solas en sus versos, plenos de preguntas -¿qué otro afán cabe en el ser humano sino preguntarse por todo?-, cuyas respuestas…
RESPUESTA: …mis respuestas no van más allá de rozar las preguntas. Yo no soy la única autora del libro: la experiencia vital que me han dado los que me rodean, la reflexión y la mirada de ciertas personas depositada sobre estos textos, son tan responsables como yo.
P: El libro guarda otro libro dentro: Mapas de acera.
R: Es un poema en torno a la mirada infantil; una partitura, una cadencia íntima.
P: Para tu personaje Jeroen van Aken, “la eternidad era su insensato lazarillo”.
R: La poesía dice lo que puede decir en un territorio que no es el del razonamiento intelectual, sino poético. La eternidad alude a un tiempo sin tiempo que sobrevolaba aquella época, no más insensato que el tiempo sin porvenir que tal vez sobrevuele ésta.
P: ¿Daría igual que fuéramos eternos?
R: Creo que sí. A la eternidad no le importa nuestra angustia por estar un paso más allá de nuestras posibilidades.
P: “Memoria de elefante, sed de camello, ojo de lince”. ¿Es buen equipaje para viajar por la Poesía?
R: Cualquier equipaje vale. Es una de las enseñanzas de la modernidad, donde no hay sistema estético preestablecido. Caben el sentido lúdico y trágico de Carlos Edmundo de Ory, la pesadumbre de minero de la luz de Gamoneda, la fabulación trasgresora de Pérez Estrada, la referencialidad alucinada de José Hierro o el conjuro telúrico de Olga Orozco.
P: Desde el verso se puede llegar…
R: …al lugar que no existe y tiene necesidad de existir. Según Vitier, un buen verso es una calidad súbita del mundo. Desde un verso se puede emprender el viaje más fascinante, por más que los inquisidores de la conciencia pretendan otra cosa. La poesía es el viaje más democrático. Luis Rosales, en Cervantes y la libertad, habla de “lo necesario inexistente”: es ése lugar el que genera la poesía.
P: Otro bagaje: “Lo que cabe en una mano”.
R: Cabe lo pequeño, pero imprescindible: una llave sin puerta, un lápiz para subrayar, un pañuelo para despedir; cuanto pueda dejar huella.
P: “De nada sirve saber lo que no sirve”.
R: Es la condena de Casandra, saber cosas que no serán escuchadas, aparentemente inútiles en ese momento. Al poeta sólo le queda confiar en la complicidad del azar y que algún mirlo picotee las semillas para que en otro lugar crezca algo similar a una planta.
P: Hay sonidos indescifrables, como el maullido de un gato.
R: El maullido de un gato es interpretable, pero no descifrable hasta sus límites. La pérdida del misterio de que las cosas sean otras, distintas entre sí, y no la misma, sería una catástrofe. El misterio de un maullido que insiste en la noche dialoga con nuestro deseo por entender el misterio que respira en la vida de las cosas.
P: “El universo es un trozo de pan de ayer”.
R: ¿Qué sería de nosotros sin los antepasados? Si la vida se cifra en lo que cabe en una mano, a veces en la mano sólo hay un trozo de pan de ayer, pero en el que se cumple el universo de ese día. Ésa fue la enseñanza que me legó mi bisabuela a través de mi madre. Me gusta pensar que aquel pan de ayer sigue nutriendo las posibilidades de la existencia, y que el universo empezó con un trozo de pan de ayer, es decir, desde la memoria de algo que nutre en la oscuridad.
P; “Tengo una vaga conciencia de cuanto quiero decir”.
R: Celán escribió: "lo último que nos queda a los dos: algo de lenguaje, algo de destino". Somos palabra; lo que nos quede por hacer comienza con la voluntad de que el lenguaje sea cómplice en la creación de un destino mejor.
P: No más preguntas para una respuesta.
R: Un privilegio de la poesía es que no necesita respuestas para cumplir su sentido; las respuestas cierran el proceso de indagación que es la poesía; las sentencias rotundas sólo adquieren sentido en el lenguaje poético si abren una fisura en su lógica para propiciar otra lógica.
P: Cierra la charla con unos versos.
R: Uno de Luis Rosales: “Vivir es ver volver”; otro de Antonio Gamoneda: “Ayer y hoy son ya un mismo día en tu corazón”.

© M. Garrido Palacios / Guadalupe Grande

MANET, EDOUARD

A Bar at Folies-Bergère
The Courtauld Gallery
(Somerset House. London)
El bebedor de agua
The Art Institute of Chicago
Legado de Katharine Dexter McCormick

El Abandonario · L'Abandonnoir



EL ABANDONARIO
Manuel Garrido Palacios 
1ª Edición (en español)
Calima. Mallorca
L'ABANDONNOIR
Manuel Garrido Palacios
2ª Edición (en francés)
Trad. de Isabelle Toledo et William Rozenblat
L'Harmattan, Paris 


Manuel Garrido Palacios nos entrega en 'EL ABANDONARIO' su apasionante novela. Dedicado profesionalmente al cine y a la etnografía, sólo en estos últimos años ha ido publicando libros de ficción literaria. El sorprendente EL CLAN Y OTROS CUENTOS (Ed. Calima, Palma de Mallorca) y esa variopinta fábula titulada NOCHE DE PERROS (Ed. AR, Sevilla) nos mostraban ya a un narrador premioso conocedor de su oficio y exhaustivo gozador de la alta, rica tradición castellana. En ambos libros latía el aliento de un hombre entrañado, investido en lo popular, en el que la ironía, el escepticismo, la retranca..., nos daban cuenta de un mundo personal, entretejido de realidad y ficción mágica, con un pie puesto en los estribos de la picaresca (con esa visión escéptica, amargosa del mundo) y el otro en ese prolijo mundo de lo escéptico y de lo soterráneo que encontramos también en la vasta tradición castellana, desde Cervantes a Rulfo, desde Quevedo a Valle o al Cela del Pascual Duarte. Pareciera que todos esos largos años emboscado detrás de la cámara, atento a las luces y a las penumbras, a las voces y al silencio, hubiesen propiciado en el autor un caudal vivo de sombras y máscaras que ahora, en su faceta más propiamente creativa, se nos revelan en toda su concertante, apabullada realidad. Estas tres coordenadas: la tradición escéptica, la visión mágica y el lenguaje popular , más que presentes en sus dos libros de relatos, constituyen ahora el soporte literario de este libro (EL ABANDONARIO) tan sorprendente como impagable. EL ABANDONARIO es un viaje hacia los médanos interiores de una memoria que se resiste a reconocerse en los parámetros realistas o mecanicistas, donde los hechos quedaban sepultados, envilecidos por un proceso de afirmación histórica o ramplonamente temporal. Muy al contrario, lo primero que sorprende en esta novela, es precisamente la ausencia del tiempo. El recuerdo, la memoria, ajenos a la contaduría de las horas, se superponen, se erigen, vivifican la realidad, construyendo una reconocible fantasmagoría de hechos simultáneos y envolventes que atrapan al lector ya desde sus primeras líneas, aventurándolo a un mundo de una sencillez, de una fantasía desaforada. En realidad, lo que Manuel Garrido Palacios, persigue a lo largo de esta obra inolvidable es recrear, alentar, producir una atmósfera interior reconocible, en la que vida y muerte, realidad y magia se entretejan de una manera creíble y lo que es más importante, natural, en torno a los pellizcos de la vida. Pero si ya en su larga obra cinematográfica Garrido Palacios trata de recoger la devastada memoria de los pueblos, afirmándolos en su identidad y sublimando precisamente aquellos elementos que hacían palpable esa identidad, aquí, en esta, su primera novela, se nos propone una vuelta de tuerca al introducirnos en un mundo de resonancias míticas que nos agarra desde la pura y abstracta identidad y donde el lenguaje, de una llaneza casi cegadora, consigue por sí mismo convertirse en el absoluto protagonista de esta historia en la que un muerto relata a quien lo vela la historia de un pueblo fenecido, atrapado en su propia fantasmagoría. Nos hallamos, pues, ante una novela sorprendente que consigue imantar al lector a las primeras de cambio, para mantenerlo en vilo durante toda la deslumbrante travesía. Y es que Garrido Palacios, seguro de su oficio, capaz de descubrir una atmósfera en unas pocas líneas, lejos de adentrarse en un discurso atolondradamente lírico, prefiere ponerse en manos de la naturalidad, de la fluidez de la palabra dicha, oída, metida en la matriz y en el estómago. Será, así, a través de los personajes que hablan a través del muerto, que se construya la peculiarísima memoria de Herrumbre, ese pueblo acosado por la nada, y cuya historia es la que se va enhebrando a lo largo de todo el libro. Mamuel Garrido Palacios se ha limitado, parece y aquí estriba gran parte del éxito del relato a dar sentido a todas esas voces, ordenándolas de manera que el lector se reconozca en cada una de ellas, removiendo en él los más dormidos soportales de la memoria. Una novela, en definitiva sugeridora y valiente, escrita con toda el alma, que se reconcilia con el arte de la prosa, tan demacrado, tan envilecido últimamente. Sin duda, y acabamos, una de las novelas más deslumbrantes escritas en los últimos tiempos en la lengua de Rojas, Cervantes o Rulfo.

© Manuel Moya
España

El Abandonario es una novela de Manuel Garrido Palacios construida como las antiguas tragedias griegas. En vez del carro sobre el cual el primer dramaturgo declamaba la historia de los héroes míticos para concurrir al premio representado por un bode (tragos), estamos en presencia de un muerto en su ataúd durante la vigilia que le hace el último vecino, mudo de soledad, en un pueblo perdido. En su soliloquio, el muerto hace desfilar a todos los habitantes que hubo en dicho pueblo con las anécdotas cotidianas, las intrigas, amores, odios y alegrías posibles de un lugar extinguido. La simplicidad brutal de los eventos, la unidad de tiempo y de espacio, las voces de los muertos que suben como un coro, parecen los elementos de una tragedia mediterránea que bien podría ser de Esquilo. Igual que en la vida, se reflejan también los momentos crueles o divertidos, las escenas burlescas, el humor corrosivo, la amargura, la pobreza y el hambre conocidos por tantas criaturas de la posguerra civil española. Ese pueblo escondido, llamado Herrumbre, es un microcosmos pero abarca toda la vida y la vida de todos nosotros. Conociendo el pasado del autor, escritor especializado en la etnografía, viajero y cineasta, el lector podría pensar que se trata de una obra de recopilación de cuentos, leyendas o anécdotas cosechadas durante toda una vida en contacto con los pueblos más rancios de España. Pero no. Pasa por la obra un soplo épico, una grandeza que solamente una experiencia vivida puede desenlazar y ofrecer. En efecto unas confidencias del autor confirman que muchas escenas son trasposiciones de su infancia en un pueblo similar a Herrumbre. Reviven los sonidos, los sabores, los rumores de ese mundo que hoy se desvanecería en el olvido si el autor no lo hubiera conservado en su memoria para nosotros.Hay en la novela El Abandonario unas invenciones lingüísticas que harán las delicias del lector. La riqueza del vocabulario, a veces inventado o inspirado en el lenguaje hablado, de los refranes, de los insultos, de las canciones populares, hace del texto una enciclopedia de la sabiduría del mundo rural, de un universo en desaparición. Existen escenas muy innovadoras en literatura, tal vez por influencia de la técnica cinematográfica, como por ejemplo, cuando se mezclan en el texto todas las conversaciones sobre la plazoleta del pueblo, como un rumor de fondo, donde respira la vida trivial de los habitantes. O cuando se entrecruzan los comentarios de las personas que preparan los pestiños en la cocina, escuchados por el niño desde su alcoba, donde fue recluido para que no incomodara los preparativos. Ese niño de ayer es el autor que escucha hoy las reminiscencias de estas voces de la felicidad simple.El lector francés entrará sin preámbulo en ese mundo mediterráneo ya familiarizado por sus lecturas de las novelas de Marcel Pagnol o Jean Giono. El Abandonario, de Manuel Garrido Palacios, no necesita de reflexiones metafísicas o escatológicas en ese contexto de vigilia mortuoria donde flota el espíritu colectivo resignado tanto a la vida como a la muerte.
© François-Luis Blanc
Francia
Pocas veces me han dado algo tan interesante; en esta ocasión, además, muy especial porque al verlo me di cuenta que esa persona me daba una extensión de su pensar y su sentir, una obra apasionante de principio a fin, algo muy intimo. Comenzando por el tema, tuve que pensar en lo que el título quería decir. El Abandonario. Esta novela es la historia del pueblo de Herrumbre, un lugar olvidado y perdido en algún lugar de España, un espacio abandonado en el olvido, donde sólo queda un habitante vivo, Tasio, al que un muerto le narra la historia de su paso por la vida en Herrumbe sin tener a quien hablarle, sin oídos que le oigan, con tiempo de menos para narrar las aventuras y decepciones que marcaron cada uno de sus días; una narración colectiva de las memorias de un pueblo que la muerte y el tiempo ha ido borrando. Un monólogo de un muerto que piensa y un vivo que parece estar más muerto en vida y que parece no inmutarse ante las reflexiones de su amigo, que yace en el abismo desconocido de la vida después de la muerte. Amor, odio, tragedias, felicidad, enfermedades, amistad, tantas cosas que pueden ser dichas de un lugar donde las relaciones entre las personas luchan cotidianamente por la vida sabiendo que algún día llegará a su fin. Habría que inventarse unos lentes -dice el autor- para verse el interior todos los días, con sus vidrios de conciencia bien limpios. Y en la muerte poder ver su vida tal y como fue. “Todo esto no es más que la memoria de un muerto que lucha por salvar historias plenas de vida”. La memoria de un pueblo tan muerto como él, donde su último habitante no tendrá quien lo entierre. Esta es la primera parte de una serie de 3 libros escritos por mi amigo, el escritor español nacido en Andalucía, que nos invita a “vivir eternamente los días que nos quedan por vivir”.

© Karen Yrigoyen
México
A Herrumbre, petit village perdu au milieu d'un nulle part maudit, il ne reste plus personne, sauf un vieux corps allongé sur son lit de mort qui, en attendant son enterrement, raconte, à son vieil ami Tasio qui le veille, l'histoire de son village et de ses habitants. Sans même savoir si celui-ci, unique et dernier survivant, est capable de l'entendre, le mort se lance dans un interminable soliloque d'une vitalité extraordinaire et plonge dans les abîmes d'une mémoire collective peuplée de personnages pittoresques, d'anecdotes quotidiennes, d'intrigues, de tragédie, d'amour et de haine.

‘Laissons-nous vivre,
on pourra bien tout à loisirse laisser mourir.’ 
(Tante Carmélita)

Ce roman est le monologue sur les souvenirs d’un mort sur son lit de mort. Tasio le veille, mais ne parle pas. Situation : à Herrumbre, petit village de campagne, perdu au fin fond de l’Espagne, tout se sait, tout se voit et tout se transmet, rien ne se perd (anecdotes, superstitions, traditions, histoires de cocus, amourettes et friponneries, et bien sûr les différentes morts). Pour apprécier la vie, rien de telle que de passer de l’autre côté en compagnie d’un vieux garçon, rigolo et campagnard, mort mais souriant. Et puis, quand un mort parle, on a tendance à l’écouter.Il était un bon vivant, éduqué par sa tante Carmélita et ses livres. Ici, le mort se souvient d’antan et partage sa mémoire afin de la fixer éternellement quelque part. Par ce monologue, par ce roman aussi. Surtout que Tasio, dernier survivant du village, ne le pourra pas, car il n’y aura personne pour l’écouter, ni l’enterrer, après l’ultime point final de son ami. Donc dans ce livre, ça s’enchaîne rapidement, passant du coq à l’âne pour ne rien oublier, sur ce village et ses habitants hauts en couleurs avec le parlé patois et l’humour qui vont bien avec.
La vie fait renaître. Des personnages aux surnoms sournois ou collants (le Chardon, Sépulcro, la Veuve Ecclésiastique), les exploits, leurs trahisons, leurs passions (le passage sur la jalousie Séfito, le maire, pour son âne est fendard), leurs faims, leurs hontes, leurs morts, leurs peurs (comme le mois de mars qui fait pâlir Causette récitant : ‘janvier, février, l’autre et avril’). Tout y passe et c’est avec plaisir que l’on plonge au cœur du village, un genre de Voici peuple et non people. Le tout entrecoupé de chansons paillardes ou de citations, ce qui aère le texte qui n’a aucun paragraphe, avec par exemple l’histoire de Maria Piment qui fait ses besoins derrière un buisson, pète et disparaît emportée par le vent.
De la poésie grasse et un parler franc, où on imagine les sourires du conteur avec un regard pétillant (euh…) de malice. La mort ne semble pas dénaturer la vie, mais y apporte une certaine sagesse. Car le vieillard critique objectivement la religion ou la politique (‘ce qui se passe avec les religions, c’est qu’on naît dans un endroit où, dans les temples, il y a déjà des saints et on t’oblige à les accepter sans te demander ton avis’). Le tout dans d’un village pauvre rongé par la saleté, les superstitions assassines, les ventres vides et les dettes.
Du brut dans l’évocation des souvenirs, du témoignage de respect et de tradition, mais aussi des passages crus qui rappellent à l’ordre quand la une des magazines fait des dossiers sur l’augmentation des crises existentielles des Français.
‘une fois tous les chats exterminés, grand-mère a inventé un menu basses calories ; il s’agissait d’un dé de lard qu’elle appelait ‘nectar de porc’. Elle distribuait du pain à chacun de nous et le soupirant, toujours servi en premier selon le protocole, déposait le lard sur le sien, mangeait la mie enduite de graisse et déplaçait avec son pouce le porc intact jusqu’au bout du pain.’
J’ai beaucoup aimé ce livre, d’abord sur les positions du narrateur (son état vertical et sur ce qu’il raconte), puis pour Herrumbre. Ce livre est court, rigolo, pas prise de tête et terriblement humain, vivant et entraînant. En même temps, pesant d’atmosphère sous-jacente avec l’état d’abandon permanent et méticuleux, la dégradation douce et lente. Le village meurt un par un habitant, pour finir rayé de la carte, après Tasio, ce sera une ville fantôme. On le sait, mais on ne veut pas de cette fin inéluctable et définitive avec le mot fin. Petit à petit, j’ai appris à l’aimer ce village et maintenant le livre achevé, il est totalement mort, abandonné, comme le narrateur. Mais le souvenir, défi du narrateur, est vivant. Belle notion !
C’est pour ces raisons que je conseille cet ouvrage, il y a beaucoup de choses dedans. Un hic : le fait que le mort monologuant n’ait pas de prénom. J’me suis mise à l’appeler Jean Mouret, comme l’illustre résident du cimetière de Carrières sur Seine dans les Yvelines. Ne vous fiez pas à la couverture pas forcément folichonne, car le contenu qui mérite que vos yeux se posent dessus.
Allez soyons fous ! Je lui décerne un prix, celui de la meilleure phrase vivante dite par un faux mort : ‘pousse-toi au soleil du matin, à ce petit air bien sec, je ne te dis pas de sortir, mais de te pousser’.

© Anne Anyston. (Papercuts. Le webzine qui tranche. Paris)

STRUGGLE

STRUGGLE
un film de
Luis Suan

Acabo de ver esta película dirigida por Luis Suan, que ha mezclado en la batidora cinematográfica una pizca de neorrealismo italiano, unos gramos de Truffaut (Siempre en domingo), la voluntad de expresarse de unos actores nuevos, una dosis de movimientos de cámara, un montaje justo y una música que le va como un guante. Sumemos la frescura del perfil de los personajes, que para sí los hubiera querido el maestro Fellini, todos envueltos en una historia que podría ser la historia de cualquiera el día menos pensado. El resultado es un cuadro donde hasta el espectador entra y sale de escena influido por el encanto y la gracia del cine artesano, que no envidia en imaginación y hechura al de hinchados presupuestos. Callo el argumento. Sólo digo que reconforta ver que hay gente que se embarca de verdad en buscar el camino que conduce a los sueños y de una manera tan brillante.

© Manuel Garrido Palacios

Gauguin, Eugène Henri Paul

Arearea (Joyeusetés) 1892
Huile sur toile 73 x 94 cm.
Musée d’Orsay · Paris
HAYMAKING (1889)
Oil on canvas
The Courtauld Gallery. London

FLORESTA DE POETAS (y 3 más)

FLORESTA DE POETAS [y 3 más]
Sel. de Francisco Asensio
Año de 1790

1 . Había leído uno un mal soneto a otro, y poniéndole mala cara, se desazonó el autor y dijo: Bien podía usted tener más modo, que si mucho me enfada, le romperé la cabeza. Y el otro respondió: Con gran facilidad lo puede hacer sin tener que sacar la espada; basta con que vuelva a leer su soneto.
2 . Guardaba mucho un marido a su mujer, y lo más del tiempo se estaba en casa paseando por la sala; y hablándose sobre el asunto en una conversación, la señora, que sobre ser chistosa hacía algunos versos, dijo con gracia: 

Siempre se halla mi marido
(es mucho lo que me guarda)
a modo de bovedilla
atravesado en la sala.

3 . De otro marido, que sobre no salir de casa, era de fuerte condición, y andaba continuamente gritando, dijo uno:

Marido que da en gritar,
que no sale, que se enoja,
es un marido congoja
que no deja respirar.

4 . A la boda de dos grandes señores, que gastaron mucho y tenían poco, dijo un poeta: 

Estos señores cumplieron
en todo aquello que habían;
hicieron lo que debían
mas debían lo que hicieron.

5 . Leyó un poeta unas malas coplas que había compuesto y preguntando uno si Adán había hecho coplas en el estado de la inocencia, respondió otro que sí, pero no como aquellas porque de una legua se conocía que eran hechas después del pecado original.  
6 . Quejábase un criado de un poeta a su amo de que otro le había dado una bofetada, y le dijo: 

Cuando el bofetón te dio
tan cruel y tan macizo
¿te hizo cara? Y el criado dijo:
No, señor, me la deshizo.

7 . Un mal poeta acertó a hacer una comedia de un Santo mucho mejor de lo que de él se podía esperar; y como en dicha obra se fuesen cantando los milagros de aquel Santo, dijo un oyente: Pues uno se le olvida y no de los menores. Preguntando cuál fuese, respondió: Ser buena esta comedia. 

[y 3 más]

8 . Un presunto poeta soltó ayer a esta hora que no iba a escribir más (léase: no nos iba a flagelar más) porque como de aquí a cien años no se recordaría ni el Quijote, él se adelantaba a no gastar neuronas. Lo felicité, aunque lo hice, en verdad, a toda la Humanidad por la suerte que nos deparaba su decisión. Ya no nos amenazaría más con el anuncio de sacar otro libro, sino que guardaría sus paridas en la mente sin plasmarlas en el folio, ni las dispararía sin compasión en los recitales soporíferos que martirizan al personal. 
9 . Hay otro poeta suelto que, si te ve venir, deja a la familia abandonada en plena calle, te empuja a un bar, te acorrala en el mostrador y te lee un mazo de cuartillas impunemente. Uno podría pedir socorro, pero ni eso te permite porque a cada poco te pregunta si has captado el mensaje de sus versos. Si le suena el móvil contesta con la mano que sostiene el papel mientras con la otra te agarra, y si es la familia que lo espera la que llama, entremete en el poema la respuesta en color y entre corchetes: 

El rojo sol de por la tarde...
[ahora iré; vete comprando; no tardo]
crea los rayos...
[es que un señor está interesado en mis obras]
que se cuelan en el agua...
[te digo que esperes dos minutos]
para que venga la luz…

El recitado acaban siendo un galimatías mientras su cabeza echa humo.  
10 . Otro poeta gusta de llamar a mediodía y preguntarte si estás comiendo. Pues sí. Insiste: Sólo es un instante. Si le respondes: Es que se me enfría el guiso, no te escucha, te suelta sus versos y te indaga sin darte respiro: ¿Qué te parecen? Me los van a subvencionar.  

Y te quedas mudo con el tenedor en una mano y el auricular en la otra.

© Manuel Garrido Palacios

HUELLAS EN EL DESIERTO

HUELLAS EN EL SÁHARA

Mano de un tuareg, en mitad del Sáhara, sosteniendo unos fósiles encontrados, o lo que es lo mismo: la conexión entre el pasado poblado y floreciente y el hoy desierto absoluto. En la aparente nada surgen los vestigios de antaño como escapados de la rampa que los dejaba resbalar hacia el olvido.

© Texto y foto: Héctor Garrido

Edouard Vuillard

Edouard Vuillard (1868-1940) 
El vestido azul
Museo Nacional de Arte Moderno
París

DIENTE DE TIBURÓN

¿Puede un diente de tiburón
evocar una ópera rock?
Selene Garrido

La noticia del hallazgo de un diente fósil de tiburón en un campo de cultivo de Huelva, captó recientemente mi interés con una inexplicable emoción. Me puse a navegar por la Red para profundizar sobre el tema. En este tipo de búsquedas hay que fijar bien el rumbo para no perderse entre tanta información. Si no, es como tirar de un hilo en una caja de costura y sacar una maraña de bobinas enredadas. En la búsqueda, leí anuncios de compra-venta ilegal de dientes de tiburones para coleccionismo y bisutería. También vi fotos de barcos cargados de sus aletas sangrantes e imágenes de estos bellos animales mutilados, agonizantes, en el fondo del mar. Cuando llegué a vídeos caseros de captura deportiva de tintoreras y musolas, di por concluida mi navegación, arrepintiéndome de haber llegado tan lejos.
Buscando visiones más amables, cerré los ojos e imaginé el escenario de la noticia: un campo de cereales dorado por el sol y, en medio, el agricultor observando con curiosidad la pieza encontrada, sus bordes aserrados y su extraña forma triangular ocupando toda la mano. Luego vi al paleontólogo identificándola como fósil de un coloso prehistórico y seguramente agradeciendo al labrador su intuición y su buen hacer.
A veces, la percepción de un estímulo, por muy leve que sea, puede rescatar de la memoria sensaciones en forma de imágenes, olores, sonidos o sabores. Y así fue como me retrotraje a mi infancia en Huelva. Recordé el olor de las espigas secas en verano, el murmullo del viento entre los pinos, la agradable brisa de la marea… Y en medio de esa ensoñación vi mi diminuta mano acariciando una suave punta de sílex.

¿De dónde salió aquella punta de sílex?

Durante los veranos de los setenta y los ochenta, nuestros campos se llenaban de excavaciones: la tierra se agujereaba geométricamente y se acotaba con cinta blanca atada a estacas. Decenas de estudiantes universitarios llegaban y revolvían la tranquila vida de un pueblo que subsistía del ganado, la huerta y la caza.
Al describir este contexto, de nuevo los sentidos y los recuerdos se encadenan y me resulta inevitable asociar aquellas visitas estivales con el musical Jesus Christ Superstar, estrenado en cine en 1973. Algunos exteriores grabados en Israel y Oriente Medio podían equipararse a los del suroeste de la península ibérica, y el desfile de atuendos hippies, bikinis y melenas largas era como el baile de la obertura del film. Huelga decir que por aquellos lares a duras penas habían llegado los aromas de las flores en el pelo y las melodías del ‘Summer of Love’.
El ciclo de lo ocurrido cada año se abría y se cerraba igual que en la gran pantalla: un coche viejo o un autobús descargaba azadas, palas, carretillas y, en definitiva, todo el atrezo. Un elenco de jóvenes con un tutor (profeta en la película, profesor en la excavación) danzaba de un lado a otro midiendo, dibujando y removiendo la tierra durante días. Finalmente, tapaban las excavaciones, recogían todo y se marchaban, dejando de nuevo el lugar de la escena con el silencio sólo interrumpido por el canto de las chicharras.
Los arqueólogos toleraban la presencia de la chiquillería de las casas aledañas, por lo que pasábamos horas sentados sobre los montículos de tierra excavada. Bajo los almendros y las higueras, nuestras gradas de sombra estaban aseguradas a diario para ver aquel fascinante espectáculo. Observábamos cada movimiento e intentábamos entender las conversaciones y la terminología científica. Incluso, a veces, se nos permitía participar en tareas como barrer la tierra con brochas.
Furtivamente, una noche, los niños más mayores escondieron una vieja espada de forja toledana en una de las excavaciones. Sin duda, la función del día siguiente fue la más memorable para nosotros, no para los estudiantes, que no llegaron a perdonar del todo aquella broma tan pesada. La sorpresa, los gritos y el entusiasmo del hallazgo pasaron, en cuestión de segundos, al más terrible bochorno: al profesor le bastó con una simple ojeada para saber que aquel hierro oxidado carecía del más mínimo interés. Mucho tuvimos que rogar y prometer para que nos permitieran volver a aproximarnos a la zona de trabajo.
Mis hermanos me explicaban que la tierra que pisábamos antes había sido la orilla del mar. Sonaba extraño porque aquel suelo tosco y arcilloso nada tenía que ver con la fina arena de la playa, a varios kilómetros de distancia a través de los pinares. Me hablaban de hombres primitivos que ya comían coquinas, como nosotros, y como prueba, me mostraban la asombrosa cantidad de conchas fósiles que salían de las excavaciones. Por nuestras manos pasaron utensilios hechos con piedras y aquellas inolvidables puntas de sílex.
Tuvimos mucha suerte de vivir aquella experiencia por lo que aportó a la impronta de cada uno de nosotros. Evidentemente, con tan corta edad, muchos conceptos nos parecían abstractos e incomprensibles. Ya era difícil entender que nuestra abuela hubiera sido una niña, cuanto más lo que significaban 4.500 años de existencia. Que todos los cacharros de cerámica aparecieran rotos en las excavaciones era, a nuestro parecer, un reto impuesto a los estudiantes para que resolvieran el rompecabezas. También nos preocupaba que el mar pudiera ir y venir mediando tanta distancia. Todo sonaba lejano, misterioso, intrigante, como el nombre que tenían aquellos ancestrales asentamientos: Papa Uvas.
Los humanos que allí habitaron, más o menos en la linde temporal Neolítico-Calcolítico, vivieron de lo mismo que hacía nuestro pueblo en el siglo XX: agricultura, ganadería, caza y marisqueo. Ya tenían animales domésticos: cerdos, ovejas y cabras, y vallaban sus casas, como nosotros. Milenios de vida por medio y poco o nada habíamos cambiado.
Si un diente de tiburón hizo saltar el resorte de unos recuerdos asociados con mi infancia y mis orígenes, no sería exagerado pensar que la memoria asociativa, esa que encadena pensamientos, pudiera jugar un papel importante en el éxito evolutivo del hombre. Puede que los pobladores de Papa Uvas llegaran a ver algún arcaico escualo, bien a lo lejos o bien varado en la playa. Eran tiempos en los que las especies se extinguían o salían adelante por razones que aún estaban lejos del alcance humano. Tendrían que pasar muchos miles de años para que el hombre, en esencia el mismo que afilaba el sílex, fuera capaz de alterar el clima y llevar a animales, como el tiburón, al borde de la extinción. Pero esa ya es otra historia, triste historia que ahora no quiero hilar con tan hermosos recuerdos.

© Selene Garrido

Penélope Mortimer

Penélope Mortimer
El devorador de calabazas
Trad. de Magdalena Palmer
Editorial Impedimenta

Lograda, sincera y descarnada obra de Penelope Mortimer, visionaria literaria, no tanto de la oscuridad de la vida doméstica como de la gris claustrofobia y las traiciones del matrimonio de clase media.

Lucas Gracián Dantisco

Lucas Gracián Dantisco
GALATEO ESPAÑOL
Ediciones Atlas · 1943

Secretario de Felipe II, conocido en el ambiente literario de su tiempo por haber aprobado con su firma la publicación de diversas obras, refundió e imitó en parte un curiosísimo libro de amplio eco en Italia con el título de ‘Galateo’, de Giovanni della Casa. La versión castellana había sido precedida de otra, publicada en Venecia (1585) por el sacerdote Domingo Becerra, ex cautivo en Argel y avecindado después en Roma. Se titulaba: ‘El Tratado de Costumbres o Galatheo’, refiriéndose al ayo de un príncipe que aparece en uno de los capítulos. La adaptación de Gracián. con el título de ‘Galateo Español’ es un tratado de urbanidad y buenas maneras, con interesantes anécdotas de aquella sociedad adecuándolas al temperamento de nuestro país. La dedicatoria está fechada en 1582, y hay noticia de ediciones en 1593 (Zaragoza), 1595 (Barcelona), 1599, (Madrid), 1601 (Valencia), 1603 (Valladolid y Medina), etc. 

Conversaciones en Versalles

Detrás de la cámara
Encuentro en Versalles


Le preguntan desde la segunda fila de butacas “cómo se siente al ser indiscutible innovador del arte cinematográfico”. Y responde, visiblemente confuso, que lo que él hace es totalmente discutible y que para nada se cree innovador de nada, y menos, de algo tan difícil, complejo y serio como es la cinematografía; que lo que ha hecho en su vida ha sido aprender de los maestros, poner un proyecto en manos de un productor, que ha creído en sus posibilidades y ha aportado los fondos para llevarlo a cabo. O sea, niega en rotundo lo de  indiscutible y lo de innovador. Le avergonzaría aceptar semejante cosa. Él es y se siente uno más y muy más. 
El argumento, sano y honesto donde los haya, descoloca al interlocutor, que insiste: “Pero usted interviene en los guiones de sus películas, selecciona el casting y asiste al montaje”. El artista se queda perplejo y con generosa amabilidad intenta aclararle al entendido que cualquier director que se precie toca o retoca, escribe o reescribe los guiones que ha de traducir al idioma de la pantalla; que cualquier director que se precie tiene en su cabeza la tipología de los personajes y los busca en el casting junto con su equipo de confianza y, por último, que cualquier director que se precie asiste al montaje porque el cine, pasada la aventura del guión y salvada la financiación, tiene dos partes bien diferenciadas; una, el rodaje, que es el análisis pormenorizado del tema, la descomposición en secuencias y planos, y otra, el montaje, que es la labor minuciosa de síntesis de cuanto antes se ha ido analizando. A estas dos etapas asiste -repite- cualquier director que se precie, y no por eso se es indiscutible ni mucho menos innovador.
Durante la hora de coloquio se esfuerza en contestar a este nivel claro y rotundo, en desmitificar, sin poner solemne el gesto, lo que para él es lo más normal en su trabajo. Incluso se atreve a hablar de su inseguridad a veces, a reconocer la ayuda que recibe por parte de los que arropan su labor diaria: operadores, actores, músico, ayudantes, eléctricos, atrecistas, etc., personas sin las cuales no haría nada, de las que depende tanto y, en especial, del temor que en ocasiones le invade de no ser correspondido o de que el grupo lo considere flojo, o poco diestro en el oficio, siendo parte de su preocupación llevar la tarea muy bien ordenada desde donde resida para que el horario laboral no se pase ni un minuto porque los presupuestos están ajustados al límite.
Luego vamos a cenar a Paris, al Barrio Latino, y el coloquio, ya reducido a ocho personas, colea. Como el endiosamiento al que ha sido sometido en la sala (en ningún momento compartido por él) le resulta incómodo, puntualiza en el sentido de observar la necesidad que tiene el público de mitificar lo que no es más que el trabajo de alguien. Precisamente son esos mitificadores los que salen haciendo grandes declaraciones en las cuales parece ser que describen a una especie de ser superior venido de otra galaxia. En concreto dice que nadie más que él y su equipo de rodaje saben qué es lo que se rueda y cómo se rueda, aunque los que están en la grada o se nutren de entrevistas o de especulaciones o pagan su entrada en taquilla, recreen su propia película, es decir, la película que les hubiera gustado hacer, la cual tiene poco que ver con las tripas reales de una producción.

Hay actores que son seleccionados por su físico: sea el que sea, que puede valer para el malo, para el bueno o para el regular. Los hay con o sin frase, sencillamente figurantes o que son llamados porque hablan inglés o el idioma que convenga a la obra. Y lo peor no está en que el público se crea esto o lo otro y convierta lo que imagina en misterio. Lo peor le parece que es cuando un artista se lo cree, se echa por encima la capa de oropel y hace declaraciones donde el “yo” predominante juega un triste papel de mesa camilla, o sea, para él y los suyos, todos cortaditos por el mismo ras. Algo así como lo que decía Paco Toronjo, que tanto dijo cantando: “Aquel que dice yo soy es porque no tiene quien le diga tú eres”. 
Este Director homenajeado, del que sigue sin venir a cuento el nombre, puede dar o no lecciones en la pantalla, pero las de la modestia y la moderación que impartió en el coloquio y repitió en la cena fueron, sencillamente, magistrales. 

© Manuel Garrido Palacios

Suzanne Valadon

Sous-bois, 1914
Suzanne Valadon
(Bessines 1865 – Paris 1938)
huile sur toile, 55 x 46 cm.
Collection privée
Pinacothèque de Paris

Miguel Madeira

Miguel Madeira
OBSSESÃO
Editora Chiado
presentación:
28 agosto 2015 · 18:30 · Biblioteca Municipal · Loulé