Picasso • Miró • Dalí



Picasso. Strumenti musicali su un tavolo (1925-26) 
Museo Nacional de Arte Reina Sofía. Madrid

Miró. Natura morta II
 (La lampada a carburo) (1922-23)
The Museum Modern Art. Nueva York



Dalí. Arlecchino (1926)
Museo Nacional de Arte Reina Sofía. Madrid



Por si algo le faltaba a Florencia, puedes toparte al paso, como quien no quiere la cosa, en el Palazzo Strozzi, con la muestra 'Picasso, Miró, Dalí', en la que se exponen sesenta obras de la producción juvenil de cada uno. A la visita a la ciudad se suma este aliciente porque toda la modernidad que exhibe se mezcla en la retina con el tesoro artístico florentino. Y más que escribir, vale ver, asimilar, aprender. El sentido profundo del Arte trae a la memoria lo que dice Juan Ramón Jiménez sobre la chicharra que '… sierra un pino al que nunca se llega'.

© Manuel Garrido Palacios

Alexis Díaz-Pimienta



Alexis
 Díaz-Pimienta
(La Habana, 1966)


Repentiza, escribe, investiga, enseña, dirige la Cátedra Experimental de Poesía Improvisada y es miembro director del Centro Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado (CIDVI) de La Habana. Cultiva géneros literarios como novela, cuento, poesía, enyayo o literatura para niños, y ha sido traducido al inglés, francés, italiano, farsi, árabe, búlgaro y alemán, en antologías y revistas. Ha publicado una treintena de libros, la mayoría ganadores de premios nacionales e internacionales. Ha escrito guiones de cine y obras de teatro. Alexis Díaz-Pimienta es el más universal de los repentistas cubanos. Tras casi tres décadas en la TV cubana, ha llevado la improvisación por el mundo y ha compartido escenario con Silvio Rodríguez, Jorge Drexler, Danny Rivera, Albita Rodríguez, Hernán López-Nussa, Martin Buscaglia, Celina González, Isaac Delgado, Amaury Perez y muchos otros. 

mgp.

Epifanio Lupión y los trovos




Epifanio Lupión y los trovos
© Programa RAÍCES de TVE
Garrido Palacios entrevista a
Epifanio Lupión.
En Revista de Folklore (nº 125. año 1991; págs. 174-7) 



Llego a la Rápita, pregunto a José Peña, del comercio, al tiempo que compro algo. Mostrador por medio, me ilustra sobre el fandango, la Mudanza, el Robao y los trovos. Y ahí se fragua la película.

Venga vino, venga vino,
sea en cualquier cacharro,
yo bebo más que un molino,
sea en bota, sea en jarro,
y si veo que pierdo el tino,
de las maderas me agarro
para emprender mi camino.

Usted no abuse del vino,
por lo que suela pasar,
que en la mitad del camino
igual se puede quedar.

Yo nunca abuso del vino,
por si acaso me hace mal
y en este rato divino
un vino le quiero dar
a este pueblo que es tan fino.

Siendo una cosa exquisita,
porque ya usted tiene arrugas,
por las ánimas benditas,
usted busca a una viuda
pero le salió mocita.

Cuando se murió mi tío,
estando ya en el ataúd,
me dijo: ¡Sobrino mío,
este mundo es un gandul,
todo lo veo tendío,
aquí acabo mi mundo,
en este cajón metío,
cuida tú bien de lo tuyo
porque yo ya estoy cumplío!

Manuel toca el violín, Cecilio la bandurria, Mejía y Rogelio le dan a la guitarra, y Epifanio Lupión, Ramón Antequera y Miguel García, cantan los trovos. 

Mi memoria y mi sentido,
y también mi mala suerte,
al atardecer la muerte,
porque me encuentro aburrido
pasando el tiempo sin verte.

El trovo es una mezcla improvisada de ritmo voces, jaleo y mucho ingenio.

Lo sabe toda la gente,
soy rústico labrador
y vengo como suplente,
y si no me sale el cante
me voy y me siento enfrente

Diría que todos los instrumentos suenan como regañados unos con otros, que cada uno va por su sitio, que en cualquier momento va a romperse el conjunto, pero que no se puede hablar por ello ni de descompás ni de desafinamiento, puesto que ese son quebrado es su timbre, su carácter, ni de arritmia, porque encajan al hilo compás por compás a tajo, no cuando la suerte quiere, que cualquiera diría.

¡Ay!, no conozco ni comprendo
pero te voy a dar vueltas
porque a ninguno ofendo
si digo que esta fiesta
es el baile alpujarreño.

No hay señal definida de salida para el cantaor, al menos, que alguien fuera del cogollo sepa captar. No parecen existir compases de espera, ni una regla que diga esto es así y lo otro no. Pero el milagro del canto de los trovos surge anchando la capacidad de admiración del más pintado en el tema. En esta hondura, los troveros acuden antes al fondo que a la forma. Valoran, más que la buena voz -como la de Candiota o el Capitán- lo que se dice:

Yo no vengo en plan de guerra
ni vengo en plan de querer,
orgullo en mí no se encierra,
sólo vengo a defender
a quien trabaja la tierra.

Camino los cuatro vientos
cada noche y cada día,
siempre me sobra energía
para sufrir los tormentos
que vengan en contra mía. 

na reunión de troveros no tiene hora de comienzo ni de final, carecen de sentido las fronteras temporales de una fiesta, que dura mientras el cuerpo se mantenga en pie -o sentado- y quede algo por decir. A las guitarras se les pueden partir las cuerdas a medio camino, pero la música sigue aunque sea arañando la madera: "Se empieza cuando se quiere y se termina cuando uno se cansa -dicen-, es un ejercicio de ingenio, pique y gracia, sin gota de mala leche".

Epifanio, yo no quiero
buscar la rivalidad,
porque soy quien considero
de que usted no puede ya
con el peso del sombrero.

Te contesto a ti Miguel,
porque eres compañero,
y te digo de una vez:
me he comprado este sombrero
y parezco un cordobés.

De los troveros, unos trabajan en un invernadero, otros son agricultores o llevan un camión, y algunos ya están jubilados, como Epifanio Lupión Lupiáñez, hombre de gracia natural:

Chaqueta y sombrero negro,
más vivo que el aguacate,
a lo que Epifanio canta
le veo mucho tomate.

Yo no sé si habré faltado
con lo que le dije a usted,
deberá ser perdonado
porque yo nunca podré
llegar donde usted ha llegado.

Epifanio, yo lo quiero,
y olvidarlo no podré,
pero lo que no tolero
es que siempre vaya usted
en contra del mismo obrero.

Yo nací en Albuñol,
y ahora te digo yo:
aprecio mucho al obrero
pero al maleante no.

Cantan lo que sucede, ven o sienten. Letras que divierten, sorprenden, relatan. Uno de esos trovos que se pierden en el momento en que nacen deja en el aire salobre del pueblo La Rápita que Federico -aquél granaino- murió a los 38 años.

Convencer al ignorante
requiere mucha paciencia,
diga usted su consonante:
¿Quiénes son pa su creencia
los primeros maleantes? 

Epifanio nació en Albuñol, pura Alpujarra: “...seis meses antes de empezar el siglo; por debajo de la iglesia hay tres molinos; yo vine al mundo en el que le dicen artero; entonces éramos mucho más pobres. Por aquí hay una especie de deporte al que llaman bailes, mudanzas y otras cosas rancias y tradicionales, y es que desde ni se sabe cuántos años, por las Pascuas, se reúnen los cortijeros en la era con la familia y forman una fiesta con violines, guitarras, bandurrias; unos trovan bien, otros regular y otros mal, como servidor, pero cuando cantan, intentan hacerlo lo mejor que pueden al ritmo de los palillos que tocan los que bailan; así se divierten. 
Las Alpujarras se han ido despoblando. Yo estuve en el molino hasta los ocho años de edad y me fuí a guardar ganado hasta los veinte. Me llevé un hermano a Madrid y no pude colocarme porque no sabía poner mi nombre; era una tienda de ultramarinos de un tal señor Quiroga, entre la Plaza de la Villa y la Calle Mayor, así que me tuve que volver a guardar cabras. Yo no sé leer ni escribir pero sé muchas poesías que me he inventado; las tengo en la cabeza, entre la más bonita y la más fea, unas cincuenta por ahí”.
Epifanio quiere mostrarme la Rambla Guarea, especialmente la parte llamada el Trebolar, linde entre Granada y Almería, escenario trágico hace décadas del paso por el valle de una desgracia atmosférica que lo arrasó todo. Una de las poesías que guarda en el libro abierto de su memoria, lo cuenta:

LA TRAGEDIA DE LA RAMBLA

Cuando la nube cayó
salió la rambla a la raya,
unida a la de Gijón,
entablando una batalla,
¡cuantas casas se llevó!,
molinos, plantas y vallas,
y no quedó un murallón
y la vega de Albuñol
fué arrasada hasta la playa.
Muchos barrancos en unión
saltó la Rambla el Guarea,
el puente lo arrancó
se pueden hacer una idea
de la desgracia que ocurrió.
Ya no puedo ni llorar
ni tampoco sonreir
porque Dios ha dado lugar
en mi alma, a un sentir,
por mi amigo y muchos más.
Se refleja en mi memoria,
hombres, niños y mujeres
que ya descansan en la Gloria
lástima de estos seres
que ha sido amarga su historia.
Qué lástima de criaturas
que han perdido hasta el sustento
industria y agricultura,
por el agua y por el viento,
este daño no se cura.
Nuestro Dios no es vengativo
pero sí es muy potente,
y ello será el motivo
de derribar tantos puentes
siendo firmes los estribos
y ahogarse niños inocentes.
Yo digo que es peligroso
la Rambla y los barrancos
no hagáis casas ni pozos,
para Dios todo es muy flaco,
como es tan poderoso,
en ellos siempre ha hecho blanco.
Lo mismo que la mentira,
en lo alto de un cerrillo
nuestro Dios con su ira
si yo levanto un castillo
igualmente me lo tira.
Sé que Adra nos auxilia
y Motril, de otro sector,
aquí se acabe la envidia
todos tengamos amor,
y La Rápita y Albuñol
sean una sola familia.
No me puedo lamentar
del diluvio que ha caido
en estos puertos de mar,
en Adra desbordó el río,
tampoco puedo apreciar
el daño que hayan tenido.
Cuando aplacó la venida
bajaban los cortijeros
registrando las bahías,
llegaron helicopteros
al terminar la venida
y ya ves que de unas terrazas
consiguieron rescatar
a unos familiares que estaban
a punto de se ahogar.
En un día de mercado,
allá en Puerto Lumbreras,
muchos pueblos destrozados,
quedando el campo arrasado,
se llevó casas enteras,
los feriantes y el ganado.
Nuestro Dios con su poder
castigó a los humanos
y en la torre de Babel
se ahogaron los cristianos
y sólo se salvó Noé.
En la guerra de Vietnam
que se acaben los disturbios,
porque vamos a dar lugar
que luego venga el diluvio
peor que el universal,
que será grabado en la historia
lo mismo que el de Babel
para la eterna memoria
y todos iremos a la Gloria
que debe estar por el Cielo,
buenas tardes, caballeros.


Más en EL PÁMPANO ROTO (Apuntes etnográficos) M. Garrido Palacios. Ed. Calima. Mallorca.


Manuel Moya






Ningún espejo
Manuel Moya
El Rodeo Ediciones

Revista de Folklore nº 389






Revista de Folklore nº 389
Urueña





Sumario:

Editorial
Joaquín Díaz

Creencias y supersticiones canarias: testimonios orales
María Luisa Hernández y María del Carmen Ugarte

De tableros, cistas y calderas
José Luis Rodríguez Plasencia

El cuaderno de folklore de Palencia de la maestra Jovita Coloma, 1930
Carlos A. Porro

Disponibles en PDF los números anteriores así como la base de datos, desde el primer número, para consultas en formato web.

www.funjdiaz.net

Gerardo Piña-Rosales

LOS AMORES Y DESAMORES
DE CAMILA CANDELARIA
(novela)
Gerardo Piña-Rosales
Col. [dis]locados / Literalpublishing
Houston, Texas, 2014

En un documental sobre pueblos  primitivos, el locutor –micrófono agresivo en mano, tecnología a sus pies, pátina de autosuficiente encima– pregunta a la anciana analfabeta que amasa a la puerta de su choza: “¿Cómo se hace el pan?”. Ella se despeja el velo del sofoco y responde: “Con amor; después échele lo que quiera”. La anécdota, que se eleva sola a categoría, se repite con un escritor que presenta su obra: “¿Cómo se hace una novela?”. Son tantos los campos en los que aplicar el cuestionario, que cabe reunirlos en uno clave: “¿Cómo se hace la vida?”.
Los amores y desamores de Camila Candelaria, de Gerardo Piña-Rosales, goza del amor por cuanto sugiere el título y por el primor al trazar la novela enunciando el tema, dejando crecer su apasionante contenido y dándole fin en la orilla mansa de la vida. Todo lo cuenta Camila con el encanto añadido de mezclar en su discurso las voces que la moldearon: “Nací y me crié en San Juan de Puerto Rico, aunque pasé la mayor parte de mi vida adulta en Nueva York”. En su mundo primario están su padre y su madre; él, de origen humilde, funcionario, lector compulsivo, progresista, “atrapado en las redes de la mediocre tiranía de los burrócratas”, resignado a la “aplastante rutina” hasta sentirse “un fracasado”. Ella, “empantalonada”, de “vieja familia ponceña de abolengo –de ascendencia española–, venida a menos”, imbuida en humo de grandeza, culpando al esposo de la situación de la casa por no aportar más que el “sueldo de chupatintas”.
La voz recia y dulce de Camila cuenta que en este entorno se ve hecha “una muchachita muy desarrollada, con mis grandes ojos negros y labios pulposos, mi piel canela de mamey, mi melena azabache, ensortijada y sedosa, mis torneadas caderas, mis nalgas paraítas y mis pechines en punta. ¿Quién me iba a decir que mi atractivo sería la causa de mi desdicha?” Los hombres “me comían con la mirada y, aunque procuraba ignorarlos, en el fondo me halagaban”. Para la madre, “la virginidad era el tesoro más preciado de la mujer”.
Divorciados los padres, “sin acrimonias”, la madre emigra a Nueva York con los tres hijos. Tras unas semanas en un apartamento prestado, “chiquito como celda de convento”, consigue un trabajo y acceden a uno propio. Lejos del padre, Camila le pide auxilio por carta, pero la madre destruye las respuestas dejándola en pura incomunicación.
Graduarse de High School es su primer triunfo, llegando a dominar el idioma inglés, aunque siente y piensa en español: “lengua que habito y me habita”. La madre fuerza a los hijos a hablar “exclusivamente en inglés; como era muy blanca y de ojos claros, aspiraba a que la tomaran por gringa. Se avergonzaba de ser puertorriqueña”.
Por entonces frecuenta la casa un tal O'Hara, “hombretón viudo de cara colorada, ojos celestes y pelo azafranado, funcionario de Inmigración. No sé qué vería en mi madre”, pero se casa con ella. El día de la boda, Camila llora acordándose del padre: “me encerré en el toilet para desahogarme, pero fue peor porque me dio un ataque epiléptico. En el St. Luke's Hospital me sedaron y fui recuperando el control. Mi madre no me perdonó nunca lo que llamaba mi abominable conducta”. Al verla tan triste la llevan a un psiquiatra “calvo, rechoncho y con espejuelos como lupas”, que la invita sonriente a que se recline “en el diván para confesarle mis cuitas”, animándola a vencer la ausencia del padre y su hostilidad hacia New York, “capital del mundo, donde podría realizarme mejor que en Puerto Rico, que era una islita en medio del Caribe”. A la segunda visita “me dice que percibe en mí una capacidad de amar muy profunda, pero que si cometía el error de depositar ese amor in the wrong person, sería desdichada; que necesitaba un hombre con experiencia” que fuera a la vez padre, amigo y amante. A la tercera visita le pide que se desnude para auscultarla. Ella se extraña, pero “como era todavía ingenua, tan naïve, pese al pudor que me cohibía, le obedecí. Al verme en cueros se abalanzó sobre mí como un poseso y empezó a comerme a besos”. De un empujón logra zafarse y huir.
Camila ingresa en el City College con dudas sobre la carrera a elegir, hasta que se decanta por la sociología. Durante el Spring Semester, conoce a Edwin, estudiante de políticas, “fornido, que adoptaba el aire amenazador de quien va por la vida resolviendo los problemas a puñetazos”. Un día “se me presentó con un shopping bag lleno de libros de Marx, Engels y Mao; me dijo: son para que vayas cobrando conciencia política. No puedes permitirte vivir al margen cuando la patria de uno está siendo pisoteada por el invasor”. Después van al cine y “tan pronto se apagaron las luces empezó a acariciarme los muslos. Le advertí que se pagara una prostituta porque conmigo no iba a propasarse”. Tras la cena silenciosa en un restaurante chinocubano, ella le confiesa: “Aunque te cueste creerlo, soy virgen y pienso seguir así hasta mi boda”. Tras la sorpresa responde él: “La virginidad es uno de los mitos más represivos y antinaturales que la Iglesia –institución de lo más reaccionario– se ha sacado de la manga para mantener encadenada a la mujer. Como progresista, creo que la mujer latina y sobre todo, la puertorriqueña, ha vivido como una esclava del padre, del hermano, del esposo: sólo falta que con hierro candente le marquen en las mejillas el Sine Jure. Es hora de romper las cadenas. No pretendo hacerte daño, sino ser tu amigo y ayudarte en el progreso de tu maduración psicológica, política y social”. Una noche, tras “tacos, enchiladas, tamales y vino” van a una “discoteca de lo más chévere”. Un amigo la saca a bailar y Edwin lo impide: “A ella nadie me la va a tocar, ¿O.K?”. Camila se siente estúpida y a la vez orgullosa de que él haya proclamado “mi sujeción a su poder absolutista: ¡Yo era su hembra! ¿Cómo no vi que su proceder machista contradecía sus ideas sobre la liberación de la mujer? Was I dumb!”
Días después la lleva a su apartamento: “cochiquera llena de libros y posters de Sandino y el Che” y la atrae con mimos, música y ron. “Al tercer trago estábamos en el sofá. Me arrancó la saya a manotazos, clavó la rodilla entre mis muslos, y, como me resistía, me dio un cachetazo y me tapó la boca. Finally, he penetrated me. I heard my hymen break. I was hysterical, trembling, crying. Sentí correr por las ingles un líquido pegajoso como melaza. Como pude corrí hacia la puerta y el cínico aún me preguntó si me había gustado”.
Hasta aquí llega el cuadro inicial donde Camila se mueve, tras del que viene lo más sustancioso con personajes y escenarios donde se suceden sus amores, desamores y amoríos. Es un juego voluptuoso de ideas, situaciones impactantes, revelaciones de amantes, relaciones fallidas y giros inesperados. La primera parte queda en aperitivo frente a la plenitud de experiencias que sigue: toda una metáfora de su vida: “tan pronto como hube bebido ¡hasta la última gota! aquel líquido oleaginoso y amargo, sentí que la realidad de mi entorno comenzaba a revelárseme desde otros ángulos, que mi consciencia se expandía y navegaba ad libitum por las paredes del santuario, revestidas de dibujos y mandalas tibetanos; por la bóveda, tálamo circular o campo de batalla poblado de fornicantes ninfas y quiméricos dragones; por la claraboya, donde repiqueteaba la lluvia; por el denso y enervador aroma del incienso; por el viento, ronco rumor, entre los palmerales, gemebundo como algún animal cautivo o vulnerado. Por primera vez en mi vida me sentía realmente viva, pletórica de energías. Pero, al mismo tiempo, la quietud y el sepulcral silencio que nos rodeaban me sobrecogían. Un cierto miedo, una leve angustia ante lo desconocido se anudaban en mi garganta. Mi ser se descomponía, sin que yo pudiera –ni quisiera– detener el total desvanecimiento de las diferentes y contradictorias personalidades que a lo largo de mi vida había presentado a los demás…”.
El final son flecos de memoria que la brisa de la avanzada edad mueve. Restos que memora en silencio y en los que surge Mario –¿su último amor o desamor?–: “cuando le hablé de las elecciones que se avecinaban –y en las que él, de haber estado sano, habría participado–, me lanzó una mirada que me heló la sangre. Y como yo insistiera, me gritó: But don't you see it, damn it! I am dying! I have AlDS. I think it's about time you know my little secret: I am gay! No lo creí hasta que me hubo contado desde su críptica y torturada vida homosexual hasta su matrimonio conmigo por guardar las apariencias y asegurarse el éxito en su carrera política”.
Y tras tanto amar y desamar, el telón cae como la ola lenta que besa una orilla suave, linde en la que Camila aguarda el latido postrero amasando lo vivido con el amor que cierra su vida: “Tras la muerte de Mario, Nueva York no tenía ya nada que ofrecerme; vendí la casa de Staten Island, regalé los muebles y me mudé a San Juan. Aquí estoy, frente al mar que me vio nacer, recordando, escribiendo, no tanto para consignar las vicisitudes de mi vida sino para desahogarme, para descargar mi rabia y mi tristeza, para aliviar mi soledad hasta que llegue mi hora”.
Da capo. Si se preguntara -¿a quién?- ¿cómo se hace la vida?, tras leer la de Camila Candelaria seguro que diría: “Con amor; después échele lo que quiera, aunque sean desamores”.

Manuel Garrido Palacios
Paris. Verano, 2014

Alexis Diaz Pimienta

       

EL ÁRBOL DEL PECADO

Para José Antonio Santano

I
El misterio mayor de los olivos
Está en los arabescos vegetales
De sus ramas, tan ramas, tan iguales,
Tan llenas de poemas putativos.
Olivos milenarios, obsesivos
Con el color aceite del paisaje.
Olivos donde empieza un largo viaje
Hacia el pan familiar de cada uno.
Bisabuelos de nuestro desayuno.
Aderezos visuales del lenguaje.

Recuerdo mi primer encontronazo
Con su esdrújula piel llena de azares.
Yo venía en un tren. Los olivares
Hacían auto-stop, tendido el brazo
A lo Toulouse-Lautrec, no hacían caso
Al asombro frondoso del turista.
Recuerdo que era verde la autopista.
Recuerdo que eran curvos los espejos.
Recuerdo que, mirándolos de lejos,
Parecían caprichos de un artista.

De pronto se nubló, y sin previo aviso,
Goterones de aceite embadurnaron
Los techos y las calles, patinaron
Los pájaros volando, y sobre el piso
Hubo manchas de sed, hambre plomizo,
Todo tan resbaloso, dúctil, blando.
Un zéjel y un laúd de contrabando.
Una danza del vientre al son del trigo.
La tierra succionado con su ombligo
A todos los que estábamos mirando.

Desnudos y aceitosos los poetas,
Los árboles, las piedras, los collares,
Los libros, los manteles, los ijares,
Las lámparas, los sábados, las tetas.
Crocantes y aceitados los planetas
Girando alrededor de un viejo olivo.
Calientes y olorosos (con motivo).
Lunáticos y verdes (por fortuna).
Todos vadeando, al sol, la misma luna.
Todos leyendo, al sol, lo que ahora escribo.

Y las gotas de aceite en la ventana.
Y las gotas de aceite en los bolsillos.
Y manteles y sábanas con brillo.
Y no hay ropa interior hasta mañana.
Llueve aceite en Sevilla y en La Habana.
Canta el pan en Jaen y en El Vedado.
Huele a sexo y a mar recién horneado.
Huele a "moja la molla" y "chupa el dedo".
Yo quería ser virgen, y no puedo.
El olivo es el árbol del pecado.

II
Con un poco de aceite y una vela
Me dijiste, no temas, tú tranquilo,
Y en mi espalda desnuda sentí un hilo
De sabia prospección, de vil cautela.
La música dictaba un duermevela
Inducido a conciencia y a destajo.
Tus manos, en jornada de trabajo.
Tu lengua en un ritual húmedo-audible.
Yo interpretando, lo mejor posible,
mi papel de pan negro boca bajo.

Goteas, lentamente, y me estremezco.
Tus manos no son manos, son esporas.
Resbalo sobre el aire, unto las horas,
Goteas, lentamente, y anochezco.
A cuentagotas, ¿ves?, desaparezco.
Estaba y ya no estoy. Era y no existo.
Gimes, me visto, gimes, me desvisto.
Soy el pez, soy el charco, soy el fuego.
Un pan negro cortado para luego.
Un pan negro mojado de imprevisto.

Y pensar que no sabe el estanciero
sembrador de olivares en Baena,
Que la parte final de su faena
Se resume en un "ponme tú primero".
Y pensar que el sudor del jornalero
Aportó a estas turgencias y gemidos.
Los troncos jorobados o partidos.
Las gotas de Rocío evaporadas.
Todo para cenarnos, entre almohadas,
Dos cuerpos extravirgen bien servidos.

Mojemos en aceite los poemas.
Mojemos en aceite los recuerdos.
Los senos ambidextros (o ex-izquierdos),
Los tíquets para el cine, los problemas.
Soy tu vela de aceite y tú me quemas.
Soy tu pan con aceite y tú me muerdes.
Mojemos en aceite y no te acuerdes.
Mojemos y no grites y no corras.
Después, con las gotitas que te ahorras,
Plantamos otra vez palabras verdes.

Muérdeme por el sur, que estoy crocante.
Muérdeme por lo negro, que estoy blando.
Moja tu voz en mí, y sigue callando.
Dale al aceite voz y que el pan cante.
Todo se vuelve un circo delirante.
Un complot del también y el demasiado.
Aceite. Desnudez. Hambre. Bocado.
Luz. Migajas. Calor. Sábanas. Besos.
Perdónanos, señor, por los excesos. 
El olivo es el árbol del pecado.

© Alexis Diaz Pimienta. Cuarto de Mala Música . Almeria, julio 2014.
© Fotografía Héctor Garrido