Eduardo González-Viaña



Correspondiente de la Real Academia Española

La Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE),
en colaboración con
la Asociación Internacional de Peruanistas (AIP),
el Consulado General del Perú en Washington, DC,
y la Embajada del Perú en los Estados Unidos
anuncian el acto de ingreso en la ANLE
como miembro de Número de

D. Eduardo González-Viaña
“Vallejo en los infiernos: biografía de una novela biográfica”
(Discurso del nuevo académico)

D. José Antonio Mazzotti (AIP)
presentará al nuevo académico
y
D. Gerardo Piña-Rosales (ANLE)
contestará su discurso de ingreso

Sábado, 11 abril 2015 · 6:30 p.m.
Sala de conferencias de la Embajada del Perú
Washington, D.C., USA


LE CHANT DU DIVERS

LE CHANT DU DIVERS
Introduction à la philopoétique d'Édouard Glissant
Manuel Norvat

Editorial L'Harmattan
Paris

L'œuvre d'Édouard Glissant est réputée difficile. Il convoque à sa guise la littérature et les autres domaines de la création, mais aussi les sciences et les savoirs de l'humain : histoire, anthropologie, sociologie et philosophie. D'où parle Glissant, de quel point de vue, de quel territoire de la pensée et de la création ? C'est un plain-chant articulé autour du souffle du Divers, une "philopoétique" d'où s'énoncent les ritournelles conceptuelles et intuitives d'une vision du monde.

TAVIRA

TAVIRA

En Tavira, a las cinco en punto de la tarde del Domingo de Ramos, es tradicional que salga toda la Semana Santa junta: Oración en el Huerto, Prendimiento, Nazareno,  Crucificado, Dolorosa y  Entierro bajo palio. Cada cofradía, con sus capas pardas, verdes, blancas, sus escapularios, sus devociones, su pensamiento conservado y su fe intacta. Las imágenes que cruzan las calles sobre un suelo de lavanda no llevan la melena acorde con la pompa y circunstancia requeridas para las grandes solemnidades; quizás la corona de Jesús orando en el huerto se incline un poco al bajar el escalón de la Igreja do Carmo; puede que parezca raro que la escolta de Cristo yacente esté compuesta por seis guardias republicanos y que la escasez de medios lo envuelva todo. Pero Dios está allí, más que nunca presente en la inocencia del acto, en el íntimo y sereno ‘yo creo’. La comitiva cruza el río Gilão por el puente que recuerda la batalla de Aljubarrota, rodeó la bella ciudad y regresa al templo sin la preocupación turística de si se habrán cubierto las plazas hoteleras con motivo de la muerte de Cristo, sin competir las hermandades en ver qué santo luce más joyas, sin que nadie mantenga en los días precedentes insoportables debates en los medios de comunicación sobre si tal esquina había que doblarla a las diez o a las diez y cuarto, sin que un espontáneo contratado cante en un balcón bellas saetas, sin que setecientos cincuenta y un notables se apunten al paseo con la vara de mando, sin que estrenen manto primoroso las vírgenes, sin que un mandamás dé voces pidiendo orden en las filas. Sin siquiera cera para repartir, la Semana Santa de Tavira no tiene más que su fe desnuda de ropaje. Fe y un encanto que viene a decir que, al igual que en las más encopetadas semanas santas, en la suya, tan humilde, también está Dios. ¿O no se trataba de eso?.


© Manuel Garrido Palacios
fotos mgp

Viganella


EL SOL DE VIGANELLA

Parece una historia sacada de Pedro Saputo, la novela de Braulio Foz en la que el protagonista ata una soga a la torre de la iglesia para moverla con tal de desviar la sombra que proyecta. No sucede ahora en Almudévar, pueblo de Huesca, sino en Viganella, aldea italiana en plenos Alpes, de un par de cientos de vecinos, a la que se va desde Turín o Milán o desde Lugano, en el cantón suizo de Tesino. Aparte del paisaje, cuyo perfil no cabría aquí, hace unos años su nombre saltó a la palestra porque un alcalde con imaginación: Píerfranco Mídali, de oficio ferroviario, rayano en el medio siglo de edad, quiso que el sol no faltara en su aldea, en especial en los ochenta y tantos días que median entre Noviembre y Febrero, periodo en el que la orografía lo impidió siempre. En esos meses el sol camina tan a ras de tierra que las montañas hacen de barrera para que la luz no entre en la aldea, situada en lo hondo del valle, como si la tristeza quisiera habitarla. Las sombras provocadas por los montes de la Colma lo tenían en vilo desde muy atrás, por eso el alcalde Midali parió la idea de montar un espejo de 40 metros cuadrados, que recibiera de frente los rayos solares y los proyectara sobre el caserío, invento que puso en marcha. Encajado el espejo en la ladera idónea, al menos durante seis horas diarias el sol llegaría a la aldea, borrando la imagen secular de las sombras a cambio de la alegría de la luz. El espejo, de una tonelada de peso y de un coste de unos 100 mil euros, es el sol de invierno de Viganella, Se instaló el armazón a 1050 metros de altura con un helicóptero y ahora, cuando el astro asoma, se refleja e ilumina 250 metros cuadrados de este lugar idílico desde una distancia cercana al kilómetro. Si no hay sol arriba, no lo habrá abajo. Pero si lo hay, la aldea lo gozará como tantos lugares. Giacomo Bonzani, el arquitecto que puso en solfa la idea del alcalde Midali, manejó otras alternativas, como la de poner, en vez de un espejo, varios más pequeños, pero el alcalde prefirió seguir el criterio de los grandes operadores de cine: si el sol es uno, que el punto de luz sea uno. Y como el sol se mueve, quiso que un brazo mecánico lo fuera girando para no perder ni un rayo de los dirigidos a la aldea. Midali logró los fondos externos necesarios para su proyecto (porque los impuestos municipales de los 200 vecinos no estiraban más) y, entre otras aportaciones, la plata base llegó desde la provincia de Verbano-Cusio-Ossola y de la Fundación Cariplo (Cassa di Risparmio delle Provincie Lombarde) Puede ser que semejante aventura atraiga a los curiosos, porque resulta insólito sentir un sol tan de invierno inmersos en este grandioso valle. Lo mejor es que nadie podrá llevarse un rayo de recuerdo porque toda la alegría de la luz quedará donde debe: en los que habitan la aldea y en los sentidos del viajero. El alcalde Midali consiguió con su empecinamiento que la luz llegara a esta piazza de Viganella, en la que hay una fonda en la que te ponen una carne, un queso y un vino cuya descripción va a necesitar otro artículo.

© Manuel Garrido Palacios

James Joyce

John Gross
JOYCE
Ed. Grijalbo

La obra de James Joyce sigue atrayendo al lector, inquietando al crítico. La reconstrucción analítica de su mundo simbólico, de su lenguaje radicalmente nuevo, de su genial tejido literario, se considera aún, y por mucho tiempo, la mayor «prueba de fuego» de todo historiador de la literatura. John Gross hace inteligible -con nitidez poco común: su mayor mérito-, el complejo y atormentado mundo literario de este gran revolucionario de la «escritura», atendiendo las claves de la obra y de su estructura sincrónica.

© Ed.

Luis Vea García

Hachazo de metrónomo
Luis Vea García
Ed. Isla Varia

El ser humano no viene a ser más que un idiota en la barriga del Tiempo, el artista o creador no más que una cuarta parte de verdad de una mentira. Y creo que Luis Vea y su libro Hachazo de metrónomo parecen no desconocer este apunte. Luis Vea no se propone con su libro salvarse ni salvarnos, entre otras cosas porque su punto de arranque se basa en no permitir dejar de ser lo que simplemente somos: seres con un metrónomo incorporado, con fecha de caducidad y dolor irremisible. Pero si aún mi exposición hasta ahora puede todavía provocar cierta desconfianza y todavía a nuestros cuerpos le quedan ganas de fiesta transcribo a continuación aquella frase del poeta y filósofo Henry D. Thoreau, un personaje donde los haya de lo más curioso del siglo XIX: No podemos matar el tiempo sin herir la eternidad.

© Antonio Jiménez Paz [del prólogo]

 (pág. 61)
DOS TIPOS

Una calle hastiada,
el coche la recorre,
quizá frena sus aristas en el asfalto.
Dos tipos.
Uno contempla una paloma,
frena su marcha y observa
su vuelo errático y apresurado.
Otro avanza y acelera,
engulle bajo el asfalto
el cuerpo mancillado.
Siempre dos posibilidades.

© L.V.G.

Antoine de Saint-Exupéry

VUELO NOCTURNO
Antoine de Saint-Exupéry
Editorial Berenice

"Hemos tenido en nuestras manos numerosos relatos de guerra o de aventuras imaginarias, en los que el autor daba a veces prueba de un logrado talento; pero que hacían sonreír, sin embargo, a los auténticos aventureros o combatientes que los leían. Este relato, del cual admiro su valor literario, tiene, por otra parte, el valor de un documento real. Estas dos cualidades, tan inesperadamente unidas, dan a VUELO NOCTURNO  su excepcional importancia."

© André Gide

Revista de Folklore 397 y Parpalacio 79

Ya está disponible el número 397, correspondiente al mes de marzo de 2015, de la Revista de Folklore.

El enlace directo al número de marzo en formato digital (PDF): http://www.funjdiaz.net/folklore/pdf/rf397.pdf

Sumario:
Editorial de Joaquín Díaz:
Hace algo más de diez años recordábamos en un editorial de esta misma revista los «comienzos difíciles» pero esperanzados de la editorial Calleja, que inició su andadura en 1876 en Madrid, al abrir la familia una librería con un pequeño anejo para tipografía y encuadernación... Leer +...

Luis Resines:
El creyente Saturnino Calleja

Anna M. Fernández Poncela:
Refranes, edades y géneros

Paloma Esteban Calonge:
Arenillas, un pueblo olvidado de Valladolid

Cándido Santiago Álvarez:
La singular advocación mariana Virgen de la Guía


enero • febrero • marzo     2015

Todavía son práctica habitual en muchos pueblos, a pesar de la pérdida de tantas tradiciones, los juegos del tipo "calva" o "tarusa", entretenimientos antiguos que siguen teniendo numerosos partidarios, así como otras muchas competiciones de tino o puntería. En lo que respecta a la actividad preparatoria o de adiestramiento, desde siempre los juegos tradicionales –y ahora los deportes- han tenido como una de sus principales cualidades la del tino. Y es importante señalar que atinar no es –ni lo ha sido nunca- lo mismo que acertar... Leer + ...



Francisco Peñas-Bermejo · ANLE

La Academia Norteamericana de la Lengua Española
Celebra el acto de ingreso en la ANLE
como miembro de Número de 

D. Francisco Peñas-Bermejo

“Física y literatura: transferencias y consonancias”
(Discurso del nuevo académico)

Palabras de bienvenida
D.ª Patricia López-Gay (NYU y ANLE)

D. Gerardo Piña-Rosales (director de la ANLE)
presentará al nuevo académico
y
D. Jorge Ignacio Covarrubias (secretario de la ANLE)
contestará su discurso de ingreso

Viernes, 3 abril 2015 · 7:00 p.m.
King Juan Carlos I Center
New York University 

Max Memmi

LA FRANCE EN PARTAGE

Max Memmi
Questions contemporaines
Ed. L'Harmattan. Paris

Ce livre nous fait redécouvrir la France, celle que nous aimons, en la revisitant, en se penchant sur ses institutions modernes, son rayonnement culturel, sa puissance économique. Saviez-vous que notre pays détient les records du nombre de prix Nobel, d'inventions et de découvertes ? Cette France, libre et généreuse, et qui a inscrit le concept de laïcité dans sa loi, garantissant à chaque citoyen la libre pratique de sa religion. La France que nous aimons est là dans ce livre.

Ed.

Concierto en el tren

Concierto en el tren

Asisto en el tren a un concierto cuya complejidad sorprendería al mismísimo Arnold Schoenberg, por lo que me pongo a la tarea de hacerle su crónica. Veamos. Nada más arrancar y pedir la azafata que se modere el uso de los teléfonos móviles y se salga a hablar a la plataforma, suena en un ángulo del vagón la Marcha Turca de Mozart. Al tercer compás la música se frena y da paso a un recitado en voz alta: «...le dije a la abuela que no lo hiciera, pero ella es muy terca y como siempre se sale con la suya, a ver quien arregla ahora el lío del Montepío...» Sin acabar esta voz surge por el lado opuesto el tararirí del famoso Danubio Azul de Strauss, y a los pocos compases se interrumpe para dejar paso a una serie de gritos: «...dile a tu madre que en la mesa de mi cajón está el talonario, que lo coja, haga uno por cien euros y te lo dé. ¿Vale, hijo?. Oye, ¿te has acordado qué día es hoy? Papá cumple años, ¿sabes? Coño, sólo me llamáis para pedirme pasta...» La tercera música brota del asiento 8B y es el tatatatá de inicio de la Quinta Sinfonía de Beethoven, preludio para la voz que se incorpora al coro, que suelta: «...oiga, váyase a freír monos. No me amenace con embargos y tómese una tila... sí, sí, hombre, y espere sentado, que yo también le tengo a usted cogido por donde mismo...» La cuarta parte del pentagrama se llena con los compases del tirorirorí de la sonata Claro de Luna, del mismo don Ludwig , tras de la que la voz saca a lucir su canto: «¿Que dónde estoy me preguntas?. Pues en el AVE. ¿Dónde voy a estar?. Pareces tonto, cariño. ¿No me estás llamando tú al AVE?» Y cuando ya se puede pensar que la coral está completa comienzan a salir músicas y voces de todos los rincones; incluso alguien que pasa camino del bar saca del bolsillo su móvil cantarino, que entona el comienzo de El Barbero de Sevilla, de Rossini, para dar paso de inmediato al recitado siguiente: «...tú no cedas ni un pelo, que esos, si no te la dan a la entrada, te la dan a la salida y te van a meter las vacas en el corral...» El ocupante del asiento 5A, en un alarde de facultades, consigue atender dos llamadas simultáneas, una en cada oreja, una, con el comienzo de una marcha semanasantera, otra, con una copla del Rocío, mezclando luego sus argumentos a voces, cosa merecedora de admiración y de un «¡Bravo!» potente y rotundo de la grada. Y así, más músicas y más palabras con las que se crea en el vagón del AVE no ya una politonía -que ya quisiera haber conseguido Shoenberg-, sino un ensayo policonfuso propio de los más avanzados auditorios del mundo, con voces que suben, bajan, van o vienen, todas con sus músicas tararireras, a las que, de cuando en cuando, se suma como un susurro, la más dulce de todas: la de la azafata preguntándote si quieres zumo de naranja o agua. Sin duda, el AVE tiene el honor de ser escenario de uno de los espectáculos sonoros más en punta de los que pudieran degustarse. Cierto que se echa en falta el aplauso final a tan denso esfuerzo, pero ya se sabe la indiferencia de la gente hacia la verdadera cultura de vanguardia. Lo propio es dar al elenco la enhorabuena. Ánimo.

© Manuel Garrido Palacios

CULTURA

CULTURA

Asisto a lo que llaman un acto cultural. Lagarto, lagarto. Los que me acompañan llenan el regreso de opiniones sobre el evento. Escucho y cato. La queja común es que se confunde ocasión con tradición, sabiduría con datos, palabreo con reflexión, hábil con artista, listillo con inteligente, entendederas con atrevimiento, hambre con ganas de comer y todo así. Repito algunos de los ejemplos expuestos: 1) Un político que tenía que recibir a Antonio Gala, en vez de saludarlo como lo que representaba, le espetó: «Yo también soy poeta». 2) Un... -¿cómo llamar a éste?- le largó a un escritor tallado, como si el ingenio fuera cosa de días de asueto: «Yo quiero tener las tardes libres para poder escribir como usted». 3) Un caso perdido le soltó a un recién llegado que en el Sur sólo había dos poetas de valía: Juan Ramón Jiménez y él. Y todo tan ridículo. De lástima. Como es interminable la lista de disparates pongo punto porque estas osadías no merecen. Aunque son empobrecedoras en sí mismas y no resistirían un análisis, dan norte en conjunto de lo difícil que resulta entender el significado de Cultura, palabra que tanta resistencia opone a ser definida porque tiene un corazón tan tierno que cualquier vaivén podría herirla. Gracias a que por venir de dar culto a lo superior conserva un halo misterioso que la protege. Hay quien se mueve en lo que le parece Cultura y con ello recorre el camino de la autocomplacencia. Los que andan encariñados con ella ven ese camino cultural poblado de saberes, de formación de la mente, de la personalidad, del gusto, de la sensibilidad, de la inteligencia, de tomar las grandes obras del pasado como modelo, de sentirlas como tesoro colectivo de la humanidad, sean tradiciones artísticas, científicas, religiosas, filosóficas; todo eso que conforma un modo de vida de un pueblo: arte, moral, ley, costumbres, hábitos. Como alimento del espíritu nunca hubo empacho por degustar la Cultura, sino sensación de bondad por permitir que este o aquel vector nos abrieran paso hacia ideas que nos enseñaran a sentir que nadie es el eje del mundo; o sea: para universalizarnos.
La Cultura es el grano que queda limpio en la era cuando se aventa la paja, lo que habita los canalillos de la mente cuando se aparta lo obvio. Ella se defiende bien de la confusión porque está hecha a distinguir la voz del grito, el hablar mucho del decir poco, o nada, el auditorio vacío aunque parezca lleno, los discursos superficiales, las alharacas pelotilleras, el autobombo y los aplausos subvencionados a costa del contribuyente. En cierto despacho no sabían qué cargo darle a un «compromiso» y le dieron "Cultura mismo". Toma ya.
Habría que elevar el listón, no bajarlo a niveles infames bajo el pretexto de que así se pone al alcance de todos. Que suban esos todos. Que no parezca que somos incapaces de ser más que figurantes de una obra manida que sólo sabe justificarse a diario. Por cierto, ¿de qué acto llamado cultural venía yo para escuchar estas perlas durante el regreso?

© Manuel Garrido Palacios

Héctor Garrido

Exposición Fotográfica
de
Héctor Garrido
en
ART-KARLSRUHE
(Colonia. Alemania)

VIEIRA CALADO

VIEIRA CALADO
Moinho de vento
ALGARVE ONTEM

JOSÉ MARÍA LABRADOR

JOSÉ MARÍA LABRADOR
(1890-1977)
LOS PASTORES Y EL LOBO
(h. 1948 · Óleo sobre lienzo)
Museo de Huelva
NIÑOS EN UN BURRO
(óleo)
Museo Vázquez Diaz · Nerva

Miguel Hernández

Miguel Hernández
Leerlo hasta el alba

En un examen me salió como tema Miguel Hernández, del que sólo conocía una porción mínima de su obra, mínima como hermosa, pero que no me daba para hacer piruetas a ver si arañaba un aprobado, un cinquillo, y pasaba el brete. Pensando en la estrategia a seguir, resoples van y vienen, ocurrió que se nos vino encima parte de la techumbre del aula -¡milagro!- por culpa de una tormenta con escándalo de rayos y truenos; el viento arrancó de cuajo la rama de un olmo del patio y la hizo entrar por la ventana destrozando la cristalera. Sin luz eléctrica, con el frío y el agua invadiendo aquel espacio, ante el peligro de más derrumbes, el profesor suspendió la prueba que me preocupaba hasta que aquello se normalizara, y nos convocó para el dia siguiente en otro sitio. Esa noche la pasé hasta el alba leyendo a Miguel Hernández para hacerme a la idea, para enterarme de él, para saber quién era más allá de las fechas de su vida, de sus circunstancias. Puse afán en asomarme al prodigio de su poesía por aliviar mi ignorancia, y no ya para aprobar el examen, sino para empaparme del qué, el cómo y el cuándo de su poética. Leí todos sus versos y los volví a leer, y desde entonces me habitaron, aunque aquel día sintiera vergüenza por no haberlo hecho antes. A mis catorce años o así sólo conocía de él "el nada más nada igual a nada" que se impartía en la clase de Literatura. Me pareció injusto haber perdido el tiempo en otras cosas sin entrar en aquella esencia, sin habérmela descubierto, sin valorarla por no saberla. A partir de ahí llevé sus versos en todos mis viajes porque me salió de dentro, sin proponérmelo, leerlo allá donde fuera, como si quisiera compartir la belleza y advertir a quien escuchara de aquella fuerza de la naturaleza.
Ese verano lo pasé con mis abuelos en Asturias y, entre los sonetos que les leí, estaba éste:

Por esta senda van los hortelanos,
que es la sagrada hora del regreso,
con la sangre injuriada por el peso
de inviernos, primaveras y veranos.

Vienen de los esfuerzos sobrehumanos
y van a la canción. y van al beso,
y van dejando por el aire impreso
un olor de herramientas y de manos.

Por otra senda yo, por otra senda
que no conduce al beso aunque es la hora,
sino que merodea sin destino.

Bajo su frente trágica y tremenda,
un toro solo en la ribera llora
olvidando que es toro y masculino.

Mi abuelo era minero; mi abuela, hortelana. En aquel silencio creado en la cocina de Sama, ambos lloraron con el primer soneto, y me pedían cada noche que lo repitiera y ellos volvían a emocionarse. Lo traigo aquí para memorar aquel momento único.
Como viaje de estudios nos llevaron más tarde a Milán a un encuentro de estudiantes en el Teatro de la Victoria. Mi participación fue la de leer algo de Miguel Hernández, entre lo que estaba este otro soneto:

Lluviosos ojos que lluviosamente
me hacéis penar: lluviosas soledades,
balcones de las rudas tempestades
que hay en mi corazón adolescente.

Corazón cada día más frecuente
en para idolatrar criar ciudades
de amor que caen de todas mis edades
babilónicamente y fatalmente.

Mi corazón, mis ojos sin consuelo,
metrópolis de atmósfera sombría
gastadas por un río lacrimoso.

Ojos de ver y no gozar el cielo,
corazón de naranja cada día,
si más envejecido, más sabroso.

Abrevio tiempos y lugares de aquella época y salto a la siguiente, en la que en mi primer viaje profesional a Tokio, leo a Miguel Hernández en la sede de The Gendai, ante un público ávido de sentir su poesía. Fue un recital a tres voces: yo decía un verso, éste se traducía y repetía de inmediato al japonés y una tercera persona lo decía en inglés. Lo ensayamos y salió como se pretendía. Uno de los sonetos fue éste:

Sabe todo mi huerto a desposado,
que está el azahar haciendo de las suyas
y va el amor de píos y de puyas
de un lado de la rama al otro lado.

Jugar al ruy-señor enamorado
quisiera con mis ansias y las tuyas,
cuando de sestear, amor, concluyas
al pie del limonero limonado.

Dando besos al aire y a la nada,
voy por el andador donde la espuma,
se estrella del limón intermitente.

¡Qué alegría ser par, amor, amada,
y alto bajo el ejemplo de la pluma,
y qué pena no serlo eternamente!

Ya en plena actividad profesional, asistí en Dublín a un Festival en el que treinta paises presentaban obras. Fuera de la sala de proyecciones, en mi turno de palabra en un acto en la torre de James Joyce, en Lagheri, tuve la sensación de hacer las presentaciones de dos autores lejanos. También aquí fue necesario traducir el texto, incluso a mi propuesta se unieron los colegas ruso y noruego y estuvieron los versos hernandianos flotando en varios idiomas. Entre los sonetos que quedaron en aquel aire mágico estaba el siguiente:

La pena, amor, mi tía y tu sobrina
hija del alma y prima de la vena,
la paz de mis retiros desordena
mandándome a la angustia, su vecina.

La postura y el ánimo me inclina;
y en la tierra doy siempre menos buena,
que hijo de pobre soy, cuando esta pena
me maltrata con su índole de espina.

¡Querido contramor, cuánto me haces
desamorar las cosas que más amo,
adolecer, vencerme y destruirme!

¡Esquivo contramor, no te solaces
con oponer la nada a mi reclamo,
que ya no sé qué hacer para estar firme!

Faro, en el Algarve, fue otro punto en el que sonaron sus versos. Se producía un encuentro de escritores y mi tiempo en la tribuna fue entero para Miguel Hernández, al que, en esta ocasión, no hubo que traducir merced a que ambos idiomas, español y portugués, se solapan y se entienden sin más líos. Traigo aquí uno de los sonetos leidos:

¿No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras
y de fraguas coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?

¿No cesará esta terca estalactita
de cultivar sus duras cabelleras
como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón que muge y grita?

Este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mí mismo sus furores.

Esta obstinada piedra de mí brota
y sobre mí dirige la insistencia
de sus lluviosos rayos destructores.

Quizás si tuviera que fijar un lugar donde la poesía recibía a la poesía, éste fuera India, en dos puntos diferentes a los que fui a hacer unos documentales y nunca perdí la ocasión de recitar a Miguel Hernández. Uno fue Benarés, en la casa de Ravi Shankar. Veniamos de un momento mágico por la conjunción de los sonidos del sitar y de la guitarra, magia que se creció cuando, como un instrumento musical más, surgieron los versos de Miguel Hernández, ya en pirueta lingúistica, pues tras mi lectura en español era repetida en inglés y en indi. Como no encuentro expresiones para describir aquellas sesiones de encanto, voy directamente a uno de los sonetos leidos:

Me tiraste un limón, y tan amargo,
con una mano cálida, y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura sin embargo.

Con el golpe amarillo, de un letargo
dulce pasó a una ansiosa calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno duro y largo.

Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,

se me durmió la sangre en la camisa,
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.

Luego fue Calcuta, ante la Madre Teresa y su congregación, tras haber visitado unas leproserías distantes ciento y pico de kilómetros de la ciudad, a las que llegamos tras ocho horas de camino; selva pura. Contar esto con detalle quitaría espacio que hoy está para otra cosa. El último día de estancia, al llegar a la Casa, como ella la llamaba, a modo de despedida, las novicias cantaron y, como respuesta, les leí a Miguel Hernández. Aquí fue una monja colombiana la que tradujo versos como estos: 

Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!

Seguiría. De hecho, sigo: Paris, Londres, Florencia, Praga, incluso en la isla de Capri he leído en voz alta a Miguel Hernández para airear la fragancia de su poesía. Sin embargo, lo haga aquí al lado o en el pico del mundo, siempre creo que lo estoy haciendo ante aquel profesor que lo puso como tema, al que no hubiera podido responder en un examen que aquellos versos tenían vocación de convertirse en memoria. 

© Manuel Garrido Palacios
Academia Norteamericana de la Lengua Española. Nueva York



Ramón Masats

Ramón Masats
LA MEMORIA SENTADA


Recuerdo algunos sitios en los que estuve con Ramón Masats –aprendiendo, sin perder ripio–: Sa Pobla, Mallorca; Madrid, en clases de montaje (con su bacalao de Revuelta a media mañana o sus calamares al caer la tarde); Sevilla (torerías de Paula o de Curro); San Sebastián (tras el rodaje íbamos a Biarritz a devorar cine; entre otras perlas, cayó en su momento de “aquellos tiempos” la Enmanuelle de rigor; esa noche vinieron a la proyección Teo Roa y Alberto, operador y ayudante de cámara, muertos meses después en Alaska en el accidente de avioneta junto a Félix Rodríguez de la Fuente); sigo: Dublín, la Torre de James Joyce; Portugal, donde nos tocó ir en procesión tras el último participante de una carrera; Guernica y otros pueblos vizcaínos cuando dirigió el espléndido documental “Apuntes vascos”; y Huelva, para la que proyectamos un libro al que un día le daremos forma. Hoy quiero hablar de los cuadros -¿o son fotos?-, o crónicas para un golpe de vista, que cuelga en sus exposiciones. Imágenes que tanto digan en solitario como en conjunto. Tener cerca, aunque sea en leve proporción, la obra de Masats es un lujo cultural de primer orden. Una imagen es un juego complejo de ingenio y de sensibilidad. Una aparente “nada” puede ser un “todo” y viceversa. La técnica sola no basta. Si de un concierto lo que se te queda es el cartel que había al fondo, malo para el artista; si de una película sales alabando más que otra cosa los paisajes, peor. Pero si se va a una exposición de fotografías y se tiene la sensación de haber hecho un viaje por el alma, hay que escribirlo con palabras mayores. Este es el caso. Digo que puede parecer que no pasa nada mientras pasa todo.
El artista es un buscador que encuentra; ve ángulos inéditos, los plasma y de su arte surgen otros mundos que estaban ahí, esperando la mano de nieve. Decía un sabio que aunque sólo fuera un tío montado en un burro, por su puerta pasaba un universo. Eso nos proponen las fotos de Masats, capaces de encerrar en un instante el latido vital que a menudo nos pasa tan callando. La historia de una casa se abre con un clic que recoge el zócalo blanco raído; el desconche de una fachada azulina y el recerco de una puerta componen la bandera de la nostalgia; el pasavolante que alguien da a su interior puede ser un parón, un respiro en el afán, como el roal antesala del umbral de entrada, o la huella de la mezcla con la que se restañan grietas, o se agranda un patio o se parchea una cocina, centro de ese universo. Cada casa lo es. Sólo se necesita verlo, sentirlo y, como en la muestra, captarlo. He ahí lo que quien mire cada imagen puede percibir: un universo íntimo que al mismo tiempo es la forma y que rubrica una mancha irregular amarilla que domina el cuadro, señal simple del paso de los días y de las noches de los que habitan el sitio. Las obras de Ramón Masats son una sugerencia que no se interrumpe. Tienen ruido, alma, pulso, fragancia, voces que permanecen en el interior de cada marco y que si se pone oído, cuentan las historias prietas de humanidad que destila cada una de ellas. Los huecos se han llenado de arte fotográfico y las exposiciones son muescas que se van haciendo en la tarja de la expresión, marcando estas obras los niveles a los que se llega cuando se es capaz de ver la belleza que guarda y da cualquier cosa que antes sólo era aire. Después de filmar miles de fotogramas, el artista aísla uno para compartirlo en muestras así. Y no es sólo valorable la fuente de luz, la incidencia del rayo, el motivo encajado en el cuadro, el impulso por el que aprieta el botón, la emoción que te regala el resultado, ni siquiera el foco fino con el que se ha recogido. En Masats lo importante es todo junto y a la vez; lote de exquisiteces de las que no te hartas, por lo que cualquiera de sus imágenes merece una reflexión serena por lo que representa. En suma, una vez más, un aprendizaje.

© Manuel Garrido Palacios