AÚN EXISTEN PUEBLOS

AÚN EXISTEN PUEBLOS
Manuel Garrido Palacios
Centro Cultura Tradicional. Salamanca
(1ª y 2ª ediciones)

Empecemos por el título. Es verdad: de vez en vez nos preguntamos si todavía existen pueblos. En el siglo XXI, al parecer la vida nace y muere en las grandes ciudades. ¿Por qué nos olvidamos de las patrias profundas, allá donde todos los días, el pasado -aún el más distante- es una auténtica presencia viva?. En esos mundos de lugares dispersos, ahí donde nuestras raíces son más profundas, Manuel Garrido Palacios camina sin descanso; estudia vetas antiguas y modernas, recoge lo mejor de la sabia popular y la lleva con su ingenio a la palabra escrita.
Así, esta etnografía de lugares dispersos nos lleva por muchas aldeas y nos ubica en el centro mismo de los sentimientos del alma. Al recrear un cancionero, el artista del lenguaje nos va invadiendo con sus múltiples intenciones. Jamás se olvida de la dialéctica de la vida y la muerte. Desde el introito, las causas santas y los pecados capitales van y vienen sin conocer la tregua. El amor y los celos van de la mano. A las coplas dedicadas a los santos, a la virgen, a la puerta de una iglesia, se suman los bailes acompañados de panderetas, de alharacas, de las antiguas voces que hablan de los tiempos en que Dios no andaba por el mundo.
En Todavía existen pueblos Manuel Garrido Palacios continúa su trabajo infatigable. Sabe que la vida está hecha de muchos rostros, gestos y voces. Y por ello va de un lugar a otro recogiendo romances, anotando bandos municipales, dicharaches y loas; sabe también que ‘con mula, pan y companage se hace el viaje’. Entre marchas, malagueñas, jotas y seguidillas, va tomando sus apuntes de campo. Él mismo nos habla de la necesidad de una fonoteca de costumbres, de cuentos y música; de un archivo de leyendas, juegos y ritos; una fonoteca que un buen estudioso se verá necesario a consultar en un futuro.
Pero no es sólo la tarea de un acucioso investigador. Es también la entrega a los goces sensoriales y de la fantasía. La satisfacción interior conlleva un auténtico sentido lúdico. Además, la prosa poética corre por las venas del autor; no se cansa; es como un río profundo que nos lleva a los orígenes, a esas tierras tan lejanas de los suntuosos escaparates del poder.
Este libro es un culto a los viejos pueblos, y, por lo tanto, es también un culto a la vida. Al recrear tantos cantos perdidos se rinde culto a la vida misma. Bien se ha dicho que ‘las ánimas no perdonan’; por eso, tal como lo hace Manuel Garrido Palacios, hay que arrancarles palabra a palabra a los testigos que guardan su sabiduría. Así, esas ánimas caminarán con dignidad; irán hacia el camino de salvación sin premura alguna.

© Arturo Azuela
México
AÚN EXISTEN PUEBLOS
Reseña en
CUADERNOS HISPANOAMERICANOS. España

Este libro es el resultado de la observación del caminante, del amor por la cultura popular y la curiosidad permanente. Es suma, inquietud y talento. Antes nos había dado el autor otro libro singular, “Alosno, palabra cantada”, pleno de sabiduría y hondura en el canto de las tierras del Andévalo, Sur de España, pegado a Portugal, dentro del que fue reino de taifa de Niebla. Con la preocupación por dejar reflejada la cultura singular de nuestros pueblos, empieza ahora su caminar y entra por un pueblo de Lugo, y a través de la realidad viva apuntalada por el mito y la leyenda, deja hablar a los que llevan consigo toda el saber de siglos: la canción, el romance, la leyenda repetida y variada, la palabra que define situaciones. Tiene el autor una virtud que nunca he visto comentada y es la habilidad en la selección de almas capaces de acumular todo el peso del tiempo a través de lo oral o lo escrito. Garrido Palacios lo sabe bien porque carga lo mismito en su desasosiego, conoce la inquietud insistente de lo que los sensibles atesoran en sus recuerdos. Es por eso que anda, pulsa, se detiene, convive, deja hablar, insinúa, espera, inicia el fragmento para que lo completen, ve los ojos iluminados de los que hablan su lengua espiritual porque caminan hacia el mismo objetivo: mantener o recuperar la verdad de los pueblos y de las almas que en ellos revolotean. Ahí está el eje del libro. Va en busca de la realidad que presiente, está siempre en tensión para el hallazgo, predispuesto, como manera natural de su temperamento, al misterio, al logro repentino, al diamante y la mina milagrosa que entra por los ojos: rezos perdidos, liturgia popular, medicinas caseras, cuentos de aparecidos, conjuras, procesiones, refranes, cantos insinuados que el tiempo deshilacha, cuentos de brujas, leyendas de la trashumancia y de arrieros, pregones metidos como almas vivas, versiones de romances, variantes de leyendas y canciones de ciegos que dan la amplitud en la inocencia de seres inmersos en nuestra geografía que vivieron con una historia sencilla, intensa, con unos pálpitos definidos, Manuel Garrido Palacios da, como subtítulo del libro, “Etnografía de lugares dispersos”. Como español de alma dividida, norte y sur, puede sentir el pulso de los pueblos de Galicia, Asturias, León, Extremadura, Murcia, Andalucía. Y ahí está lo hermoso. Poesía dos veces: por lo natural de la esencia y por la de la lengua que la expresa. Así la leyenda, mito y misterio se presentan, de repente, ante la tensión del que lee. Música e instrumentos que la airean: gaita, tambor, birimbao, pandereta; bailes aldeanos; noches de invierno alrededor del fuego; sencilleces que se hacen entrañables; reuniones, adivinanzas, carnavales, costumbres campesinas, curanzas, artesanía. La riqueza de ese ir y venir del autor por nuestros pueblos nos pone delante de un material de singular importancia por el que podemos adentrarnos en el alma antigua y en su evolución forzada. Riqueza que poco a poco se va diluyendo en la uniformidad de lo intrascendente o en el olvido y no sabría decir cuál de las dos realidades es la peor. Garrido Palacios va por derecho a quienes tienen en su gracia habladora y en su recuerdo la configuración de vidas y moldes de su tierra, síntesis de un sentir y unos hechos guardados como oro en paño. La paciencia del autor para oír, recomponer, sugerir a su tiempo, aportar un hilo por donde la madeja se desenrolle. Visión abarcadora de un pulso que se fragmenta pueblo a pueblo, braña a braña, casa a casa. Un pilar básico es la fidelidad al transmitir lo que oye o le cuentan. Respeto casi sagrado por esos recuerdos que se dicen con el alma de puntillas. De ahí, de ese decir guardado parte, a mi manera de ver, la propia prosa del autor, seria, medular, cadenciosa, que al expresar esencias de hechos va como en un vaivén acariciador. Sabe, como estudioso, que está ante lo raro: un filón de riqueza. La estructura se amolda a su caminar. Tiene el libro una introducción corta y penetrante del autor, con una isla mítica del Tartessos real como fondo y un prólogo definidor del escritor mexicano Arturo Azuela. El estilo es pausado, de buscador de mitos y verdades, pues ambas singularidades se dan porque entran como partes de su preocupación. Prosa concisa que va con la poesía, la canción, el refrán o el dicho que se recupera e intercala. Escritor nacido para eso y he ahí otra verdad sencilla y universal: de vocación. Por todos los ángulos que se le mire, libro singular y autor entregado a su misión, misión importante porque es nada menos que la de mirarnos como éramos. ¿No estaremos mirando como nación hacia el lado que no es? Por lo pronto, Garrido Palacios se adentra hacia lo nuestro y se aferra a su verdad esencial. Y es el caso que por temperamento y vocación también me quedo con la esencia de esa verdad.

© Odón Betanzos
© Fotos: Héctor Garrido