Esperando la mano de nieve
Biblioteca de la Huebra
Fuenteheridos
La Biblioteca de la Huebra editó en su día este poemario de José Bergamín, con estudio-prólogo sobre la persona y su obra a cargo de Manuel Moya, obra que, en buena parte fraguó en la serranía de Huelva, “en una coqueta casita de campo situada entonces al pie de la carretera Sevilla-Lisboa, justo en la intersección de ésta con la enigmática cuesta de Maiguerra, a poco más de un kilómetro de Fuenteheridos, en un paraje conocido como La Venta.
Aquí estoy en este ahora
que es como un ahora eterno:
un ahora en que soy niño
y soy joven y soy viejo.
Estoy aquí desde hace
ochenta años lo menos,
pisando esta misma tierra
mirando este mismo cielo.
Siento que cierra mis párpados
la pesadumbre de un sueño
del que no despertaré,
ya, más que fuera del tiempo.
Desde este hermoso retiro, -comenta Moya- entre huertos y emparrados, con frescas albercas y un continuo trajín de avispas y rumor de lievas, escucha José Bergamín el atenuado son de las campanas; aquí lo desvela el rumor del agua huidera”. Dice el poeta:
Los árboles son tan altos
y tan largos los caminos
que el paisaje se convierte
en fantasma de sí mismo.
Y no se sabe, al mirarlo
de sí mismo desvivido
si es desensueño del alma
o ilusión de los sentidos.
Nacido en Madrid el penúltimo día de 1895 y “refugiado temporalmente” en Fuenteheridos en 1980, donde concibe este libro: “uno de los textos más conmovedores de la lírica castellana, acaso su poemario más deslumbrante y que viene a escenificar su despedida del mundo”, inexorable adiós que ocurre en Donostia cuatro años más tarde.
Me han enterrado en mi tierra,
en esta tierra de España,
bajo cielos enemigos
tierra maldita y extraña.
De tanto peregrinar
sus peregrinas andanzas,
soy peregrino en mi tierra
y en ella pierdo mi alma.
Sus versos –no un poema aislado, sino todos sus versos- saben a ocaso, a lubricán, a caminar entre dos luces con pasos que intuyen las sombras absolutas en la linde justa entre la vida y la muerte:
El paisaje es fantasmal
a mis ojos de fantasma.
El sol de otoño platea
el oro que arde en sus brasas.
Se va volviendo ceniza
la tarde, que el sol apaga
al mismo tiempo que va
apagándose mi alma.
Esta sosegada paz,
esta silenciosa calma,
es la muerte la que viene
generosamente a dármela,
Anota Moya que “desde muy joven comienza Bergamín a destacar entre la bohemia madrileña. Su primer libro de aforismos, El cohete y la estrella, editado por Juan Ramón Jiménez, le abre una carrera copiosa y admirable. Contemporáneo de Lorea, Alberti, Cernuda o Larrea, Bergamín es el más vehemente critico de su generación y su más importante editor, así como una de las voces más personales e influyentes en las señas de identidad del 27. Editor de Cruz y raya, revista que combina el marxismo con el catolicismo, conferenciante y polemista de prestigio, su relevante papel intelectual durante la república española es incuestionable. Tras su viaje de bodas a Rusia, radicaliza sus posturas políticas y al estallar la guerra civil se convierte en un activista cultural contra el fascismo, extremo que lo acompañará a lo largo de su vida. El exilio lo lleva a México, donde funda la editorial Séneca, la misma que publica por vez primera obras como Poeta en Nueva York o Residencia en la tierra. Desde México pasa a Uruguay y de allí regresa a España, donde un altercado con el régimen franquista lo devuelve al exilio hasta 1974”: Sigue el poeta:
Todas las mañanas
cuando me despierto
levanto el cadáver
que yace en mi lecho.
Saco del vacío
sepulcro del sueño
a un Lázaro vivo
de un Lázaro muerto.
Y con qué cansado,
inútil esfuerzo,
pongo en pie al fantasma
que huye en mí del tiempo.
Tenemos en Bécquer la imagen del arpa en el “ángulo oscuro / de su dueño tal vez olvidada / esperando la mano de nieve”, que sepa arrancar las notas de sus cuerdas. Creo que cada libro, y aún más preciso: cada libro de poesía, es, en cierto modo, esa “mano de nieve” que nos roza en lo más hondo de nuestros dentros para que vuelva a sonar el alma en este mundo “estrepitoso y palabrero”, según Bergamín, y para que cada cual se escuche en silencio, que no está de más saber sentirse parte, aunque sea mínima, de ese algo entre dos nadas que es la vida.
© Manuel Garrido Palacios