D. JOAQUÍN SEGURA
MIEMBRO HONORARIO de la ANLE. Nueva York
Tengo el penoso deber de
comunicar el reciente fallecimiento de D. Joaquín Segura, Miembro Honorario de
nuestra Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). D. Joaquín Segura
–“Jack” para los amigos— nacido en Nueva York, ciudad en la que vivió la mayor
parte de su vida, pero nunca perdió sus raíces aragonesas. Su mocedad
transcurrió en Valderrobles (Teruel), pueblo del que su padre –fusilado por las
derechas durante la Guerra Civil– era alcalde. En plena Guerra Civil, con 14
años, empezó a traducir del inglés (que su padre le enseñaba) al español. Había
cursado estudios de primaria y secundaria, que después, de vuelta en EE.UU.,
validaría y ampliaría con cuatro años de ingeniería eléctrica y dos de radio,
televisión y comunicaciones. Nunca ejerció estas carreras, pero le fueron de
utilidad para sus traducciones técnicas. Incluso dictó un curso de traducción
en la Universidad de Nueva York, durante cinco años. Tras varios empleos de
traductor, fue contratado por la empresa TIME & LIFE para su nueva revista LIFE
en Español, donde fue primero redactor especializado en temas científicos y
después redactor jefe. En LIFE en Español trabajó 18 años. Al
desaparecer ésta, pasó a formar parte del equipo de redacción de Science &
Medicine Publishing Company, donde fue redactor de dos publicaciones médicas en
inglés (una sobre Anestesia y otra sobre Cardiología), así como codirector de
operaciones editoriales. Posteriormente, se dedicó a la traducción científica y
médica por su cuenta. En esa época fue nombrado miembro correspondiente de la
Academia Norteamericana de la Lengua Española y un año después, numerario de
ésta y correspondiente de la Real Academia Española (RAE). Fue censor de la
ANLE, director de su Comisión de Traducciones y fundador y redactor de Glosas,
además de colaborar con la RAE en varias comisiones (Vocabulario Técnico,
Diccionario Panhispánico de Dudas y Nueva Gramática). Al jubilarse, la ANLE lo
nombró Miembro Honorario.
Conocí a Joaquín a
través de Odón Betanzos Palacios, a la sazón director de la ANLE. Joaquín y
Odón eran íntimos amigos. “Amigos de sangre”, solían decir. Joaquín y yo
congeniamos desde un primer momento. Nunca olvidaré su mirada intensa,
vitalísima, que denotaba un carácter enérgico y a la vez una gran bondad. Lo
admiraba, lo respetaba y quería muchísimo. Para mi suerte, éramos casi vecinos.
Y da la casualidad (si es que existen las casualidades) que dentro de unos días
mi familia y yo nos mudaremos a una casa sita en la misma calle donde Joaquín,
María y sus hijos vivieron largos años, en Valley Cottage, en el Condado de
Rockland (NY).
Todos los jueves,
lloviera o nevara, Joaquín yo almorzábamos en un restaurante a medio camino
entre su casa y la mía. Yo lo animaba a que escribiera sus memorias, y empezó a
redactarlas, mandándome, esporádicamente, en largos correos electrónicos,
fragmentos. Parecían páginas sacadas de una novela de aventuras –sus recuerdos
de la Guerra Civil española, su participación en la Guerra de Corea, en la II
Guerra Mundial, sus relaciones con los exiliados españoles en Nueva York,
etc.–, escritas en una prosa enjundiosa, ágil y precisa. El peso de los años y
los muchos alifafes le impidieron terminarlas.
Gerardo Piña-Rosales