Manuel Garrido Palacios
Ed. AR. Sevilla
Un viernes de invierno, en Mairena del Aljarafe y diluviando, se
concentraron más de 150 personas para dialogar sobre el pensamiento y la praxis
de la liberación en América Latina. Conferencia, película sobre monseñor Romero
y cine fórum fueron los tres momentos de la noche. Era una noche de perros. Sin
pensarlo vino al recuerdo la obra de Manuel Garrido Palacios. El animal humano
asusta a veces a los perros. Pero el perro soporta al hombre, le quiere;
arriesga su vida por el amo. En torno al hambre bailan vocablos añejos la danza
de la muerte. ¡Mierda! Cuestión espinosa la del sentido de la vida. El viejo
del acordeón estruja el libro sonoro entre sus brazos..., así escribe Garrido
Palacios, enraizado en los Baroja, repleto de rasgos dramáticos, anecdótico,
categórico, adulto con ojos nuevos en vía muerta. Y, sin embargo, ansioso de
libertad, no sólo negativa, no sólo política, sino vital. Rebelde, primario,
amigo del perro que no sabe dónde ir y se echa aquí o allá con los ojos
cerrados -como si tratara de vislumbrar en la oscuridad el regreso del alma-.
«El perro se relame el hocico y nos mira como si acabara de descubrir a dos
ingenuos filósofos recién llegados a este mundo». Sobre este mundo, «aldea
global», cada uno se deja impresionar de forma bien distinta: sin fe en la
espera o con esperanza: al atardecer de la vida o al clarear el día; en la
bruma o en los sueños;rebuscando o indagando; en la taberna o junto a la
chimenea; como una mota en el todo o siendo en los otros. Cada uno es uno mismo
y el otro, así de relativo, así de prodigioso. ¡Bienvenida noche de perros!.
Una noche de perros unos matones asesinaron a varios cerebros y a una madre y a
su hija. Se hizo eÍ silencio, tras las ráfagas descargadas. Tampoco se
quiso investigar. ¿Qué es importante? No es de describir la risotada del
carnicero blandiendo el arma manchada. El libro sigue empapado en sangre. Era
el fin de una secuencia: ¡Más vale el amor que la guerra! Amor y muerte son
pulsiones bien distintas y, sin embargo, ambas anidan en los animales humanos.
Después vendría una relativa paz. Frente a la sangre, la palabra. ¡Nunca más el
loco ir y venir de los ejércitos que juegan con la tecnología de las armas
mortíferas, Unos avanzan hacia la vida, otros retroceden hacia la muerte. Uno
mismo avanza y retrocede. Pero ¡cómo duele el retroceso! Si me matan, dijo
Romero en marzo de los ochenta, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Dejemos el
asunto en manos del tiempo. El niño se anima por fandangos. Pare la perra, el
perro ladra. Las mujeres ahogan sus voces enflorando las tumbas de los
desaparecidos. ¡Nunca más la mortífera violencia! ¡Nunca más la guerra! ¡Ojalá
se acallen las voces de los voceras! Que se paralicen las manos de quienes
quieren exterminar tres mil millones de seres humanos. No se lo tomen ustedes a
broma…«ladra el perro a lo que siente, /a lo que existe, al menor latido
ladra...» Dice Manuel Garrido Palacios en Noche de perros: «el perro no siente
por el hombre asco, sino miedo, terror». Va en serio. Mejor silenciar el
contenido de una conversación al final de los diálogos del cine fórum, aquella
noche de perros. Dos animales humanos pueden matar a ciento cincuenta personas.
Pero, «a Dios gracias», se restablece la calma... y nieva en la sierra. ¡Qué
frío! «Somos personas».