Castigo al idioma
Si al entendimiento se le cruzan los cables cae en una maraña de nudos de la que resulta complicado salir. Al laberinto contribuyen, sin duda, las agresiones que sufre el idioma desde ciertos ángulos. Es lamentable el trato que se le da en algunos medios de comunicación. Por ejemplo, en un mismo día he escuchado en una emisora de radio estas tres frases antológicas: 1) “...el club ha sido multado con una multa”, 2) “...el cadáver permaneció muerto desde que lo mataron”, y 3) “...le disparó tres disparos”. Posiblemente quiso decir que el club fue sancionado con una multa, que nadie se atrevió a mover el cadáver y que le disparó tres tiros.Quiso decir, pero no dijo. Estas perlas, soltadas con el desparpajo habitual de quien parece querer descubrirnos el idioma (y la radio de paso) dan noticia del empobrecimiento que flota en la forma de expresarse de quien tendría que hacerlo correctamente desde un altavoz de privilegio. Estar detrás de un micrófono no autoriza a destrozar un idioma; más bien a animar a fijarlo, a construirlo; en suma, a respetarlo. Esto, que a medio oído suena a anécdota, a oído completo adquiere rango de categoría. Otros compañeros aportan ejemplos que se suman a los anteriores: 1) “...la fiesta se celebró en un ambiente festivo”, 2) “...el almacén ardió totalmente por culpa de las llamas del fuego”, 3) (aquí se muerde el verbo): “...el caballo y la yegua corrió por el campo”, 4) “..si yo sabiese que el míster me iba a alinear”, y 5) “...le dio tres muletazos con la muleta”. Etc. Hay libros que recogen frases dichas por alumnos en plena formación: disculpables a todas luces: quien está aprendiendo no tiene por qué saber todavía; pero también hay gramáticas y diccionarios que traen normas útiles para manejar el idioma, no sólo en cuanto a acentuación o entrecomados, sino en la mera expresión. Aparte, los medios cuentan con sus propios Libros de Estilo, de los que podríamos sacar la esencia en pocas palabras: Lo que no suena bien, no está bien dicho; es un instrumento de música destemplado. Lo confusamente dicho responde a lo confusamente pensado. Otras personas han anotado estos casos: 1) Le pregunta el camarero a uno si quiere el vino blanco o tinto. El otro contesta: “Me es inverosímil”. 2): Uno dice a su esposa en un teatro: “Voy al patíbulo a fumarme un cigarro”. Posiblemente quisieron decir “me es indiferente” y “al vestíbulo”. Cuando un listillo presentó a otro a un tercero, le soltó: “...este hombre tiene un hijo que es ornitorrinco”. El tercero en cuestión miró al padre y éste, ante su gesto de asombro, corrigió con ironía: “De momento, es sólo ornitólogo”. Y para remate (si cabe) se cuenta el caso de un entendido en terminología jurídica, que pregunta al abogado que sale de la sala en la que se acaba de celebrar una vista: “¿Qué ha pedido el fiscal para Mengano?” “Ha sido muy claro: o varios años de cárcel o cien mil euros”. El otro le aconseja: ¿Dígale que coja el dinero”. El idioma es la patria, dijo un sabio. Haciendo un símil, si el suelo, los ríos o el aire de la patria física los tratamos como un basurero abierto las veinticuatro horas del día, la patria hablada, el idioma para entendernos, se ve a las claras que venimos a tratarlo igual. Es como una inercia. Ya puestos...