Mientras escribo llueve en Cedeira y se hace mágica la visión del campo brillante, del mar bravío, de cuanto envuelve el agua como en una ablución total para purificar el ambiente. Desde la Iliada al Evangelio los textos de todos los tiempos y países hablan de este ritual. La ablución es un medio natural y mágico de apropiarse de la fuerza invisible del agua. Natural porque limpia. Mágico porque si limpia, sana. En Galicia el agua es consustancial al paisaje, sea costero: Atlántico y Cantábrico, o fluvial: el Tambre, el Sil, el Miño, deificados en la antigüedad, donde se bañaban niños para preservarlos o curarlos de males. En el río Lufo el rito consistía en sumergirlo vestido tres veces, tras de lo cual se dejaba la camisa flotando. Si quedaba arriba, el niño sanaba; si se hundía, no. El río Limia es el Leteo gallego. Los romanos creían que su agua producía el olvido. En otras aguas se sumergía la gente la noche de San Juan, previo a colgar en la rama de un roble la ropa, en la creencia de que se mantendrían sanos hasta el siguiente San Juan. Los ríos-dioses eran alimentados con pan y grano por si hambreaban, y en sus fondos hurgaba la imaginación buscando seres mágicos, maravillosos, tesoros ocultos, vida, en suma, menos desabrida que la de la escueta realidad. Los ríos eran seres vivos: el nacimiento era la cabeza, el curso, el cuerpo, los afluentes los miembros y la desembocadura la muerte. Una costumbre cerca de Tuy consiste en poner en las aguas del río una cestilla con la ropa del niño enfermo y una vela encendida. Según la llama permanezca o se apague así será la curación o no. Agua para la «comancia» era aquella que usaban las mujeres nuevas para saber su porvenir en amores: se echaba agua en un recipiente y sobre ella un huevo cascado. Según la forma que tomara, así era el perfil del futuro amante. El agua del rocío en las flores era buena para males de la piel, y con aguas dejadas al recencio sanaban los niños engenidos; al alba se llevaba el crío a una fuente de las que no se secan y la ropa mojada se tiraba tras el laveteo; con ella se iba el mal. Igual que se curaban otros males con aguas tomadas noches nones seguidas. En Galicia existe la creencia de que es bueno dejar al ganado al relente, o al orballo la noche de San Juan, pues con ello se le evita al animal el mal de ojo, o verla correr limpia para que los niños curen de la tos ferina. Aguas cuajadas de virtudes, santas donde las haya, para lavar manos, pies, pechos, cuerpos enteros. Augas Santas que se llevan en su corriente males de ojo, de viento, dolores, fiebres, sinsabores de alma, tristezas. Cierto zahorí, en vez de la vara de avellano se fiaba de los síntomas de su cuerpo: si sentía una molestia en los testículos es que barruntaba agua en la zona, cosa que llegaba a dolor irresistible al ponerse encima de la capa freática.
Todo esto me sugiere el agua de vida que se posa dulce sobre Cedeira, pueblo que veo tras la ventana.
© Manuel Garrido Palacios
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