ABELARDO BELLIDO
Cámara de televisión
Viene de aquel gran fotógrafo que nutría las páginas de ABC un día sí y otro también con instantáneas sobre la historia diaria de este sur de Europa llamado Andalucía. Le dio al hijo la vida, el nombre y el oficio, además de un legado de imágenes, de una herencia artística, que constituyen hoy uno de los patrimonios culturales del pueblo.
-Abelardo estuvo presente en la primera Fiesta de la Vendimia. Hablamos de hace cincuenta años; ¿qué te queda en la memoria de aquel tiempo?
-De la primera Fiesta de la Vendimia… -mira de soslayo la fotografía de su padre, se levanta de la mecedora que ha movido sus recuerdos, camina de un lugar a otro buscando la respuesta que guarda y dice, como quien piensa en voz alta-: en aquel tiempo las armas del fotógrafo eran la luz, el talento y unas placas. No todo el mundo podía ser retratero. En 1961 se celebró esa primera Fiesta de la Vendimia y todo el pueblo fue engalanado para la ocasión. La Plaza de España presentaba una imagen nueva con la fuente. Sus chorros expulsaban vino en vez de agua, el motor hacía girar a los caldos de la vendimia del año. El viento que corría aquella tarde de septiembre hacía que salpicara las lozas con menudas gotas como si se bautizara la alegría colectiva de la fiesta. Recuerdo que el aroma que se respiraba alrededor de la fuente era tan intenso que afectó a más de uno. Entre ellos estaba yo, a mis catorce años, con mi cámara dispuesta para estrenarme en el oficio. Las Bodegas Morales y Pichardo se adornaron con todo esmero y sirvieron a palmerinos y forasteros los mejores productos madurados entre sus muros; hablo del vermú, del amontillado y de la calidad solera. Todavía andará por casa la imagen de una réplica de la fuente que fue testigo de todo aquello, aparte del inolvidable sabor de los caldos de degustación. Para mí fue la primera vez que hice un reportaje en serio con los bodegueros, sus familiares y sus amigos, hasta que tanto aroma y tanta degustación trago a trago acabaron por afectarme. Lo hice en blanco y negro. Tenía una cámara de 16 milímetros, de cuerda, y allá que me lancé a comerme y a beberme la Vendimia yo solito. Recuerdo el colorido de los dos escenarios que se montaron; uno a las puertas del Banco de España y la Pensión Ramírez, el otro en la fachada de la Iglesia. Durante los actos, el escenario sufría cambios bruscos de iluminación, tal y como el personal técnico había decidido, y todo quedaba a oscuras. Llegado ese momento, sacaba una antorcha a escena para poder seguir grabando, pero todo ese trajín hacía que mi trabajo quedara algo deslucido, aunque lo que salió, ahí está. Hoy día, cincuenta años después, no tendría ningún problema para captar lo mismo que entonces pero con las nuevas técnicas. Eso, en cuanto a rodar, a hacer una película documental de aquello. La fotografía en cambio se veía algo más favorecida; el material fotográfico podía ser más sensible que el usado para el cine; se utilizaba una cámara cargada con un carrete de más sensibilidad para esos momentos en los que el escenario quedaba a la suerte de la luz de la luna, y luego, además, cabía la posibilidad de reforzarlo durante el proceso de revelado en el laboratorio. Hoy es otro cantar. Las cámaras digitales han resuelto todos los problemas de iluminación; incluso tenemos la suerte de ver qué se está haciendo en cada momento.
-Pero aquella primera vez, aquel estreno fue heroico.
-Valoro lo de entonces y valoro lo de ahora. La técnica no es más que un medio. Depende del uso que le des. Y aunque fuera con todos esos inconvenientes que he dicho, tanto las placas como los rodajes de entonces tienen el valor de ser verdaderos documentos. Ahí están. Los quiero tanto como la fotografía que pudiera hacer hoy con la mejor cámara.
© Manuel Garrido Palacios