Ángel Manuel Rodríguez Castillo

Ángel Manuel Rodríguez Castillo
El habla y la Literatura de la Sierra de Huelva
IV Jornadas de Patrimonio Histórico Artístico


Nuestra sierra es refugio de una especie en extinción: la de los mayores que hablan y hablan sin prisas pero con todo el encanto del mundo. Yo he oído embelesado a personas sin una especial preparación cultural contar hechos triviales con la técnica narrativa del mejor novelista; no sólo empleando un lenguaje correcto y sin vacilaciones, lejos del ‘bueno...’, ‘esto...’, tan frecuente hoy y tan extendido en una sociedad que ha perdido el gusto por la palabra bien dicha, sino usando los términos exactos y los sentidos profundos. He oído convertir el relato del hecho más común en una novela de suspense, o lanzar, en el momento preciso, la metáfora más audaz y sugerente con la misma fácil naturalidad con que los castaños sueltan sus erizos: sin darse cuenta ni importancia.
Creo que hay un sustrato literario en la Sierra, como un humus fecundo y fértil que florece en las conversaciones ordinarias de las casas, en las bromas y risas de las cuadrillas de apañaoras, o en el hablar sentencioso de los hombres endomingados. Seguro que a muchos de los que leen esto les pasa lo mismo que a mí: están pensando ahora en esa persona de su pueblo de quien tanto han aprendido; o están recordando aquellos ratos ante la candela, mientras se asan las presas de la matanza o circula el mosto, en que alguien cuenta el último suceso -o el más antiguo del pueblo y crea a su alrededor un mundo distinto y nuevo con sus palabras. A nuestros narradores y poetas desconocidos les pasa como a las migas serranas: no están hechas sólo de pan, o de un hecho más o menos interesante: llevan también la suavidad y esponjosidad de la papa, que es el gusto por la palabra y el recrearse en ellas. La palabra ‘rumiada’, que dice Carlos Muñiz.
Decía antes que ésta es una especie en extinción porque ahora la gente -también la de la Sierra tiene menos tiempo para hablar y escuchar, para conversar y recordar. Ahora parece que sólo hay tiempo para las series fosilizadas de la televisión.
La Sierra ha dado muchos escritores. No tengo datos estadísticos, pero me atrevo a decir que en la Historia -por hacerse de la Literatura en la provincia de Huelva, nuestra zona sería una de las que más páginas habría de necesitar. Y no hablo aquí de los poetas populares, que hay en todos los pueblos y que un día habría que estudiar, reivindicar y reconocerles sus méritos , que exaltan las romerías, los paisajes serranos, las imágenes de la Virgen y, con más ilusión que medios, consiguen sacar adelante programas de fiestas y pequeñas y entrañables revistas. Hablo y quiero hablar aquí de escritores consagrados, con una amplia obra reconocida no sólo en sus lugares de origen, razón por la que, paradójicamente, quizás no sean apreciados entre nosotros. En efecto, al haber sobrepasado las fronteras serranas, se convierten en patrimonio de un colectivo más amplio. Hemos de reivindicarlos como nuestros, como manera de enaltecerlos y enaltecernos: algo así como ha hecho Moguer con Juan Ramón, uno de los andaluces universales, pero gloria de su pueblo natal. Y esto se conseguirá divulgándolos entre nosotros, haciendo que en nuestras escuelas e institutos sean leídos y estudiados, fomentando la edición de sus obras.
Si tuviéramos que establecer una tipología del escritor serrano, una especie de características generales, a la manera de las Historias de la Literatura, yo me atrevería, lanzándome sin red, a enumerar las siguientes: Gran capacidad fabuladora en los narradores, que construyen historias atrayentes, cercanas, a partir de los elementos más simples y comunes de la vida diaria: narraciones breves como La Julianita, de José Nogales, o Seis Doble, de Carlos Muñiz, convierten elementos tan cotidianos como las fantasías y sueños de una muchacha que viene del campo, o una partida de dominó en el casino, en elementos mágicos y estremecedores. Una segunda característica, que entronca con la anterior, es el profundo conocimiento de la realidad y las personas, que viene dado por el compartir un mismo origen y sentirse orgulloso de él. Fernando Labrador hace persona a la Sierra; a José Nogales no le importaría morir de una indigestión de morcillas en una matanza, y convierte en argumento literario sus juegos infantiles (los rehiletes). Carlos Muñiz pone a sus personajes nombres como Lisardo Galaroza o Filiberto Navahermosa, o utiliza el vocabulario añejo de la Sierra en sus relatos; sería la tercera característica la socarronería o retranca con que escriben estos autores, el humor fino con que se ríen de las situaciones difíciles, los sobreentendidos, el ir más allá o quedarse más acá -según se mire de las palabras, que tiene en ellos una carga superior dada por esa vivencia de una situación vital de que he hablado antes. La cuarta y última característica que quiero señalar es el dominio del lenguaje, que utilizan en todo su poder sugerente y connotativo. Evidentemente, este uso del lenguaje es lo que constituye la esencia y la base del hecho literario. Pero en Andalucía, tierra barroca por excelencia, esto se hace más acusado; y en la Sierra, donde la gente es sentenciosa y va lejos, aún más. La manera serrana de narrar, yendo y viniendo, pero sin perder el hilo, adornando con múltiples disgresiones que no confunden, pero sí enriquecen... es como nuestro paisaje y nuestros caminos rurales, que no sólo van a un lugar, sino que pasan por esos lugares. Tan importante es la historia que se cuenta, como cada uno de los momentos o palabras de esa historia.
Se me podría objetar que cada una de estas características se puede aplicar a, o explicar de, muchos escritores: es la unión de las cuatro en el mismo escritor lo que, en mi opinión, constituye esa forma especial de ser escritor que es la serrana.

© Ángel Manuel Rodríguez Castillo

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