Cancionero de obras alegres





Cancionero moderno
de
OBRAS ALEGRES
Londres 1875





‘Es delicioso escribir las primeras palabras de un cuento -dice Miss Potter- porque nunca sabes cómo vas a seguir y menos cómo conseguirás terminar’. A lo que habría que añadir: las primeras palabras de un cuento, de una novela, de un poema, de un artículo en el escritor, o los trazos de tanteo de un pintor en el lienzo virgen, o las notas de inicio de un músico en el piano recién abierto, o los golpes previos de un escultor en un bloque de granito entreviendo la obra dentro. Lo admirable es que al final se consiga plasmar una idea sobre el papel, el lienzo, la partitura o la piedra con el pulso que le impone el misterioso ritual creativo. Hay algo de esto, aunque no comparable, cuando se reciben libros. Sólo al empezar a pasar sus páginas sabremos si nos van a crear el afán de compartirlos hasta el colofón o dejarlos para otro día. 



Hoy me traen una joya libresca: ‘Cancionero moderno de obras alegres’, publicado en Londres en 1875 y en España en facsímil por Altafulla. Su contenido se anuncia con unos Diálogos entre el Duque de Rivas y Alcalá Galiano. Dice el Duque: 



¿Habré yo anoche pecado,
que apagada ya la luz
y después de hecha la cruz,
en esta cama acostado,
llevé medio adormilado
la mano hacia las pudicias,
y empecé a hacerles caricias,
y cosquillas sin cesar,
viniendo el juego a parar
en llenarme de inmundicias?

Francisco de Quevedo firma en las páginas siguientes estos dos sonetos: 



1)
Estaba una señora por Enero
metida hasta los muslos en el rio,
lavando paños, con tal aire y brío,
que mil necios traía al retortero.
Un cierto Conde, alegre y placentero,
le preguntó con gracia: ¿Tenéis frio?
Respondió la señora: Señor mío,
siempre llevo conmigo yo un brasero.
El Conde, que era astuto, y supo dónde,
le dijo, haciendo rueda como pavo,
que le encendiese un cirio que traía.
Y dijo entonces la señora al Conde,
alzándose las faldas hasta el rabo:
Pues sople este tizón vueseñoría.

2)
¿Rogarla? ¿desdeñarla? ¿amarla? ¿huirme?
¿Seguirla? ¿defenderse? ¿asirla? ¿airarse?
¿Querer y no querer? ¿dejar tocarse?
¿Y a persuasiones mil mostrarse firme?
¿Tenerla bien? ¿probar a desasirme?
¿Luchar entre sus brazos y enojarse?
¿Besarla a su pesar y ella agraviarse?
¿Probar, y no poder, a despedirme?
¿Decirme agravios? ¿reprenderme el gusto?
¿Y en fin a baterías de mi prisa
dejar el ceño? ¿no mostrar disgusto?
¿Consentir que le aparte la camisa?
¿Hallarlo limpio y encajarlo justo?
Esto es amor y lo demás es risa.

Veamos el tercer poeta: Manuel Bretón de los Herreros, que dice así en un poema: 


Es el búcaro travieso
tan discretamente sabio,
que el suyo acercó a tu labio
para hacer más largo el beso.
Y tú no tomes a exceso
que el incauto se vaciara
al tocar tan linda cara,
con tan dulce tocamiento,
(perdona mi atrevimiento)
yo también me derramara. 

Leamos cómo se expresa Luis de Góngora: 


Soy toquera y vendo tocas.
Es mí cofre de una pieza,
pero caben muchas dentro,
y no le veréis el centro
aunque metáis la cabeza;
y negocio con presteza,
y despacho bien mis tocas,
y tengo mi cofre donde las otras.

La nómina de autores es abundante; además de los citados aportan sus versos Santos Álvarez, Bernat Baldoví, Camargo de Zárate, Cornejo, José de Espronceda, Gallardo, Gallego, García Gutiérrez, Sebastián de Horozco, Iglesias, Ortiz Melgarejo, Porra de la Cámara, Salinas, Vargas Ponce, Ventura de la Vega, el Conde de Villamediana y un largo etcétera, que aparece en el capítulo Autores varios, como Miguel de Santa Ana: 

En el calor de su amoroso trato
una gata gozaba sobre un gato
y sé de buena tinta
que al mes cabal, el gato estaba en cinta.
Esto, amados, nos enseña
que el que cae debajo es quien se empreña.

También podemos entonar de cantares anónimos como éste: 


Échame, mono mío
la olla al revés,
la tajada primero
y el caldo después. 

Vale lo que dice Miss Potter: ‘Es delicioso escribir las primeras palabras de un cuento’, o de una novela, un poema o un artículo porque nunca sabes cómo vas a seguir ni siquiera si lo terminarás. Es como plantarse ante un lienzo en blanco, un piano abierto, una piedra informe o recibir un libro inesperado. Lo misterioso está en que al final cuaje algo, merced al pulso creativo, donde antes no había nada.

© Manuel Garrido Palacios