Joaquín Díaz / Homenaje




Cancionero
de
romances

El Festival de Invierno de Canción Tradicional de Cambrils de 1991 rindió homenaje a Joaquín Díaz, “por su labor en el ámbito de la etnografía y el folklore, que ha abierto caminos y desbrozado senderos…” Fruto del evento fue la edición de un libro,coordinado por Ramón García Mateos, en el que colaboraron Avelino Hernández, Ignacio Sanz, José Delfín Val, Martín Cebrián, Félix Pérez / José A. Ortega (Candeal), Luis Vicente Elías, Mª Luisa García Sánchez, Fuentes Vázquez, Luis Díaz, Agustín Tomás Ferrer-Sanjuán, Salvador Rebés, Montserrat Corretger y Ramón Oteo. El libro abre con un texto de Miguel Delibes: “Me adhiero de cabeza y corazón al homenaje que van a rendir ustedes a mi paisano Joaquín Díaz ya que Joaquín no sólo es un investigador agudo de nuestro folclor, un erudito, un músico y un escritor -todo ello de primera fila- sino un interlocutor inteligente y un hombre sensible, caballeroso y modesto”.  He aquí tres de sus poemas:

I
stoy esperando a la muerte
con los ojos abiertos,
con el ánimo triste y suspendido
-como mártir que mira a su vérdugo y le perdona-,
con las manos vacías
firmes y temblorosas,
con la boca entreabierta
por temor a escuchar
mi propia voz después que todo pase;
con un leve dolor por lo que dejo
y la emoción de quien emprende viaje.
Estoy esperando a una muerte
que juega con mis ansias
y se acerca y se aleja satisfecha
al comprobar que siempre asusta en el peor momento;
cuando, ajeno al destino,
olvidado de todo,
escucho a mis sentidos
entonar sus placenteros cantos
y yo acepto el engaño, dulcemente
seducido por el feliz retraso.

(Valladolid, octubre 1977)
II
Parte un hombre que al partir
deja todo cuanto tiene
pues, ni en su viaje conviene
pasado ni porvenir,
ni menos le ha de servir
lo que el presente atesora,
que, cuando llega la hora,
se presenta la ocasión
de saber que su emoción
no justifica demora.

(San Pedro de Cardeña, mayo de 1982)
III
Fue en aquella despedida
(¿te acuerdas?)
cuando mis ojos lloraron hacia dentro
mientras mis dedos,
rodeando tu brazo
delgado y perfecto,
intentaban abarcar tu corazón.
Fue en aquella despedida
-breve, inexpresiva, inútil-
cuando noté que me costaba sostener tu mirada
siempre dulce,
acaso sorprendida
y un poco triste,
cuya incertidumbre me dolía.
Fue en aquella despedida
-noche y tren, como en mis sueños-
cuando supe que las palabras
sirven pero no valen:
¿Cómo expresar en sonidos
la sensación de que la muerte
había vuelto a robar en mi casa?

(Almansa, agosto de 1983)