Juan Carlos Mestre






La bicicleta del panadero
Juan Carlos Mestre

Calambur Ed.




Es tan rico en sensaciones este libro que humildemente propondría jugar con él en el mejor sentido posible: leyéndolo. Pero voy a más. Una vez leído –nunca se acaba de leer un libro- cada lector podría componer un sin fin de poemas tomando versos sueltos de diversas páginas sin desvirtuar el original. No sé si esto es un disparate total o casi, que no tengo a mano el disparatómetro para medirlo; sí sé que puede ser algo para poner de los nervios a su autor, Juan Carlos Mestre, que igual lo acepta teniendo presente que su libro es un “generador de conciencia, una añoranza de porvenir, una polifonía redentora de la imaginación condenada al monólogo del individuo’.

“Los poemas se han convertido en escaparates
de los almacenes de moda.
Los textos dramáticos han desencajado
la burla de los autómatas obligados a trabajar
en el elenco de los asuntos humanos”.

Días atrás estuve en el Louvre. Una marca de instrumentos musicales había puesto a disposición de quien quisiera participar veinte pianos en círculo, cuyo sonido resultante se grababa sin que nadie mediara para dar turnos o interrumpir a los que teclearan aunque fuera una frase, una nota. Si ya es una explosión vital sentir pasajes de Beethoven a solas, aquello se convirtió en una armonía mágica cuando estos se mezclaron por las buenas con una canción Beatle, el Madigan de Mozart, El clave bien temperado de Bach, además de ritmos salseros, melodías étnicas y obras del más variado origen, incluyendo los torpes intentos de quien pasaba y ponía sus manos en las teclas. Dediqué tiempo a escuchar semejante concierto, cuya variación de intérpretes y de compositores fue un milagro sonoro contínuo. Un grupo de japoneses coincidió con otro rumano y, de cruce en cruce, el discurso musical se agigantó hasta ser la voz del mundo ebria de alegría por el inesperado encuentro en el Museo.
Al llegar a casa tenía el libro ‘La bicicleta del panadero’ sobre la mesa y con la emoción que me había regalado la música, lo abrí y tuve la sensación de estar acompañado por una gran coral que se unía a la magia del momento. Era un juego maravilloso “en este atormentado retablo, en el que luchan la aspiración de absoluto y las devastaciones de la experiencia”, un conjunto que concebía “la poesía como una restitución ante la historia del oprobio y como un reflejo de lo irreparable, que ilumina las zonas que han sido negadas a la memoria”. Toda la armonía del mundo puesta en escena hacía honor a la hondura de uno de sus versos, que pinta “la ironía como gran sospecha ante la conducta del saber”.

“Viviremos bajo los párpados del triunfo
como un imperdible en lo que ya no está
pero llama a la puerta”.

Otro vector se añadió a la lectura del libro. Resulta que para armar el fondo de la canción Tomorrow never knows, Lennon y McCartney grabaron todos los ruidos a su alcance y los mezclaron en el estudio. Hablo de memoria y creo que es el último corte de Revolver.

“Alimentaran los cultivos del mundo
Con permutables pulsaciones melódicas
Las madres de los artistas
Perpetuamente en dudas
Ante la jaula de los leones”.

Tras todo esto me di cuenta de haber estado anotando versos sueltos mientras los iba leyendo. Ahí nació mi disparatada propuesta del principio.

“No puedo probar cuanto digo,
pero lo que digo desata la alabanza.
Alguna virtud debe existir en la alabanza de los ausentes.
Y el que dice digo está a punto de decir
yo ya no digo nada.
Alguna virtud debe existir en la perfección de la alabanza”.

Los previos aciertan al decir que “este libro despliega un entramado simbólico, en la herencia imaginativa de su poesía, una conmovedora visión de las utopías de la felicidad, la desobediencia ante el sufrimiento y la insurrección estética como acto de legítima defensa frente a los discursos de dominación”.
Asamblea de muertos parece ser el sentido de la Plaza Jamaa el Fna, en Marrakech. “Las sillas se hacen insoportables cuando están vacías después de los entierros, después de los casamientos cuando se van los invitados”. Asamblea de voces vivas es La bicicleta del panadero, que “indaga en los territorios donde lo sublime y lo prosaico se desposan”. Aparece aquí su autor en plenitud: “más complejo, arriesgado, irreverente, airado, divertido, conmovido y asaltado por la precisión y la alucinación del lenguaje poético”. En suma, la obra es un ofrecimiento “desde el confín de la derrota y la pérdida, donde cada despedida es un regreso y cada encuentro una constatación de vacío”.
Y al final, la experiencia de componer un poema según cada lector, gustara o no al autor, se produjo. Valga un fragmento:

“El buen recuerdo de las telarañas
fuma entre los eucaliptos.
La cerradura sin puerta, la puerta sin casa.
De cada caballo boca abajo
cae en algún momento un tesoro.
Y las madrigueras se llenan digamos
que de panes frescos.
Las lágrimas me han vuelto mediocre”.

Porque día después nos reunimos gentes de aquí y de allá, leímos los poemas de La bicicleta del panadero y cada cual anotó un verso de los que se dijeron en voz alta. Después pusimos uno detrás de otro y el efecto fue sencillamente asombroso, como asombroso nos pareció el libro.

© Manuel Garrido Palacios